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Nuevos antecedentes sobre los cuentecillos de Alonso, mozo de muchos amos (1624-1626), de Jerónimo de Alcalá Yáñez
New Sources about Cuentecillos of Jerónimo de Alcalá Yáñezʼ Alonso mozo de muchos amos

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 6, núm. 1, 2018

Instituto de Estudios Auriseculares

Miguel Donoso Rodríguez

Universidad de los Andes, Chile

Fecha de recepción: 26 Octubre 2016

Fecha de aprobación: 17 Noviembre 2016

Resumen: Alonso, mozo de muchos amos (1624-1626), de Jerónimo de Alcalá Yáñez, es un epígono picaresco de sumo interés para entender el proceso de evolución que siguió el género en España. Uno de sus atributos más logrados es la amplia variedad de cuentecillos y anécdotas que presenta. La dimensión cuentística, puesta por el autor al servicio del afán moralizador del protagonista, constituye un rico entramado que nos permite conocer mejor la tradición en la cual Alcalá Yáñez se inspira. En este trabajo intento despejar las incógnitas relacionadas con las fuentes de algunos de esos cuentecillos.

Palabras clave: Jerónimo de Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, cuentecillos, tradición y folklore, novela picaresca española.

Abstract: Alonso, mozo de muchos amos (1624-1626), by Jerónimo de Alcalá Yáñez, is a picaresque epigone of great interest to understand the process of evolution that this genre followed in Spain. The wide variety of cuentecillos and anecdotes that it presents constitutes one of its most accomplished attributes. The narrative dimension, introduced by the author to serve the moralizing zeal of the protagonist, builds a rich framework that allows us to know better the tradition in which Alcalá Yáñez is inspired. In this work my aim is to clear the unknown issues related to the sources of some of these cuentecillos.

Keywords: Jerónimo de Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, Cuentecillos, Tradition and Folklore, Picaresque novel.

Durante los siglos XVI y XVII el género picaresco en España da cuenta de un largo proceso que lo llevará, tras obras fundacionales como Lazarillo de Tormes (1554) y Guzmán de Alfarache (1599-1604), al camino de la decadencia y la desintegración. Es sabido que para conocer bien un género no basta con las cumbres; hay que adentrarse también en los epígonos. Alonso, mozo de muchos amos, obra también conocida como El donado hablador, publicada en dos partes, en 1624 y 1626, por el médico segoviano Jerónimo de Alcalá Yáñez, es un excelente ejemplo de esto. La novela nos introduce en la vida de Alonso, un pícaro moralizador —si se me permite tal contradicción— que cuenta su azarosa vida a un interlocutor (representante del mundo eclesiástico) en cada una de las dos partes de la obra. La estructura de la obra es, por tanto, dialogada, lo cual se convierte en una interesante innovación si tenemos en cuenta que por entonces el género se encontraba excesivamente desgastado debido al abuso de los autores en la utilización del relato autobiográfico en primera persona, iniciado en el Lazarillo y repasado, una y otra vez, en el Guzmán, el Buscón y en tantos otros títulos herederos de la tradición picaresca. Es dentro de esta narración autobiográfica, presentada en un marco dialogado, por tanto, que aparece algo que nos interesa en el contexto de este trabajo: la impresionante galería de amos a los cuales sirve el protagonista y la larga serie de cuentecillos y anécdotas que el autor intercala en la novela como apoyo de los sermones que Alonso dedica a esos personajes, reforzando así el carácter moralizador y satírico que permea la obra. Justamente la abundancia del repertorio de cuentecillos es quizá lo más peculiar del estilo narrativo del Alonso, aspecto comúnmente resaltado por la crítica. De nuestra novela se ha dicho que el afán didáctico que muestra el autor le lleva «a acumular en su relato multitud de cuentecillos, dichos ingeniosos, fábulas y apotegmas, ensartados a la manera de los enxemplos medievales» 1 ; que, «como es costumbre en las que más o menos pertenecen al género picaresco, se intercalan en ella, con copiosa frecuencia, bellas e interesantes historietas, anécdotas, fabulillas y cuentos que amenizan y avivan singularmente la narración» 2 . Chevalier, en fin, resume estas ideas definiendo el Alonso como una verdadera «marqueterie de contes traditionnels» 3 . El mismo hecho del servicio del protagonista a muchos amos estimula este verdadero fluir de cuentos y anécdotas que inunda la novela, ya que cada amo es un motivo folclórico que da pie a numerosos cuentos, chascarrillos y anécdotas alusivas.

Los numerosos cuentecillos que se recogen en el Alonso proceden sin duda de variadas fuentes escritas y orales. No hay que descartar la posibilidad de que el autor haya conocido muchos de ellos en el contexto de su laboriosa práctica de la medicina (que, como médico de beneficencia que fue, estuvo marcada por la atención a los más pobres y necesitados de Segovia, así como a la Hermandad de tundidores de la lana). El contacto con todos estos personajes debió proporcionarle un rico manantial de refranes y relatos folclóricos. Pero lo cierto es que estos cuentecillos deben provenir, en esencia, de una doble vertiente: fuentes escritas, especialmente las colecciones de cuentecillos y apotegmas, floretos de anécdotas y misceláneas (aunque sin descartar las comedias áureas o bien otras obras literarias anteriores o coétaneas); y fuentes orales, como es el caso de las muchas anécdotas que circularían en la época, transmitidas de generación en generación, muchas de las cuales con el paso del tiempo serían recogidas en fuentes escritas 4 .

Todos estos cuentecillos, de los cuales el Alonso es un buen reflejo, vinieron a enriquecer la literatura española del Siglo de Oro. La novela picaresca no fue ajena a este fenómeno: fuentes de este tipo aparecen en el Lazarillo, donde se han podido rastrear huellas del relato folclórico tanto en su materia como en su estructura 5 ; lo hacen con más evidencia aún en los relatos sobre estudiantes y pupilaje que aparecen en el Guzmán y en el Buscón, de donde Alcalá Yáñez llegó probablemente a copiar más de alguno, y también en los relatos del folclore propio de los ladrones que se recogen en La desordenada codicia de los bienes ajenos (1619) del doctor Carlos García.

La fuente de muchas de las anécdotas recogidas en estas obras no es escrita; en realidad se trata de relatos tradicionales que eran conocidos por un amplio espectro de la sociedad, no reducido solo a los sectores más cultos, relatos que fácilmente serían recordados por los autores, por tenerlos ya internalizados, al momento de escribir. Así lo ha demostrado Maxime Chevalier 6 , que ha comparado el material folclórico que comparten obras muy diversas. Alcalá Yáñez no es una excepción.

Sentada ya esta base, digamos que en el Alonso la presencia de estas fuentes se dispara, convirtiéndose en un fluir constante, abundante, especialmente de la tradición del cuento familiar, donde destaca la sátira de estados, con todo su folclore relativo a la vida de casados, aunque sin dejar de lado otros como los estudiantes y soldados, los médicos, los jueces y escribanos, religiosos y sacristanes, malos pintores, etc. En efecto,

mantenidas dentro de estrechos límites por Mateo Alemán, estas estampas familiares, pintorescas o satíricas, derivadas de los cuentos tradicionales, invaden La desordenada codicia de los bienes ajenos y El Donado Hablador, obras en las cuales favorece su desfile el esquema de la “sarta inorgánica de aventuras”, al cual se apegan unos novelistas escasamente dotados para construcción. Reflejan tales estampas, que tantas veces se han tomado por “documentos” y tantas tesinas divertidamente serias han alimentado, una sicología y una sociología vulgares, que quedan definidas en las páginas de los refraneros y las colecciones de relatos jocosos. La novela picaresca hunde con frecuencia sus raíces en el fecundo terruño de los cuentos tradicionales. Sus antecedentes, si vale parafrasear en esta ocasión la conocida frase de Gaston Paris, se llaman legión 7 .

De ahí el verdadero arsenal de variados cuentecillos y anécdotas de que hace gala nuestro autor. Pero la libertad del doctor Alcalá para elegir el material de sus relatos, como indiqué más arriba, se debió limitar a la elección de los personajes, porque, como señala nuevamente Chevalier,

la materia folclórica en seguida se impone a su imaginación. Nuestro novelista puede excluir de su libro venteros, pintores, ciegos, bulderos, arrieros, médicos, estudiantes y casadas. Pero, en cuanto admite tales personajes, ya quedan definidos para él, porque ya se le imponen unos modelos arquetípicos delineados por la tradición oral y los cuentos y chistes que acarrea la misma 8 .

Es, por tanto, una visión estereotipada, aunque hay una excepción entre todos estos personajes que desfilan por las páginas de la novela: la del médico, figura que de la mano del doctor Alcalá cobra un tinte más humano, lo cual, por la profesión del autor, es ciertamente comprensible.

Podemos contabilizar en nuestra obra más de una centena de cuentecillos, anécdotas y facecias (o como las queramos denominar), de muy diversa extensión (algunos alcanzan apenas un par de líneas, otros abarcan varias páginas), aunque ninguno llega a alcanzar la categoría de una novela intercalada en la obra.

Mi intención en este trabajo es volver una vez más sobre este abundante material cuentístico 9 . Ya apunté en mi edición crítica del Alonso que en los minuciosos trabajos recopilatorios de cuentecillos de Maxime Chevalier y Julio Camarena no se encuentran más que menciones esporádicas a algunos de los cuentecillos del libro de Alcalá Yáñez, y dediqué importantes esfuerzos a rastrear las fuentes de todo ese material tradicional y folclórico, pero no pudieron dejar de quedar algunas ignoradas. En los trece años transcurridos desde entonces me he encontrado, a veces abruptamente y sin esperarlo, con buena parte de las faltantes, que es justamente lo que me propongo exponer aquí. Voy a comenzar con los cuentecillos que anoté como «de fuente desconocida»:

a) Cuento del muerto que visita a su amigo vivo:

En el capítulo segundo de la Segunda parte del Alonso, que comprende la huida del protagonista del aduar de los gitanos y su posterior encuentro, al pie de un árbol, con el cadáver de un hombre ricamente vestido, Alonso narra el siguiente cuentecillo:

Podemos andar ya entre los difuntos, y no con aquel temor de aquel gentilhombre soldado de quien se cuenta que, habiéndosele muerto un grande amigo suyo, una noche se recogió en un aposento y muy melancólico comenzó de llorar su falta y desgraciada suerte, hasta que, ya vencido del trabajo y cansado de su llanto, se acostó en su cama, dejando una vela encendida sobre un bufete que en el aposento tenía. Pero no hizo más de meterse entre la ropa cuando, volviendo la cabeza, vio cerca de sí al difunto amigo, tan macilento y descolorido que le causó notable espanto; miráronse los dos y sin hablarse palabra, mas echó de ver que poco a poco se iba desnudando, hasta quedar en camisa; y, dejando los vestidos sobre el bufete donde la vela estaba, se vino a la cama del amigo y alzando la ropa se metió con él. Temeroso el amigo vivo, no hacía sino retirarse, apartándose lo más que podía, llegando a sí las mantas por en medio y casi sacando las piernas afuera, pero no de suerte que el difunto no le tocase con la una de las suyas, tan helada y fría que le pareció haberle penetrado todo el cuerpo con aquella frialdad, bien como si entre gran cantidad de nieve le hubieran sepultado; y quejoso de la mala vecindad que le hacía, le mostró algún desabrimiento con enojados ademanes; y el muerto, enfadado con la mala acogida que su amigo le había hecho, sin despegar la boca se volvió a vestir y sin despedirse se salió del aposento, dejándole tan fuera de sí que en muchos meses no pudo perder la turbación que había cobrado con la visita de su difunto amigo 10 .

En mi edición daba cuenta de la ignorancia que existía acerca de la fuente del cuentecillo, aunque indicaba también que, según Childers, este provendría probablemente de la literatura ejemplar (1939, p. 9). Pero al leer esa verdadera caja de sorpresas que es la obra miscelánea Jardín de flores curiosas (1570), de Antonio de Torquemada, me encontré con la siguiente versión del relato, indudable fuente de nuestro médico segoviano:

Otra es la que cuenta Alejandro de Alejandro en sus Días geniales, y porque viene al propósito os la quiero referir; y según el mismo Alejandro dice, le fue dicha por un gran amigo suyo, al cual encarece tanto y con tantas palabras por hombre verdadero y de muy gran crédito, que ninguna duda pone en que haya pasado real y verdaderamente. Y fue así: que éste tenía otro amigo, persona de mucha calidad, que con una grave enfermedad había mucho tiempo que padecía muy gran trabajo, y siendo aconsejado que para procurar su salud se fuese a los baños de Cumas, le rogó que se fuese con él; y yendo los dos juntos, y otros amigos suyos con ellos, con todo el aparejo necesario para tomar los baños y hacer su cura, estuvieron allá algunos días, en los cuales el enfermo se sentía cada día peor, de manera que se determinaron de volver a Roma, de donde habían salido, y viniendo por el camino, la enfermedad creció y se agravó tanto, y el enfermo se debilitó con ella y con el cansancio del camino de manera que en una hostería, donde acaso habían llegado, feneció sus días. Los que venían con él, doliéndose de su muerte, le enterraron con la mayor solemnidad que pudieron en una iglesia del lugar donde estaban, y allí se detuvieron algunos días haciendo sus honras y sacrificios, como en todo cumpliesen con la obligación que tenían; y hecho todo esto, tornaron a continuar su camino para Roma, y tomándoles la noche se acogieron a un mesón, en el cual este amigo del muerto se acostó en una cama que estaba sola en una cámara, y teniendo la puerta cerrada y una vela encendida, estando del todo despierto, súbitamente vio delante de sí al mismo amigo difunto y que había dejado sepultado, muy flaco y amarillo y los ojos hundidos; y como se hubiese llegado a la cama y le estuviese mirando sin hablar palabra se comenzó a desnudar sus ropas, que parecían ser las mismas que en vida traía, y a ninguna cosa de las que decía el que estaba en la cama le respondía, y así, después que estuvo desnudo, alzando la ropa se metió con él en el lecho, porque con el gran temor que había recibido estaba tan desmayado que no fue parte para estorbárselo. El muerto se llegaba a él, dando muestras de querer abrazarlo; y viéndose en este estrecho, y estando ya en lo postrero de la cama, adonde se había retraído, sacando fuerzas de flaqueza y poniendo la ropa en medio para que no pudiese llegar a él, comenzó a resistirle. El difunto, viendo su resistencia, y que se le defendía, mirándole con un gesto airado y mostrando muy gran enojo, se tornó a levantar y, vistiéndose y calzándose, se tornó a ir, sin que jamás pareciese. Él quedó en la cama, y fue tanto su temor y desmayo que de ello le sucedió una grave enfermedad, que le puso en lo último de la vida, aunque al fin escapó de ella. Y decía que cuando le hizo la resistencia para que no llegase a él, solamente le había tocado con un pie, el cual tenía tan frío que ninguna helada se le podía comparar 11 .

Cabe agregar que Julio Camarena y Maxime Chevalier, en su Catálogo tipológico del cuento folklórico español: Cuentos religiosos, describen el siguiente tipo: «Cuento tipo 769: La aparición cordial del hijo muerto» 12 , el cual figura en los índices de Stith Thompson como E324, con la siguiente caracterización: «Frecuentemente para que dejen de llorar». Ambos folcloristas reproducen en su trabajo una versión mallorquina del cuento, en catalán, tomada de Alcover, Aplec de Rondaies Mallorquines, agregando que existen versiones orales recogidas en Murcia y Mallorca. Por último, apuntan la existencia de una versión literaria en el Libro de los exenplos por A. B. C., la cual no he podido confirmar en mi revisión de dicha obra medieval.

b) Cuento de la mujer que resucita cuando intentan robarle

Inmediatamente a continuación del cuentecillo anterior Alcalá Yáñez introduce, reforzando la idea anterior del cuidado y respeto que hay que tener con los cadáveres, el siguiente relato:

No de menor consideración fue lo que me acuerdo haber leído en la Vida de los padres del yermo, en esta manera: en Alejandría moraba un hombre de tan malas costumbres que, a imitación de la hiena, no sólo se contentaba con robar a los vivos sino que aun los muertos no estaban seguros dél en los sepulcros. Pues como un día viese llevar a la iglesia una mal lograda doncella, y en aquellos tiempos se acostumbrase enterrar los muertos vestidos y la difunta fuese muy rica y sola en su casa, procuraron sus padres de que su adorno no sólo fuese el más curioso que se hubiese llevado, sino también el más costoso y rico. Notolo todo el codicioso ladrón y en viéndolo se juzgó por su dueño, pareciéndole que aquella presa imposible era escaparse de sus manos; y para esto aguardó a la mitad de la noche, cuando la gente suele estar con mayor silencio; y llevando consigo unas llaves falsas y una linterna, se fue solo a la puerta del templo y abriéndola buscó el sepulcro de la dama, que era como un suétano, adonde, no reparando en la ofensa de Dios en el temeroso acto en que se ponía, alzando una pequeña laude bajó por unas escaleras de piedra a un espacioso lugar, donde estaban depositados algunos cuerpos de otros difuntos, y entre ellos el de aquella señora; pero ya que llegaba al último paso, por no llevar con demasiado recato la luz de la linterna o por encontrar con la pared de la bóveda, o algún aire que le dio de parte de dentro, al tiempo que bajaba se le murió la vela y quedó a escuras; mas no por eso el atrevido mozo dejó de proseguir su desatinado intento, porque volviendo a subir por sus escalones se fue a la lámpara del Santísimo Sacramento, donde, habiendo encendido, se volvió a buscar su difunta dama, y comenzando desde los zarcillos acabó con los zapatos y calzas que llevaba puestas, no perdonando jubón, saya, faldellín ni faja; y como viese que la camisa que tenía vestida era nueva y muy labrada, pareciole que no cumplía con su demasiada codicia si se la dejaba puesta; y no contento con la demás ropa que la había quitado, la fue alzando la camisa; mas cuando la sacó las dos mangas, descubriendo el pecho, la muerta doncella se sentó en el suelo y, asiendo al ladrón de la mano, enojada le dijo: «¿Es posible, mal hombre, que no te contentaras con las riquezas que me habías quitado, sino también procuras quitarme una pobre túnica con que cubría mis virginales carnes? ¿Y el cuerpo que jamás ha visto hombre humano has querido tratar tú tan indecentemente, no reparando en ser yo doncella y de tan buena fama en toda la ciudad? Pues sabe que el Señor, por tu descortesía y atrevimiento, quiere que no quedes sin castigo y que yo tome la venganza deste delito». Y, diciendo esto, con los dedos le sacó los ojos. El desdichado sacrílego, ya que se vio —aunque sin vista— libre, temeroso de la humana justicia (ya que no de la divina), lo mejor que pudo salió de su suétano y a tiento se vino a la puerta de la iglesia; y abriéndola, se fue a su casa para llorar amargamente su pecado, llevándose de camino hartos golpes y calabazadas, ansí por el templo como por la calle 13 .

En mi edición del Alonso anotaba que el cuento de la mujer aparentemente muerta que revive cuando un ladrón intenta robarle es motivo folclórico (Thompson, K426), y que relatos análogos, con diversas variantes, se encuentran en Il Novellino de Masuccio (novela 33), y en la Scala Coeli de Jean Gobi. De nuevo Camarena y Chevalier, esta vez en su Catálogo tipológico del cuento folklórico español dedicado a los Cuentos-novela, recogen el «Cuento tipo 990: La aparentemente muerta revive» 14 . Corresponde al motivo folclórico K426 de Stith Thompson, con la siguiente caracterización: «A una mujer se le atora un anillo en la garganta. Es enterrada. Un hombre entra en la tumba para robar un anillo del dedo. La mujer vuelve en sí y regresa a su casa». Los mencionados folcloristas dan cuenta de versiones orales del relato documentadas en Valladolid y Ciudad Real. Reproduzco aquí un texto registrado por Julio Camarena en Fuenllana en 1982:

Esto fue, por lo visto, que se había muerto una chica joven. Y se había muerto porque se le había salido el hueso este de aquí de la espalda. Y era hija única; tenía el padre, por lo visto, muchísima pasta. Y le pusieron todas las joyas cuando murió. Entonces, la llevaron al cementerio. Pero no la enterraron, la dejaron como en una vitrina: una caja así, como de cristal transparente.

Y un chico de aquí quería quitarle las joyas. Y fue al cementerio. Entonces, se dio cuenta que lo que más valor tenía era el collar. Pero, claro, como se murió porque se le había salido el hueso este, pues el collar se le quedó encasquillao ahí y no podía salir. Entonces, fue él, estiró fuerte y hizo el hueso «¡clac!»: se le colocó. Entonces y que resucitó. Y que lo conoció a él y too, que era amigo suyo; le dijo:

―¡Juan, espérame!

Se pone:

―¡Anda y que te espere el diablo!

Y que salió corriendo 15 .

Una versión literaria algo lejana se encuentra en un conocido texto picaresco posterior, el Estebanillo González (1646), donde el cuentecillo resulta muy funcional a la cobarde condición del pícaro protagonista:

Sucediome (para que se conozca mi valor) que, llegando a uno de los enemigos a darle media docena de morcilleras, juzgando su cuerpo por cadáver como los demás, a la primera que le tiré despidió un ¡ay! tan espantoso, que solo de oírlo y parecerme que hacía movimiento para quererse levantar para tomar cumplida venganza, no teniendo ánimo para sacarle la espada de la parte adonde se la había envasado, tomando por buen partido el dejársela, le volví las espaldas y a carrera abierta no paré hasta que llegué a la parte adonde estaba nuestro bagaje, habiendo vuelto mil veces la cabeza atrás por temer que me viniese siguiendo 16 .

c) Cuento de los dos ladrones que se matan entre sí

Este cuentecillo se presenta en el inicio de la segunda parte de la novela, cuando, al ser expulsado Alonso del convento en que servía como donado, enemistado con los monjes, narra a su interlocutor, un vicario, el siguiente relato:

ALONSO. Había en cierto pueblo dos mancebos, tan amigos y conformes en las voluntades como viciosos y destraídos en sus costumbres y mal modo de vivir; nada escrupulosos, ejercitándose siempre en quitar a descuidados caminantes no solo la hacienda, sino también la vida. Entre los muchos robos que cometieron acertaron un día a quitar a un pasajero una joya tan curiosa como de subido valor y precio, de modo que si se partía entre los dos era quitarla todo su ser, y llevársela el uno era perder el otro demasiado; y así, cada cual de los salteadores la codiciaba y tenía puesta en ella su afición, no queriendo de ningún modo quedar sin la presa. El mayor, que presumía más de valiente, habiéndole rogado primero al compañero que se la dejase, echando de ver que no aprovechaban con él buenas palabras, pretendió llevarlo a punta de lanza, y con demasiados fieros y algunas pesadas razones se hizo dueño de su codicia. El otro cómplice, menor en edad, en cuerpo y fuerzas, mal de su grado hubo de tener paciencia, pero disimuló su enojo, aguardando ocasión en que pudiese vengarse; y como si cosa alguna no hubiera pasado hablaba y trataba con su mortal enemigo […]. Un día, pues, que, como otros muchos, acertaron a ir los dos a solas por unas alturas de un monte, tan estrecho por lo alto dél que ir juntos no era posible, y a los lados de la altura se iban desgajando innumerables pedazos de las peñas […], llegando a lo más levantado del monte, el agraviado y atrevido mozo se asió fuertemente con su descuidado compañero; y, abrazándose con él no con abrazo de paz sino de mortal odio que con él tenía, forcejó de suerte que le hizo venir a mal de su grado rodando por todas aquellas levantadas peñas. El otro, viendo el gran peligro que le amenazaba a la caída, no desamparó a su enemigo; antes le tuvo fuertemente asido de modo que se le llevó tras sí al caer, rodando los dos juntos, tan abrazados y dando tan rigurosos golpes por aquellos riscos que cuando llegaron a lo llano al uno le faltaba poco para espirar y el otro no estaba muy fuera de acabar su vida. Pero volviendo en sí al cabo de largo tiempo y hallando a su contrario a su lado, que aún no había muerto, animándose lo mejor que pudo cogió una piedra, y con algunos golpes que le dio con ella en la cabeza le acabó de matar, quedando muy satisfecho y contento de haber salido con su pretensión.

CURA. ¿Y en qué paró ese mal hombre?

ALONSO. En lo que suelen parar todos los vengativos y desalmados; porque acertando a pasar por aquella llanura unos arrieros, hallando al un hombre muerto y al otro tan cercano a la muerte, los llevaron a la ciudad; y, dando noticia a la justicia del caso, fue convencido el malhechor y sin tormento confesó su delicto, pagando su pecado en una horca. Y preguntándole el juez: «Venid acá. ¿No echábades de ver que si él os asía y caíades abrazado juntamente con vuestro enemigo, era forzoso haber de morir hecho pedazos y parar en el infierno, como él está, si Dios por su misericordia no le dio arrepentimiento de sus pecados?». «No ignoraba yo —respondió el sentenciado mancebo— el peligro a que me ponía; pero, señor alcalde, a trueco de vengarme y quitar la vida al enemigo que tanto aborrecía, no digo yo una muerte sino diez infiernos sufriera de muy buena gana, y eran pocos para mí» 17 .

En mi edición apunté que la fuente de este extenso relato resultaba bastante difusa, aunque se podían rastrear algunas similitudes en su formulación general con El Patrañuelo de Timoneda, obra de la cual Alcalá Yáñez bien pudo extraer el episodio en que dos ladrones se pelean por una joya dando uno muerte al otro 18 , pero otorgándole nuestro autor una conclusión aleccionadora que diluye su relación con El Patrañuelo y con la fuente directa de esta obra, el Decamerón de Boccaccio 19 , para terminar aproximándose, por su efecto moralizador, a la fábula clásica, específicamente a dos fábulas de Esopo: «Los enemigos» y «El atún y el delfín» 20 . Agrego ahora que en el Catálogo tipológico del cuento folklórico español: Cuentos religiosos, Camarena y Chevalier registran el siguiente motivo: «Cuento tipo 763: Los descubridores del tesoro se matan entre sí» 21 . En la caracterización del tipo explican lo siguiente: «Dos cazadores hallan un tesoro. Uno de ellos pone veneno en el vino del otro, pero este lo mata, bebe el vino, y muere. Thompson, K1685». Apuntan también la existencia de versiones orales en castellano (Asturias y Córdoba), catalán y vascuence, así como en portugués y francés. Los referidos folcloristas recuerdan también varias versiones literarias del motivo, entre las que destacan las de Geoffrey Chaucer, “El cuento del bulero” (Canterbury Tales, VI, 4); Abubéquer de Tortosa, Lámpara de príncipes, I, pp. 49-51; San Vicente Ferrer, Sermones de Sanctis, III, fol. 174b; Francisco Santos, Gigantones de Madrid, e incluso Rudyard Kipling, «El ankus del rey», de su The Second Jungle Book 22 .

d) Cuento del recién casado que logra la sumisión de su esposa-fiera:

También en la Segunda parte del Alonso, en el capítulo tercero (y en circunstancias que el pícaro, hallándose en Zaragoza, contrae un desafortunado matrimonio), el protagonista intercala en su narración el siguiente relato, el cual por supuesto se enmarca en la sátira de estados:

Acordábame de un manchego recién casado a quien deparó Dios una compañera bien semejante a la que yo tenía; que, habiéndole contado los casamenteros su vida y milagros, en desposándose que se desposó la miró la cabeza y brazos, y, preguntándole ella qué ceremonia era aquella, la respondió: «Hanme dicho, señora, que es vuesa merced muy mal acondicionada y que a pesadumbres quitó la vida al otro malogrado; y hallo por mi cuenta que es testimonio que la levantan, pues con haber poco más de quince días que enviudó no tiene señal en el rostro ni cicatrices en la cabeza; el brazo está entero y yo no hallo lesión alguna, de donde colijo que debe de ser vuesa merced una santa; que, a ser tal como me dijeron y tan desabrida de condición, no era posible sino que alguna vez saliera de madre el pacífico marido, mi antecesor, dejando impresas algunas señales de su cólera». Y palabras fueron estas de tanta eficacia para la recién desposada que en cuanto duró su matrimonio nunca tuvo pesadumbre con su marido, temerosa de lo que al principio le había oído decir 23 .

Nuevamente Camarena y Chevalier registran en su Catálogo tipológico del cuento folclórico español: Cuentos-novela, el «Cuento tipo 901: La fierecilla domada» 24 , con la siguiente caracterización: «La menor de tres hermanas es una fiera. A causa de su desobediencia, el marido le pega un tiro a su perro y a su caballo. Logra la sumisión de la esposa [Thompson T251.2». Ambos folcloristas dan cuenta de numerosas versiones orales del relato en castellano (registradas en Zamora, Asturias, Valladolid, Salamanca, Cáceres, Badajoz, Ciudad Real, Sevilla…), y también algunas en catalán y gallego, así como una versión americana en Cuba. El mismo Chevalier recuerda la presencia del motivo en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz:

Descalabró uno a su mujer por cierta terribilidad que en ella había, y curola con mucha costa y cuidado; tanto, que ella decía entre sí: «Yo estoy segura que de aquí adelante no ose mi marido hacerme mal, por no gastar otro tanto como ha gastado». Entendiendo él el contentamiento de su mujer, desque estuvo sana, en presencia de ella, hizo cuenta con el boticario y cirujano. Y, averiguada cuenta con ellos, dijo:

―Señores, yo os debo tantos reales. Helos aquí, y tomad otros tantos para otra vez, si se ofreciere que lo haya menester mi mujer 25 .

En el ámbito literario el motivo está presente ya en la literatura española medieval: así en Don Juan Manuel, El Conde Lucanor, ejemplo 35 y en Francesc Eiximenis, Contes, 6. También figura en el teatro áureo, en Pedro Calderón de la Barca y su obra Dicha y desdicha del hombre, jornada segunda. Asimismo en la literatura francesa, en los Fabliaux de Legrand Dʼ Aussy y Montaiglon-Raynaud 26 .

e) Anécdota de San Benito y las dos viejas conversadoras

En el capítulo tercero de la primera parte de la novela encontramos a Alonso sirviendo a un sacristán, a quien nuestro protagonista recrimina su falta de recato y piedad en el templo. Ante la desabrida respuesta del amo, Alonso, para evitar nuevas rencillas, decide refugiarse en el recinto sagrado, lo que narra así:

Íbame a mi iglesia y allí […] hallaba algunas reverendas viudas con tanto entretenimiento y plática como si estuvieran en su casa o en su estrado muy de propósito con sus visitas. Como yo había menester poco, llegábame a ellas y decíales: «Señoras mías, adviertan que dice Dios por su profeta que Su templo es casa de oración, y no de conversación; y que el venerable Beda enseña que el que habla en la iglesia no habla él, sino el diablo en él. Y para que lo entiendan, les quiero contar lo que le sucedió al gran padre San Benito, el cual, como una vez estuviese en oración en el coro, alzando los ojos vio sentado en una cabeza del madero que salía de la pared del templo un espantoso y feo demonio; reparó en lo que se ocupaba y vio que muy apriesa estaba escribiendo en un pergamino lo que hablaban dos vejezuelas que estaban sentadas por bajo de donde él estaba, y dábanse tanta priesa en su plática que, aunque el escribano no lo hacía mal ni era perezoso ni escribía por hojas, metiendo la más letra que podía, alargando renglones y usando de abreviaturas, vínole a faltar en qué escribir; y enojado con el poco recado que había traído, asió con los dientes del pergamino para estirarle y que diese de sí; pero como tenía colmillos agudos, tirando con mucha fuerza, rompiose el pergamino y él se dio una gran calabazada en una esquina de la pared, que no fue de poca risa para el glorioso abad. Los monjes, viendo aquella inusitada descompostura en su prelado, deseosos de saber la causa, se la preguntaron, y el santo les respondió cómo por ver descalabrar al demonio había sido su risa de aquel modo. Bajó al cuerpo de la iglesia, reprehendió a las buenas viejas por lo mucho que habían parlado, dando ocasión al enemigo del linaje humano para que de todo cuanto entre las dos habían comunicado el acusador suyo lo tuviese puesto por memoria para el día del juicio, adonde ni una sola palabra se les perdonaría» 27 .

Al anotar este pasaje en mi edición ya apuntaba que la anécdota podía provenir de diversas fuentes, y que la atribución a San Benito era infundada, porque no aparece en el Libro segundo de los Diálogos de San Gregorio Magno, considerado única fuente fiable de la vida y milagros de este santo del siglo VI d.C.; así como que era más probable que correspondiera a San Martín de Tours (h. 316-397 d.C.), al cual le habría ocurrido el episodio mientras se encontraba celebrando misa: de hecho, según Réau en su Iconografía del arte cristiano, que reproduce esta misma anécdota, el relato figura en la Vie et Miracles de saint Martin (Paris, 1516) 28 . También mencionaba en el Alonso que se repite esta anécdota en el Speculum historiale de Vincent de Beauvais (libro 7, cap. 118) y en el Gargantúa de Francois Rabelais (cap. 6). Pero el motivo estaba mucho más cerca de lo pensado; la fuente más probable de Alcalá Yáñez no debió ser, como suponíamos, francesa, sino española. En efecto, la anécdota figura en una obra medieval del ámbito hispánico:

Dicen de un sancto que hobo nombre Siro un dicho maravilloso, el cual se suele decir de otro ta[l] sancto hombre una mesma cosa por diversas personas. Segund dicen, este Siro era de tanta honestidat e autoridat que nunca reía del todo, aunque en la cara siempre estaba alegre. E un día, estando en la iglesia administrando a Sant Feliz que celebraba, vino muy grand riso a este Siro. E cuando lo vio Sant Feliz maravillose muy mucho e, acabada su misa, preguntó a Siro por qué razón tan fuertemente reía en la iglesia, que solía ser de tan grand abtoridat e honestidat. E él respondió que viera al diablo estar en la iglesia escribiendo los nombres de todos los que en ella fablaban e estaban disolutamente, e desque en la cal non pudo más caber, quísola extendijar con los dientes e resgose, e dio tan grand golpe en la paret que sonó el golpe; e el diablo, confuso, desaparesció. E por esta visión dijo que se moviera a riso, veyendo al diablo así escarnescido 29 .

f) Episodio trágico de la viuda valenciana

Para finalizar este recorrido, traigo a colación un relato que aparece en el capítulo séptimo de la primera parte del Alonso, cuando nuestro pícaro oficia como criado de una viuda valenciana. El episodio termina de forma trágica cuando un mulato pretendiente de la viuda, al ser rechazado por esta, intenta violentarla. Pero la astuta mujer logra encerrarse en una habitación con llave, ante lo cual el mulato, desesperado, intenta extorsionarla matando a su pequeño hijo, pero no logra vencer la virtud de la mujer, que finalmente mata al hombre con un hacha en el boquete en que este se queda atorado 30 . Al anotar este cuentecillo, perfectamente insertado en la trama de la novela, apuntaba que es motivo folclórico presente en Thompson, tipo K1227, y que sus fuentes eran probablemente italianas, con presencia en La Piacevol Notte de Granucci o en las Novelle de Lando, así como en la Historia de Dorido y Clorinia para el episodio de la decapitación del mulato en el boquete. Agrego ahora el importante aporte de Camarena y Chevalier, que registran en su Catálogo tipológico del cuento folclórico español: Cuentos-novela, el «Cuento tipo 956b: La muchacha lista, sola en casa, mata a los ladrones» 31 , en el cual agregan dos motivos folclóricos: el K912 y K411.1, y reproducen la versión que figura en los Cuentos populares de Castilla y León, de Aurelio Espinosa hijo, indicando, además, que el relato cuenta con numerosas versiones orales en castellano (Cantabria, Toledo, Asturias, Segovia, Zamora, Cáceres, Ciudad Real…), catalán y gallego; así como versiones judeo-españolas, portuguesas e hispanoamericanas.

Conclusión

Un elemento muy destacado de la novela picaresca Alonso, mozo de muchos amos es su abundante material cuentístico, el que plantea importantes desafíos a la hora de desentrañar sus fuentes. En este trabajo he pretendido consignar las de algunos relatos contenidos en la referida obra, hasta ahora desconocidas, y por otra parte completar el panorama respecto de otros. He escogido los que me han parecido más relevantes desde el punto de vista de la anotación, sea porque al momento de publicar mi edición sus fuentes eran desconocidas, o bien porque justo en la época en que concluí mi tesis doctoral aparecieron estudios de folcloristas en los cuales esas fuentes quedaban desentrañadas. No hay que olvidar que en el sistema de producción de textos del Siglo de Oro la cuentística y el folclore juegan un rol de principal importancia, enriqueciendo los textos con un importante caudal de relatos. Alonso, mozo de muchos amos no es la excepción, como espero haber demostrado en estas líneas.

Bibliografía

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Gili Gaya, Samuel, «Jerónimo de Alcalá y la tradición novelesca», Estudios Segovianos, 1, 1949, pp. 259-262.

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Timoneda, Joan, El Patrañuelo, ed. José Romera Castillo, Madrid, Cátedra, 1986.

Notas

1 Gili Gaya, 1949, p. 261.

2 González Herrero, 1955, p. 105.

3 Chevalier, 1976.

4 Para todo este tema ver la «Introducción» de Chevalier, 1975.

5 Así lo han demostrado los estudios de Bataillon, 1968 y Lázaro Carreter, 1972.

6 Ver Chevalier, 1979.

7 Chevalier, 1979, p. 342.

8 Chevalier, 1979, p. 342.

9 Remito al apartado que en mi edición del Alonso dediqué a este tema (pp. 39-48).

10 Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, pp. 561-562. En adelante cito esta obra simplemente como Alonso.

11 Torquemada, Jardín de flores curiosas, pp. 275-276.

12 Camarena y Chevalier, 2003b, pp. 153-157.

13 Alonso, pp. 562-564.

14 Ver Camarena y Chevalier, 2003a, pp. 481-482.

15 Camarena y Chevalier, 2003a, p. 481.

16 La vida y hechos de Estebanillo González, I, p. 317.

17 Alonso, pp. 508-509.

18 Ver Timoneda, El Patrañuelo, patraña 22, pp. 295-302, donde se narra el conocido «Cuento de los dos amigos».

19 Ver Boccaccio, Decamerón, Novela 8, jornada 10.

20 Ver Esopo, Fábulas, núms. 68 y 113, respectivamente.

21 Ver Camarena y Chevalier, 2003b, pp. 139-140.

22 Camarena y Chevalier, 2003b, p. 140.

23 Alonso, pp. 590-591.

24 Camarena y Chevalier, 2003a, pp. 235-238.

25 Santa Cruz, Floresta española, VII, I, núm. 26.

26 Registran estas fuentes Camarena y Chevalier, 2003a, p. 238; Chevalier, 1983, pp. 106-107.

27 Alonso, pp. 267-269.

28 Ver Réau, 1997, tomo 2, vol. 4, p. 362.

29 Libro de los exenplos por A. B. C., núm. 382, que lleva por título «Ridere aliquando non est reprehensibile».

30 El episodio en el Alonso, pp. 407-411.

31 Ver Camarena y Chevalier, 2003a, pp. 435-439.

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