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Ironía y burla en El licenciado Vidriera
Irony and Mockery in El licenciado Vidriera

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 7, núm. 2, 2019

Instituto de Estudios Auriseculares

Enrique Rull

UNED, ESPAÑA, España

Fecha de recepción: 29 Enero 2019

Fecha de aprobación: 27 Marzo 2019

Resumen: Cervantes utiliza múltiples recursos expresivos y formales para constituir un texto burlesco, pero casi siempre dominado por el afán de una crítica personal que puede incluso involucrarle a él mismo, puesto que alude a sus posibles carencias literarias. Para ello utiliza frecuentemente al narrador ficticio, que es el propio Licenciado y aun a otros terceros narradores. La variedad de técnicas implica un enriquecimiento de las perspectivas que utiliza, de forma que el autor es capaz de crear un mundo variado y rico, como es la propia vida social e individual que trata de reflejar y que consigue siempre con sorna, pero sin acritud y con una buena dosis de comprensión para los defectos que critica.

Palabras clave: Cervantes, ironía, burla, perspectiva.

Abstract: Cervantes uses a wide range of expressive and formal resources in order to create a burlesque text which is almost always driven by his desire for personal criticism, even involving himself, since the text alludes to his possible literary deficiencies. For this reason, he frequently uses the fictional narrator, who is the Licentiate himself and even another third-person narrators. The variety of techniques implies an enrichment of the perspectives that he uses, so that the author is able to create a varied and rich world, as is the social and individual life that he tries to reflect and he always achieves by means of scorn, but without bitterness and with a good dose of understanding for the defects it criticizes.

Keywords: Cervantes, Irony, Mockery, Perspective.

Todo El licenciado Vidriera puede considerarse un relato irónico, y aun burlesco, como lo es el propio personaje, un relato fantástico que sirve al autor para describir las andanzas y dichos de un perturbado, de manera que su comportamiento desatinado lleve aparejada una tremenda dosis de crítica en sus juicios de loco, como ya hiciera con su primo hermano Don Quijote. Pues bien, hay unas páginas donde el licenciado expone, de manera continuada y sin pausa aparente, unos razonamientos que no por aparecer llenos de insólita cordura dejan de ser juicios críticos para con la sociedad y los individuos de la misma. Y el arma que utiliza siempre es la ironía y aun la burla para con los que le escuchan esas afirmaciones. Es este largo diálogo con quienes se le acercan lo que va a ser objeto de nuestro análisis, intentando en él buscar una clasificación literaria de fórmulas, anécdotas, pequeñas narraciones, incluso atisbos de mini-dramatizaciones 1 . Es decir, Cervantes se vale de fórmulas muy diversas para exponer, a veces de manera jocosa, otras, seria, cruel incluso, pero siempre con un tono de ironía y burla, el sentir y actuar de la sociedad que trata de reflejar, que muy bien pudiera ser la sociedad de su tiempo, pero también la sociedad de cualquier época y de cualquier país. Recordemos que a través de una de sus andanzas iniciales se produce la enfermedad que va a determinar su locura 2 .

Este supuesto licenciado de vidrio, que comienza por ser inflexible con su propia alimentación (nada de carne ni pescado), igual que con la bebida (agua solo de fuentes y tomada por sus propias manos) parece utilizar una adelantada y tremenda ironía sobre las costumbres actuales de vegetarianos, veganos y dietistas varios. Esos matices de hipocondría y otros extremos determinan que el licenciado sea objeto de burla y acoso de los muchachos, aunque su verborrea pareció tan interesante que muchos se detuvieron a escucharle por reírle las gracias, y aquí comenzó la sarta de dichos y anécdotas que engrosaron sus observaciones. Si tuviéramos que analizarlas, lo primero que se nos ocurriría es la forma en que se desarrollan. Indudablemente todas son intencionadas y rondan las 43, si no tenemos en cuenta que algunas se engendran de otras, de forma que su multiplicación dentro de una misma anécdota haría variar ligeramente su cómputo, a no ser que al hacerlo viéramos en ello una muestra de intencionalidad colectiva y pudiéramos entonces hablar de verdadera dramatización.

Como no podemos analizar aquí todas y cada una de las respuestas del licenciado, haremos una selección de las principales fórmulas literarias que utiliza y el sentido que subyace en las mismas.

Algunas parten de la respuesta rápida, ingeniosa y burlesca: es el caso de la primera de la serie, que está expuesta además en latín. Ante la observación, seguramente malintencionada de la ropera que se preocupa por su caso pero que no puede llorarle, responde el licenciado: «Filiae Ierusalem, plorate super vos et super filios vestros» 3 , a lo que contestó el marido de la ropera que más tenía de bellaco que de loco, comprendiendo la intención satírica de la respuesta, que ponía en evidencia al propio marido de la mujer y a ella misma. De este mismo texto derivan otros que multiplicarían, como hemos dicho antes, el número de los mismos. Esta especie de dichos breves e intencionados, verdaderos apotegmas en muchos casos, explican la técnica cervantina del dicho burlesco y contundente, casi proverbial que frecuenta. Es lo que sucede en otros muchos casos de los cuales daremos otros ejemplos: cuando un muchacho se le acerca y le dice que se quiere alejar de su padre porque le azota muchas veces, responde el licenciado: «los azotes que los padres dan a los hijos honran y los del verdugo afrentan» (p. 120); si un labrador cristiano viejo blasona de ello cuando va a entrar a una iglesia, seguido de uno que no lo es tanto, dice al primero «Esperad, Domingo, a que pase el Sábado» (p. 120), aludiendo al posible judaísmo del segundo. De estos ejemplos de respuesta escueta e ingeniosa hay muchos casos.

En el extremo opuesto tenemos otro tipo de respuesta del licenciado: la franca narración, explicativa, extensa y razonada. Por ejemplo la disquisición, verdadera perorata, referida a los poetas, o por mejor decir, principalmente a los malos poetas, en donde se hace una pintura burlesca de aquel que se empeña en leer a sus oyentes un soneto que compuso en una noche:

Vuesas mercedes escuchen un sonetillo que anoche a cierta ocasión hice, que, a mi parecer, aunque no vale nada, tiene un no sé qué de bonito. Y en esto tuerce los labios, pone en arco las cejas y se rasca la faldriquera, y de entre otros mil papeles mugrientos y medio rotos, donde queda otro millar de sonetos, saca el que quiere relatar y al fin le dice, con tono melifluo y alfeñicado. Y si acaso los que le escuchan, de socarrones o de ignorantes, no le alaban, dice: «O vuesas mercedes no han entendido el soneto, o yo no le he sabido decir; y así, será bien recitarle otra vez y que vuesas mercedes le presten más atención, porque en verdad en verdad que el soneto lo merece». Y vuelve como primero a recitarle, con nuevos ademanes y nuevas pausas (p. 124).

Este extracto de un texto muy largo, que ocupa tres páginas y media por lo menos de una edición de formato medio (Castalia, Cátedra, etc.), puede dar una idea del carácter de esta nueva técnica narrativa que se aproxima a un verdadero cuento corto. Pero la sátira no se queda aquí, sino que el licenciado, ante la pregunta especificativa acerca del porqué de la pobreza de los poetas, contesta sarcásticamente que porque ellos quieren, ya que sus damas «todas eran riquísimas en estremo, pues tenían los cabellos de oro, la frente de plata bruñida, los ojos de verdes esmeraldas, los dientes de marfil, los labios de coral y la garganta de cristal transparente, y que lo que lloraban eran líquidas perlas» (p. 125), tópicos todos renacentistas que no ocultó Cervantes en sus obras “serias” como La Galatea o El Persiles. No faltan en la obra diatribas contra los médicos, precedidas de unas palabras en latín del Eclesiastés sobre los buenos médicos, que intentan aliviar la dureza de la afirmación sobre los malos: «no hay gente más dañosa a la república que ellos», poniendo de ejemplo de maldad no tan perniciosa a los jueces, letrados, mercaderes, etc., pues «sólo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor» (p. 129), contando luego la anécdota de un enfermo que cambió de médico, y el primero quiso revisar la receta del segundo ante el boticario haciendo un chiste grosero sobre dicha receta. Pero si lo que más abundan son los chistes intencionados, a veces tiene lugar, no una sentencia graciosa y ocurrente, sino una verdadera dramatización de unos textos dialogados, ensartados como cuentas, pues ante una tan concurrida audiencia como si se tratara de un teatro, el paso de un espectador a otro es inevitable. Así podemos observar el texto siguiente, que resumimos y comentamos a un tiempo:

En la rueda de mucha gente, que, como se ha dicho, siempre le estaba oyendo, estaba un conocido suyo en hábito de letrado, al cual otro le llamó Señor Licenciado: y, sabiendo Vidriera que el tal al que llamaron licenciado no tenía ni aun título de bachiller, le dijo:

—Guardaos, compadre, no encuentren con vuestro título los frailes de la redempción de cautivos, que os le llevarán por mostrenco [es decir, sin dueño].

A lo cual dijo el amigo:

—Tratémonos bien, señor Vidriera, pues sabéis vos que soy hombre de altas y profundas letras.

Respondióle Vidriera:

—Ya yo sé que sois un Tántalo en ellas, porque se os van por altas y no las alcanzáis de profundas (p. 131)

Clara alusión esta última, como es bien sabido, al mito-sacrificio de Tántalo, quien no podía alcanzar el alimento del árbol tan altas estaban las ramas, ni el agua del arroyo que había a sus pies, pues ambas se retiraban cuando el trataba de acercarse para saciarse y sobrevivir.

Digamos que este texto tiene por modelo la ironía verbal y por ejemplo la cita erudita de la mitología clásica, conocida en la época por cultos e incultos, pues parte del habla sacra, teatral y aun cotidiana de entonces. Respecto de la ironía verbal esta viene dada por una génesis del significado de las palabras altas y profundas y su asociación, que nos traslada a la imagen visual del mito aludido. Existe, pues, una intencionalidad lingüística en la forja de la visualización de los términos verbales para hallar un contexto específico, en este caso mitológico, que no dignifique la aseveración del presuntuoso con el prestigio culto del mito antiguo, sino que lo rebaje a la materia del mismo y a la degradación profunda de su triste significado.

También hay burlas contra los banqueros, lo titiriteros y las comediantas. Así:

De los titereros decía mil males: decía que era gente vagamunda y que trataba con indecencia de las cosas divinas, porque con las figuras que mostraban en sus retratos volvían la devoción en risa, y que les acontecía envasar en un costal todas o las más figuras del Testamento Viejo y Nuevo y sentarse sobre él a comer y beber en los bodegones y tabernas. En resolución, decía que se maravillaba de cómo quien podía no les ponía perpetuo silencio en sus retablos, o los desterraba del reino (pp. 133-134).

En esta visión burlesca, pero no muy alejada de la realidad, Cervantes adelanta uno de los argumentos básicos de la Ilustración para prohibir los autos sacramentales y las comedias de santos hacia la mitad del siglo XVIII, cosa que ya advertían muchos religiosos y moralistas en el siglo anterior, como respuesta a la «Aprobación» del padre Guerra y Ribera de la Verdadera quinta parte de las comedias de Calderón de la Barca 4 , amigo y apologista del dramaturgo. Pero los argumentos aducidos por los teólogos son sospechosamente similares a los aducidos aquí por Cervantes. Parece ser que el problema fundamental del teatro, odiado por algunas órdenes religiosas, y vilipendiado por autoridades eclesiásticas, se centraba, no tanto en las obras en sí como en la inadecuación de sus representaciones y sobre todo en la moralidad de sus representantes y, sobre todo, representantas. Debía ser por tanto una cuestión muy divulgada durante los dos siglos barrocos, y Cervantes no haría otra cosa sino, con su acerada pluma, ponerlo en evidencia en este relato novelesco. Pero ¿pensaba el gran escritor lo que dice aquí el Licenciado en toda su extensión? Recordemos que él mismo escribe una comedia de santos como es El rufián dichoso. Como casi siempre, en la escritura cervantina hay una dualidad interpretativa que deja en el aire la respuesta definitiva a sus afirmaciones. De lo que no cabe duda es de que, siempre que puede, hace brillar su estilete para herir con su burla o sarcasmo a unos y a otros, y aquí le ha tocado a la comedia y a sus intérpretes. Pero la cosa no queda aquí, pues, arrepentido quizá de su ataque a los comediantes, más adelante dirá:

El trabajo de los autores es increíble, y su cuidado, extraordinario, y han de ganar mucho para que al cabo del año no salgan tan empeñados, que les sea forzoso hacer pleito de acreedores. Y, con todo esto, son necesarios en la república, como lo son las florestas, las alamedas y las vistas de recreación, y como lo son las cosas que honestamente recrean (p. 134).

Donde comprobamos la mirada doble, entre crítica y comprensiva, del autor. Por eso no se puede afirmar que las críticas cervantinas tengan siempre la contundencia del moralista agrio y poco piadoso, pues al lado de la crítica hiriente aparece la otra cara amable, positiva y cordial de su visión.

No podía faltar el comentario crítico de los casamientos desiguales que tanto rendimiento literario le dieron en novelas y entremeses (El viejo celoso, El celoso extremeño, etc.) 5 . Aquí el licenciado hace de narrador de su historia, un verdadero cuento burlesco al que podría haber dado tal dimensión si así lo hubiera querido. Dice así:

Una vez contó que una doncella discreta y bien entendida, por acudir a la voluntad de sus padres, dio el sí de casarse con un viejo todo cano, el cual la noche antes del día del desposorio se fue, no al río Jordán, como dicen las viejas, sino a la redomilla del agua fuerte y plata, con que renovó de manera su barba, que la acostó de nieve y la levantó de pez. Llegose la hora de darse las manos y la doncella conoció por la pinta y por la tinta la figura, y dijo a sus padres que le diesen el mismo esposo que ellos le habían mostrado, que no quería otro. Ellos le dijeron que aquel que tenía delante era el mismo que le habían mostrado y dado por esposo. Ella replicó que no era, y trujo testigos cómo el que sus padres le dieron era un hombre grave y lleno de canas; y que, pues el presente no las tenía no era él, y se llamaba a engaño. Atúvose a esto, corriose el teñido y deshízose el casamiento (p. 137).

Aquí no sabemos si la sutil burla es la de la historia ejemplar o la de la moza para eludir el casamiento con un viejo, amañado por sus propios padres. Pero ante las situaciones desesperadas, parece decirnos Cervantes, es legítimo idear cualquier excusa para eludir una lucha tan desventajosa como la de enfrentarse con los padres y las convenciones sociales del momento.

Son muchas las anécdotas en las que participa y se ve sumido el Licenciado, pero baste el muestrario aquí dado para dar una idea de las posibilidades narrativas, acentos, situaciones e ideas que maneja el autor con su variedad y riqueza de expresión e inventiva. De esta manera podemos resumir las técnicas y subgéneros narrativos que aplica en su escrito de la siguiente manera:

El primer caso, del que hemos recogido varios ejemplos, es el que corresponde a lo que podríamos llamar apotegmas, es decir, dichos sentenciosos, breves y de carácter instructivo, aunque Cervantes acude en refuerzo de sus dichos frecuentemente a la frase latina e incluso a la cita bíblica (también en latín por descontado), por tanto si bien la burla suele ser evidente, como en el caso de la ropera citada, esa burla por extensión se aplica también al marido y a los hijos, y al tomar la fórmula de la Vulgata «hijas de Jerusalén» parece que insinúa que el engaño de ella al marido repercute en los hijos, y quizá incluso esté tachando de judaísmo a la familia con lo grave que podría ser esto en una sociedad regida en parte por la pureza de sangre.

Así pues, el autor del Quijote, no solo hace burla, sino que intensifica esta con los recursos que tiene a su alcance. En otros casos el apotegma es tan evidente que no necesita apenas comentario. Por ejemplo, cuando un joven se lamenta de que su padre le azote, le dice el Licenciado: «los azotes que los padres dan a los hijos honran y los del verdugo afrentan», hecho y afirmación que hoy seguramente, tal como están las cosas, les llevarían al juzgado de guardia.

La burla de los poetas malos, muy instalada en la época hasta el siglo XVIII, porque hoy sería más difícil señalar quiénes lo son, es especialmente relevante, porque le toca muy de cerca a nuestro escritor, y más aun porque él mismo no se incluía entre los buenos, pero seguramente tampoco entre los malos. Recuérdese que en esta misma obra, cuando al Licenciado le preguntan si era él mismo poeta, respondió irónicamente: «No he sido tan necio que diese en poeta malo, ni tan venturoso que haya merecido serlo bueno» (p. 122), palabras que quizá, no sé si intencionadas o no, podría Cervantes habérselas aplicado a sí mismo.

Para la exposición de la historia de los poetas malos, aquí ya no acude a sentencias, frases breves o apotegmas, sino a historietas, chascarrillos o anécdotas, todas de cierta extensión y elaboradas seguramente de su propia imaginación. Pero la de los poetas lleva el sello de una verdadera teatralización ya que hace de ese poeta (nuevo narrador ficticio de segundo grado) el centro emisor que narra a todos los circunstantes su propia actividad en una escena que parece tomada de un entremés, teniendo en cuenta además que se trataría de un ejemplo de «teatro en el teatro», ya que por otra parte tenemos al propio Licenciado, aquí investido ya de narrador ficticio de primer grado, rodeado de su comitiva contando esa historia grotesca del poeta.

En otras ocasiones, lo que hace el Licenciado directamente es contar una historia o realizar una mera narración, como cuando refiere la historia de la joven a la que quieren casar con el viejo, que, por su cierta extensión, más que una mera anécdota, es un cuento breve, que, como hemos visto, se puede relacionar con novelitas como El celoso extremeño y otros textos.

Por tanto, a lo largo de su novela Cervantes pone multitud de ejemplos, pero no caóticos y desordenados, no productos de una mente desorganizada, un loco que se cree de vidrio, sino de una persona, culta, juiciosa, que se burla de ciertas costumbres de sus contemporáneos y lo hace desde una perspectiva burlesca pero distanciadora, como si estuviera el autor en otra dimensión, tal como su personaje, que parece un hombre cultivado y juicioso, y Cervantes para ello, no utiliza un lenguaje y una técnica lineales, sino unos criterios literarios y estilísticos, variados, ricos y multiformes, que según hemos ido analizando pueden reducirse a estos: 1) sentencias o apotegmas, frases proverbiales (muchas en latín o extraídas de la Biblia u otros escritos canónicos, recordemos como ejemplo característico la importancia que se da a la mitología con el ejemplo de Tántalo para ilustrar la presunción del petulante culto que alardeaba de «altas y profundas letras»); 2) anécdotas, que suelen ser breves y no entrañan una historia con planteamiento, desarrollo y desenlace, como sucede, por ejemplo, con las anécdotas del ladrón, o la alcahueta, cuando les llevan a azotar, o el librero que engaña con la cantidad de libros impresos, etc. Es el recurso fácil, que haría el texto reiterativo y premioso, pero no sucede tal, ya que Cervantes lo complica con otros recursos narrativos. Así, 3) con las narraciones o historias, como la mencionada de la joven que no quiere casar con el viejo, que reúne los caracteres de un verdadero cuento, con su trama y desenlace. Y finalmente, 4) las dramatizaciones, como la referida de los poetas y otras de contexto general colectivo, pero en general toda la novelita está concebida como una teatralización del ejemplo del loco que habla a su auditorio.

Concluyendo, podríamos decir que el gran escritor utiliza múltiples recursos expresivos y formales para constituir un texto burlesco, pero casi siempre dominado por el afán de una crítica que le lleva incluso a una cierta autocrítica, ya que se burla de los malos poetas, o de los comediantes, etc., actividades en las que él mismo se debía sentir ligeramente concernido. Y la efectividad de ese recurso personal viene dada también por el punto de vista que parte del narrador omnisciente, que es el autor, para dejar constantemente paso al narrador ficticio, que es el propio Licenciado y aun a otros terceros narradores. La variedad de técnicas es producto de los distintos enfoques estético-literarios y, ya que siempre la burla y el sarcasmo son omnipresentes, hay que entender esas técnicas como un enriquecimiento de las perspectivas, de forma que el autor, al elevarse a una dimensión privilegiada que le proporciona esa variedad de perspectivas, es capaz de crear un mundo variado y rico, como es la propia vida social e individual que trata de reflejar. Es lo que hace que sus escritos posean esa misma vida, contemplada siempre con sorna, pero con cierta cordialidad y sin excesiva acritud.

Bibliografía

Calderón de la Barca, Pedro, Verdadera quinta parte de las comedias de Calderón de la Barca, en Madrid, por Francisco Sanz, 1682.

Cervantes, Miguel de Cervantes, El licenciado Vidriera, en Novelas ejemplares, Madrid, Castalia, 1982, tomo II, pp. 101-144.

Rey Hazas, Antonio, «Cervantes se reescribe: teatro y Novelas ejemplares», Criticón, 76, 1999, pp. 119-164.

Rull Fernández, Enrique, «Los viajes del licenciado Vidriera», comunicación leída en el VIII Congreso Internacional de Caminería Hispánica, Pastrana-Alcalá de Henares, 26-30 de junio de 2006.

Notas

1 En la edición de Avalle-Arce, que es la que utilizamos siempre, este coloquio con quienes se le acercan ocupa unas 25 páginas (de la 119 a la 142). Ver Cervantes, Novelas ejemplares, 1982, tomo II. El licenciado Vidriera ocupa de la 101 a la 144, es decir, más de la mitad del relato está integrado por esa labor cervantina de saneamiento irónico-burlesco y de terapia social.

2 Son muy conocidos esos viajes. Para un diseño y comentario de los mismos puede verse Rull Fernández, 2006.

3 Frase tomada de Lucas, 23,28, como indica Avalle-Arce en la p. 119, nota 67.

4 Verdadera quinta parte de las comedias de Calderón de la Barca, en Madrid, por Francisco Sanz, 1682. Manejamos la edición facsímil de Cruickshank y Varey.

5 Para las coincidencias entre el teatro y las novelas cervantinas, ver el artículo excelente de Rey Hazas, 1999.

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