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Sobre el romancero morisco en la Flor de Huesca (1589): porcentajes y anotaciones
About the Moorish romancero in the Flor of Huesca (1589): Percentages and Comments

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 6, núm. 2, 2018

Instituto de Estudios Auriseculares

José Luis Eugercios Arriero

Universidad Autónoma de Madrid, España



Fecha de recepción: 29 Noviembre 2017

Fecha de aprobación: 19 Enero 2018

Resumen: Partiendo de un concepto restrictivo de romancero morisco, enten­dido exclusivamente como romancero nuevo y que excluye por tanto a los roman­cistas del periodo que se ha dado en llamar erudito, analizamos la presencia del género en la Flor de varios romances de Huesca (1589) y corregimos los porcen­tajes ofrecidos en su día por Menéndez Pidal (1953). Como apéndice a nuestro trabajo, esbozamos la evolución porcentual del romancero morisco en la serie de las restantes Flores, que servirán de fuente para el Romancero General de 1600. El cotejo de la Flor de Huesca y la Primera y segunda de 1591 esclarece las lindes entre el romancero erudito de tema moro y el nuevo morisco. En cuanto a la histo­ria editorial del romancero morisco, su correcta ponderación nos parece elemento imprescindible a la hora de interpretar la génesis y ocaso del género y desvincular ambos fenómenos de la cuestión socio-histórica.

Palabras clave: Romancero morisco, Menéndez Pidal, romancero nuevo, Lucas Rodríguez, Flor de romances.

Abstract: Starting from a restrictive concept of the Moorish romancero, which for us is exclusively romancero nuevo and excludes transitional poets from the pe­riod that has been called erudite, we analize the presence of the Moorish genre in the Flor de varios romances (Huesca, 1589) and we correct the percentages offered by Menéndez Pidal (1953). As an appendix to our work, we present the percentage evolution of the Moorish romancero in the series of the remaining Flowers, which which will be the source of the Romancero General (1600). The comparison be­tween the Flor of Huesca and the Primera y segunda (1591) clarifies the boundar­ies between the erudite romancero of Moorish theme and the new Moorish roman­cero. As for the editorial history of the Moorish romancero, its correct weighting seems to us an essential element when interpreting the genesis and decline of the genre and to unlink both phenomena from the recurrent socio-historical interpre­tation of the Moorish genre.

Keywords: Moorish romancero, Menéndez Pidal, Romancero nuevo, Lucas Ro­dríguez, Flor de Romances.

Qué entendemos por romancero morisco: breve historia del género

Mediando la década de 1580 cunde entre los jóvenes poetas de la primera generación barroca la moda morisca, que dará lugar a uno de los tres grandes géneros del romancero nuevo 1 . No resulta sencillo acotar el romancero morisco 2 por cuanto las lindes con el fronterizo, su antecedente remoto, resultan a veces difusas. Los romances fronterizos 3 , que aparecen en el último periodo de la recon­quista coincidiendo con la guerra de Granada, pertenecen casi todos al grupo de los que Menéndez Pidal llamó noticieros y, a modo de «gaceta y noticiario de he­chos memorables» 4 , tenían por función difundir las gestas del propio bando cris­tiano. Algunos romances, sin embargo, cambian la perspectiva, esto es adoptan la mirada del moro vencido, seguramente más como recurso poético que por real empatía, y en ellos descubre don Ramón la raíz genética del romance morisco 5 . Este cambio de perspectiva tiene mucho que ver con eso que se ha dado en llamar maurofilia literaria 6 , y que no es tanto reivindicación de la herencia musulmana como, ante todo, recuperación esteticista de un reino nazarí idealizado en la me­moria: en su Viaje a España dejó escrito el embajador Navagero, la cita es conocida, que en la guerra de Granada había vencido el amor 7 . No venció el amor en aquella ni en ninguna, claro, pero así debió de quedar en el imaginario colectivo del bando cristiano, que la recordaría como poco menos que una sucesión constante de he­chos caballerescos. La idealización alcanza a los héroes propios, pero no menos a los moros, que en los romances fronterizos más tardíos aparecen caracterizados como auténticos caballeros. En esto consiste también la maurofilia, en reconocerle al rival musulmán la condición de caballero con todo lo que ello implica: el arrojo, la nobleza, la gallardía, y sobre todo la capacidad de amar. Cuando el romancero fronterizo abre la puerta al tema del amor y comienzan a desfilar por sus versos moros que combaten por contraer méritos a ojos de su dama, es decir moros ena­morados, se despoja de su inicial carácter noticiero para convertirse en un produc­to netamente cortesano.

A comienzos de la década de 1560 se difunde, en cuatro versiones 8 , la breve novelita del Abencerraje. Su trama se articula en torno a una escena típica de fron­tera, pero es evidente que la entraña es sentimental más que bélica, y consagra al moro Abindarraéz como «espejo de caballeros y enamorados» 9 . La novela dio lugar a todo un romancero propio 10 desde bien pronto: los romancistas del periodo que se ha dado en llamar erudito 11 , Timoneda, Lucas Rodríguez y Padilla, la versionan, con desigual fortuna, en verso romance 12 ; y de su mano el doliente moro entra en el romancero como figura en la que se funden el ideal del perfecto caballero cor­tesano con el exotismo de la frontera y la exquisitez de la vieja corte musulmana. Timoneda es hombre de otra edad, pero Rodríguez y Padilla se aproximan a los umbrales del romancero nuevo, y de ellos dijo Montesinos que habían escrito ro­mances moriscos avant la lettre 13 : pues bien, no tendremos los suyos por tales. Los dos, el alcalaíno y el linarense, cultivan con gusto el romance de moros alternando temas típicamente fronterizos con otros de corte más sentimental que, a la zaga de la novelita, hacen de transición entre el romancero viejo y el morisco nuevo, pero se quedan a las puertas de este. Lo que define el romance morisco no es que trate de moros, ni siquiera la tan traída maurofilia, sino el estilo. Carrasco Urgoiti, quizás quien más ha contribuido al estudio del género, destinó el marbete de morisco a aquellas obras que contemplaban al moro literario «bajo un prisma de estilización favorable» 14 : es razón que compartimos pero se nos antoja, sin embargo, insufi­ciente, porque perfectamente sería aplicable a los romances últimos fronterizos en los que se imponía el tema amoroso; y no digamos ya a las tentativas de los dignos romancistas eruditos, en los que encontramos tanto el enfoque maurófilo, heredado sin duda de la novelita quinientista, como ese especial detalle a la hora de describir la estética a la morisca de los caballeros musulmanes 15 . Cifrar tan solo en ello la esencia del romancero morisco nos lleva a una indeterminación que dará cabida a todo poema que contemple al moro con cierta benevolencia.

El romancero morisco, decimos, es ante todo romancero nuevo 16 , esto es el de la generación que Montesinos llamó de 1580, los Lope, Liñán o Góngora, y viene definido por estilo, tema y espíritu. Respecto a lo primero, es un romancero más lírico que narrativo, y se aleja con verso ágil y fluido del rigor cronístico que todavía acusaban los Sepúlveda, Timoneda e incluso Rodríguez y Padilla: está escrito a menudo para el canto, suaviza la sintaxis y gusta del artificio poético 17 . Respecto a lo segundo, el tema en el romancero morisco es preferentemente el amor, no pocas veces de raíz autobiográfica puesto que el poeta se oculta bajo la máscara del moro granadino 18 para cantar sus amores; y los que llamaríamos temas se­cundarios, principalmente la guerra, no son sino trasfondo y pretexto. En cuanto a lo tercero, el romancero morisco es un romancero eminentemente cortesano que toma por horizonte referencial la memoria de aquella Granada «nunca vista y siem­pre cantada» 19 como locus amoenus exótico y refinado: si el poeta se disfraza a la morisca en sus versos, también el espíritu galante de la corte barroca se insinúa en las plazas y palacios donde los moros del romancero juegan cañas o bailan la zambra ante la atenta mirada de sus damas.

Así visto, quizás las lindes entre el romancero morisco y sus predecesores, el fronterizo y el erudito de tema moro, dejen de ser tan difusas como apuntábamos al comienzo. Los romances fronterizos fueron algo así como el correlato poético de una guerra, y aun cuando se abren al tema amoroso no abandonan este carácter. Los romancistas eruditos, fascinados sin duda por la estampa caballeresca del galante Abindarráez, pasan a verso la novela y recuperan al moro granadino para la poesía: tanto Rodríguez como Padilla escriben romances maurófilos, y no siem­pre sobre la trama del Abencerraje, pero todavía a la manera de relatos en verso. El romancero nuevo nace cuando Lope, Liñán y Góngora arrumban los modos del viejo y convierten el verso narrativo en poesía pura; y el romancero morisco nace, casi al tiempo, cuando vierten al nuevo molde el asunto moro adecuándolo a sus inquietudes y a la sentimentalidad de la corte barroca. Quizás si Lope no hubiera decidido ocular su nombre tras el de Gazul para contar a quien quisiera atenderla su historia con Elena Osorio 20 , y el resto de jóvenes creadores no hubieran seguido su feliz idea o juego, no habría surgido eso que llamamos romancero morisco y que parte, en palabras certeras de Menénez Pidal, «del artificio de situarse el poeta en medio del campo moro» 21 .

El romancero morisco es, pues, el breve fruto de los intereses poéticos de una generación bien determinada, la primera del barroco pleno, que descubre en la Gra­nada 22 literaturizada por la tradición precedente un enclave idóneo para trasplantar allí sus asuntos de amor; y en el estilizado moro granadino trasunto exótico tras el que que velar los poetas sus identidades. Todo ello, repetiremos, con el remozado estilo del romancero nuevo, más próximo sin duda a lo que hoy tenemos por poe­ma que a esos usos narrativos que tanto los romancistas viejos como todavía los rimadores eruditos le venían dando al verso tradicional castellano.

El romancero morisco en la Flor de huesca (1589)

El romancero morisco, más aun que el resto de géneros del romancero nuevo, se asocia inexorablemente a la serie de Flores salidas de mode entre 1589 y 1597 que constituirán las fuentes del magno Romancero General de 1600 23 . Decimos que más aun porque los otros dos grandes géneros, el pastoril y el histórico, son de mucho mayor recorrido en el tiempo y en la imprenta, mientras que el ciclo morisco ve la luz editorial con la Flor de Huesca, en 1589; muestra ya síntomas de agota­miento con las Flores intermedias de 1593-1595; y para la aparición de la Novena, en Madrid, en 1597, puede darse prácticamente por extinto: al Romancero General pasa como género que se lee con gusto, puesto que se reedita, pero que ya no da apenas frutos nuevos. Así las cosas, hablamos de una moda fugaz, puesto que en el mejor de los casos no alcanza las dos décadas 24 , y que liga su éxito editorial a las Flores 25 , hasta el punto de que se ha tomado su presencia en la serie de tomitos como termómetro de su auge y decrecimiento. Con números lo justifica Pidal:

Los temas moriscos se encuentran en su mayor boga cuando comienza la publicación de las Flores, predominando en tal manera que suman un 40% del total de los romances publicados en la Primera Parte de la Flor (1589). Después van hallándose en menor proporción, hasta ser un 16% del total de la Sexta Parte (1593), aunque todavía en ella forman la clase más numerosa; por último, en la Novena Flor (1597) ya son menos en número que los romances históricos. Luego continúa la disminución del género morisco, hasta su casi extinción en los prime­ros años del XVII 26 .

Pero don Ramón no ha elaborado estos porcentajes sobre las Flores, sino sobre las partes del Romancero General siguiendo los índices de González Palencia 27 ; y sabemos que la equivalencia entre Flores y partes del Romancero no es del todo exacta. Es claro, además, que aplica a la Flor de Huesca 28 porcentajes que se de­ducen de la primera parte del Romancero General, como veremos. De acuerdo con el cómputo de González Palencia 29 , de los 54 romances que componen la primera parte del Romancero General hay 30 :

- Moriscos: 1, 3, 6, 9 a 22, 46-47.

- Contrahecho morisco, de Góngora: 4, 5.

- Cautivos: 23, 24, 24 bis, 25.

- Pastoriles: 26-36, 50, 51-53.

- Venus y Cupido: 37-43.

- Lautaro y Guacolda: 44-45, 48, 49.

Aceptando los romances contrahechos también como moriscos 31 , y siguiendo a pies juntillas el conteo de González Palencia, tendríamos un total de 21 romances moriscos sobre un total de 54, lo que hace un porcentaje de 38,8%; esto es, nos movemos en los números de Pidal, que son los que desde entonces se vienen aceptando 32 . Habría que hacer, pues, las cuentas directamente sobre el tomito de Huesca, y aquí comienza lo interesante porque sabemos que en esta primera tentativa editorial a Moncayo le faltó el olfato necesario para subirse a la nueva moda del romancero, de manera que mezcla indistintamente romances eruditos y nuevos 33 . En lo que al romance de tema moro atañe la cuestión no es accidental, puesto que pasan a la Flor de 1589 varios romances de Lucas Rodríguez 34 , de quien ya hemos indicado que se quedó a las puertas del género pero no llegó a cruzarlas: el hecho de que ningún romance del Romancero historiado pasara a las siguientes Flores nos parece argumento a favor de esta idea. Así pues, es preciso desbrozar lo nuevo y lo viejo en el volumen de Huesca. De acuerdo con nuestro criterio, ya expuesto, los siguientes serían los romances moriscos que incluye la Flor de 1589:

  1. «Abindarráez y Muza»

  2. «A la jineta y vestido»

  3. «Alojó su compañía»

  4. «Aquel rayo de la guerra»

  5. «A sombra de un acebuche»

  6. «Azarque, indignado y fiero»

  7. «Bravonel de Zaragoza»

  8. «Con dos mil jinetes moros»

  9. «Cuando al nuevo desposado»

  10. «Cuando de los enemigos»

  11. «De la armada de su rey»

  12. «Después que en el martes triste»

  13. «El mayor Almoralife»

  14. «En el Alhambra en Granada»

  15. «En el espejo los ojos»

  16. «En el tiempo que Celinda»

  17. «Ensíllenme el potro rucio»

  18. «Estando toda la corte»

  19. «Galiana está en Toledo»

  20. «La bella Zaida Cegrí»

  21. «Por arrimo su albornoz»

  22. «Por la plaza de Sanlúcar»

  23. «Sale la estrella de Venus»

Son 23 romances moriscos, esto es un 20,3% de los 113 totales, de manera que el porcentaje ofrecido por Pidal se reduce drásticamente a la mitad. El dato es significativo, pero tampoco será prudente extremar las conclusiones porque ya se ha indicado que a Moncayo le faltó el necesario olfato para entender por dónde so­plaban los vientos: que incluyera más o menos romances moriscos en su volumen poco dice de si el género estaba más o menos de moda, sino tan solo de su tino o instinto a la hora de interpretar esa moda.

La Primera y segunda de 1591

Sin embargo, sí convendrá cotejar estos datos con los de la Primera y segunda parte, dadas a la estampa por el propio Moncayo, esta vez en Barcelona, en 1591. El editor había aprendido la lección 35 , y los 125 romances que publica son nuevos. De ellos, tenemos por moriscos los siguientes 36 :

  1. «Abindarráez y Muza»

  2. «¡Afuera, afuera! / ¡aparta, aparta!»

  3. «A la gineta y vestido»

  4. «Alojó su compañía»

  5. «Al tiempo que el Sol esconde»

  6. «Aquel moro enamorado»

  7. «Aquel rayo de la guerra»

  8. «A sombras de un acebuche»

  9. «Avisaron a los reyes»

  10. «Azarque, indignado y fiero»

  11. «Azarque vive en Ocaña»

  12. «Bravonel de Zaragoza»

  13. «Con dos mil jinetes moros»

  14. «Contemplando estaba en Ronda»

  15. «Cubierta de trece en trece»

  16. «De celos del rey, su hermano»

  17. «De la armada de su rey»

  18. «De los trofeos de amor»

  19. «Descargando el fuerte acero»

  20. «Después que con alboroto»

  21. «Después que el fuerte Gazul»

    «Después que en el martes triste»

  22. «Desterró al moro Muza»

  23. «De ver una oscura cueva»

  24. «El gallardo Abenhumeya»

  25. «El mayor Almoralife»

  26. «En el espejo los ojos»

  27. «En el tiempo que Celinda»

  28. «En la prisión está Adulce»

  29. «Ensíllenme el asno rucio»

  30. «Ensíllenme el potro rucio»

  31. «Estando toda la corte»

  32. Galanes, los de la corte»

  33. «Galiana está en Toledo»

  34. «La bella Zaida Cegrí»

  35. «La noche estaba esperando»

  36. «Marlotas de dos colores»

  37. «Ocho a ocho y diez a diez»

  38. «Por arrimo su albornoz»

  39. «Por la plaza de Sanlúcar»

  40. «Rico de costosas galas»

  41. «Sale la estrella de Venus»

  42. «Sobre lo verde y las flores»

  43. «Una parte de la vega»

  44. «Vive el cielo, Zaide moro»

Los 45 romances moriscos de la Flor de 1591 hacen un 36% del total, porcentaje considerablemente superior al de la primera compilación de Moncayo. El editor, aunque algo tarde, había logrado subirse a una moda que apenas un par de años más tarde comenzaría a dar sus primeras muestras de agotamiento: la moda fue tan fugaz como intensa.

Breve apéndice: auge y ocaso del género morisco en las Flores

A partir de 1592 los editores explotan el filón de las compilaciones de romances, y las ediciones de las distintas partes de la Flor se suceden. Ese mismo año apare­ce en Lisboa una nueva edición de la Primera y segunda, junto a una Tercera. Las Flores de las que tenemos noticia son las siguientes 37 :

Flor primera (fragmento; Barcelona, 1591; Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá, 1595; Madrid, 1597)

Flor segunda (fragmento; Barcelona, 1591; Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá, 1595; Madrid, 1597)

Flor tercera (Lisboa, 1592; Valencia, 1593; Madrid, 1593; Madrid, 1595; Alcalá; 1595; Madrid, 1597)

Flor cuarta (Burgos, 1592; Burgos, 1594; Lisboa, 1593)

Flor quinta (Burgos, 1592; Lisboa, 1593; Toledo, 1594; Alcalá, 1595; Zaragoza, 1596; Alcalá, 1597)

Flor sexta (Lisboa, 1593; Toledo, 1594; Alcalá, 1595; Zaragoza, 1596; Alcalá, 1597)

Flor séptima (Madrid, 1595; Toledo, 1595; Alcalá, 1597)

Flor octava (Toledo, 1596; Alcalá, 1597)

Flor novena (Madrid, 1597; Alcalá, 1600)

Hemos trabajado únicamente con las editadas en facsímil por Rodríguez Moñi­no y Damonte 38 , pero servirán para ilustrar la fortuna editorial del género morisco durante la década que conoce su mayor boga y también su súbita caída. En la Tercera de Lisboa (1592) y Valencia (1593) el número de romances moriscos ronda el 40% 39 , mientras que la de Madrid (1593) se queda todavía en el 30%. La Cuarta aparece en Burgos (1592) con un 28% de romances moriscos, que se quedan en el 23% en su edición de Lisboa (1593). Similares proporciones hallamos en la Quinta: un 29% de moriscos en la de Burgos (1592) que se reduce al 24% en la de Lisboa (1593). También en Lisboa se publica la Sexta (1593), con un 28% de romances moriscos que en su edición de Toledo (1594) supera el 31%. En la Séptima de Ma­drid (1595) el porcentaje de moriscos no alcanza el 28%, y la Octava, también de Madrid (1595), ofrece un escaso 20%. Finalmente, con la publicación, nuevamente en Madrid (1597), de la Novena y su 15% de romances moriscos, el género puede darse por amortizado.

Conclusiones

La Flor de Huesca, o su fracaso, inaugura el auge editorial del romancero mo­risco. La idea de que con este primer tomito el género alcanza su culmen y a partir de aquí va en descenso —tal como parece deducirse de las cifras ofrecidas en su día por Menéndez Pidal— hasta diluirse no es real, porque lo que en verdad ocurre es que precisamente con la siguiente Flor, la de 1591, arranca el boom editorial de los romances moriscos. Por tanto, el periodo de 1591 a 1593 es, sin duda, el de mayor fortuna del género morisco para el romancero, coincidiendo principalmente con la aparición de las tres primeras partes de la Flor. Precisamente por estos años, sobre todo a partir de 1593, comienzan a difundirse romances paródicos y satíricos que pueden interpretarse como censuras al género 40 , pero a la vez dicen de una moda que está todavía viva, puesto que suscita polémicas de academia literaria. Es mediando la década cuando esta moda comienza a dar serios indicios de agotamiento, puesto el porcentaje de romances moriscos va en descenso hasta desplomarse en la Flor novena de Madrid, que no viene sino a certificar su práctica defunción. Lo que pasa al Romancero General de 1600 es el corpus prácticamente definitivo del género 41 .

La suerte editorial no termina de despejar el problema de la génesis del roman­cero morisco, puesto que la prioridad en el tiempo la tienen seguramente los ma­nuscritos, pero ilumina nuestro conocimiento sobre el gusto de los lectores y es­clarece un poco más la cuestión de su ocaso. Se viene dando por supuesto que el romancero morisco surge a raíz de la sublevación de las Alpujarras para extinguirse fruto de las tensiones previas a los primeros decretos de deportación, a partir de 1609: los porcentajes que ofrecemos, por de pronto, contribuyen modestamente a cuestionar esta idea, puesto que el romancero morisco nace a la imprenta casi dos décadas después de terminada la guerra y a duras penas alcanza los umbrales del nuevo siglo, años antes de que se ordene la expulsión de los moriscos valencianos. Quizás sucedió, sencillamente, que el público se cansó por saturación, o que los propios poetas abandonaron lo que no dejaba de ser un juego de máscaras 42 y buscaron abrirse camino en los registros más solemnes de la alta poesía barroca.

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Notas

1. Los otros dos son el pastoril y el histórico, a los que nos referimos también como géneros. Aparte de ser convención tácitamente aceptada en la tradición crítica, nos parece que el término género presenta ventajas respecto a otros menos comprometedores como pudieran ser ciclo o vertiente: así, en el caso que nos ocupa hablar de género ilumina la relación entre el romancero morisco, la novela morisca y la comedia morisca, que son tres manifestaciones de una misma moda y un mismo imaginario.

2. Remitimos, antes que nada, a los trabajos ya clásicos de Carrasco Urgoiti 1956, pp. 47-63 y, sobre todo, García Valdecasas 1987a y 1987b. También puede resultar de interés la antología de la literatura morisca publicada por Rey Hazas 2005, cuyo estudio previo arroja una esclarecedora visión panorámica del género morisco y sus deslindes. Sobre la génesis, desarrollo y ocaso del romancero morisco en su contexto histórico ver Eugercios Arriero 2016.

3. Para todo lo referido al romance fronterizo, que excede por ahora nuestro negociado, ver la edición de Correa González 1999 y su magnífico estudio preliminar.

4. Alvar, 1990, p. 42.

5. La cita es ya clásica: «Los romances moriscos tienen sus raíces y antecedente en los romances fronterizos vistos desde el campo moro» (Menéndez Pidal, 1953, p. 126). Más tarde completará la idea al sentenciar que «los romances moriscos son romances compuestos desde el punto de vista moro» (1985, p. 266).

6. Consagrado por Cirot en la serie de nueve artículos que, bajo el título de «La maurophilie littéraire en Espagne au XVIe siècle», publica en Bulletin Hispanique entre 1938 y 1944. Pueden consultarse también los trabajos de Colonge 1969-1979 y Fuchs 2011.

7. «No había caballero que no se hallase enamorado de alguna dama de la corte; y como estas presenciaban cuanto se hacía, y daban por su mano las armas a los que iban a combatir y con ellas algún favor, diciéndoles palabras de esfuerzo para que demostrasen con altos hechos cuánto las amaban, ¿qué hombre, por vil que fuese y por débil, no había de vecer después al más valiente enemigo, y no había de preferir perder mil veces la vida antes que volver con vergüenza ante su señora? Por eso se puede decir que en esta guerra venció principalmente el amor». Citamos por Rey Hazas 2005, pp. 8-9.

8. Las llamadas Chrónica y Corónica, la del Inventario de Antonio de Villegas y la que inserta Montemayor en su Diana.

9. Carrasco Urgoiti, 1956, p. 49.

10. Caso insólito, porque más lógico parecería que una tradición poética hubiera cristalizado en novela y no al revés: como fuera, no nos ha llegado ningún romance anterior que contenga su historia completa. Puede consultarse la antología del romancero del Abencerraje presentada por López Estrada 2005, pp. 167-244 como apéndice a su edición.

11. Aunque asumimos la convención de agruparlos bajo esta etiqueta, compartimos las reservas de Higashi, quien la considera desafortunada y entiende que nació «para deslindar el romancero viejo, cuyos textos pretendidamente provenían de la oralidad, de aquellos otros que no pasaban de ser imitaciones cultas, despreciadas naturalmente por su esencia postiza y segundona» (2017, p. 159). Recuérdese que Menéndez Pidal se había referido a estos romancistas de entreguerras entre el viejo y el nuevo romancero como «ramplones [...] rimadores de crónicas» (1953, p. 117). No obstante, entendemos que hay una distancia notable entre Timoneda, esforzado rimador, y el talento poético de Padilla, reconocido y alabado por sus coetáneos, Cervantes y Lope a la cabeza. Sobre el linarense, ver Rey Hazas, 2010.

12. El primero en hacerlo es Timoneda, quien ya en su Rosa de Amores (1573) incluye un «Romance de amores de la hermosa Xarifa». El Romancero historiado (1582) de Rodríguez contiene dos versiones parciales de la novela, «Por una verde espesura» y «Al campo sale Narváez»; más otro romance, «Cuando el rubicundo Febo», inspirado en los amores de Abindarráez y Jarifa. En cuanto a Padilla, desarrolla la historia en una extensa secuencia de cinco romances que hacen casi 600 versos y aparece publicada en su Romancero (1583). También la Primera parte del romancero y tragedias de Lasso se hace eco de la historia. Por otra parte, un pliego granadino de 1573 (ed. facsímil en García de Enterría, 1975), salido de la imprenta de Hugo de Mena y conservado en la Biblioteca Universitaria de Cracovia, contiene otra versión parcial de la novelita: se trata del «Romance de la hermosa Xarifa y Abindarraez, que comiença la mañana de sant Juan. Con las coplas del Vil muy sentidas. Y otras, si ganada es Antequera. Y despierta Juan por tu fe». El romance, sería versionado más tarde en la Silva de varios romances recopilados (Barcelona, en casa de Jaime Sendrat, 1582) y finalmente por Pérez de Hita en la primera parte de las Guerras Civiles.

13. Montesinos, 2004, p. 484.

14. Carrasco Urgoiti, 2005, p. 63.

15. Que sí es, empero, uno de los elementos propios del género morisco aunque ya se encuentre en algunos romances fronterizos tardíos y en el mismo Abencerraje: los poetas se recrean en la vestimenta y adorno del moro, sus motes, colores e insignias; cosa que rara vez hacen con el caballero cristiano.

16. «Los textos incluidos en el corpus del Romancero nuevo se definen por su estilo, opuesto al de otros tipos de romances existentes en la historia del género. Lo cierto es que todos ellos se ajustan a un lenguaje y una poética barroquizante, escritos por autores de la segunda mitad del siglo XVI y del siglo XVII» (de la Campa Gutiérrez, 2006, p. 140). Por el mismo criterio excluye el profesor de la Campa a Padilla del grupo del romancero nuevo: «Los textos de Padilla no forman parte del romacero nuevo, ni su estilo ni su poética permiten aceptarlo» (2010, p. 130).

17. Abundantes figuras retóricas, estribillos, juegos polimétricos, etc. Para todo lo referido al estilo del romancero morisco siguen siendo de obligada referencia los trabajos de García Valdecasas 1986 y 1987b).

18. Como bajo la pelliza del pastor poético: no en vano el morisco y el pastoril son géneros hermanos en el romancero. Caso paradigmático es el de Lope, que bajo los heterónimos de Gazul, Azarque o Belardo difundió sus amores y desamores por la corte. Aunque tampoco conviene extremar este autobiografismo, ni extender a todo el grupo del romancero nuevo las querencias exhibicionistas del Fénix. Además, la correspondencia entre poetas y seudónimos no es siempre biunívoca y, po poner un ejemplo, quizás no fuera Lope el único en acogerse al heterónimo de Azarque, que años más tarde su amigo Liñán reivindicaría para sí.

19. Alvar, 1990, p. 81.

20. Nos referimos al célebre «Ensíllenme el potro rucio», que suele atribuirse a Lope aunque recientemente Pérez López (2012) haya reivindicado, con argumentos ciertamente razonables, la autoría de Liñán. Lo tendremos, con Sánchez Jiménez (2015, pp. 162-163) por obra de Lope, y seguramente uno de los más tempranos, puesto que ya en 1585 (según data el manuscrito Chacón) recibe contrafacción burlesca por parte de Góngora en «Ensíllenme el asno rucio». No diremos que fuera Lope autor del primer romance morisco, que desconocemos, pero con verdad se le puede considerar principal impulsor de un género que prospera a su zaga. Las frecuentes alusiones al Fénix que encontramos en las parodias y sátiras antimoriscas indican, además, que como tal se le reconoció. Sobre la reacción antimorisca, véanse los trabajos de Carrasco Urgoiti 1986 y Sánchez Jiménez 2014.

21. Menéndez Pidal, 1985, p. 275.

22. Granada adquiere aquí una significación casi genérica, aunque sea sin duda la ciudad que les sirve de escenario a más romances, porque veremos a los moros del romancero campar por Toledo y la ribera del Tajo, por Baza, Baeza, Jaén, Gelves, e incluso hacer parada en Zaragoza yendo de camino a Francia. Con todo, recuérdese que Carrasco Urgoiti (1956) intituló su tesis, que sentaría las bases para el estudio del género morisco, El moro de Granada en la literatura.

23. Por supuesto que no podemos reducir su trayectoria vital a los impresos, pero es que los manuscritos tampoco nos permiten remontarnos mucho más atrás, aparte de los comunes problemas de datación que suelen ofrecer. Góngora, gracias a la cuidadosa preparación del manuscrito Chacón, es seguramente el autor que menos dificultades plantea en este punto y, según Carreira (1998, p. 306), «Aquel rayo de la guerra» sería el más antiguo de sus moriscos, escrito seguramente en 1584. Con autores como Lope o Liñán, que no muestran especial preocupación por la publicación de sus romances, nos movemos siempre en el farragoso terreno de la suposición, acogiéndonos con frecuencia, sobre todo en el caso del Fénix, al tantas veces falaz criterio autobiográfico.

24. Lo común es considerar que el romancero morisco surge a raíz de la sublevación de las Alpujarras (García Valdecasas, 1987a, p. 15; Rey Hazas, 2005, p. 27) y se extingue en los años previos a la promulgación del primer decreto de deportación masiva de los moriscos valencianos, en 1609 (Carrasco Urgoiti, 1986, pp. 116, 120; García Valdecasas, 1989, p. 137). De este modo, encuadrado entre dos acontecimientos que remiten directamente al problema morisco, se abre la puerta a una posible interpretación de su génesis y ocaso desde factores extraliterarios. Una propuesta alternativa puede encontrarse en los trabajos de Sánchez Jiménez 2014 y Eugercios Arriero 2016.

25. No tuvo el romancero morisco la misma suerte editorial que su hermano pastoril, que hasta el último tercio del siglo XVII sigue pasando a tomitos compilatorios: más allá de las dos ediciones del Manojuelo (1601 y 1603) de Lasso o el Jardín de Amadores (1611) de Juan de la Puente, los romances moriscos prácticamente mueren para la imprenta con las ediciones del Romancero General. Para todo lo referido al romance nuevo pastoril, ver Suárez Díez, 2015, que adjunta inventario general y edición crítica del corpus.

26. Menéndez Pidal, 1953, p. 125.

27. Así lo especifica en nota al pie (Menéndez Pidal, 1953, p. 125). Los índices se encuentran en González Palencia 1947, pp. XXIII-XXXII.

28. Y no a la Primera, aunque como tal la denomine, puesto que da la fecha de 1589.

29. González Palencia, 1947, p. XXIII.

30. Copiamos literalmente porque lo cierto es que no resulta sencillo comprender la notación de González Palencia, que no incluye el romance nº 2 («Azarque indignado y fiero»), ni el nº 7 («Por la plaza de Sanlúcar») ni el nº 8 («En el tiempo que Celinda»); y da por contrahecho el nº 5, que ni lo es ni pertenece tampoco de Góngora: se trata del más célebre de Lope, «Sale la estrella de Venus». Es despiste evidente que, a efectos de lo que ahora nos interesa, poco resta.

31. Se trata de parodias al género bajo los códigos del propio género, y por ese motivo los consideramos integrantes del corpus morisco, como prueba el hecho de que se publiquen conjuntamente.

32. Así García Valdecasas 1987a, pp. 24-25, que asume los mismos números: «El desarrollo del tema morisco, con sus variaciones asonánticas, contaminaciones e iniciaciones formulísticas, se encuentra en las nueve partes de la serie Flor de varios romances nuevos, editadas por Antonio Rodríguez Moñino bajo el título Las Fuentes del Romancero General [Madrid 1600]. En la primera parte de la Flor el tema morisco predomina en un 40%; en las partes siguientes va disminuyendo de forma gradual: en las partes cuarta y quinta, los romances pastoriles exceden en número a los moriscos; en la sexta parte, los moriscos suman el 16%; en la novena parte, los históricos ocupan el primer lugar. A principios del siglo XVII se extingue el tema morisco en el Romancero nuevo». Y, más recientemente, Fuchs 2011, p. 132: «En la primera parte de Flor de varios romances nuevos [...] un buen cuarenta por ciento de los poemas se ocupa de temas moros».

33. Tuvo el proyecto mucho de experimento o tentativa —«improvisación emprendida por ánimo de lucro», dirá Montesinos (1952, p. 387)—, y quizás a ello pudiera deberse su fracaso editorial: se trata de una compilación de carácter híbrido y misceláneo en un momento en que el público ya debía de conocer ese nuevo modo componer romances que había impulsado Lope. El propio Moncayo enmienda esta falta de acierto cuando dos años más tarde presenta su Primera y segunda parte de la Flor, ahora ya sin romances viejos, y en cuyo prólogo reconoce, las palabras son nuevamente de Montesinos (1952, p. 388), que en el volumen de 1589 había sido «excesivamente generoso con muchas antiguallas». En otra parte volverá este crítico sobre la misma idea: «Apenas aparecido su libro, Moncayo se percató de que se había equivocado, de que el arte romanceril emprendía otros caminos que el pobre Rodríguez, tan prosaico siempre, no había sospechado siquiera» (Montesinos, 2004, p. 483). El fracaso editorial de la Flor de Huesca pone de manifiesto ya la moda de un nuevo modo de hacer romances, que es lo que el público demanda: es el nacimiento del romancero nuevo. Pero a Moncayo, que no era del todo consciente, el cambio de estilo y gusto le había cogido con el pie cambiado.

34. Se trata de los siguientes: «Al campo sale Naruáez», «Cercada está Santa Fe», «Como quedó con tristeza», «Con los francos Bencerrajes», «Cuando el rubicunto Febo», «De puro amor abrasado», «Después que la clara Aurora», «Entre los moros guerreros», «Por una verde espesura», «Tan quejoso está y sañudo» y «Ya se parte un diestro moro». Aunque García Valdecasas 1987a, p. 23 inscribe a Rodríguez en «esa etapa intermedia en que ya apuntan elementos moriscos», el inventario general del género morisco en las Fuentes del Romancero que aporta como apéndice a su estudio (1987a, pp. 171-179) incluye todos estos romances del alcalaíno: da la impresión de que por cautela, aunque contraviniendo su propio marco téorico, la profesora ha optado por registrar como moriscos todos los romances de tema moro contenidos en la Flor de Huesca. Y los incluye, valga la obviedad, porque antes lo ha hecho Pedro de Moncayo: es, desde luego, decisión prudente aunque implique cierta incoherencia metodológica, pero hacer las cuentas sobre su copus no da ese 40% que toma de Pidal. Habida cuenta de que esta primera Flor contiene 113 romances y de ella García Valdecasas toma por moriscos, incluyendo los de Rodríguez, 33, el porcentaje que obtenemos es de un 29,2%.

35. En su dedicatoria preliminar al lector: «Algunos culparon el descuido que tuve en la primera impresión, y para disculpa dél he recogido en esta los mejores romances que en estos años se han cantado» (Rodríguez Móñino 1957b, p. 2).

36. No aceptamos como tales los romances de africanos y de cautivo como «Amarrado a un duro banco» o «Servía en Orán al rey», aunque les reconocemos un tronco común con el género morisco. Hemos incluido en nuestra nómina, por el contrario y no sin ciertas reservas, «De ver una oscura cueva», por cuanto presenta una curiosa mezcla de los códigos morisco y pastoril y nos parece indicativo de la moda literaria del moro.

37. Nos referimos a las que integran el Romancero General de 1600. Como es sabido, la serie pasa, ampliada hasta la Trecena, a la edición de 1604.

38. En la serie de Las Fuentes del Romancero General, que anotamos en la bibliografía final. Pueden consultarse índices más detallados en el Manual Bibliográfico de Cancioneros y Romanceros de Rodríguez Moñino (1973). Hemos preferido, sin embargo, trabajar sobre las Flores consideradas por separado y no atendiendo a los volúmenes tal como salieron publicados.

39. Redondeamos las cifras por hacer un poco más natural la lectura.

40. Como «Tanta Zaida y Adalifa», en la Tercera de Madrid y en la Quinta de Burgos; o «¡Ah!, mis señores poetas», en la Quinta de Burgos. No incluimos entre las censuras «Ensíllenme el asno rucio», que ya había aparecido casi una década antes, porque no lo consideramos enmienda a la totalidad del género sino ataque directísimo de Góngora a Lope y primera escaramuza poética entre ambos en eso que Sánchez Jiménez (2014) ha llamado la batalla del romancero. Ver al respecto el trabajo ya clásico de Millé y Giménez 1930, pp. 149-168.

41. Algún romance morisco añadirán todavía la edición de 1604 y la Segunda parte del Romancero publicada por Madrigal en 1605, pero no suman la decena entre ambas.

42. ¿Por qué no ocurrió lo mismo con el romance pastoril? Quizás en el contraste se cuele de nuevo larecurrente cuestión socio-histórico, al parecer más inocua la figura del pastor que la del encumbradomoro; o acaso, y esto se nos antoja más razonable, ocurrió que, siendo como fue el pastoril un génerode mayor recorrido en el tiempo y la imprenta, no conoció un auge tan intenso como el del romanceromorisco entre 1591 y 1593. Compruébese en los índices del trabajo de Suárez Díez 2015, pp. 197-240.

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