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El mercader: de la patrística al concepto de honnête homme de Savary
The Merchant: from the Patristics to the Concept of honnête homme by Savary

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, núm. Esp.1, 2018

Instituto de Estudios Auriseculares

Christoph Strosetzki

Universität Münster, Alemania



Fecha de recepción: 07 Agosto 2017

Fecha de aprobación: 29 Agosto 2017

Resumen: El presente trabajo se propone revisar los orígenes de la imagen ne­gativa del mercader, así como los posibles factores que influyeron en el cambio que esta experimentó ya en la Edad Media, para ejemplificar, a continuación, a partir de dos textos franceses del siglo XVII, la apología del mercader y de su profesión. El elogio del mercader que se manifiesta en estos textos no puede verse desligado de la tradición de la detracción del oficio, motivo por el que el estudio parte de la revisión de esta misma.

Palabras clave: Apología del mercader, patrística, doctrinas económicas, los nanteses, Savary.

Abstract: This article intends to review the origins of the negative image of the merchant, and the possible factors that influenced the change that his image al­ready experienced in the Middle Ages. Also exemplifies, from two French texts of the XVIIth Century, the apology of the merchant and his profession. The praise of the merchant that is manifested in these texts can not be separated from the tradi­tion of the detraction of the profession.

Keywords: Apology of the merchant, Patristics, Economic doctrines, The nante­ses, Savary.

1. LA IMAGEN NEGATIVA DEL MERCADER

Los padres de la Iglesia, los patrísticos, fueron los que a partir de los primeros siglos después de Cristo hasta el siglo VIII propulsaron la imagen negativa del mercader. Como filósofos morales de pensamiento teológico, promovieron una serie de argumentaciones lógicas, pero poco realistas. Mientras que la doctrina económica tiene como objeto las cosas materiales del mundo, así como el exa­men de sus condiciones, su distribución y aumento, el Evangelio, invita a la huida del mundo, a la apostasía de lo material, a la represión de lo sensorial y a la con­centración del espíritu en su propio yo. San Ambrosio de Milán aclara:

No declaramos por útil lo que sirve a modo de consecución de la vida eterna, de ningún modo aquello que alcance al deleite de esta vida. Tampoco distingui­mos preferencias de ningún tipo en el esplendor y el gusto por los bienes terrena­les; más bien, nos parece todo esto una desventaja en tanto que no nos soltemos de ellos, y estemos convencidos de que la posesión de estos encierre más una carga que su pérdida, un daño 1 .

Desde esta perspectiva, la riqueza, el goce y la alegría no favorecen la bien­aventuranza 2 . Según Ambrosio, no se debe vivir centrado en las vanidades pasaje­ras 3 y, para Clemente de Alejandría, la mayor riqueza consiste en la moderación de las ambiciones y el verdadero orgullo verdadero en el desdén de la riqueza, pues en el mercado no hay sabiduría, sino que esta se vende en el cielo «con una moneda justa, los logos eternos, el oro real» 4 . No hay que adornar la apariencia externa del ser humano, sino su alma, y esto con honradez. El adorno de la carne debe ser la abstinencia. 5 Según Ambrosio, los bienes externos o carnales no procuran la vida eterna, sino que esta solamente la consigue la virtud 6 .

A esto hay que añadir la interpretación del primer mandamiento del Decálogo«No tendrás dioses ajenos delante de mí» (San Mateo 6: 24-34), que considera imposible servir a dos señores. Dado que se odia a uno cuando se sirve al otro, no se puede servir a Dios y al «Mammón» 7 . Por lo tanto, el hombre no debe cargar su existencia acumulando cosas materiales, sino emular los lirios del campo, que simplemente crecen. La advertencia de los peligros de la riqueza se encuentra en numerosas partes del Nuevo Testamento 8 . Especialmente conocida es la historia del mozalbete rico que pregunta qué más puede hacer para alcanzar la vida eterna, teniendo en cuenta que él ya cumple los Diez Mandamientos. Jesús le pide: «Si quieres estar completo, ve y vende todo lo que poseas y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y ven y sígueme» 9 . Sigue a continuación la sentencia, según la cual es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que un rico ac­ceda al reino de los cielos. De ahí deducen los patrísticos que la propiedad no es un derecho natural, sino un mal necesario derivado del pecado original.

San Agustín opina que el que posee más de lo que necesita, ha de dárselo a los pobres, y aconseja conformarse con tener alimento y ropa. Todo aquello que exce­da estas necesidades, supone una tentación, conlleva los perjuicios de la ambición y la codicia, aparta de la fe y ocasiona muchos dolores 10 . Para Ambrosio de Milán, la acumulación de riquezas es tan quebradiza como una telaraña 11 . Esto lo ejemplifica en el mercader:

¿No es vanidoso cuando el mercader se pasa de viaje día y noche para posible­mente reunir un montón de tesoros? ¿Cuando este acumula mercancías con cuyo precio se calienta la cabeza para no venderlas por debajo del precio de compra y espía los precios del lugar? ¿Cuando de repente provoca a un salteador contra sí, quien mirando a lo zaino observe su consabida operación comercial? O cuando en su búsqueda por ganancia naufraga porque, harto de la espera, no esperaba vientos más favorables 12 .

En el mercado, el afán por la mayor ganancia posible, es decir, por la riqueza, encuentra su razón de ser. Ya en la Biblia se le denomina a este afán cupiditas. Para el apóstol Pablo, la codicia es la raíz de todos los males:

Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar de él. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero 13

Basilio recurre a Jesaías y lo avisa: «Qué dolor de aquellos quienes enfilan ca­sas detrás de casas y unen campos con campos […] El codicioso no tiene miedo del tiempo, no conoce barreras, no obedece la orden de la sucesión, sino que imita el poder del fuego; él lo toma todo, lo consume todo» 14 . La codicia conduce, por consiguiente, a la inmoralidad e induce, según Ambrosio, a perseguir los propios intereses en lugar de actuar en favor del bien común y a desear que los demás su­fran carestías, por ejemplo, para poder vender las propias provisiones de cereales a un precio mayor en épocas de hambre 15 . «Porque en su anhelo por aumentar sus bienes, acumular dinero, recibir tierras, brillar por medio de la riqueza, nos deshace­mos de la norma de la justicia y perdemos el sentido de hacer el bien por el interés común» 16 . En otro apartado indica Ambrosio que Josué fue capaz de detener el sol, pero no de eliminar la codicia 17 . Basilio compara al codicioso con el visitante de un teatro, quien, tras haber tomado su asiento, aparta a los que van llegando convencido de que todo lo que está dispuesto para el uso común, le pertenece a él solo 18 . Cipriano, por otro lado, propone el modelo contrario, al elogiar al dueño que, de acuerdo con el modelo de igualdad, comparte sus ingresos y frutos con el prójimo. Quien hace donaciones voluntarias de este tipo y ejerce la justicia «imita a Dios, el Padre» 19 .

Así, en la patrística, la apostasía de lo material y el enfoque en el más allá con­ducen al rechazo de la riqueza y hacen que el trabajo del mercader parezca ab­surdo, especialmente por el hecho de estar relacionado, por lo general, con la co­dicia y el interés personal y por despreocuparse tanto del bien común como de la donación generosa.

2. EL CAMBIO EN LA VALORACIÓN DEL MERCADER

¿Cómo es que la valoración del mercader y de su oficio cambia en el largo perío­do entre la patrística y el siglo XVII? Se podría alegar como explicación que la eco­nomía se vuelve más diferenciada en este tiempo. De este modo, Lujo Brentano basa el escepticismo frente al mercader en el hecho de que el comercio se hallara en oposición rotunda a la economía natural, que caracterizaba a los pueblos menos civilizados. Por lo tanto, el mercader que llega de fuera se enfrenta como forastero a una unidad económica a la que no pertenece. Para tenerlo en jaque, como enemigo potencial, se protegían los mercados por la necesidad del intercambio pacífico de mercancías y, por lo que respecta a él, la astucia y el engaño no se consideraban reprochables. El mercader tenía el derecho a cobrar intereses, a diferencia de los compañeros de la tribu, que no podían proceder de este modo entre ellos 20 . Cuando en el año 1179 la Iglesia prohibió a los cristianos la usura, estos confiaron la eco­nomía financiera a los judíos, quienes como extranjeros heterodoxos no se vieron afectados por la prohibición 21 . El hecho de que el mercader ocupara un puesto fijo en la sociedad diferenciada de la temprana Edad Moderna es un factor que segura­mente contribuyó a su imagen positiva.

Es posible que también los factores religiosos jugaran un papel, como, por ejem­plo, la introducción del protestantismo y del calvinismo, cuya importancia en este contexto fue realzada, como es sabido, por Max Weber y Charles Taylor 22 . También la separación de la moral y la eficiencia, que Maquiavelo propuso para la política en el Renacimiento italiano, pudo contribuir a la consideración del comercio y de la ética como dos sistemas a separar. La impronta de Maquiavelo se percibe en los Ricordi de Giovanni de Pagolo Morelli (1371-1444), quien trabajó en Florencia para llegar a ser mercader de mediana importancia y cuya moral fue la eficiencia. Para él, el bien y la ganancia iban a la par, la virtud era la ventaja y el mal la pérdida 23 .

Para entender el cambio que experimentó la imagen del mercader, conviene te­ner también presentes corrientes filosóficas como el estoicismo. La escuela es­toica recomendaba vivir la vida conforme a la naturaleza y consideraba el afán de riqueza razonable, porque la riqueza, en contraposición a la pobreza, facilitaba una vida virtuosa. Seguramente, todos estos factores hicieran su aportación. En lo sucesivo, se enfocará, no obstante, otro trasfondo, con el objetivo de mostrar qué papel tuvo la sustitución del platonismo patrístico por el aristotelismo acaecida en la escolástica. La pregunta es, ¿hasta qué punto se desprenden del platonismo y aristotelismo las actitudes y opiniones sobre el mercader y su trabajo?

2.1 Platón y la patrística

En vista de la conformidad evidente entre la Biblia y Platón, se difundió la opi­nión de que Platón había oído o leído a Jeremías durante su estancia en Egipto. Al principio, san Agustín compartió esta opinión 24 , pero más adelante constató que Platón vivió más tarde y que con la ayuda de intérpretes se convirtió en un buen conocedor de la Biblia 25 . En todo caso, el menosprecio del mundo sensible y de lo físico, así como la prioridad del alma, representan, según san Agustín, un punto de unión entre Platón y Cristo. Para que el alma sane y el ojo espiritual se fortale­zca, es preciso desdeñar lo material y la codicia. San Agustín cita la Biblia: «No os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» 26 . Tanto aquí como en la siguiente cita se advierte el menoscabo platónico de la realidad material frente a la espiritual: «No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo porque todo lo que hay en el mundo es la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida» 27 . Lo corporal es efímero y vale por ello menos que la razón, que es el bien supremo y que se deteriora cuando se ocupa de asuntos inferiores. San Agustín recomien­da buscar la calma para vencer las limitaciones que impone lo corporal, liberarse del amor por las cosas efímeras y alcanzar la máxima perfección, que para Platón es la idea suprema y para san Agustín, Dios. Los seguidores de Platón solamen­te tuvieron que modificar unas cuantas opiniones para cristianizarse, afirma san Agustín 28 . Este considera que los fundamentos de los platónicos también se encu­entran en san Pablo 29 . El platónico que mayor influencia ejerció sobre él fue Ploti­no 30 . Clemente de Alejandría se refiere expresamente a Platón cuando desaconseja esforzarse excesivamente para adquirir oro y plata 31 . También en él la imagen de Platón es fruto del trabajo prestado por sucesivas generaciones en la interpretación del filósofo 32 . En este contexto es especialmente importante la fusión de la idea platónica del bien con lo absoluto como causa general del todo, es decir, con la idea de divinidad cristiana 33 .

2.2 Santo Tomás y Aristóteles

¿En qué medida es el giro aristotélico una causa importante para comprender el cambio que se produjo en la imagen del mercader? Para Platón, había dos mundos: el mundo de las ideas y el mundo real, de los cuales el primero era el más importante porque el último dependía de él. Como se ha mostrado, el concepto de Platón de los dos mundos se puede trasladar a la diferenciación cristiana de la vida terrenal y el más allá, siendo la suprema idea platónica, de la que dependen todas las demás, la que reclama el concepto cristiano de la divinidad, y teniendo el mundo de las ideas prioridad con respecto al mundo de la realidad material. Aristóteles, por otro lado, ahonda en la teoría platónica de las ideas y muestra sus contradicciones. Concibe que no puede haber ideas de obras de arte, de algo no sustancial o atributivo, y que las ideas tampoco pueden ser la causa del ser o del devenir, de un movimiento o de un cambio 34 . Cuando Aristóteles ve pues en los objetos individuales (universalia in re) lo general inmanente, desaparece el mundo de las ideas y lo que queda es la realidad con sus objetos, que se caracterizan por las cuatro causas, es decir, por la finalidad, la causa, la materia y la forma, así como por el cambio y el movimiento. Dado que también santo Tomás de Aquino, y con él la escolástica y la escolástica tardía española del Siglo de Oro, están marcados por el concepto aristotélico de la realidad, se debilita la insistencia en el más allá a favor del mundo terrenal. De ahí que santo Tomás refute la idea de Platón «el hombre no es un compuesto de alma y cuerpo, sino que el hombre es el alma que se sirve del cuerpo» 35 . Basándose en Aristóteles, considera la percepción no como movimiento del cuerpo ejercido por el alma, sino como movimiento de los objetos manifiestos. No obstante, según santo Tomás, el alma se halla en el cuerpo: «está presente en todo el cuerpo y no en una parte solamente, según su esencia, por cuya virtud es forma del cuerpo» 36 . El recha­zo del modelo dualista está vinculado a la revalorización del mundo terrenal, como muestra el empleo de citas bíblicas. Al contrario que en la patrística, se ponen aquí de relieve los objetos de la vida terrenal. Las criaturas narran acerca del creador y, como afirma santo Tomás, «por eso la Escritura amenaza a aquellos que yerran con respecto a las criaturas con las mismas penas que a los infieles, cuando en el Salmo 28: 5 se dice “Porque no entendieron las obras del Señor, las obras de sus manos, las destruirás y no las volverás a edificar“» 37 . En otra parte se le denomina al creador bien supremo y origen del ser y se recurre a Juan 1: 3: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» 38 . La dignidad de la creación se deriva, pues, del creador, como afirma santo Tomás remitiéndose a Génesis, 1, 31: «Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno» 39 . Con vistas a la causa primera y a la diferenciación de las cosas argumenta: «Pero Dios es el obrador más perfecto. Dar su semejanza a las cosas creadas en el grado más perfecto por lo que se corresponda con la naturaleza creada, se acerca a Dios» 40 . El creador tuvo, de este modo, la intención de darle a lo creado la «perfección supre­ma», que «solo podía tener» 41 .

Así, mientras que Platón y la patrística desdeñan el mundo sensible y lo corpo­ral, otorgan prioridad al alma y al espíritu, y buscan la liberación de las cosas efí­meras, Aristóteles y santo Tomás rechazan la división del mundo en un mundo de ideas y un mundo material, parten de lo perceptible, consideran el alma y el espíritu como forma al cuerpo y admiran en la perfección de los objetos materiales de la realidad la obra del Señor.

2.3 El mercader y el comercio en Aristóteles

Este cambio de actitud también tiene consecuencias para la valoración del mer­cader y de su oficio, sobre el que se arroja, ante este trasfondo, una luz favorable. El trabajo del mercader se vuelve significativo y, en el caso de ejercerse correc­tamente, incluso virtuoso. Aristóteles hace una distinción entre la adquisición de la propiedad y la gestión de la misma, a saber, la administración doméstica. La diferencia entre la producción de lanzaderas y la tejeduría es comparable a esta. La comunidad estatal y doméstica precisa una provisión abundante de bienes y la actividad remunerada vinculada a ello es algo natural, muy a diferencia de otro tipo de arte de adquisición, que no pone ningún tipo de límite a la riqueza y a la posesión de bienes. Si unos zapatos, por ejemplo, no se emplean como calzado sino para el intercambio, se trata de un acto natural, siempre que los objetos que se intercambien sean útiles, como sucede, por ejemplo, cuando se cambia vino por cereales. La economización de la medicina y del arte marcial, sin embargo, sí son criticables, ya que aquí la actividad destinada a alcanzar el éxito o a recuperar la salud se convierte en un recurso para sacar provecho. Esto se debe a que en el arte de la adquisición el fin primordial, favorecido por el uso de la moneda y por el saber especializado sobre dónde y cómo alcanzar por medio del intercambio de mercan­cías la mayor ganancia posible, es el deseo de aumentar el patrimonio y el dinero. «No hay límite en esta forma de enriquecimiento, que se amontona motivada por la codicia» 42 . Es decir, los que se dedican a una actividad lucrativa aspiran a engrosar su patrimonio infinitamente. Aristóteles critica la falta de límites tanto aquí como en la hipertrofia de los placeres. Es preciso, por tanto, rechazar el arte de la adquisición siempre que vaya enfocado en la ganancia ilimitada.

¿Cuáles son las virtudes del mercader? Aristóteles define la virtud como hábito. Como en el caso de los artistas, hay que evitar en las obras bien ejecutadas tanto el exceso como la escasez y mantener el equilibrio, porque lo malo pertenece a lo ilimitado y lo bueno a lo limitado 43 . En asuntos de dinero esto significa: «En cuestio­nes de dinero, tanto en dar como en recibir, el equilibrio es la generosidad, el exceso y la escasez, derroche y avaricia, a saber, que ambos errores presentan ambos extremos, aunque al contrario del otro. El derrochador da demasiado y recibe muy poco; el avaricioso, por el contrario, toma demasiado y da muy poco» 44 . Con la pro­gresiva satisfacción de los deseos y con el aumento de los placeres el raciocinio se inmoviliza e impide un comportamiento comedido 45 . Por eso, el derrochador, a causa de su falta de abstinencia, se ve afectado por numerosos vicios. La genero­sidad, en cambio, es la virtud correcta en el manejo de la riqueza. Así, es el que da y no el que recibe el que recibirá agradecimientos y un elogio más elevado 46 . El uso equivocado en el dar y en el tomar conduce a la tacañería, que se caracteriza por la escasez en el dar y la demasía en el tomar.

Para el aristotélico medieval Tomás de Aquino, la propiedad privada es conce­bida por la razón humana como un derecho natural, ya que sirve al bien común, al interés individual y a la causa 47 . Con respecto al precio justo, santo Tomás se basa, siguiendo la línea de la patrística, en los costes de adquisición, pero añade que este depende de los costes de manutención en relación al nivel social. De este modo, la sociedad estamental del Medioevo entendía que el nivel de vida debía ser adaptado al nivel social y que también el importe de las ganancias permitidas va­riaba en relación al mantenimiento del hogar. La situación se volvía, sin embargo, complicada cuando un mercader viajero, como extranjero, no podía ser clasificado en la jerarquía social local. ¿Cómo se podía decidir entonces cuál era el nivel de vida adecuado y con ello la ganancia y el precio adecuados?

Si el precio justo lo debía fijar el estado o las fuerzas del mercado libre, ya se discutía en la Edad Media, pues ya en el siglo XII existía el comercio a distancia, que en lo concerniente a algunos productos se extendía desde Escocia al Sudeste Asiático, desde Portugal al centro de Rusia y desde Escandinavia a África Negra 48 . Para Tomás de Aquino, el precio justo resultaba de la interacción entre la oferta y la demanda sin estar sometido a manipulaciones por parte del estado y de los mo­nopolios 49 . Al mismo tiempo, el precio justo está sometido a fluctuaciones porque los precios varían según el lugar y el momento. Una postura opuesta la adoptan nominalistas como Johannes Gerson o Gabriel Biel, quienes abogan por una fi­jación del precio por las autoridades. Esta, sin embargo, debe tener en cuenta las necesidades generales, la cantidad total de las mercancías y asimismo la escasez de determinados productos 50 .

A la luz de la revalorización del mundo terrenal, a Aristóteles, pues, le resultó práctico el trabajo del mercader; la adquisición y la administración de la propie­dad son naturales, siempre que sean moderados y se delimiten, de acuerdo con los preceptos de la virtud y de la generosidad que caracterizan al mercader. En la medida en que el precio de una mercancía no solo esté determinado por la oferta y la demanda, sino que también sirva para financiar los costes de vida conforme al nivel social del mercader, el nivel de riqueza está justificado por la clase social. Esta posición aristotélica la retoman y mantienen viva, como es sabido, no solo la escolástica medieval, sino también la escolástica tardía española del Siglo de Oro a través de la Escuela de Salamanca 51 . En lo que sigue, se presentarán dos textos que documentan de forma notable el prestigio que alcanzó el mercader en la Francia del siglo XVII.

3. EL ELOGIO DEL MERCADER: LOS NANTESES Y SAVARY

El primer texto fue publicado a mediados del siglo, cuando el mercantilismo fran­cés aún no se había desarrollado plenamente y Francia aún tenía terreno por ganar. El autor anónimo que se autodenominó modestamente «un habitant de la ville de Nantes», publicó en 1646 el libro «Le commerce honorable ou considerations poli-tiques» «pour les utilités de la France, et qui regarde en particulier les avantages du Pais» 52 . Dice que trabaja «à l’établissement de quelque bien commun» y que su libro, «qui regarde le bien general de la France, & de la Bretagne en particulier» 53 no puede tener otro adversario que los enemigos del estado. Con ello, hace que el bienestar del estado dependa del comercio. Atribuye el hecho de que a Francia le vaya mal a que el comercio esté en manos de los extranjeros, que han hecho de los franceses esclavos y que se han apoderado de las ciudades. Le parecen borregos, que, man­sos y obedientes, dejan que sus enemigos les quiten la piel sin poner ningún tipo de resistencia. Pretende presentar en su libro, en primer lugar, este estado precario y sus causas, para entonces motivar a los franceses a cambiarlo mediante el estab­lecimiento del comercio con la ayuda de sociedades mercantiles y bolsas. Para él, los actos heroicos de Hércules y de los argonautas son bien comparables con un «noble et glorieux commerce […] nous avons aussi besoin d’un puissant Chef pour la conduitte de cette entreprise: notre Navigation est exposée aux tourmentes & aux tempêtes» 54 . El apoyo al mercado es «un des premiers devoirs & des plus importans au bien de l’Etat» 55 . Cuando el comercio florece, también prospera el estado. Si se compara al estado con el cuerpo humano, entonces el rey es la cabeza, las manos son la nobleza y los príncipes, el estómago los militares y el pueblo llano, los muslos, pero los pies los constituyen los comerciantes: «Car comme les jambes & les pieds supportent toute la machine du cors humain, & font mouvoir la personne ca là pour l’exercice de ses actions; en sorte que sans ce mouvement le corps seroit comme un tronc immobile inutile à toutes choses» 56 . Citando a Aristóteles, hace una distinción entre comercio marítimo, comercio por tierra y préstamo. Mientras los extranjeros se dediquen a la importación y exportación del comercio francés al por mayor, el estado no puede prosperar 57 . Antes que nada se ha de crear una flota francesa para el comercio.

El autor se compara con el samaritano del Evangelio de Lucas, quien en el ca­mino de Jerusalén a Jericó cuidó del viajero que fue saqueado y gravemente herido por unos salteadores, para ilustrar la ayuda que él da al estado francés, que igu­almente yace en el suelo. Cuando no encuentra ningún testimonio en la Biblia, se lo inventa, como en la siguiente cita del salmo 106: «Ceux qui voguent dans la mer en des vaisseyux, et qui negocient en plusieurs traits de mer, ont veu les oeuvres du Seigneur, & ses merveilles en l‘étendue & profondeur des eaux» 58 . En otra parte compara, recurriendo a Mateo, capítulo 23, el reino de los cielos con un buen y sabio mercader y ve en los apóstoles mercaderes especialmente buenos y talento­sos, ya que realizaban travesías por mar para convertir a otros 59 . La ventaja de las sociedades mercantiles frente a los comerciantes minoristas la ilustra con el texto bíblico que dice que es mejor ser dos que uno 60 .

Así, la navegación es desde su punto de vista la mayor maravilla que Dios le ha dado al hombre. Mejora las costumbres, sirve para la divulgación de las artes y las ciencias y puede transportar distintos tipos de mercancías para cubrir las necesidades de cada país. Lo primero se puede observar en los salvajes de Brasil o de Canadá que se civilizaron como consecuencia del comercio: «Par le moien du Negoce on forme peu à peu les hommes sauvages à la raison; de la raison à la bien-seance civilité des moeurs; & de l’un & de l’autre à la douceur de la vie» 61 . Afirma que la prueba está en Aristóteles, el «Prince des Philosophes», porque este definió al hombre como un ser social y porque la sociedad no puede establecerse de mejor forma que a través del comercio y la navegación. Dado que las diferentes regiones del mundo han creado diferentes artes y ciencias, el comercio sirve, en se­gundo lugar, para su divulgación más allá de todas las fronteras, donde, de lo con­trario, estarían encerradas. Dice que incluso Platón viajó a Egipto para conocer la sabiduría de allí. ¿Qué nación del mundo sería más apta que Francia «qui possede comme en propre la gloire des lettres & des armes, l’honneur des arts, & la politesse des mœurs» para dar comienzo al comercio marítimo «& contribuer par ce moien à l’instruction & politesse des nations barbares & étrangeres?» 62 .

En la práctica, el comercio se puede ejercer bien o mal. De este modo, la codicia es totalmente lícita, si bien debe ser controlada por «le motif de l’utilité publique» 63 . El comercio dice que no tiene ningún aspecto vulgar o innoble, con el que se pueda dañar el honor y la reputación, sino todo lo contrario: «il a le vrai caractere de la vertu & de la noblesse», de manera que «le bon, loial & fidel marchand […] fait des actions d’un grand esprit & d’un grand cœur, qui meritent un des premiers rangs d’honneur & d’estime parmi toutes les nations du monde» 64 . Contra la idea precon­cebida de que la nobleza y el comercio son incompatibles, el autor cita un decre­to real que garantiza expresamente el mantenimiento de la nobleza de los nobles que se dedican al comercio marítimo. Incluso los civiles, así consta en el decreto, pueden recibir en determinadas circunstancias un título nobiliario como consecu­encia de la práctica del comercio marítimo 65 . En periodos anteriores habían sido los reyes y príncipes los que se habían dedicado al comercio. Esto también lo confirma una cita, de nuevo inventada, del Antiguo Testamento: «Demeurés avec nous, vous jouirez de cette terre, vous labourerez & ferez Negoce» 66 . Llama la atención cuánta importancia le concede también este autor anónimo de Nantes al empleo de citas bíblicas para confirmar sus tesis. El hecho de que sea tan inventivo y de que donde no encuentre pruebas se las invente no hace más que poner de relieve el empeño por rebatir adecuadamente las posiciones de la patrística contra las que lucha. Cri­tica el resabio de lo deshonroso afirmando que los civiles pueden volverse nobles a través del comercio, que también los príncipes y reyes han cultivado el comercio, que el comercio no sirve a los intereses propios, sino al bien común, que sin los comerciantes el estado se paraliza y que los comerciantes marítimos son héroes comparables a Hércules y a los argonautas. Detrás de este elogio hiperbólico se entrevé claramente una actitud apologética que cumple, en primer lugar, el objetivo de hacer propaganda para la causa del comercio.

En la segunda mitad del siglo XVII enlistar las actividades, méritos y ámbitos de conocimiento relacionados con el comercio parece ya una práctica más habitual. Esta es al menos la impresión que da la lectura de la introducción a la naturaleza del comercio de Jacques Savary. Savary (1622-1690) vivió en tiempos de Luis XIV y se enriqueció con el comercio al por mayor de pañuelos antes de empezar a tra­bajar en un Conseil de Réforme en la Ordonnance de Commerce para el famoso ministro de Hacienda Colbert, una codificación extensa del derecho mercantil ca­pitalista. En el preámbulo Savary pone de relieve que tanto en su libro como en el comercio para él es menos importante el interés privado que el bienestar público. No considera inoportuno que el joven mercader se sienta especialmente motivado por la perspectiva de enriquecerse y que para sus descendientes los cargos judici­ales más distinguidos ‒seguramente se refiera a la «noblesse de robe», la nobleza de cargo‒ supongan un aliciente. Los propósitos de los empresarios son muy dis­tintos y se pueden resumir como sigue: «uso general; responsabilidad ante Dios; responsabilidad social; ganancia; seguridad; reputación, satisfacción laboral; reco­nocimiento social» 67 .

Cuando Savary (I,3) presenta las características positivas y negativas del mer­cader, así como sus rasgos de comportamiento, está convencido de que la perso­nalidad emprendedora es un factor determinante para la prosperidad o el deterio­ro de una empresa. Entre las características innatas que el mercader debe tener, nombra la vocación por la profesión y un buen aspecto físico, así como la cortesía y la amabilidad (I,4). El joven aspirante, además, debe formarse con un mercader experimentado, ya que la ignorancia en asuntos comerciales conduce a la sob­revaloración, la imprudencia y la ambición y acaba en bancarrota. Ha de tomar también consciencia de la importancia que tiene en la profesión adquirir una buena reputación como mercader experimentado y serio, y familiarizarse con los lugares y métodos de fabricación de mercancías, la contabilidad, el comportamiento de ventas, el sondeo del mercado y la solvencia del cliente 68 . Todas estas áreas de co­nocimiento permiten al mercader actuar con precaución y seguridad en la política empresarial de cara a los diferentes sistemas monetarios, de medidas y de peso, a los riesgos de las rutas terrestres y marítimas, y a las fluctuaciones de las cosechas y a las guerras. La prevención de los gastos excesivos del mercader y de su familia sirven para la protección en el sector intraempresarial y el mantenimiento de la solvencia.

«J’ai commencé dès ma jeunesse de m’instruire de la plupart de toutes ces choses, et j’en ai acquis l‘expérience par une longue et forte application que j’ai eue à me rendre capable dans toutes les différentes négociations» 69 . Savary justifica la necesidad y utilidad del comercio desde el comienzo de su libro al hacer referencia a la divina providencia, pues no todo lo que el hombre necesita está disponible en un sitio, sino más bien disperso por todas partes. De ahí la necesidad de la amistad y del apoyo mutuo, que permiten llevar las mercancías allá donde se necesiten.

«C’est cet échange continuel de toutes les commodités de la vie qui fait le com­merce, et c’est ce commerce aussi qui fait toute la douceur de la vie: puisque par ce moyen il y a par tout abondance de toutes les choses» 70 . Hay que agradecer al mercader pues la exuberancia y la alegría de vivir. Según Savary, la oferta excesiva en algunos lugares puede llevar a una ociosidad perjudicial si no se consigue un equilibrio mediante el traslado de la mercancía a otros sitios. Pero el comercio no solo sirve a los consumidores, sino también a los mismos mercaderes, quienes adquieren un patrimonio considerable y albergan la esperanza de elevar a sus hijos a los puestos de la nobleza de cargo 71 . Incluso los reyes se benefician del comercio, ya que este les aporta no solo impuestos, sino también los préstamos que nece­sitan para proyectos de mayor envergadura como, por ejemplo, las guerras, con lo que se insinúa que los comerciantes pueden estar por encima de los reyes. Al fin y al cabo, los comerciantes viajeros le aportan al rey información valiosa sobre los estados y pueblos extranjeros. Savary considera al rey contemporáneo, Luis XIV, en particular digno de alabanza, dado que con su autoridad ha fortalecido el comercio en el país y a través de la promulgación de leyes ha evitado los abusos y las ban­carrotas fraudulentas. En su obra «Le parfait négociant», acompaña al mercader desde su formación como aprendiz hasta su profesionalización como comerciante mayorista que exporta e importa en otros continentes, mostrando el autor no solo sus conocimientos prácticos sino familiarizando al lector también con las máximas de comportamiento que el mercader ha de seguir.

Tres son los errores que el mercader ha de evitar: «l’ignorance, l’imprudence et l’ambition» 72 . Debe trabajar el tiempo suficiente al servicio de un mercader experi­mentado para adquirir los conocimientos necesarios para practicar el comercio. «Car il est constant que quelque honnête homme que soit un marchand, s’il ne sait toutes ces choses, et qu’il ne tienne un fort bon ordre, il sera toujours aveugle dans les affaires, ne les conduira jamais comme il faut» 73 ; tanto la ambición excesiva y los gastos desmesurados para fiestas, para la casa y para ropa como la negli­gencia en el cobro de deudas conducen a la quiebra. Precisamente en este último caso todo depende de la perspicacia del mercader: «elle consiste à ne dire que les choses nécessaires pour parvenir à la fin que l’on se propose, qui est de recevoir la dette dont on sollicite le paiement» 74 : Sin orden la ruina es inminente. Así, el destino de una sociedad mercantil depende del contable: «En effet, c’est sur la conduite et le bon ordre de celui qui tient les livres et la caisse, d’où dépend tout le bonheur de la société» 75 .

En la formación de un futuro mercader que destaca por cualidades innatas como la inventiva y un aspecto físico agradable, se ha de evitar que los estudios universitarios lo desvíen de su objetivo principal. De este modo se puede hacer tanrico que puede lograr «jusque dans les plus hautes dignités de la robe» 76 . El honnête homme es para Savary aquel que tiene éxito, que es simpático y competente, al contrario que los malintencionados e incompetentes, que pueden llevar la empresa a la ruina 77 . En su Dictionnaire universel de commerce Savary explica la palabra «placer» con el ejemplo de un hombre joven, al que se le manda entrar de aprendiz: «J’ai bien placé mon fils, je l’ai obligé à un Mercier aussi honnête homme qu’habile Marchand» 78 .

Se ha demostrado, pues, que Savary recalca la utilidad del comercio al hacer constar la necesidad de la redistribución de los bienes repartidos desigualmente y al defender que el comercio proporciona alegría de vivir e impide la exuberancia, que puede llevar a una ociosidad perjudicial. Aparte de esto, el comercio fomenta la amistad y le aporta al rey información sobre los países extranjeros. Como perso­nalidad emprendedora, el mercader se caracteriza, en primer lugar, por sus conoci­mientos, por ejemplo, de los lugares y métodos de fabricación, antes de postular el autor rasgos indispensables como la precaución, la cautela, la disciplina y el orden en la contabilidad. No obstante, el mercader requiere también de otras caracterí­sticas exteriores como una buena reputación, un aspecto agradable, amabilidad y cortesía. Precisamente estos últimos rasgos son los que convierten al mercader en un honnête homme, pues en el siglo XVII en Francia este no se caracteriza, como el homme honnête, por la honestidad ‒la honnêteté‒, sino por unos modales in­tachables y la destreza en la conversación comercial y sociable. En una época muy próxima a la señalada, el filólogo y jesuita Dominique Bouhours define la honnêteté del hombre de negocios versado del siguiente modo: «Dans les négociations ils se conduisent avec beaucoup d’habilité et d’une manière fort délicate: ils découvrent d’abord les pensées de celui avec qui ils traitent sans se découvrir eux-mêmes; ils s’insinuent dans son esprit; ils l’engagent par ses propres intérêts» 79 . Visto de este modo, tampoco el parfait négociant de Savary se distingue por una moral intacha­ble, sino por una eficiencia incuestionable. Que el mercader puede actuar tanto de manera moral como inmoral es indiscutible desde Aristóteles, santo Tomás de Aquino y la neoescolástica, al igual que la cuestión de la dignidad de lo material y de la vida terrenal, que la patrística desmentía. En su apología del mercader perfec­to Savary concede más importancia a su función social, su posición y reputación, sus características y modales, así como a los conocimientos especializados del oficio. Sin embargo, también hay definiciones del honnête homme que ven en él un modelo de honradez y cumplimiento del deber y que nombran al propio rey como el mejor ejemplo. Como afirma Armand de Gérard: «le Roy est le plus honneste homme de son Roiaume» 80 . Si el mercader logra, pues, ser también un honnête homme, parece, al menos en el siglo XVII en Francia, haber escalado el nivel más alto de la jerarquía social.

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Notas

1. Cita de Brentano, 1923, p. 81; comp. también pp. 34-76 y 77-143.

2. «Pero también a la inversa: según el juicio claramente expreso del Señor, los bienes aparentes rique¬za, disfrute y gozo, que no enturbian el mal, son desfavorables para el disfrute de la bienaventuranza» (Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 142).

3. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 125.

4. Clemente, 1934, p. 50.

5. Clemente, 1934, p. 137.

6. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 143.

7. Mateo, 6.

8. Comp. Mateo, 6, 19, 20, 24-34; Lucas, 12: 33, 34, 22-30; Marcos, 4, 19; Mateo, 19, 21; Lucas, 18, 22; Lucas, 6, 20, 21, 24, 25.

9. Mateo, 19, 16-18.

10. San Agustín, Des heiligen Kirchenvaters Aurelius Augustinus…, pp. 39-40.

11. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 126.

12. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, pp. 125-126.

13. San Pablo a Timoteo 1, c. 6.

14. Cita de Brentano, 1923, p. 84.

15. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 128.

16. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, pp. 75-76.

17. Ambrosio, Des heiligen Kirchenlehrers Ambrosius von Mailand Pflichtenlehre…, p. 133.

18. Comp. Brentano, 1923, p. 91.

19. Cita de Brentano, 1923, p. 91.

20. Brentano, 1923, pp. 214-217.

21. Comp. Gurjewitsch, 2004, pp. 274-275.

22. Comp. Taylor, 2012; Weber, 2010.

23. Comp. Gurjewitsch, 2004, p. 297.

24. San Agustín, Des heiligen Kirchenvaters Aurelius Augustinus…, p. 28.

25. Geyer, 1951, p. 103.

26. Mateo, 6, 19-21; san Agustín, «De vera religione», pp. 374-375.

27. 1 Juan, 2, 15-16; san Agustín, «De vera religione», pp. 376-377.

28. Comp. san Agustín, «De vera religione», pp. 370-543.

29. San Agustín, «De vera religione», p. 357 y 1914.

30. Drecoll, 2012, p. 192.

31. Clemente, 1934, p. 46.

32. Wyrwa, 1983, pp. 317, 320.

33. Beierwaltes, 2014, p. 91.

34. Aristóteles, Nikomachische Ethik, pp. 277, 278.

35. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 231.

36. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 303; comp. también p. 233.

37. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 11.

38. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, pp. 35, 147.

39. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 147.

40. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 179.

41. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 183.

42. Aristóteles, Politik, p. 21.

43. Aristóteles, Philosophische Schriften 5. Metaphysik, p. 35.

44. Aristóteles, Philosophische Schriften 5. Metaphysik, p. 36.

45. Aristóteles, Philosophische Schriften 5. Metaphysik, p. 72.

46. Aristóteles, Philosophische Schriften 5. Metaphysik, p. 74.

47. Tomás de Aquino, Summa contra gentiles, p. 44.

48. Goez, 1982, p. 22.

49. Comp. Goez, 1982, p. 24.

50. Goez, 1982, p. 27.

51. Comp. Strosetzki, 2015 y 2016.

52. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, Epitre.

53. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, Au lecteur.

54. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, Epitre.

55. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 3.

56. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 6.

57. «Car comme il est certain que le trafic est la veritable la plus feconde source de toutes sortes de biens de commoditez necessaires à la vie, qui par un flux reflux continuel, fournist ce qui nous est necessaire, restablist ce qui est consommé; il ne faut point s’étonner de ce que nous tombons dans l’indigence, puisque à present cette souce nous est tarie même nous est ôtée par les étrangers. Eux seuls ont les facultés necessaires, les vaisseaux en abondance, les intelligences habitudes dans tous les pais, les pouvoirs les privileges pour exercer le Commerce avec avantage; […] la ruine du Commerce de la France est la veritable cause de toutes les incommoditez du peuple» (Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, pp. 124-126).

58. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 132.

59. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 141.

60. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 246.

61. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 134.

62. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 138.

63. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 189.

64. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, pp. 192-193.

65. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, p. 262.

66. Anónimo, Le commerce honorable ou considerations politiques, pp. 280-281.

67. Comp. Savary, Der vollkommene Kauff-und Handelsmann, p. 64.

68. Comp. Savary, Der vollkommene Kauff-und Handelsmann, p. 33.

69. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 196.

70. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 213.

71. Savary, Le parfait négociant. Tome I: «mettre leurs enfants dans les premières charges de la robe».

72. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 240.

73. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 241.

74. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 593.

75. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 700.

76. Savary, Le parfait négociant. Tome I, p. 245.

77. Savary, Le parfait négociant. Tome I, pp. 240, 542.

78. Savary, Dictionnaire universel de commerce. Tome II, p. 1112.

79. Bouhours, D’Ariste et d‘Eugène, pp. 172-173; comp. también Strosetzki, 2013.

80. Gérard, Le caractère de l’honneste homme: morale, pp. 220-221.

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