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Fernando Rodríguez Mansilla, En los márgenes del Siglo de Oro. Vidas imaginarias de los siglos XVI y XVII, Nueva York, IDEA (Colección Batihoja, 67), 2020, 88 pp. ISBN 978-1-938795-68-8

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Elizabeth Treviño

Instituto de Investigaciones Bibliográficas Universidad Nacional Autónoma de México MÉXICO, México

Recibido: 01/11/2022

Aceptado: 28/11/2022

No engaña el título que avisa al que leyere que tendrá ante sí unas vidas imaginarias de los siglos xvi y xvii. Este ingenuo ni sospecha que, aquel del otro lado del libro, el autor, diestramente se ha dejado para el final la clave para descifrarlas. Con soltura, en un ejercicio que entrelaza ficción e historia, que las fusiona, nos acerca a figuras de renombre de las letras áureas, de sobra conocidas —sería injusto no aludir a la excepción dentro de esta nómina: la señora Ana, a secas, personaje pastoril, pero ya regresaré más adelante a ella—, mediante un velo íntimo, acaso voyerista. Un contrapropósito mío apuntar la existencia de una clave al final del túnel cuando mi principal objetivo es, además de incitar la lectura de esta breve antología, exhortar a que se respete el pacto de ficción. Cualquiera con el libro en sus manos pudiera sucumbir a la tentación y, tras un vistazo al índice, brincarse directamente al Epílogo: notas sueltas para aficionados al Siglo de Oro (pp. 81 y ss.). La travesura no sería un desacierto, como tampoco lo es leer la Rayuela de Cortázar de manera lineal, ignorando el tablero propuesto por el autor; no obstante, siento el deber de apelar encarecidamente a dejar dicho apartado para el postre, pues, en palabras de Rodríguez Mansilla, ofrece «algunas notas para aquel que, sin ser especialista, quisiere ampliar su conocimiento en torno a los personajes y hechos que integran estos textos. Por su parte, el lector familiarizado con el Siglo de Oro podrá sonreírse con ellos y con eso me conformo. Para ese mismo tipo de lector deslizo a continuación, de paso, algunas anécdotas personales que le mostrarán esa doble vida, que le sonará conocida, de filólogo escéptico y con la fantasía bajo control, y de escritor envenenado por la invención y las ganas de compartir su entusiasmo por ciertas imágenes indelebles» (p. 82).

Este, el número 67 de la Colección Batihoja del Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA), es al mismo tiempo una invitación y una rara oportunidad de intimar con los dos Garcilasos de la Vega, Pedro Rojas, Mateo Alemán, Castillo Solórzano, Salas de Barbadillo y Mariana de Carvajal y de Saavedra. Y con Lope de Vega de forma indirecta, a través de Ana, cuya «biografía falsa o superchería biográfica» (p. 81), como define Rodríguez Mansilla a estas vidas imaginarias, nace de «una nota jugosa de Edwin S. Morby a un pasaje de La Dorotea» (p. 84). De su ojo y lectura se desprende una interesantísima conversación entre dos lectoras, ambas hijas de su época y de sus circunstancias, que discurren sobre el «misterioso poder de esas patrañas bien escritas» (p. 39) y, en un acto de rebeldía, sentencian: «más vale leer los amores y sufrimientos de la señora Diana y sus pastores, con el dulce estilo con que los describió Montemayor, que querer indagar, con ciencia vana, si existió o vivió mujer llamada así riberas del Ezla» (p.39). Curiosamente, también será el diálogo, en tanto género discursivo, el escogido por el autor para adentrarnos en otro de los márgenes del Siglo de Oro que nos lleva a unos lugares recónditos de otras mujeres de letras de su tiempo. Me refiero al Coloquio intitulado «Un mundo propio» (pp. 71-79), sostenido, en forma, entre Mariana de Caravajal y Saavedra y una misteriosa Fabia, y que me encantaría llamar un “Canto a tres voces” (baste recordar al “ilustrísimo Fabio” al que alude doña María de Zayas y Sotomayor en el postfacio incluido en la Parte segunda del sarao y entretenimiento honesto, 1647, y que tantas discusiones, sobre todo en términos narratológicos, ha desatado). Pero es que más bien es un canon en el sentido musical, una composición contrapuntística que reúne, en dos, un resabio de voces femeninas de entonces. Mas allende los tiempos también, porque todas aspiramos a tener un cuarto propio (o una habitación propia, pues, según la traducción que se prefiera).

Vaya, merece la pena entregarse a la lectura de En los márgenes del Siglo de Oro. Vidas imaginarias de los siglos xvi y xvii sin el filtro de alguien que sabe, poco o mucho del tema; tomar con inocencia estos «textos curiosos y agradables, como juguetes entretenidos y a la vez provechosos para su cultura literaria» (p. 81) y apartar los apuntes para aficionados al Siglo de Oro. En otras palabras, dejarse llevar justamente por los márgenes de esta época dorada, que a tantos cautiva hoy como ayer, pues en ellos Fernández Mansilla aspira, y lo hace con tino, a «recuperar personajes y asuntos que se quedaron en ese espacio en blanco del papel y han pasado mayormente desatendidos: mujeres ignoradas que fueron probablemente forzadas por sujetos consagrados; escritores que quedaron rezagados, por diversos motivos, en el canon literario actual; así como episodios poco conocidos en la pequeña historia de aquellos siglos, como los galeotes enfermos a los que nadie, salvo un funcionario, compadeció o la dama olvidada que inspiró un personaje literario famosísimo» (p. 82).

Con elegancia y humor, en un universo eminentemente melancólico —a mí parecer—, uno llega a preguntarse si la Elvira que aparece en el testamento de Garcilaso de la Vega, el toledano, «¿habrá sido solo una aventura, un lance de una noche, lo que groseramente llaman ahora un calentón?» (p. 12). A apreciar, con un dejo de lástima, el momento en el que Pedro de Rojas «comprendió que él también era, junto al músico, el enano y el perro que saltaba por el rey de Francia, una figura de la comedia y que tenía que cumplir como tal: se llenaría la boca con hazañas prestadas como el que más» (p. 21). Y esbozar una sonrisa pícara junto a «ese delincuente con aires de predicador, Mateo Alemán, aprendiz de todo, maestro de nada» (p. 31); maravillarse con esos otros fragmentos del testamento de Garcilaso, ahora el Inca, que revelan cómo dejó asegurados económicamente a Beatriz de la Vega, su criada, y al hijo que procrearon (pp. 47-50). Uno también puede llegar a deleitarse —aprovechando— con una instantánea que tiene lugar en la casa de Medrano —sí, el mismo que apellidó a la insigne Academia— en la cual Alonso de Castillo Solórzano resulta ganador del guante prometido al mejor poema (p. 59), apenas poco después de conmoverse con la inseguridad que, nos enteramos con algo de morbo, le generaba el latín rudimentario que manejaba el más prolífico de los novelistas del siglo xvii, figura bien estudiada por Rodríguez Mansilla, dicho sea de paso. Luego, pasar de ese enternecimiento a Salas Barbadillo, pesquisidor de figuras, para quien «lo que hacía don Alonso no era siquiera ser criado, sino lacayo, o peor que eso, un simple mochilero. Su pluma era como mula de alquiler: desastrada, barata y porfiada» (p. 62). Otro contrapunto, si se gusta.

Para no caer en más spoilers sobre la marcha, solo me resta decir que, si bien las Vidas imaginarias de la España de los siglos xvi y xvii presentadas por Rodríguez Mansilla no son de rigor para el siglodorista, sí lo son a su vez: por el ambiente, contexto, discurso y lenguaje recreados; y, al final, por la virtuosa osadía —espero se me excuse este último guiño a doña Zayas—. Vale.

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