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Burlas en las polémicas literarias del Siglo de Oro. El caso del comentarista gongorino José Pellicer 1
Mockery in the Golden Age Literary Polemics. The Case of the Gongorist Reviewer José Pellicer

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 7, núm. 2, 2019

Instituto de Estudios Auriseculares

Miren Usunáriz Iribertegui

Universidad de Navarra, GRISO, ESPAÑA, España

Fecha de recepción: 29 Enero 2019

Fecha de aprobación: 25 Febrero 2019

Resumen: El presente artículo procura hacer una breve revisión de varios textos en los que José Pellicer, comentarista gongorino, es objeto de burla por parte de sus contemporáneos. El propósito es sistematizar en qué aspectos se sustentan las mofas y las censuras dirigidas al personaje: en su presunción, en su falsa erudición, en su supuesta tendencia al plagio, etc. Los aspectos analizados servirán, en última instancia, para hacer una reflexión en torno al manejo de la burla, sus mecanismos y su finalidad en las polémicas del Siglo de Oro.

Palabras clave: Literatura del Siglo de Oro, polémicas literarias, José Pellicer, burla.

Abstract: The present article tries to make a brief revision of some texts in which Jose Pellicer becames an object of mockery for his contemporaries. The purpose is to arrange the aspects that mantain the derision: Pellicer’s conceit and lack of knowledge, the supossed cases of plagiarism, etc. The analysis can lead to considerations about the use of mockery, its organization and functions in the literary controversies.

Keywords: Golden Age literature, Literary polemics, José Pellicer, Mockery.

Introducción

La polémica que se generó en el siglo XVII con motivo de la difusión de las grandes obras gongorinas ha dado al estudio y a la crítica posteriores una inmensa cantidad de documentos y una larga lista de participantes, tanto defensores como detractores del estilo de don Luis. Dentro de la extensa nómina de autores que intervinieron en la batalla, nos interesa destacar ahora un personaje, José Pellicer de Ossau y Tovar, no por su labor de erudición, sino por haber sido blanco de las burlas y la censura de sus contemporáneos.

Dámaso Alonso, que dio noticia, en su artículo «Todos contra Pellicer» 2 , de varias de las arremetidas dirigidas al comentarista por parte de Salcedo Coronel, de Vázquez Siruela o de Andrés Cuesta, anotó, asimismo, los reproches que le lanzaban Tamayo de Vargas y Salazar Mardones en su correspondencia con Uztarroz, y que fueron recogidos con mayor minuciosidad por Alfonso Reyes en su estudio «Pellicer en las cartas de sus contemporáneos» 3 . Otros trabajos, los de Juan Manuel Rozas, Francisco Marcos Álvarez, Luis Iglesias Feijoo, Juan Manuel Oliver o María José Tobar Quintanar completan esta relación de enemistades con varios nombres célebres: Francisco Cascales, Lope de Vega o Francisco de Quevedo 4 .

Así, tomando como punto de partida la conocida disputa literaria entre Lope y Pellicer, trataremos de sistematizar en qué aspectos se sustentan las burlas hacia nuestro personaje: en su labor de análisis de las obras gongorinas, en sus errores y su alarde de erudición, en su supuesta tendencia al plagio, en su inexperiencia y su vanidad precoz o en su trabajo como cronista, entre otras.

Tanto las obras de Pellicer, El fénix y su historia natural y Lecciones solemnes, como El laurel de Apolo de Lope son el epicentro de los ataques entre ambos autores, motivados por una serie de circunstancias, bien reseñadas por Tobar Quintanar: «la competencia por el puesto de cronista de Castilla (que Lope pierde, ya viejo, en diciembre de 1629 a manos de un joven Pellicer de veintisiete años), la pugna literaria entre lopistas y gongorinos […] y la vanidosa exhibición de erudición por parte del zaragozano» 5 .

A pesar de que las primeras acometidas se hallan en el Fénix, estas surgen como respuesta a ciertas burlas a Pellicer que Lope inserta en alguna de sus comedias —Rozas sugiere, por datación, la hagiográfica Vida de San Pedro Nolasco 6 , mientras que Iglesias Feijoo ha dado argumentos en favor de la obra El saber puede dañar 7 —. Sea como sea, lo que nos interesa es el testimonio del agraviado. Pellicer procura dar a entender al lector que el suyo es un ánimo sereno: reprende en Lope el recurso a las «murmuraciones satíricas» y renuncia (en principio) a semejantes «gracejos» que considera propios de «desairados» 8 , «cobardes» e «indignos» 9 . Sin embargo, Pellicer no es tan inocente en sus menciones y juega con paranomasias —cuidadosamente señaladas por Antonio Carreño en su Introducción a la edición del Laurel de Apolo 10 — para que Lope se dé por aludido: el arcaísmo vegadas; el recreo constante con la similitud Lope-Lupus-Lobo; la cita de epigramas de Marcial y el adjetivo Felix; el verbo latino Carpere, que remite a Carpio y, además, se asocia al lobo por su capacidad de «despedazar las obras ajenas». Queda claro que Pellicer recurre a la erudición, pero no para instruir, sino para calificar a Lope de «murmurador» o «violento». La consideración que le merece ni siquiera es la de enemigo, sino la de detractor, infamador; dirá, «porque la enemistad suele ser cortés y la detracción siempre es grosera» 11 .

En el mismo año en que se publica el Fénix —que se había difundido con anterioridad 12 — Lope de Vega contesta ampliamente a las insinuaciones de Pellicer. El carácter mordaz y los mecanismos de las burlas que inserta a lo largo de El laurel han sido bien registrados en publicaciones como las ya mencionadas de Dámaso Alonso o Juan Manuel Rozas, entre otros. El autor de comedias procura que su interlocutor se sienta visiblemente aludido, recreándose también con las variantes su nombre: se sirve de parecidos formales—Pellicer se asimila con «pellejos» o con «Pelícano, que escribes y deliras» 13 , Ossau con el oso—; se ríe de su ascendencia (de la que él había presumido en el Fénix 14 : fol. 218r y siguientes), diciendo: «¿qué le importara Cajedor, su padre, / ni Tobarina, su salvaje madre?» 15 —; se mofa e ironiza, asimismo, con la erudición y la presunción del cronista,



¿quién hay que no se tenga por más sabio?;
natural filautía,
¿quién hay que no presuma
que es del Fénix arábico su pluma? 16

Fuente:

La burla recae especialmente sobre su fama de experto en lenguas, su empleo afectado del latín y del griego, y las acusaciones que señalaban su facilidad para apropiarse de materiales ajenos 17 .

Lope no prescinde de su ingenio y dirige sus ataques de manera implacable hacia el honor de su contrario, mofándose no solo de lo que concierne a su labor crítica, sino también de su familia, de su físico («rudo y feo 18 ») o de su reputación, entre otras cosas.

La réplica en el Prólogode las Lecciones solemnes adopta, asimismo, un tono más vejatorio. Tal y como enumera Alonso, Lope es tratado de «viejo ignorante»; de «murmurador» que se está «abrasando en la envidia»; o de «idiota» 19 . Además, esta vez, Pellicer prescinde de la cautela y recoge, parodiándolos, ciertos versos que Lope había empleado en su Laurel para atacarlo: «alguno que debe de sentirlo más, pero no bien, se dejó decir en unos coplones: Pues se admiran de ver los que bien sienten / que a quien escribió ayer, hoy le comenten» 20 . E incluso se atreve a finalizar con ellos su Prólogo: «es imposible que no sea gran venganza el desprecio de las injurias… con quien ni puede ni quitar reputación, ni dalla; porque: «Si del tener honor el darle viene, / ninguno puede dar lo que no tiene» 21 . Las armas de las que Lope había hecho gala se volvieron en su contra.

La contienda entre ambos va a persistir en el tiempo: «Sabemos que varias obras nuevas del Fénix de los ingenios vinieron a atormentar a Pellicer en los años siguientes: La Dorotea y la Epístola a Claudio en 1632, y las Rimas divinas y humanas del Licenciado Tomé de Burguillos en 1634» 22 . Juan Manuel Oliver dio además con el hallazgo de un manuscrito («en la biblioteca particular de uno de los herederos del legado de Campomanes» 23 ) que contenía escritos de José Pellicer, entre ellos, dos sonetos satíricos contra Lope de Vega. Si hasta entonces parecía que el cronista acabó guardando silencio ante las acometidas, ahora contamos con testimonios de que no fue así. El primero de los poemas lleva el título «A un poeta que decía que en España no había quien supiese la lengua griega», y responde a un soneto de las Rimas de Burguillos —«Que en este tiempo muchos saben griego sin haberlo estudiado»—. Lope es tratado por él de «maldiciente encanecido», se ríe Pellicer de nuevo de su vejez, falta de toda sabiduría y lo califica de «lego» hasta en su propio idioma. Tampoco sus obras salen mejor paradas porque, aunque abundantes, son una muestra más de su ignorancia y «dignas de la pimienta y aun del fuego», y hasta de la censura legal: «Selle plomo legal tu infame boca» 24 .

La segunda composición contiene un ataque más mordaz y mucho más personal, en el que el aragonés, dirá Oliver, «alude con crueldad a la fuga de Antonia Clara, hija de Marta de Nevares y Lope», empleando el último terceto como una alegoría de los orígenes bastardos de la muchacha:



Siempre tiene resabios de la fuente
el agua, que en su origen peregrino
participa el sabor que la ha engendrado.

Fuente:

Asimismo, en las fechas en que dio comienzo esta polémica, otra personalidad relevante del mundo de las letras se arroja sobre Pellicer. Francisco Cascales dirige su epístola V de las Cartas filológicas a nuestro personaje, no precisamente alabándolo, después de que este lo hubiera criticado en la segunda de sus Diatribes del Fénix: «topó v. m. conmigo en dos cositas, las más triviales del mundo, notadas con tanto imperio como si fuera divum pater atque hominum rex…» 25 . Por supuesto, a Cascales no debió causarle ningún entusiasmo que alguien tan joven se aventurara a corregirle y empleó su carta para reprenderlo y dejarlo en ridículo.

Asegura que tan solo «un jovenete enamorado de sí mismo» y «sin respeto a las venerables canas de autores gravísimos, los huella, atropella, muerde y alancea» 26 : La burla se articula sobre el binomio juventud/vejez, la primera es fuente de errores, atrevimiento e inexperiencia (es importante el uso del diminutivo peyorativo -ete) y es, además, irrespetuosa y dañina. Ataca no solo su actitud insolente sino también su soberbia que es enfermiza, «grande salpullido». Y, como Lope y el mismo Pellicer, también recurre Cascales al juego con la onomástica: «¿Piensa que por ser Pellicer lleva licencia in scrpitisde pellizcar a todos con tanta libertad, como si el juicio de las letras humanas y divinas pasara ante su tribunal? 27 ». Si el cronista posee libertad para juzgar a otros, su trabajo también queda sometido a la opinión ajena, siempre y cuando esta carezca de toda autoridad y reputación —«Si esto es discreción o ignorancia, senténcielo un alcalde de Boceguillas» 28 .

Esta presunta erudición del comentador gongorino es objeto fundamental de la sátira: una de sus preguntas resulta ser «digna canis pabulo», y sus desatinos le merecen el calificativo de «idiota»:

Y el señor don Joseph, si sustenta, como romancista idiota, que se ha de escribir con f, y no con ph, ¿cómo escribe su nombre Joseph con ph, y no con f?, ¿tan olvidado estaba de sí proprio? […] Aprenda más o presuma menos; y su impugnación, como tan leve, yo la disimulara; mas su descortesía no 29 .

La indignación de Cascales es tal que, a veces, le faltan adjetivos para calificar a su interlocutor: «¿Esto lo puede refutar, sino un…? Pero más vale callar» 30 .

Toda la disputa parece tener origen en comentarios, críticas y consejos que Cascales dio a Pellicer para su obra del Fénix, «cuando salió sin ejercitaciones»; sin embargo, el autor no lo considera motivo suficiente para el enfado y concluye su misiva sentenciando: «Si esto, nacido de un pecho cándido, movió a v.m. a enojo, mi buen celo queda descubierto, y su pasión condenada. Y si todavía persevera en su humor, totam trado tibi simul vacunam. Vale» 31 .

El fénix y su historia natural que, como vemos, dio lugar a tantas controversias, cuenta en sus preliminares con una censura de Francisco de Quevedo, repleta de alabanzas, tanto al libro, como a su autor. Parece ser, sin embargo, que hay que poner en duda la autenticidad de esta aprobación (así como la escrita por Juan de la Cerda) y que, tal y como apunta María José Tobar Quintanar 32 , atendiendo al hallazgo documental de Fernando Bouza 33 , ambas habrían sido manipuladas por el propio Pellicer.

Poner en cuestión la autoría de una censura tan encomiástica por parte de Que-vedo no es descabellado, aún más teniendo en cuenta que, solo unos años después, el escritor introduciría en algún párrafo de su Perinola burlas hacia el cronista. Lo incluirá en una lista de autores, poco merecedores, en su opinión, de consideración alguna 34 . Hará después mofa con la longitud de su nombre, y su ascendencia —«Quitó a don Josef Pellicer y Tobar, Salas, Abarca, Moncada, Sandoval y Rojas los cinco apellidos postreros»—. Y aún resulta más excesiva la cita de un número considerable de obras ridículas (inventadas, por supuesto) que habrían sido escritas por el aragonés: «todos estos volúmenes: en griego, el Tropó Gloutoon Diacoterio Philokérdes; en latín, Supplementum Livii, Historia infinita temporis atque aeternitatis, Opus ante Christum adversus universus hujus mundi scriptores, Concordiantiae discordantes; y en romance […] un poema heroico de Joannes de Vigo; Observaciones árticas y antárticas de los poetas deste mundo y el otro; un libro admirable que llama Las recogidas, por ser todo de obras que andan sueltas sin ton si sin son» 35 . Los títulos, ampulosos en su forma y absurdos e incluso soeces en su contenido, se burlan de la calidad de los escritos de Pellicer y, de nuevo, de su presunto don para las lenguas.

Otro tipo de censura la lleva a cabo el comentador Andrés Cuesta. Él, que había interpretado, anotado e incluso comenzado a traducir el Polifemo, descubrió las Lecciones y se sintió obligado a dar cuenta de los errores y la falsa erudición del zaragozano.La Censura a las Lecciones Solemnes de Pellicer, contenida en el ms. 3906 de la BNE y editada por José María Micó, contiene más ejemplos de burlas hacia nuestro personaje 36 .

Los ataques procuran, otra vez, desmentir la capacidad intelectual del autor de las Lecciones. Primero, se compara su ciencia con la de un individuo cualquiera aun cuando este es incivilizado «No sé qué haya español ni garamanta que entienda por “cópula”, en los perros, el lazo» 37 ; en varias ocasiones tachará de infantil su actitud: «pienso que hablo con niño de escuela» 38 . En algún otro caso, la mitología es la que sirve, en forma de parodia, para confrontar la inteligencia de Pellicer: «Para que v. m. no piense engañarnos con tal parto y, si le tiene embrión, salga de la cabeza de tan gran Júpiter tal Minerva…» 39 . Pero todavía se degrada más el símil cuando la capacidad del zaragozano queda por debajo de la de un animal: «Dispeream—esto es, algo así como “Mal rayo me parta” 40 —si v. m. sabe qué es dictador más que la mula de Papiniano» 41 .

La tendencia de Pellicer a llenar sus comentos con largos pasajes de datos y cita de autores también es motivo de risa para Cuesta: «me pareció, viendo tantos títulos de libros medio quebrados y tantos números de folios en guarismo, que harto fue que el guarismo tuviese números para tantos folios» 42 . La hipérbole y la metáfora le sirven para afirmar que todo el texto de las Lecciones no es más que una «pepitoria sin pies ni cabeza», «ensalada mal oleata» 43 ; en suma, algo desagradable de digerir.

No podían faltar tampoco bromas con el uso desmedido y muchas veces erróneo del latín por parte del aragonés. Cuesta se mofa del «Túmulo honorario» que Pellicer dedica a don Luis (en el texto «Lodoyci de Góngora», hijo de «Ludovici»), y trata de buscar alguna razón de ser para su ocurrencia:

V. m. siguió la regla del Poeta del entremés, que entrando a pedir limosna a un conde, y preguntado por él qué orden tenía en su poesía, entre otras cosas respondió: «Señor, en lo que toca a los nombres, si es Juana llamámosla Juanilis; si María, Amarilis…». A esto el conde: «Luego a mí que soy conde, llamareisme Condilis». Así v. m., pareciéndole que don Luis de Góngora era poeta y que a su modo debía ser nombrado con diferente nombre […], le puso v. m. Lodoyco, pudiendo llamarle Luisilis 44 .

Otras veces, traduce el sentido real de las frases latinas del cronista, dejándolo en evidencia: «dijo Horacium subegit, que, de buen latín traducido en buen romance, quiere decir que ‘fornicó a Horacio’» 45 .

El nombre de Pellicer, como ya hemos visto en otros rivales suyos, da lugar a juegos y paranomasias (con el verbo pellizcar son bastante frecuentes): «no contentándose con morder todos los escritores y con asir la ocasión por donde no tiene pelo, no repara en pellizcar a quien comenta» 46 ; o la enfática «purusputus Pellicerismus est», variación de una clásica fórmula latina que Micó traduce como «limpio y pulido pellicerismo» 47 .

El tono que presenta la censura está cargado de sarcasmo e ironía —dejamos de lado muchos otros ejemplos del escarnio—; la irritación de Cuesta ante los alardes eruditos de Pellicer quedó constatada en su comentario de las Lecciones solemnes (oDisparates solenes, como él los llama) 48 .

No fue Cuesta el único comentarista gongorino que atacó a Pellicer: también Salcedo Coronel chocó con el cronista, precisamente por una cuestión de prioridad en los comentos de obras de don Luis. Tal y como recoge Dámaso Alonso 49 , ambos trataron de ser los primeros en publicar sus interpretaciones: en el caso del Polifemo, llegó antes Salcedo Coronel; pero Pellicer respondió y le lanzó algunas pullas en sus Lecciones solemnes, que su oponente contestaría, asimismo, en su Comento de las Soledades.

De nuevo se da advertencia contra la ingenuidad de las explicaciones de Pellicer: «La erudición de los calostros es buena para los que maman» 50 . Igualmente, será objeto de comparaciones, cuanto menos sarcásticas: «otros menos atentos, que por hacer ostentación de que han leído, nos referirán las oraciones que rezan los ciegos en sus capillas» 51 .

No obstante, el tono de Salcedo Coronel es más moderado y sutil que en ejemplos anteriores. Aun así, se sirve de la repetición para criticar la ignorancia de Pellicer, e inserta continuamente interrogaciones retóricas cargadas de ironía: «La fábula de las sirenas ¿quién la ignora? ¿Qué autor no toca sus propiedades?» 52 ; «Si es error, o no, júzguelo quien sabe la lengua Castellana, y el que no ignora el idioma latino... ¿Tan lejos estaba el Calepino? ¿Tan difícil es Plinio? ¿Las etimologías de San Isidoro no están en latín? ¿A dónde pues halló tan nueva doctrina?» 53 ; «¡O ciego error! ¿El océano es menor que el Mediterráneo?» 54 . Sea como sea, el ignorante no logra engañar a un lector avezado —«¿Quién duda que intentó darnos a entender que es una misma cosa olmos que álamos; o lo más cierto confesarnos, que ni conoce uno ni otro?» 55 —, lector que se abstiene de llenar sus explicaciones con «vulgaridades», puesto que ya «basta que otros (como Pellicer) lo hagan» 56 .

En el mismo texto en que Dámaso Alonso recoge la disputa Salcedo-Pellicer, también da noticia de una serie de comentarios sueltos de las obras de don Luis, realizados por Vázquez Siruela, que también contienen ataques y críticas hacia nuestro personaje. Aunque se refiere al cronista de manera indirecta, empleando su conocido seudónimo, Salicio («¡Cuánto suda Salicio en este lugar!» 57 ), tenemos referencias directas que subrayan a quién dirige sus ataques. «Pero, ¿qué se puede hacer si nos provocan las Liciones solenes?»; Vázquez, como tantos otros, considera que las Lecciones son una ofensa para el resto de críticos de las obras gongorinas, y también reprende su fanfarronería y su torpeza: «¡O árbitro de la erudición! ¿Sabes lo que te dices?» 58 , así como su falso conocimiento de otras lenguas, «pues ni entendió el latín del lugar que refiere…». En sus anotaciones parece llegar a la conclusión de que «no hay que hacer caso ni detenernos», de que no merece la pena dedicar tiempo «a impugnar las boberías de Pellicer» 59 .

Como se ha visto, el autor del Fénix estaba entonces en boca de todos y, en mayor o menor medida, cada quien encontraba razones para impugnarlo o burlarse de él y de sus obras. Así, de las fiestas cortesanas que se celebraron en 1637 con motivo de la llegada de María de Borbón a España, y del nombramiento de Fernando III, cuñado del rey, como sucesor del Imperio Romano Germánico 60 , nos queda un vejamen escrito por don Francisco de Rojas Zorrilla que, por supuesto, también alude a Pellicer. Enfila Rojas una relación de autores, «un carro de mojiganga colmado de aquellos que en Madrid llaman ingenios de la corte, y en Palacio vulgares de la villa» 61 . La estampa de Pellicer, dibuja al «coronista de Castilla y de León», sobre «un caballo de color oscuro» (seguramente aludiendo a la falta de claridad en sus exposiciones) y llevando un rótulo: «Yo le comentaré». La burla se sostiene, de nuevo, en la avidez del aragonés por mostrar una erudición que resulta, para otros, ridícula e incomprensible: «Traía al Polifemo de don Luis de Góngora debajo del siniestro brazo; apuntábale con el dedo segundo de la diestra mano, con una letra que decía: Él se entiende». Así mismo, el ya conocido don de Pellicer para las lenguas también es puesto en evidencia: «Llevaba en la espalda siete lenguas pintadas, pero no hablaba ninguna, porque se las debieron de poner por maza» 62 . En el grotesco retrato no falta, acompañando a la figura, un Fénix «pintado en cenizas» que sentencia:



No he de volver a nacer,
a fe de Fénix honrado,
hasta que me hayan sacado
del libro de Pellicer 63 .

Fuente:

Hasta ahora hemos recogido ejemplos en polémicas en las que Pellicer era destinatario público de las censuras de sus contemporáneos. No obstante, también contamos con testimonios de correspondencia privada en los que Pellicer es objeto de las arremetidas de unos y otros.

Tenemos, en primer lugar, las misivas que el «cronista y bibliógrafo Tomás Tamayo de Vargas» 64 envía a Andrés Uztarroz (también cronista de Aragón), en las que se deja sentir su indignación contra el autor del Fénix. Pellicer habría alardeado en algunos círculos de un futuro cargo como cronista real; para Tamayo todo es «invención», de ahí que no tenga reparos en calificarlo, en carta de febrero de 1639, de «hombrecillo mentiroso» o «mozuelo» descarado 65 . En dos ocasiones, en cartas de marzo y abril de ese mismo año, lo tilda de «hablador» 66 —«haga callar a este hablador […], porque es tal, que si se sale con la suya tomará atrevimiento de hablar más destempladamente de lo que hace», «para que este hombre hablador cierre la boca y se le estorbe su atrevimiento»— 67 . Un año después, en abril de 1640, se referirá a él como «Pellicerillo» y, atribuirá su nombramiento como cronista a «alguna liviandad del Presidente del, a quien ha rascado las orejas con no sé qué papelón» y, de nuevo, acusará su condición de «hombre libre», esto es, «el que es suelto de lengua, diciendo todo lo que le parece» 68 . Y, de modo similar, afirmará: «Pellicer hace tanto ruido con su Chronistería, que no hay rincón adonde no se hable della…». También lo llama «conchronista del pastelero», y explica Del Arco que esto tuvo que resultar «frase mortificante para Pellicer, a quien concede las mismas luces que al pastelero zaragozano Luis López, autor de los “Trofeos”» 69 .

Tamayo de Vargas procura ser precavido y le pide a Uztarroz que guarde silencio temiendo la reacción de Pellicer, a quien considera «hombre loco, furioso y desvanecido». Tenemos constancia de la polémica hasta el 1 de junio de 1640, en que el bibliógrafo vuelve a burlarse de Pellicer y se lamenta de tener que sufrir «un hombrecillo como este que aquí cacarea» 70 .

Si Tamayo de Vargas había acusado al comentador de usurpar un cargo de cronista que no merecía, Salazar Mardones, «el que comentó el poema gongorino Píramoy Tisbe», va a imputarle la apropiación de materiales ajenos. También vierte estas quejas en su correspondencia con Uztarroz, al parecer «paño de lágrimas de los escritores de Madrid» 71 .

Dos veces, en cartas de mayo de 1642 y enero de 1644, compara a Pellicer con la corneja, instando a Ustarroz a que «preste paciencia, y jamás los libros, a quien se viste cornejamente de plumas ajenas» 72 . La recriminación de Salazar Mardones se concreta todavía más: «¿No me hurtó todas las notas que trabajé en Salamanca sobre las Soledades de don Luis de Góngora, y después las imprimió por suyas, acompañándolas con cien mil boberías, que son las que ríen aun los cuadros de los bodegones?». Semejantes circunstancias dan pie a que trate de Pellicer como «nuestro plagiario» y a que bromee (de nuevo, como tantos otros) con su nombre, en un alarde de ingenio, sentenciando: «ha adquirido, por defraudador de las (letras) ajenas, el nombre de Don Josef de Pelliscar de Tomar» 73 .

Conclusiones

Tal y como hemos visto a lo largo de las polémicas, la burla sirve muchas veces como herramienta fundamental de ataque hacia el otro. Según define Covarrubias, «hacer burla» es precisamente «mofar de alguno» 74 , lo que implica, normalmente, la risa de aquellos que realizan o que asisten a la mofa. El Diccionario de Autoridades de 1726, apunta precisamente ese matiz: «(Burla) se toma también por la acción, ademán o palabras con que se hace irrisión y mofa de alguno, u de alguna cosa» 75 . A su vez, lo que provoca la risa no es otra cosa que lo defectuoso, lo torpe y lo deforme (turpitudoet deformitas) 76 . En el caso de Pellicer ciertas tachas morales y actitudes viciosas sirven como base para el escarnio; la mayoría de comentarios se centran en desmentir sus alardes de erudición: el cronista, a pesar de su juventud, publicaba obras a un ritmo desmedido, con errores (sobre todo en lo que respecta al manejo de las lenguas griega y latina), y con un estilo excesivamente afectado. A todo ello se agregan varias acusaciones de apropiación indebida de materiales que contribuyen a afianzar las críticas. Los ataques se justifican a veces como respuesta a una ofensa: es el caso de Cascales y, en parte, de Lope; por cuestiones de competencia, envidia o primacía en el caso de los comentaristas Andrés Cuesta y Salcedo Coronel y también, por qué no, en el de Lope; en las acometidas insertas en la correspondencia de Tamayo y de Salazar Mardones la motivación es más grave: apropiación ilícita de materiales de trabajo y falacias respecto a un puesto relevante; en las burlas lanzadas por Quevedo no parece existir una motivación concreta más que las posibilidades risibles y de sátira que ofrece el personaje.

Entre todos ellos van trazando la imagen (verídica o exagerada) de un Pellicer soberbio, ignorante, maldiciente y mentiroso. Asimismo, el mecanismo de ingenio más habitual consiste en recrearse con las variantes del nombre del cronista («pellizcar», «pelícano», Tovar -«tomar»…) agregándole muchas veces una sufijación peyorativa («Pellicerillo») o disponiendo una lista extensa y ridícula de apellidos.

No obstante, según señalan las preceptivas poéticas de la época, quien emite la burla debe ceñirse a lo establecido por el decoro y el buen gusto y, en última instancia, limitarse a provocar una risa que sea eutrapélica, esto es, que no cause dolor 77 ; y es que, tal y como advierte López Pinciano, cuando las obras o las palabras «traen consigo daño notable, vence la compasión a lo ridículo y piérdese del todo la risa» 78 . Pero en los ejemplos que hemos ido apuntando se comprueba que la práctica no funciona de este modo y que resultaría complicado que las burlas reseñadas no provocaran dolor. No asistimos a una burla indulgente (¿existiría tal?), puesto que todas contribuyen, en mayor o menor grado, a la humillación moral del personaje, muchas veces acrecentada con una parodia de su físico o de su genealogía y vínculos familiares. Quizá tendríamos que exceptuar el caso del vejamen que presupone, por su tipología, un espacio “adecuado” y controlado para la mofa, con unos parámetros conocidos por todos.

Las normativas establecen los límites desde la óptica del emisor, dando pautas para que la risa sea del todo inofensiva, pero lo cierto es que en el uso solo el receptor (que es quien sufre la burla y su consiguiente desprestigio) debería estar autorizado para calificarla como benévola o perversa, por mucho haya «nacido de un pecho cándido».

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Notas

1 Este trabajo forma parte del proyecto de tesis doctoral «La burla como arma retórica, política y social en polémicas del Siglo de Oro», dirigido por el prof. Ignacio Arellano y financiado con una ayuda predoctoral para la Formación de Profesorado Universitario (FPU18/02792) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

2 Alonso, 1960a.

3 Reyes, 1958.

4 Rozas, 1984; Marcos Álvarez, 1986; Iglesias Feijoo, 1983 y 2001; Oliver, 1995; Tobar Quintanar, 2015.

5 Tobar Quintanar, 2015, p. 257.

6 Rozas, 1984, p. 73.

7 Iglesias Feijoo, 2001, p. 183.

8 Cov., s. v. desairado: «el hombre desmazalado que tiene poco brío y mal aire en el andar».

9 Este cambio entre una actitud más bien apenada en la dedicatoria, y la postura airada que toma en el Preludio, ya lo señaló Dámaso Alonso en su artículo «Cómo contestó Pellicer a la befa de Lope» (1960b, pp. 495-496).

10 Vega, Laurel de Apolo, pp. 62-64.

11 Pellicer de Salas y Tovar, El fénix y su historia natural («Preludio o apología por sí mismo»).

12 Gracias a las cartas que da a conocer Feijoo (1983), Rozas aclara la cronología «Seguramente Pellicer, a finales de 1628, ya había dejado ver —¿en pruebas?— la parte del poema y en la primavera de 1629 lo difundió entre varias personas» (1984, p. 71). Para la hipótesis sobre una primera edición del Fénix véase el artículo de Tobar Quintanar.

13 Vega, Laurel de Apolo, Silva IX, v. 631.

14 Rozas, 1984, pp. 75-76.

15 Vega, Laurel de Apolo, Silva VI, vv. 543-544.

16 Vega, Laurel de Apolo, Silva I, vv. 182-185.

17 Vega, Laurel de Apolo, Silva I, vv. 198-199.

18 Vega, Laurel de Apolo, Silva VI, v. 454.

19 Alonso, 1960b.

20 Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes.

21 Pellicer de Salas y Tovar, Lecciones solemnes.

22 Oliver, 1995, p. 95.

23 Oliver, 1995, p. 87.

24 Oliver explica: «Pellicer juega aquí con el concepto de “inutilidad” de los escritos que sólo son dignos de envolver pimienta por lo que pican con la sátira, al tiempo que amenaza con el fuego a que pudieran ser condenados por la autoridad»; incluso añade que la expresión «tal vez oculte una velada amenaza de denuncia» (p. 96).

25 Cascales, Cartas filológicas, pp. 93-94.

26 Cascales, Cartas filológicas, p. 95. Cov., s. v. hollar: «Hollar uno a otro, es tratarle mal y tenerle en lo que trae debajo de sus pies»; Cov., s. v. atropellar: «Tratar a uno mal no le dando lugar a que se descargue, es atropellarle en común frasis»; Cov., s. v. lanza: «Alancearse unos a otros, andar a las lanzadas».

27 Cascales, Cartas filológicas, p. 97.

28 Cascales, Cartas filológicas, p. 92.

29 Cascales, Cartas filológicas, p. 97.

30 Cascales, Cartas filológicas, p. 96.

31 Cascales, Cartas filológicas, pp. 101 y 107.

32 Ver Tobar Quintanar, 2015. También Bouza, 2014, especialmente pp. 70 y ss.

33 Bouza, 2014.

34 Nota al pie de la editora: «cita aquí Quevedo con tono despectivo varios autores mencionados por Montalván en Para todos». Quevedo, Prosa festiva completa, p. 503.

35 Quevedo, Prosa festiva completa, p. 503.

36 Muchas de ellas ya habían sido notadas por Dámaso Alonso (1960, pp. 475-485).

37 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 432.

38 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 424.

39 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 446.

40 Diccionario ilustrado latino-español, español-latino, s. v. dispereo.

41 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, pp. 434 y 467.

42 Puede recordar este enunciado a los versos de un conocido soneto gongorino contra Lope: «Por tu vida, Lopillo, que me borres / las diez y nueve torres del escudo / porque aunque todas son de viento, dudo / que tengas viento para tantas torres...».

43 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, pp. 438, 460, 464.

44 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, pp. 425-426

45 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 427.

46 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 461.

47 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 428.

48 Cuesta, Censura a las Lecciones solemnes de Pellicer, p. 423.

49 Alonso, 1960, pp. 462-469.

50 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 43r.

51 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 23v.

52 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 38r.

53 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fols. 81r-81v.

54 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 90r.

55 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 141r.

56 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 38r.

57 Alonso, 1960, p. 473.

58 Alonso, 1960, p. 474.

59 Alonso, 1960, p. 475.

60 Cotarelo y Mori, 2007 pp. 43-44.

61 Paz y Meliá, 1964, p. 311.

62 Cov., s. v. maza: «Al que es de ruin ingenio llamamos mazo, por ser basto y no tener nada de agudo».

63 Todas las citas del vejamen se hallan en Paz y Meliá, 1964, p. 314.

64 Arco y Garay, 1950, p. 118.

65 Arco y Garay, 1950, p. 151.

66 Cov., s. v. hablador: «“Hablar, y sea quequiera”, mala determinación, y los que esto hacen se llaman habladores».

67 Arco y Garay, 1950, p. 152.

68 Cov., s. v. librar.

69 Arco y Garay, 1950, p. 180.

70 Reyes, 1958, p. 140.

71 Reyes, 1958, p. 141.

72 Como se explica en Covarrubias «la corneja desplumada y alrededor della muchas plumas de diversas colores, sinifica el que se ha querido honrar con escritos y trabajos ajenos, publicándolos por suyos, y queda corrido cuando es tomado en el hurto».

73 Ambas misivas están transcritas en Reyes, 1958, pp. 141-144.

74 Cov., s. v. burla.

75 Real Academia Española, s. v. burla.

76 Ver Arellano, 2006.

77 Ver, para este asunto, el artículo de Roncero, «El humor y la risa en las preceptivas de los Siglos de Oro», en Demócrito áureo. Los códigos de la risa en el Siglo de Oro, ed. Ignacio Arellano y Victoriano Roncero, Renacimiento, Sevilla, 2006, pp. 285-328.

78 López Pinciano, Philosofíaantigua poética, p. 390.

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