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Francisco Pizarro, el héroe hacedor de mitos
Francisco Pizarro, the Myth-making Hero

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 6, núm. 1, 2018

Instituto de Estudios Auriseculares

Martina Vinatea

Universidad del Pacífico, Perú

Fecha de recepción: 29 Diciembre 2016

Fecha de aprobación: 25 Enero 2017

Resumen: El propósito de este trabajo es presentar a Francisco Pizarro como el héroe del poema Fundación y grandezas de la muy noble y leal ciudad de Lima, de Rodrigo de Valdés (1687). En el poema, Pizarro es presentado como centauro, viracocha; es el protagonista de la conquista, vehículo para la instauración del mito de Lima como el jardín del Edén donde nacerá la rosa de salutífera fragancia: santa Rosa de Lima.

Palabras clave: Épica, virreinato del Perú, siglo XVII, Pizarro, Santa Rosa de Lima.

Abstract: The purpose of this writing is to present Francisco Pizarro as the hero of the poem Fundación y grandezas de la muy noble y leal ciudad de Lima from Rodrigo de Valdés (1687). In the poem, Pizarro is presented as centaur, viracocha. He is the protagonist of the conquest and a vehicle for the instauration of Lima’s myth as the Eden’s garden where the fragrant rose is meant to be born: Saint Rose of Lima.

Keywords: Epic, Viceroyalty of Peru, Seventh century, Pizarro, Saint Rose of Lima.

La única edición conocida del poema Fundación y grandezas de la muy noble y muy leal ciudad de los Reyes de Lima es la que llevó a la imprenta el sobrino y primo hermano del autor, Dr. Francisco Garabito de León y Messía, cura rector de la iglesia metropolitana de Lima. El poema fue publicado en Madrid, en la imprenta de Antonio Román, en 1687.

Las noticias biográficas de Rodrigo de Valdés (1609-1682) son muy limitadas y se reducen a aquellas que presentó el padre Francisco del Cuadro S.J. y que aparecen en los preliminares del poema. Rodrigo de Valdés fue hijo del general Rodrigo de Valdés y de Elvira de Illescas, quien pertenecía a la influyente familia León Garavito-Illescas. Ingresa a la compañía de Jesús alrededor de 1930 y después de realizar sus probaciones en Huarochirí y Huancavelica, pertenecientes al virreinato del Perú, regresa a Lima el año 1642 y se incorpora al Colegio Máximo de San Pablo, donde enseña Lectura teológica. Poco tiempo después, sus superiores le encargan la congregación de Nuestra Señora de la O, principal ministerio del Colegio Máximo que administró durante 22 años. También era apreciado por su talento en el púlpito, por su elocuencia y sólida doctrina. Luego, enferma de algún «mal hipocondriaco e imaginario con turbulentas aprehensiones, pavores y espanto del alma» 1 y muere en 1682 no sin antes pedir que su poema Fundación y grandezas fuera destruido.

El poema de Valdés, que canta a la Lima fundada por Pizarro, está compuesto por 571 cuartetas octosilábicas con rima asonante, divididas en 38 cantos —o párrafos como los llama el autor—, en las que se entremezcla el español con palabras latinizadas que pueden leerse perfectamente, pues las palabras son de uso corriente y su escritura latina permite que se lean bien en español.

En el primer canto, el yo poético anuncia su propósito: cantar a Lima a quien presenta como el sol que ofrece benéficas luces para iluminar las heroicas y sublimes causas; es decir, los motivos, las razones que llevaron a fundar la capital de los nuevos reinos del Perú, un espacio privilegiado de la geografía de lo maravilloso. La conquista y la fundación de Lima se traducen en glorias inmortales y en inmensas gracias (beneficios y dones). Es una metrópolis de tanta majestad que ostenta en un esclarecido lugar de su escudo las tres coronas de los reyes magos 2 . Cuando la noche usurpa la luz del día, Lima sigue coronada, pues en el firmamento se aprecian las siete estrellas que conforman la corona que Baco dio a Ariadna (que es ‘perúvica’ o peruana). Lima, al igual que Ariadna con Teseo, da hebras de oro —en realidad, abundantes minas— a los cristianos españoles para salvarlos.

Luego de presentar el argumento, el yo poético dedica su obra al príncipe Carlos, quien después se convertiría en Carlos II de España, el último rey de la dinastía Habsburgo. En el canto décimo se inicia propiamente la alabanza a Lima. La primera imagen que presenta es la del paseo del pendón real que era una ceremonia habitual en las principales ciudades de la América española cuya función era conmemorar la fundación de la ciudad. En el desfile, encabezado por el estandarte real, participaban las principales personalidades de la administración colonial. El yo poético saluda a Lima, la califica como «dulcísima» y la compara con Roma. La ciudad adora las reliquias de los Reyes Magos cuyas coronas ostenta en su estandarte. Las estrellas que se observan en el cielo de Lima se asemejan a la estrella de los Magos que fueron proféticas en Arabia, que se hicieron presentes en Belén y que anuncian las victorias y glorias de la capital de los nuevos reinos del Perú 3 . Lima espera triunfos, glorias que reconocerán Europa, Asia y África que —aunque distantes— la adoran por su fama de tantas excelencias. En suma, un lugar tan perfecto que sería muy difícil hallar un lugar mejor para que naciera la «flor de Lima», Rosa de Santa María. Como puede verse, el poema representa una translatio imperii: el esplendor perdido de la antigua Roma, se traslada al Nuevo Mundo; es decir, una suerte de cambio de escenario que retoma la autoridad histórica, porque —para Valdés— los Reinos del Perú son equiparables a la importancia y majestad del imperio romano.

Luego, empiezan a describirse las hazañas de los conquistadores personificados en Pizarro: el descubrimiento del Mar del Sur y la posesión en nombre de los reyes de España de los nuevos reinos. Los conquistadores, católicos argonautas, se comparan con centauros marinos que profanan los reinos de Neptuno. El yo poético invoca a la Musa que le permita cantar las glorias y el valor del extremeño Pizarro, héroe de Hesperia. Para el descubrimiento y conquista de las Indias, los espumosos centauros demuelen las aparentemente inaccesibles y formidables columnas de Hércules y se enfrentan a las iras Neptuno. Los católicos argonautas, nobles viracochas 4 aran el mar de color de zafiro y fecundan sus gratas espumas. El primer triunfo fue el de Balboa quien descubre el Mar del Sur y Tetis es quien confirma las posesiones del Pacífico, que hasta ese momento no habían sido tocadas por navegantes occidentales. Las posesiones o extensiones de ese mar ignoran límites. Este descubrimiento es admirado por Europa, Asia y África que ponderan que haya liberado a los pobladores de América del tiránico imperio que tenía sus cervices oprimidas.

Pizarro es presentado como el gran héroe de la conquista del Perú. En el canto XI, el yo poético le pide a Clío que ayude a cantar «de Pizarro diligencias»; es decir, aquellos medios e industrias que empleó con el fin de conquistar el Perú y fundar Lima.




Ver notas 5, 6, 7, 8, 9 y 10 .

La manera como se refiere Valdés a Pizarro es usual entre los escritores de la época (aunque, ciertamente, Pizarro tuvo detractores como Cieza de León). Muchos autores coinciden en considerarlo el héroe de la conquista, un nuevo Eneas que funda una nueva Roma:

Don Francisco Pizarro, conquistador destos Reinos, digno de mayor fortuna y eterna memoria, por primer padre, y segundo Rómulo, fundador dicha ciudad de Lima, nuevo del Perú. Constantino en la edificación primera de este templo: a cuyo valor deben estos reinos su fe y España estos Reinos. Su sudor invencible fecundó de perlas el mar y de palmas los campos. […]De Pizarro, que navegó por entre perlas del Sur y corrió por sedientos arenales, dando fuerza a sus trabajos y posesión a su esperanza, y animosamente se arrojó a quitar de la frente y manos de Atahualpa el supremo señorío de la América, arrojándola a los pies del cetro y sobre los hombros católicos de España, apenas se oye su nombre en el Perú, apenas se cuentan sus hazañas, ni se pondera su coraje y valencia ¿Quién ha sabido referir las singulares y no creídas proezas de aqueste conquistador a quien la deshecha fortuna de mar y tierra hizo explorar los trucos y riquezas del Perú? ¿Qué Virgilio Español ha tomado a su cargo esta navegación, como el otro, que cantó la de Eneas por el mar Tirreno? ¿Qué Valerio de aquella insigne universidad de los Reyes ha querido celebrar el vellocino de oro, que hallaron tantos Jasones y mares navegados por tantos Argonautas valerosos? (Francisco de Echave y Assu, 1688, pp. 113-114).

Veamos ahora cuál es el estatuto del héroe y si se ajusta a Pizarro. Campbell asegura que «el héroe es el hombre cuya misión es alcanzada por él mismo» (Campbell, 2006, p. 22), la misión, en el caso de Pizarro, es fundar Lima, el Edén donde pueda brotar la flor más fragante: santa Rosa. En el poema de Valdés es evidente la lectura providencialista de la fundación de Lima y, en realidad, de toda la conquista del Perú. Pizarro es el vehículo para la instauración del mito fundacional. La misión del héroe suele vincularse con un viaje que emprende por una llamada imperativa. El héroe debe ser capaz de superar sus limitaciones, su entorno, su historia personal y se convertirá en un ‘arquetipo’; es decir, «una forma o imagen de naturaleza colectiva, que se constituye en mito y que al mismo tiempo es un producto autóctono e individual de origen inconsciente» (Jung, 1938, p. 63).

Porras Barrenechea asegura que Pizarro representa a cabalidad el arquetipo del conquistador: heroico, ambicioso, anárquico. Pizarro es la figura más arrogante de la conquista: «es un hombre de acción que está en perpetua actividad, espíritu sin amarras ni raíces sentimentales, presto a desligarse de todo, sin más perspectivas que las del futuro, sin mirar atrás en la propia vida ni en la de los otros, fugitivo de sí mismo y de toda intimidad asentadora […] Tuvo en el más alto grado esos tres heroísmos que Blanco-Fombona (Blanco, 1974, p. 126) ha señalado como distintivos del conquistador español: heroísmo ante los hombres, ante la naturaleza y ante lo desconocido» (Porras Barrenechea, 1978, pp. 32-33).

Bernard Lavallé sintetiza la historia inicial de Pizarro del siguiente modo: «bastardía, analfabetismo, relativa marginalidad social, vagabundeo militar sin perspectivas, todo convergía para hacer de Francisco Pizarro uno de los soldados anónimos de los que rebosaba ya España en vísperas de lo que iba a ser su Siglo de Oro, y a los que ella no ofrecía nada que infundiese entusiasmo» (Lavallé, 2005, p. 27); sin embargo, ese personaje sin perfil definido se convierte en el conquistador del Perú y en el Marqués Gobernador. Este importante biógrafo describe los primeros años de Pizarro como «la oscura infancia de un bastardo» (Lavallé, 2005, pp. 19-27). No se sabe con exactitud el año de nacimiento, pero uno de los más importante biógrafos, José Antonio del Busto Duthurburu, señala el año de 1478 como el de su nacimiento (Del Busto, 2001). Su padre, Gonzalo Pizarro y Rodríguez de Aguilar fue un noble extremeño dedicado a las armas que participó en la reconquista Granada. Su madre, Francisca González, una criada del convento san Francisco, el Real, de Trujillo de Extremadura. Francisco Pizarro nunca fue reconocido por su padre; sin embargo, mantuvo siempre buenas relaciones con sus hermanos tanto de padre como de madre. Es más, la ‘fratría’ de los Pizarro: Francisco, Juan, Gonzalo, Hernando Pizarro y Francisco Martín de Alcántara, hermano uterino, fueron quienes gobernaron los reinos recién conquistados y casi todos pagaron con su sangre su enorme osadía.

Valdés compara a los conquistadores con Teseo y a Lima como Ariadna. Esto nos permite entender la dimensión heroica de Pizarro, pues al igual que «Teseo llega a Creta de fuera como símbolo y brazo de la creciente civilización de los griegos» (Campbell, 2006, p. 23), Pizarro llega al Perú como símbolo de un nuevo orden y brazo del más grande imperio de la cristiandad. Asimismo, Pizarro sigue el camino habitual de la aventura mitológica que se representa en los mitos de iniciación: separación-iniciación-retorno (Campbell, 2006, p. 35).

Pizarro inicia su aventura cuando deja Trujillo de Extremadura (según la leyenda, huye por haber perdido parte de la piara que debía cuidar). A pesar de la oscuridad de los primeros años, al parecer, primero va a Italia (1495-1498) y sirve, como hombre de tropa, bajo las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdova, el Gran Capitán. Luego vienen —al decir de Del Busto— «los años oscuros» hasta que se embarca en Sevilla hacia el Nuevo Mundo: lugar de prodigios sobrenaturales, lugar donde los mitos que poblaron el imaginario del medioevo cobran vida. Sobrevive al viaje y comienza su aventura americana. Son veinte años de aprendizaje que transcurren entre 1502 y 1522 11 .

El «llamado a la heroicidad» o iniciación empieza a mediados de 1509 cuando formaba parte de la expedición de Alonso de Ojeda que fue hacia lo que después se convertiría en Cartagena de Indias. La respuesta de los aborígenes fue muy violenta. En el fortín de los españoles quedaban muy pocos soldados y Ojeda decide volver a la Española en busca de refuerzos y deja a Pizarro al mando del fortín, lo elige porque descubre en él «sólidas cualidades de resistencia y mando» (Lavallé, 2005, p. 36). Cumplió escrupulosamente su misión e inicia su historial entre los conquistadores. Poco después, en 1511, Vasco Nuñez de Balboa lo nombra su lugarteniente en la expedición que descubriría el Océano Pacífico, o Mar del Sur. Balboa le encarga varias incursiones en los nuevos territorios y Pizarro cumple con gran efectividad las misiones encomendadas. Luego, fue lugarteniente de Luis Carrillo en las regiones de Abrayme y Teruy; de Gaspar de Espinosa; de Juan de Tavira para descubrir la región del Debaide y luego el hombre de confianza de Pedrarias Dávila. Pasa a Panamá donde figura con el grupo de los primeros habitantes donde fue regidor, primer magistrado y alcalde. En 1519, otro extremeño, Hernán Cortés, sale de Cuba y llega a Tenochtitlán. Ese importante descubrimiento enciende la sed de conquista entre los españoles afincados en América, entre ellos Pizarro, quien se encontraba en Panamá que, en ese momento, era un lugar marginal y siente el «llamado a la aventura», debía tentar fortuna en regiones aún inexploradas. Por ello, Pizarro, Hernando de Luque y Diego de Almagro constituyen la llamada Compañía del Levante que tiene como finalidad ir hacia el Sur en busca del ‘Perú’ o ‘Birú’ del que habían tenido noticia después de las referencias que le dieron a Pascual de Andagoya en una expedición que había realizado. El primer intento, o «inicio del camino de las pruebas impuestas al héroe» (Campbell, 2006, p. 40), se realiza con el viaje de 1524 y termina siendo un sonado fracaso, pero Pizarro no se desanima, convence a sus hombres de seguir. El segundo viaje se realiza entre 1526 y 1528 y en ese viaje «se sitúa uno de los episodios más célebres de la conquista americana» (Lavallé, 2005, p. 64) 12 : la demarcación en la Isla del Gallo, donde Pizarro —desenvainando la espada— traza una línea sobre la arena y propone pasarla a aquellos que no querían regresar a Panamá pobres y fracasados, sino que más bien preferían la gloria venidera del Perú. Trece de sus hombres cruzaron la línea, los llamados Trece de la fama.

Siguen adelante en su empresa y se ven recompensados cuando capturan una embarcación indígena que tenía objetos de oro, esmeraldas, perlas y luego, llegaron a territorios que hacían presagiar que encontrarían las —hasta ese momento— míticas tierras del Perú. Para poder acometer el tercer viaje y con el primer botín encontrado, Pizarro se embarca hacia España para pedir a la corona le autorice el descubrimiento y conquista del Perú. El héroe retorna a su lugar de origen, pero en este caso no para quedarse, sino para poder proseguir su aventura. Se entrevista con el propio Carlos V y consigue por medio de las Capitulaciones de Toledo el título vitalicio de Gobernador general y capitán general del Perú y le conceden a él también el título de Adelantado, que —en realidad— estaba previsto para Almagro. Con estas capitulaciones se inicia la enemistad entre los principales socios de la conquista. El héroe tiene su némesis.

Hasta ahora, «el héroe ha iniciado su aventura en una región de prodigios sobrenaturales, se ha enfrentado a fuerzas fabulosas y gana una victoria decisiva. Luego, el héroe regresa de su aventura con el poder de otorgar dones a sus hermanos» (Campbell, 2006, p. 35): en el viaje de regreso a España, va a Trujillo de Extremadura y convence a sus hermanos de padre y de madre de acompañarlo en la aventura americana.

Pizarro regresa a América en 1530 e inicia el tercer viaje con la finalidad de conquistar el Perú. Después de recibir las noticias de las Capitulaciones de Toledo, se producen tensiones y desconfianza entre Pizarro y sus socios. De Luque convence a Pizarro de dar mejores condiciones a Almagro por el bien de la expedición: una gobernación que empezaría en los límites del territorio que el Rey le había otorgado. Se amistaron, comulgaron de una misma hostia y se encaminaron a la tercera expedición, la llamada «campaña equinoccial». Continúan las penurias y los enfrentamientos. Pizarro da muestras permanentes de su liderazgo y su habilidad política: divide a los indios. Tiene noticia de las luchas dinásticas entre Huáscar y Atahualpa, mantiene las divisiones entre ambos mandos (divide y reinarás) y logra hacerse del imperio de los incas. «El efecto de la aventura del héroe cuando ha triunfado es desencadenar y liberar de nuevo el fluir de la vida en el cuerpo del mundo» —dice Campbell— (Campbell, 2006, p. 44), pero el triunfo del extremeño ha sido sangriento y esa será la marca de la conquista y de la propia muerte de Pizarro, quien es asesinado por Diego de Almagro, el mozo y un grupo de «los de Chile» que vengan en el marqués gobernador la muerte de Almagro. Su cuerpo fue enterrado en la catedral y con el transcurrir de los años quedó confundido con otros cuerpos allí sepultados. Estudios realizados a partir de los años 80 del siglo XX y actualizados en la década recién pasada, nos informan que en la catedral de Lima efectivamente están los restos de Pizarro y lo señalan como un hombre alto para su época (1.74 cm), como su padre al que llamaban «el largo»; y que desarrolló gran actividad física (solamente pensemos en las leguas y leguas que caminó). Sin embargo, la imagen completa que estamos tratando de reconstruir nos acerca a un hombre valiente, tenaz, inteligente y, como dice María del Carmen Martín Rubio, «un hombre que agregó al imperio de Carlos V una enorme provincia, cuyo territorio alcanzó más de cinco millones de kilómetros cuadrados; es decir, diez veces más que el área territorial de la propia España, que tiene poco más de quinientos mil kilómetros cuadrados; una provincia descubierta, conquistada y urbanizada bajo su total esfuerzo y con su propia economía» (Martín, 2014, pp. 385-386). Asimismo, debe recordarse que las riquezas americanas permitieron sustentar económicamente al imperio.

Ahora bien, volvamos al poema que nos ocupa. Al presentar a Pizarro como el gran héroe de la conquista, Valdés atenúa los hechos de sangre y los muchos despropósitos que se cometieron durante la conquista. Es más culpa a sus adversarios, tanto españoles como indígenas, de manchar la reputación de Pizarro.

Después, Valdés enumera las fundaciones de las ciudades de los reinos del Perú: primero Cajamarca después de la muerte de Atahualpa, el último inca. Valdés asegura que esta muerte se decide a partir de información falsa proporcionada por Felipillo, el «Lenguas», traductor de los españoles, de quien se dice que estaba enamorado de una de las concubinas del Inca y fabricó una traición que le costó la vida a Atahualpa. Esta situación —según Valdés— fue en perjuicio de la reputación de la conquista. Luego se refiere a las discordias entre Pizarro y Almagro, que después de las Capitulaciones de Toledo —firmadas por Carlos I— se reparten el poder político y económico. El problema principal fue determinar a quién le correspondía el Cuzco, que estaba en el límite de lo que le correspondía a uno y a otro. Luego se amplían los territorios de Pizarro y eso genera un conato de guerra civil en la que intenta mediar Espinosa (el socio de la conquista que aporta capital para el tercer viaje) quien viaja desde Panamá y, tal como lo había hecho antes Hernando de Luque, los hace comulgar de una misma hostia y los ánimos se serenan. Luego, muere Espinosa y se vuelve a encender la discordia entre los conquistadores y el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro se intensifica y termina con la muerte de Almagro a manos de Hernando Pizarro, hermano del fundador de Lima. Luego funda Jauja como capital, pero es dejada de lado, porque Pizarro vio la conveniencia de una capital que estuviera cerca del mar y permitiera la comunicación marítima.

Entre los cantos 16 y 32, se suceden los cantos referidos a la primacía de Lima en comparación con las más importantes ciudades europeas y el porqué de la fundación realizada por Pizarro. De acuerdo con Porras Barrenechea, la fundación de Lima

nace de un acto de afirmación del conquistador, en el centro mismo de los llanos del Perú y en una de las más anchas confluencias entre estos y la sierra vecina. En vez de ser un estribo es una piedra angular para la expansión y la coordinación colonizadora. Su recinto fue edificado —dice el fundador— “en Dios y por Dios” y “para su santo servicio y para que su fe sea ensalzada y aumentada entre estas gentes bárbaras que, hasta ahora, han estado descuidadas de su conocimiento y verdadera doctrina y servicio”. Lima tuvo así, desde su nacimiento, un sentido no guerrero, sino misional y creador en la vida peruana, frente al resto del Perú bárbaro e ignoto. Heredera privilegiada de Pizarro, recibió de este junto con las otras ciudades nacidas en el mismo gesto, el legado fundamental, que aún no ha acabado de realizar, de descubrir el Perú. Descubrir a la manera hispánica del siglo XVI: civilizar (Porras Barrenechea, 1978, pp. 408-409).

Además, existen motivos, de carácter práctico, vinculados con la fundación: la cercanía al mar y al puerto del Callao que facilitaría el intercambio comercial. Cuando Pizarro llega a Lima después de que sus emisarios recomendaran el lugar para la fundación, lo que ve es un vergel lleno de árboles frutales, sembríos de maíz y camotes que se regaban mediante un sistema de acequias. Esa es la Lima que sirve de inspiración al poema de Valdés: tierra tan rica y tan buena que la maldad no tiene cabida. Inclusive no se ha visto jamás un energúmeno, pareciera que los espíritus malignos estuvieran impedidos de entrar a Lima. El mal es ajeno a la capital simplemente porque es una ciudad bella. Ni siquiera los perros tienen rabia. El canto XVI se centra en la importancia del temple 13 y la fecundidad de los valles que ofrecen soñadas frutas: granadillas, plátanos, tunas, piñas, vides (que se han adaptado a tan grato clima que hasta son más aromáticas), palta, guayaba, chirimoya; es decir, Lima es un auténtico edén. Por todo ello, Lima es apetecida por piratas, pero triunfan los defensores de esta Roma del Nuevo Mundo. Asimismo, se refiere al diseño de la ciudad que se asemeja a Babilonia, la mayor ciudad de Mesopotamia, de planta rectangular, amurallada, con canales para riego y sus famosos jardines colgantes. Lima es cuadrada, es el «damero de Pizarro», está amurallada, tiene canales que riegan los sembríos y «chorrillos», manantiales que se despeñan de las barrancas, que forman una vegetación que se asemeja a los pensiles babilónicos. También están las lomas de Pachacamac y las lomas de Amancaes. Los vientos que llegan desde el mar y toda esta belleza y vegetación preservan a Lima.

Todo en Lima es maravilla y esplendor, porque es el lugar donde se «libra» la mayor gloria: el patrocinio de la purísima Rosa de Santa María, hija predilecta de la capital de los reinos del Perú. La «tan benéfica rosa de salutífera fragancia» recrea, deleita a los dos mundos. Sus reliquias operan inefables favores. Rosa, esposa de Cristo, lleva como arras sus tormentos y mortificaciones. Para ella, porque así lo merece, se busca el lugar perfecto para fundar la capital de los reinos del Perú, se construyen suntuosas basílicas que son la expresión del amor que Lima le tiene.

En suma, la heroica historia de Francisco Pizarro cuya voluntad inquebrantable contribuye a cimentar el mito de la fundación de Lima como una suerte de predestinación es también —en parte— la historia de la conquista del Nuevo Mundo. Pizarro es símbolo del nacimiento de un nuevo mundo y de un nuevo orden, un nacimiento sangriento y doloroso, pero lo que hoy somos hunde sus raíces en ese momento de la historia. Pizarro persigue el sueño fundacional y el ansia por la riqueza: recorre miles de leguas por mar y por tierra, paso a paso va construyendo mitos, hasta llegar al lugar edénico donde asentar el poder imperial y donde nacerá la mayor gloria del imperio español en el Nuevo Mundo: Rosa de Santa María.

Bibliografía

Altolaguirre y Duvale, Ángel de, La historia de los incas, de Pedro Sarmiento de Gamboa, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2006.

http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc32086 [19/02/2018].

Blanco Fombona, Rufino, Ensayos históricos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1974.

Campbell, Joseph John, El héroe de las mil caras, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006.

Del Busto Duthurburu, José Antonio, Pizarro (vols. 1-2), Lima, Editorial Copé, 2001.

Echave y Assu, Francisco de, La estrella de Lima convertida en sol sobre sus tres coronas. El beato Toribio de Mogrovejo, su segundo arzobispo, celebrado con epitalamios sacros y solemnes cultos por su esposa la santa iglesia metropolitana de Lima, Amberes, Juan Bautista Verdussen, 1688.

Jung, Carl Gustav, Psychology and Religion, Connecticut, Yale University Press, 1938.

Lavallé, Bernard, Francisco Pizarro. Biografía de una Conquista, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Instituto Riva-Agüero, 2005.

Marrero Fente, Raúl, «Épica y descubrimiento en la conquista del Perú», Anales de Literatura Hispanoamericana, 34, 2005, pp. 109-124.

Martín Rubio, María del Carmen, Francisco Pizarro, el hombre desconocido, Madrid, Ediciones Nobel, 2014.

Porras Barrenechea, Raúl, Pizarro, Lima, Editorial Pizarro, 1978.

Notas

1 Valdés, preliminares, parte VIII.

2 En 1535, Francisco Pizarro se encontraba en Pachacamac y envió a tres jinetes: Ruy Díaz, Juan Tello de Guzmán y Alonso Martín de Don Benito para que recorrieran la costa al norte de donde estaban y vieran lugares aparentes, algún valle cerca del mar para una fundación. Partieron el 6 de enero, conocieron el valle del río Rímac y determinaron que era el mejor lugar para la fundación. Regresaron con la buena nueva y Pizarro, al conocer el lugar, determinó que era el mejor y poner la nueva capital bajo la advocación de los tres reyes magos. Ver Del Busto, 2001, p. 250.

3 Se refiere a la constelación de Orión, también conocida como la de los Reyes Magos o las tres Marías.

4 Significa «hijo de la espuma» y representa al dios hacedor de la mitología andina, quien después de crearlo todo, se sumergió en el mar, pues de allí provenía. Cuando los indígenas vieron a los españoles «salir del mar» los llamaron «viracochas».

5 Extremadura: el conquistador nació en la ciudad extremeña de Trujillo.

6 Columnas de Hércules: Pizarro, al conquistar un nuevo mundo demolió las imaginarias columnas de Hércules que aseguraban que no había tierra más allá.

7 concitando de Neptuno…: provocando furias de Neptuno, es decir, tormentas, que resultan impotentes para detener a los conquistadores.

8 prodigiosa industria: la técnica de las navegaciones.

9 zafiro: metáfora por las aguas azules del mar.

10 viracochas: «Viracochas llamaron los indios a los españoles, hijos de la espuma». Esta etimología recoge, por ejemplo, Sarmiento de Gamboa, viracocha ‘espuma del mar’. Altolaguirre y Duvale, 2006.

11 Ver al respecto, Anónimo, Relación de la conquista y descubrimiento que hizo el Marqués don Francisco Piçarro en demanda de las provincias y reinos que agora llamamos Nueva Castilla; dirigida al muy magnífico senor Juan Vázquez de Molina, secretario de la emperatriz y reina, nuestra señora, y de su consejo, es un poema anónimo escrito entre 1537 y 1538 (Marrero Fente, 2005, pp. 109-124).

12 «Desenvainando la espada, habría marcado una línea sobre la arena, y había propuesto pasarla a aquellos que, en vez de la oscuridad y de la miseria seguras de Panamá, preferían el oro y la gloria venidera del Perú. A pesar de este discurso, la tropa no quiso saber nada y presionó a Tafur para partir. Según la tradición, trece hombres atravesaron la línea trazada por su jefe. La historia de la Conquista los conoce bajo el nombre de Los Trece de la Fama: cinco andaluces (Nicolás de Ribera el Viejo, Cristóbal de Peralta, Pedro de Halcón, García de Jarén, Alonso de Molina), dos castellanos (Antón de Carrión, Francisco de Cuéllar), dos de Extremadura (Juan de la Torre, Gonzalo Martín de Trujillo), un leonés (Alonso Briceño), un griego (Pedro de Candia), un vasco (Domingo de Soraluce), y un soldado de origen desconocido (Martín de Paz)» (Lavallé, 2004, p. 64).

13 «El temple, dice el padre Cobo, se toma de la cualidad del aire y del cielo». Contribuyen a formar el temple principalmente el aire, el suelo, la flora y la fauna. El mismo cronista distingue seis temples solo en la sierra del Perú: frío, seco y estéril, con vicuñas y guanacos; frío y con pastos; frío y sin frutas, pero con ganados; templado y fresco, con frutas y sin llamas; blando y apacible, sin frío ni calor y con frutas; moderadamente húmedo. El temple de la costa se inclina más a húmedo que a seco. El suelo es seco y el cielo húmedo» (Porras Barrenechea, 1978, p. 422).

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