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El viaje por España de los peregrinos en el Persiles
The Pilgrims’ Journey around Spain in the Persiles

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 6, núm. 2, 2018

Instituto de Estudios Auriseculares

Enrique Rull

Universidad Nacional de Educación a Distancia, España



Fecha de recepción: 10 Agosto 2018

Fecha de aprobación: 12 Septiembre 2018

Resumen: En este trabajo tratamos de realizar un recorrido geográfico por la España que Cervantes diseña en el camino de los peregrinos hasta su llegada a Francia. Este viaje no es, contra lo que pudiera pensarse, una descripción al uso de los viajes por una geografía determinada, sino que está claramente supeditado a la intención novelesca del autor, de manera que, por ejemplo, omite el paso por las ciudades más importantes de entonces como Madrid y Toledo (lo que no le impide realizar la loa de esta última). Recordemos que los peregrinos en la corte no esta­ban muy bien vistos y en el recorrido hacia Roma no era imprescindible pasar por Madrid. Así, a Cervantes le interesa conservar el hilo narrativo conductor antes que la descripción de lugares concretos, como claramente estudiamos aquí.

Palabras clave: Cervantes, viaje, España, Persiles.

Abstract: In this work we try to show a geographical tour of the Spain that Cer­vantes portrayed through the path the pilgrims followed until their arrival to France. Opposite what is generally people thought, this is not just an ordinary description of travelling around a specific geographical space, but it is clearly subjected to the author’s narrative intention in the sense that, for example, he omits passing through the most important cities at that time like Madrid and Toledo (which does not pre­vent him from doing the loa of this last one). We must remember that the pilgrims at the court were not very well considered then, and that to go to Rome it was not essential going through Madrid. Thus, Cervantes’ main interest is to preserve the narrative thread more than the description of specific places, as we clearly study here.

Keywords: Cervantes, Travel, Spain, Persiles.

En el libro del Persiles, en el recorrido que realizan los peregrinos protagonistas hasta la ciudad de Roma, hay un intervalo que posee cierta unidad, y es el que representa el camino de Lisboa a Perpiñán, es decir el recorrido por las tierras de España. Si Cervantes recorrió este camino alguna vez, tal como lo describe, es algo de lo que no tenemos constancia cierta, pero tiene interés explicar en qué lugares se fue deteniendo y qué visión tenía de España en los últimos años de su vida. En ese recorrido no se crea que Cervantes se aplica a describir los lugares por los que transcurre la peregrinación como si de un viaje turístico se tratara, o un mero trata­do geográfico al uso. El Persiles, no hay que olvidarlo nunca, es un libro de ficción, lo que hoy llamaríamos una novela, por eso en este libro los lugares son meros puntos de paso que apenas se describen geográficamente ni de forma sistemática, aun­que hay referencias de algunas características de los mismos y de sus habitantes 1 . Esos lugares son los siguientes: Lisboa, Sangián (Sao Giao, o San Julián, un fuerte ocupado entonces por un ejército castellano), Belén, Badajoz, Cáceres, Guadalupe, Trujillo, Talavera, la Sagra de Toledo, Toledo, pero que por las prisas no entran en la ciudad), Madrid (por lo mismo no entran en ella), Aranjuez, Ocaña, Quintanar de la Orden, Valencia, Villarreal, Barcelona, Perpiñán. Se podría, pues, trazar una línea del viaje y un sentido del recorrido, que está todo trufado de episodios que los pe­regrinos comparten con las historias que les narran los personajes hallados en el camino 2 . En este trayecto observamos varias cosas: en primer lugar, cómo el autor mezcla hábilmente la idea de viaje con la de episodios novelescos; en segundo lugar, que no se pierde nunca el sentido de la idea de peregrinación, y por tanto la visión religiosa que subyace en la misma (por ejemplo, es evidente el precedente de la llegada final a Roma en la visita a Nuestra Señora de Guadalupe); y en tercer lugar, Cervantes, en este libro, consigue crear una amplia visión del territorio espa­ñol engarzando en él historias novelescas a la vez que indicaciones generalmente laudatorias de los lugares por los que pasan sus personajes, plasmando de esta manera la idea unitaria de España con sus diferenciaciones regionales caracterís­ticas y sus peculiaridades propias.

Para Cervantes la idea de peregrinación se fundamenta en el movimiento de las almas, tal como afirma: «Como están nuestras almas siempre en continuo movi­miento, y no podemos parar ni sosegar, sino en su centro que es Dios, para quien fueron criadas [etc.]» (III, 1, p. 429 3 ), y, lo mismo que en el Quijote su protagonista se movía con el impulso de la aventura, los personajes peregrinos del Persiles se mueven hacia un fin, que es llegar a Roma, pero lo hacen desde las tierras del Sep­tentrión por mar hasta llegar a Lisboa. Después de un viaje en las naves que dura «diez y siete días» alcanzan «el paraje de la famosa Lisboa» (p. 431), de la que el autor hace una alabanza extrema:

La ciudad es la mayor de Europa y la de mayores tratos; en ella se descargan las riquezas del Oriente y, desde ella, se reparten por el universo; su puerto es capaz, no sólo de naves que se puedan reducir a número, sino de selvas movibles de árboles que los de las naves forman; la hermosura de las mujeres admira y enamora; la bizarría de los hombres pasma, como ellos dicen, finalmente esta es la tierra que da al Cielo santo y copiosísimo tributo (pp. 432-433).

Hay que acostumbrarse a este tipo de calificativos encomiásticos, que forman parte del repertorio de tópicos descriptivos que se usaban entonces. No esperemos encontrar descripciones concretas, visiones personales o detalladas de las cosas ni en Cervantes ni en casi ningún otro autor. Estamos acostumbrados a descrip­ciones geográficas y turísticas que realmente no se producen hasta el siglo XIX, lo mismo que sucedía en la pintura, cuyos temas paisajísticos son igualmente pro­ducto de ese siglo ya entrando en la Edad Contemporánea. Recordemos, por ejem­plo, cómo los “paisajes” velazqueños suelen ser fondos de cuadros, y no motivo central de los mismos. Y los escritores sin excepción apuntaban lo importante de Lisboa como ciudad marítima (Covarrubias), o Madrid como «Babel» (Calderón), etc., así entendemos «la hermosura de las mujeres» y «la bizarría de los hombres» cervantinos, tópicos que podrían ilustrarse en cualquier otra ciudad española o ex­tranjera. Cuando los peregrinos pasan por Sangián solo se señala el tipo de ciudad fortificada, donde el castellano que estaba a cargo de la fortaleza se admiró de la hermosura de Auristela, que es otro leitmotiv de la obra, reiterado en la misma hasta el infinito. Al llegar a Belén se nos habla de su monasterio, motivo que venía al caso dada la piedad de los peregrinos, y poco más. De los días de estancia en Lisboa se nos dice, abundando en el sentido piadoso del que hablamos, que los «gastaron en visitar los templos y en encaminar sus almas por la derecha senda de su salvación […] y se pusieron en camino de Castilla». De ahí, pues, comienza el viaje por España con un propósito similar, explicitado por las palabras devotas de Auristela, «que había prometido de ir a pie hasta Roma desde la parte do llegase en tierra firme […] y todos de un parecer, así varones como hembras, votaron el viaje a pie, añadiendo, si fuese necesario, mendigar de puerta en puerta» (p. 441). Al lle­gar, con estos buenos propósitos, a Badajoz, primera ciudad propiamente española que visitan (aunque recordemos que en la época Portugal era también parte de España), les sale a recibir, sorprendentemente, el Corregidor castellano, conocedor de la llegada de los peregrinos. De la ciudad extremeña nada se dice, salvo que los personajes se hospedan en un mesón en el que también se habían alojado unos famosos recitantes, que representarían una obra sobre la fábula de Céfalo y Pocris de un tal Juan Herrera de Gamboa, de quien la crítica ignora su existencia, si es que no es una invención del propio Cervantes, como alguno sospecha. Pero esta circunstancia le sirve al autor para detenerse de nuevo en la belleza de Auristela, en este caso junto a la de Constanza, la hija de la bárbara Ricla, belleza que a todos producía «admiración y espanto». Precisamente es curioso que, acabada la come­dia, las damas no comenten la obra o sus intérpretes, sino la belleza de esas mis­mas damas aludidas, y el que más lo hará será precisamente el poeta compositor de la fábula, que propone a Auristela hacerse recitanta. Tres días permanecerán en Badajoz, ciudad de la que no se habla, como ya hemos indicado, y de allí «se enca­minaron a Nuestra Señora de Guadalupe», continuando, pues, un viaje cuyo objeto devoto no se niega ni rehúye un solo momento 4 . En el camino hacia Trujillo se en­cuentran con un hombre a caballo, quien les da una cadena de oro y otra prenda que en dicha ciudad habrán de dar a dos caballeros conocidos, Francisco Pizarro y Juan de Orellana, además entrega a Ricla una criatura, con el encargo de que la guarden pues ya descubrirán quién es, mientras dicho caballero huye, pues le per­siguen sus enemigos. Pero otro suceso no menos asombroso les iba a acontecer en el camino, ya que, al llegar a una majada de pastores, aparece una mujer medio desnuda, de no más de diecisiete años, quien les pide que la ayuden a esconderse de quien la vaya buscando, lo que hacen ocultándola en el hueco de un árbol. Ricla conjetura que la joven debe ser madre de la criatura que le fue entregada por el caballero que huyó antes. Más tarde nos enteramos que la tal dama es Felicia­na de la Voz, de cuya historia se señalarán muchos pormenores, entre los cuales uno de los más destacados es su preciosa voz, como indica su propio apelativo. Cambiando de atuendo por el de peregrina, queda como tal junto con Auristela y Constanza. Tras este episodio se encaminan todos a Cáceres, en cuyo trayecto les suceden no menos asombrosos episodios, como el de la aparición de un mancebo con la espalda atravesada por una espada, de cuyo asesinato la Santa Hermandad hace responsables a nuestros peregrinos a quienes aprisionan y entregan, al llegar a Cáceres, al corregidor de la ciudad. Consiguen librarse de la culpa al confesar el mesonero del lugar que el caballero muerto le dejó una carta en la que relataba las sospechas de que un pariente suyo tenía intención de matarle. Siguen su camino hacia Guadalupe, donde anhelan cumplir el deseo que tienen de oír cantar a Feli­ciana. Llegan a la sierra de Guadalupe y contemplan el suntuoso monasterio, que describe así Cervantes:

Cuando vieron el grande y suntuoso monasterio, cuyas murallas encierran la santísima imagen de la emperadora de los Cielos; la santísima imagen, otra vez, que es libertad de los cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus pasiones […]. Entraron en su templo, y donde pensaron hallar por sus paredes, pendientes por adorno, las púrpuras de Tiro, los damascos de Siria, los brocados de Milán, halla­ron en lugar suyo muletas que dejaron los cojos, ojos de cera que dejaron los cie­gos, brazos que colgaron los mancos, mortajas de que se desnudaron los muertos […] (p. 471).

Cervantes, entre exageradas muestras de devoción en el lenguaje (que no trans­cribimos íntegras por no reiterar epítetos y loas), refiere los típicos exvotos devo­cionales de los aquejados por sus dolencias frente a las riquezas tópicas, llenas igualmente de tópicos manidos, como analiza Carlos Romero en su edición. Puede parecer extraña esta forma de describir, pero más adelante daremos cuenta del posible sentido de este tipo de datos al indicar y referir el autor otros lugares y pai­sajes de manera similar.

Acceden los peregrinos a Guadalupe y consiguen por fin que Feliciana cante unos versos que sabía de memoria y que dedica a la Virgen. Por cierto, son estos versos cervantinos de lo mejor que salió de la pluma de nuestro autor en este gé­nero. Cuatro días, nos dice, que permanecieron nuestros peregrinos en Guadalupe. De allí marchan a Talavera, donde se celebraban las fiestas de la Monda, que tenía origen en las fiestas paganas dedicadas a Venus, transformadas ahora en cristia­nas dedicadas a la Virgen. Cuando se alejan varias leguas de Talavera hallan en el camino a una peregrina vieja quien les cuenta cómo se dirige a la gran ciudad de Toledo a visitar la imagen del Sagrario, y de allí a la santa Verónica de Jaén y lue­go cerca de Andújar a Nuestra Señora de la Cabeza, a quien no aventajaron ni las pasadas fiestas de la Gentilidad 5 . Como se ve, en la narración Cervantes incluye no solo la peregrinación de sus protagonistas sino la de otros personajes con los que se encuentran, lo que complica la narración, no solo desde el punto de vista argu­mental, sino del mismo hecho de la acción del viaje, pues si el camino es un lugar de encuentro también es un cruce de distintos modos de peregrinación. Otro hecho curioso es el de la descripción de la fiesta y del monasterio, que, contra la norma cervantina, es bastante más detenida de lo que se acostumbra en él. Permítasenos transcribir esta, a pesar de ser algo extensa:

En el rico palacio de Madrid, morada de los reyes, en una galería, está retratada esta fiesta con la puntualidad posible […]: En este espacioso y ameno sitio tiene su asiento, siempre verde y apacible, por el humor que le comunican las aguas del río Jándula, que de paso, como en reverencia, le besa las faldas. El lugar, la peña, la imagen, los milagros, la infinita gente que acude de cerca y lejos el solemne día que he dicho, le hacen famoso en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más extendidas memorias se acuerdan (p. 487).

Se ha cuestionado que Cervantes conociera el lugar de primera mano, como apunta Carlos Romero (en su edición del Persiles, p. 488, nota 21); es posible que la referencia cervantina al cuadro en el alcázar madrileño sirva para abonar esta tesis, porque tener que acudir a una reproducción pictórica del lugar que se está visitando para describirlo no parece muy natural, teniendo a la vista dicho sitio. No obstante, recordemos que muchas de las acciones del Persiles están basadas en pinturas, como ha visto muy bien Ana Suárez 6 .

De momento se me ocurren varias razones para que Cervantes no describa los lugares directamente y con pormenores: 1) porque no conocía de primera mano tales lugares y remitía a las pinturas que sí eran conocidas; 2) porque, aun conociéndolos, le parecía que buscar un prestigioso cuadro artístico garantizada su valor, y además servía para que otros que no tuvieran la posibilidad de visitarlos personalmente (como él, ya que por su profesión de viajante le era fácil acudir e éstos, pudieran tener una idea de los mismos), y, la que me parece más verosímil; 3) porque dentro de la estética de la época el paisaje real, pese a sus limitaciones, era más fácil de encontrar en la pintura que en la poesía o la literatura, salvo en relatos o crónicas reales, y no en escritos de ficción; y 4) porque ya existían trata­dos descriptivos de lugares de peregrinaje y de viajes suficientemente conocidos, como el de Lope de Vega, el de Juan Valladares, el de Saavedra, etc. Como ejemplo de relato descriptivo con toda clase de pormenores de Madrid, Aranjuez, Toledo, Talavera, Guadalupe, etc., se puede ver el tratado El pelegrino curioso de Villalba y Estaña 7 , de 1577. Por estas otras razones no parece lógico que Cervantes en un relato de ficción tratase de nuevo y en pormenor similares cuestiones sobre ciudades tan conocidas de todos. En cuanto a que no se detuvieran los peregrinos en las grandes ciudades hay además una razón añadida, señalada por Villalba: los peregrinos eran sospechosos para la Santa Hermandad, por lo que convenía no acercarse demasiado por los límites de las ciudades. Como apuntamos a lo largo de todo nuestro estudio, no hay que olvidar que el relato del Persiles es un texto de ficción, y esta es la principal razón de que no se atenga a principios realistas, ni descripciones pormenorizadas, ni historicidad relevante. Partiendo de estas bases, es más creíble comprender las razones de que en un escrito, que se entiende de fic­ción artística, como decimos, se describa un lugar con epítetos elogiosos (al modo de la poesía, recordemos a Góngora, por ejemplo), y tópicos heredados de la poesía clásica grecolatina, que de una observación minuciosa de la realidad. No obstante, contra lo acostumbrado, el texto que acabamos de transcribir nos muestra excep­cionalmente al detalle, localizaciones, dimensiones, distancias, proximidades, etc., que nos dan una idea alejada en parte del tópico señalado.

A continuación se nos narra la historia del polaco, llamado Ortel Banedre, que, por ser un inciso algo extenso y estar algo lejos de nuestro presente propósito, va­mos a omitir, aunque no sin recordar que éste tenía la intención de recorrer «todas las mejores y más principales ciudades de España» (p. 495), lo que curiosamente no hacen nuestros peregrinos. Estos, después de oír la versión de la historia del polaco, se dirigen a la Sagra de Toledo y a la vista del río Tajo, y por fin alcanzan la ciudad imperial de Toledo, de la que Periandro hace el siguiente elogio:

—Oh peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias! ¡Salve, pues, oh ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan estos que venimos a verte! (p. 505).

Aquí sí estamos ante un clásico elogio similar al que hace poéticamente Góngora de la ciudad de Córdoba en su conocido soneto «Oh excelso muro, o torres levantadas […]» 8 . En el texto cervantino tenemos el mismo tono enfático que en Góngora (comienzos exclamativos en «¡Oh!», epítetos similares: «gloria de España», en Cervantes; «gloriosa patria mía», en Góngora, etc.). Pueden variar las referencias religiosas cervantinas («católicas ceremonias», «ciudad santa», ya que Góngora solo hablaba de «plumas y espadas»), pero la explicación se halla en el hecho de que el texto de Cervantes está supeditado al mensaje central de la peregrinación, mientras que el texto gongorino es una exaltación más abstracta de su ciudad; sin embargo, en el fondo, tanto el tono como los epítetos coinciden, lo cual significa que el autor del Persiles trataba de remedar el lenguaje poético al hacer la loa de Toledo. Otro hecho curioso es la alabanza de la ciudad como símbolo de los godos, cuando convivían iglesias, mezquitas y sinagogas, pero recordemos que Toledo fue la capital de los concilios y la sede de los reyes godos convertidos al catolicismo con Recaredo.

Tras otro episodio circunstancial, el casamiento de Tozuelo con Cobeña, hijos de dos alcaldes del lugar, por el sobrevenido embarazo de la joven, curiosamente ni entran los peregrinos en Toledo ni en Madrid, lo que ha extrañado a numerosos críticos, pero recordemos de nuevo que el arte selecciona de la realidad lo que con­viene a sus propósitos, sin sentirse obligado por otras razones históricas, prácticas o de otra índole; pero sí pasan por Aranjuez, lugar que de describe de esta manera:

Nuestros peregrinos pasaron por Aranjuez, cuya vista, por ser en tiempo de primavera, en un mismo punto les puso la admiración y la alegría; vieron de iguales y estendidas calles, a quien servían de espaldas y arrimos los verdes y infinitos ár­boles, tan verdes, que las hacían parecer de finísimas esmeraldas; vieron la junta, los besos y abrazos que se daban los dos famosos ríos Henares y Tajo; contem­plaron sus sierras de agua; admiraron el concierto de sus jardines y la diversidad de sus flores; vieron sus estanques, con más peces que arenas, y sus esquisitos frutales, que por aliviar el peso a los árboles tendían las ramas por el suelo; final­mente, Periandro tuvo por verdadera la fama que deste sitio por todo el mundo se esparcía (pp. 511-512).

Aranjuez efectivamente era un lugar descrito en numerosas ocasiones, a veces poéticamente; por ejemplo, Carlos Romero menciona a Argensola (en un conocido poema) y a Lope de Vega (La hermosura de Angélica, VII, octava 6). Pero no sería difícil encontrar otras referencias más completas, por ejemplo, en Villalba y Estaña (El Pelegrino, 1577, pp. 171-174, quien, además de la descripción del lugar, le dedica un soneto; igualmente hay alusiones en la Diana de Montemayor (libro IV), o incluso en La Galatea, donde Cervantes se refiere poéticamente a Aranjuez al hablar de «El valle de los Cipreses» (libro VI, ed. de Schevill y Bonilla, t. II, p. 189), etc.

De allí marchan a Ocaña y a Quintanar de la Orden, donde se narra el casamien­to in articulo mortis del Conde con la bella Costanza. Periandro continúa tras ello su periplo. Cervantes trata de justificar la diversidad de los sucesos con la explicación de que «las peregrinaciones largas siempre traen consigo diversos acontecimien­tos» (III, 10, p. 526). Y así, nos cuenta la historia de los dos mancebos cautivos que habiendo tendido en el suelo un lienzo explican en la plaza de un lugar «de cuyo nombre no me acuerdo» (frase del autor), las escenas terribles de su cautiverio en Argel y en el bajel en donde eran azotados con el brazo arrancado a un cristiano muerto por los turcos, aunque luego se verá que estos supuestos cautivos en rea­lidad son dos estudiantes. Tras ser perdonados estos por su suplantación, toman el camino de Cartagena y los peregrinos el de Valencia. Son acogidos como a una legua del lugar por un anciano morisco, cuya hija, Rafala, previene a Auristela y a Costanza de que en realidad, aunque parezca hospitalario, lo que desea es ser su verdugo, y que se acojan a un tío suyo, moro, pero cristiano en sus actos para que las proteja. Este es el jadraque Jarife. Comunican entonces a Periandro y a Antonio los sucesos y salen de la casa, despavoridas. Se refugian en la iglesia donde el cura y el jadraque los reciben. Y aquí es donde Jarife se desahoga contra los moros:

¡Cuándo llegará el tiempo que se verá España de todas partes entera y maciza en la religión cristiana, que ella sola es el rincón del mundo donde está recogida y venerada la verdadera verdad de Cristo. Morisco soy, señores, y ojalá negarlo pudiera, pero no por esto dejo de ser cristiano […]. Digo, pues, que este mi abuelo dejó dicho que, cerca de estos tiempos, reinaría en España un rey de la casa de Austria, en cuyo ánimo cabría la dificultosa resolución de desterrar los moriscos de ella, bien así como el que arroja de su seno la serpiente que le está royendo las entrañas (p. 548).

Sufren entonces el ataque de los turcos, que saquean el lugar y huyen en sus bajeles. Y, tras agradecer al cura y al jadraque su ayuda, se despiden del lugar y continúan su camino. Llegan cerca de Valencia, pasan por Villarreal y al salir de allí se dirigen a Barcelona y tras pasar por Monserrate, y, sin subir a sus montañas por no detenerse, llegan a la ciudad al tiempo que lo hacen cuatro galeras, de una de las cuales desembarca una dama llamada Agustina que se dirige a Costanza y le cuenta su historia de cómo disfrazada de hombre fue enviada a galeras y soco­rrida por Costanza sin saber quién era cuando desmayaba de hambre en la nave. Una historia pasada de cautivos que aquí se recoge en su positivo desenlace con el encuentro de su hermano y esposo. El episodio acaba con una alabanza a los catalanes, expresada de esta manera:

Los corteses catalanes, gente enojada, terrible, y, pacífica, suave; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos, que es como adelantarse a todas las naciones del mundo, visitaron y regalaron todo lo posible a la señora Ambrosia Agustina (p. 564).

Tras este episodio llegan a Perpiñán. En este recorrido por las tierras de España, podemos observar tres hechos fundamentales: uno, la inserción de las descrip­ciones, o, por mejor decir, las referencias a los lugares, ciudades, villas o regiones, dentro de un ámbito narrativo cuajado de episodios varios y sucesivos de ficción; dos, igualmente siempre nos movemos en el terreno de la apología tópica de esos mismos lugares; y tres, nunca se pierde de vista, tanto en los episodios como en las zonas descritas, el fundamento de la peregrinación, el lado religioso del trayecto, que salpica de anécdotas de diversa índole, como encuentros, historias entremez­cladas de cautivos, de piratas berberiscos, de enfrentamientos y capturas, de enga­ños y encuentros, de apariencias y realidades. No obstante, hay que matizar estos puntos. En el primero y segundo, hemos observado que las descripciones tópicas a veces se salpican de exclamaciones laudatorias que entran casi de lleno en el terreno poético, que incluso, al lado del tópico apologético, hay datos concretos de observación, medidas y distancias, y referencias directas a los terrenos descritos.

En el tercer punto, descubrimos una simbiosis de ficción con hechos que rezuman autenticidad y quizá experiencia personal. Y al lado de todo esto, reflexiones sobre diversas circunstancias, como el temor a la penetración ideológico-religiosa de los musulmanes a través de los moriscos, que empezaron a ser expulsados en el año 1609 de Valencia, y en los sucesivos años de otros lugares, y que Cervantes debía conocer de sobra, lo cual no obsta para que muestre tanto aquí como en el Quijote simpatías particulares por personas concretas, dentro del marco de su habitual comprensión del ser humano individual.

En conclusión, en el peregrinaje cervantino del Persiles, se nos da una visión, compleja y sin prejuicios ostensibles, salvo los tópicos de rigor, de la España de la época, con descripciones, ideas y reflexiones que enriquecen un texto narrativo, con toques poéticos a veces, a veces realistas, y siempre otorgando una visión unitaria, a la vez que variada, de nuestro país en la que el hecho religioso de la peregrinación es el hilo conductor de la acción y el acicate que mueve los actos de los personajes protagonistas. En cualquier caso, esa visión de España está supeditada a la acción novelesca y no a la inversa, y, aunque el hilo conductor de esa acción, como deci­mos, sea una ininterrumpida peregrinación, el equilibrio entre el viaje como tal y los episodios novelescos es siempre patente.

Bibliografía

Cervantes, Miguel de, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. Carlos Romero, 2.ª ed., Madrid, Cátedra, 2002.

Góngora, Luis de, Poesía, ed. Ana Suárez Miramón, Madrid, Ollero & Ramos, 2002.

Lozano Renieblas, Isabel, Cervantes y el mundo del «Persiles», Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1998.

Nerlich, Michael, El «Persiles» descodificado o «La divina comedia» de Cervantes, Madrid, Hiperión, 2005.

Suárez Miramón, Ana, «Visualización teatral y alegórica en el Persiles», en Peregrinamente peregrinos. Actas del V Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Lisboa, Fundaçâo Calouste Gulbenkian, 1-5 septiembre 2003, ed. Alicia Villar, Barcelona, Asociación de Cervantistas, 2004, vol. I, pp. 1027-1046.

Suárez Miramón, Ana, «Procedimientos para introducir la pintura en el Persiles», en Visiones y revisiones cervantinas. Actas selectas del VII Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, coord. Christoph Strosetzki, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2011, pp. 867-878.

Vega, Félix Lope de, El peregrino en su patria, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1973 [1604].

Villalba y Estaña, Bartolomé de, El pelegrino curioso y Grandezas de España, ed. de Pascual de Gayangos, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1886.

Notas

1. Se ha estudiado a veces de forma tangencial o directa este recorrido. Ver por ejemplo las referencias en el libro de Isabel Lozano Renieblas: «Mientras que el mundo del septentrión permite el grado mínimo y el espacio está concebido como una serie de puntos discontinuos, en el tránsito por Castilla estos puntos discontinuos se alinean formando un camino por donde viajan los héroes» (1998, p. 112).

2. Este recorrido está documentado como similar a un trayecto real por varios autores de la época (ver en Lozano Renieblas, 1998, p. 115).

3. Todas las citas del Persiles proceden de la edición de Carlos Romero (2.ª ed., Madrid, Cátedra, 2002).

4. También Lope de Vega en El peregrino en su patria (1604) nos referirá la devoción mariana en el peregrinaje a Guadalupe. Ver Lope de Vega, El peregrino en su patria, ed. Avalle-Arce, pp. 152 y 447). Es asombroso que un autor tan documentado como Nerlich, quien suele descalificar a la crítica que denomina ultra-católica (no sé si se refiere a la confesionalidad, no confesada de los críticos, o al enfoque que estos dan de la obra, o a las dos cosas) quiera obsesivamente que en este peregrinaje del Persiles «no hay la menor motivación religiosa» (Nerlich, 2005, p. 158). Incluso en uno de los parágrafos del libro, en donde se incluye la anterior afirmación se titula «El itinerario no es nada religioso»). Incluso se apoya en la autoridad de Canavaggio (de los pocos a quienes respeta), quien se extrañaba (con acierto) de que en el viaje no se detuvieran en las principales ciudades. Veremos luego las razones de ello.

5. Es ridículo que se niegue de manera tan rotunda, cuando los datos están ahí, que Cervantes hizo realizar a sus personajes un itinerario «nada religioso» (Nerlich, 2005, p. 156). A veces la lógica y la razón no acompañan a la erudición, como ya hemos indicado en la nota anterior.

6. Ver Suárez Miramón, 2004 y 2011.

7. Ver Bartolomé de Villalba y Estaña, El pelegrino curioso y Grandezas de España (Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1886), principalmente los libros II y III.

8. Ver Luis de Góngora, Poesía, ed. Suárez Miramón, p. 5.

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