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La burla endiosada en el Quijote
Deified Mockery in Don Quixote

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 7, núm. 2, 2019

Instituto de Estudios Auriseculares

Alicia Villar Lecumberri

Universidad Autónoma de Madrid, ESPAÑA, España

Fecha de recepción: 30 Mayo 2019

Fecha de aprobación: 11 Julio 2019

Resumen: En el presente artículo nos vamos a centrar en el tema de la burla en el Siglo de Oro, con Cervantes en el punto de mira, al ser el creador de máximas como: «Y no se burle nadie conmigo, porque o somos o no somos» o «Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no sabe». En aras de la verdad, es la burla, la chanza o el engaño un elemento indispensable para que la realidad se vuelva ficción y la ficción se convierta en algo real. Así, cierto es que la relectura de las obras «doradas» de nuestra literatura nos invita a mofarnos de la realidad española y a afrontar los avatares del día a día, al igual que lo hicieron los autores literarios. Es en el Quijote donde Cervantes plantea la relación entre la burla y la fortuna, esta última, en ocasiones, suerte, destino, en otras, diosa.

Palabras clave: Cervantes, burla, Siglo de Oro, fortuna, diosa Fortuna.

Abstract: In this article we are going to focus on the issue of mockery in the Golden Age, with Cervantes in the spotlight, being the creator of maxims such as: «And nobody makes fun of me, because or we are or we are not» Or «No science, as for science, deceives; the deception is in who does not know». For the sake of the truth, it is the mockery, the joke or the deception an indispensable element so that the reality becomes fiction and the fiction becomes something real. Thus, it is true that the rereading of the «golden» works of our literature invites us to mock the Spanish reality and face the vicissitudes of everyday life, as did the literary authors. It is in Don Quixote where Cervantes raises the relationship between mockery and fortune, the latter, sometimes, luck, destiny, in others, goddess.

Keywords: Cervantes, Mockery, Golden Age, Fortune, Goddess Fortune.

1. La burla en Siglo de Oro y en Cervantes

No fueron pocos los escritores que se burlaron del linaje al caracterizar a los personajes de sus obras. Y esta tendencia se acentúa en los creadores judíos conversos. Así, si contemplamos la posibilidad de que Cervantes fuera un judío converso observamos que plantea la burla de los linajes en toda su obra, especialmente en Las Novelas Ejemplares, basta con pensar en Rinconete y Cortadillo, dos muchachos de catorce o quince años que se encuentran y comienzan a hablar:

—¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina?

—Mi tierra, señor caballero —respondió el preguntado—, no la sé, ni para dónde camino, tampoco.

—Pues en verdad —dijo el mayor— que no parece vuesa merced del cielo, y que éste no es lugar para hacer su asiento en él; que por fuerza se ha de pasar adelante.

—Así es —respondió el mediano—, pero yo he dicho verdad en lo que he dicho, porque mi tierra no es mía, pues no tengo en ella más de un padre que no me tiene por hijo y una madrastra que me trata como alnado; el camino que llevo es a la ventura, y allí le daría fin donde hallase quien me diese lo necesario para pasar esta miserable vida.

Al mismo patrón responde Mateo Alemán en el Guzmán de Alfarache (1599-1604), quien al comienzo de la obra especifica: «no dejé dicho quiénes y cuáles fueron mis padres y confuso nacimiento […] Veisme aquí sin uno y otro padre, la hacienda gastada y, lo peor de todo, cargado de honra y la casa sin persona de provecho para poderla sustentar»; y también Francisco López de Úbeda, quien llega a estructurar el segundo capítulo de La pícara Justina (1605) según el abolengo alegre, el parlero y el festivo.

El planteamiento inicial al abordar el tema de los linajes de burlas en el Siglo de Oro, según Aurora Egido, debe arrancar del hecho de que en aquella época los asuntos del linaje y la honra calaban más hondo que cualquier otra sátira. Así, la autora específica:

La nobleza de mérito y de obras gana terreno en la época del Guzmán y del Quijote, generando multitud de adeptos. El humanismo de Mal Lara, Huarte de San Juan o Sabuco de Nantes había asentado las bases de tales presupuestos. Los diálogos del Siglo de Oro son, como se sabe, particularmente ricos en aportaciones al debate sobre el linaje. Villalobos, Torquemada, Suárez de Figueroa o Miranda Villafañe, entre otros, ilustran la continuidad que, al hilo de la tradición clásica de Cicerón, Plutarco, Séneca y Valerio Máximo, o bien identifica sangre con virtud o bien la disocia, pero siempre para establecer una jerarquía de preferencias que, como no podía ser menos, apenas retoca el orden estamental. Suele haber, sin embargo, cuestiones de matiz y grado. Desde el imperativo ciceroniano de las obras que conlleva detrás la propia autodefensa del converso, a la firme voluntad de la nobleza de sangre que se aferra en su autenticidad contra los nuevos ricos que intentan adquirirla, pasando por los ataques a quienes exhiben su orgullo nobiliario, hay una línea en la que, generalmente, la idea de nobleza como tal se refuerza y afirma 1 .

Así las cosas, si bien son los escritores del Siglo de Oro español los que utilizan la burla en los textos, son los personajes los que son burlados y son estos los que se convierten en marionetas en manos de su creador. Nada pueden hacer los personajes por sí mismos contra el curso de la pluma que va a decidir sus pasos. No es lo mismo burlarse, que ser burlado. A este respecto, Zerrouti Holguin indica que «Cervantes parece querer alejarse de lo que escribe, pero pretende que el lector encuentre cercanos a sus personajes, porque los protagonistas se extraen del mundo cotidiano» 2 .

Sabido es que los autores de las obras literarias tienen en su poder el beneficio de la burla para, con ella, denunciar los abusos y dar cuenta de las diferencias sociales del momento. Es el autor el que decide el destino de sus personajes y estos asumen a pies puntillas las normas del mismo. Así, Cervantes utiliza la burla con absoluta maestría y en su mano se convierte en un instrumento que le permite transmitir su mensaje social con el máximo rigor y seriedad que merece ser afrontada la situación de la España del siglo XVII. La burla le sirve a Cervantes para hacer reflexionar al lector sobre los acontecimientos, injusticia o las incongruencias a las que se vieron sometidos los españoles de la época. Cervantes se burla de los estamentos sociales, del entramado social que da lugar a situaciones grotescas, pero nunca de sus personajes. Sin embargo, los personajes del Quijote son burlados como si entraran en juego razones ajenas a la intencionalidad del autor. Es la burla un arma de doble filo, punzante en manos del artífice literario, hiriente en la piel de los personajes, pero detonante de la comicidad que impregna toda la obra. La comicidad, la cualidad de cómico, la maneja Cervantes y esta, por definición, es una «condición o naturaleza de algo o de alguien», mientras que el adjetivo cómico significa «que divierte o hace reír» y justamente nos hacen reír los personajes que se ven inmersos en situaciones cómicas. Por eso, la comicidad está por encima de las situaciones cómicas, de las aventuras que nos hacen reír, dado que es un elemento que está al servicio del creador y con el que da una dimensión a sus obras que va más allá de meros episodios puntuales. Y de ahí que el Quijote nos provoque sentimientos contrapuestos al leer los pasajes, y es que hay en ellos elementos cómicos, al servicio de la comicidad.

Por otro lado, debemos tener en cuenta que el tema de la burla tiene un tratamiento diferente en la Primera y en la Segunda parte del Quijote. Así, Zerrouti Holguin señala cómo en los treinta primeros capítulos del Quijote encontramos «diversos tipos de burlas frecuentes: las burlas literarias a los libros de caballerías, las burlas del narrador, las burlas que despetrarquizan a la mujer, las burlas léxicas, las burlas de índole sexual, las burlas de índole antisemita y las burlas escatológicas» 3 .

A su vez, Joly 4 , matiza cómo en la Segunda parte nos topamos con burlas discretas y cortesanas, y concretamente al comentar el pasaje de don Antonio lo define como el burlador discreto.

2. Cervantes y Barcelona

Para ilustrar el planteamiento expuesto recurramos al final del Quijote, centrado en la visita de don Quijote y Sancho Panza a la ciudad de Barcelona. Anthony Close 5 apunta que cuando llegan a esa ciudad, don Quijote y Sancho son individuos muy populares, con fama de loco el uno y de tonto el otro. A partir de cierto momento de la Segunda parte cervantina, todos los personajes que se cruzan con ellos han leído la Primera parte y los reconocen. Esta «poca modestia» de Cervantes, que convirtió la continuación de 1615 en una especie de “autohomenaje”, hace inevitable la «aclamación pública de Quijote y Sancho» y que esta se mezcle con una buena dosis de burlas. Barcelona se halla en fiestas, circunstancia que da a sus primeros momentos en la ciudad «|un sentimiento universal de alegría».

Pues bien, Cervantes sabe que se celebran las fiestas de San Juan, pero don Quijote cree que le han preparado una gran fiesta y la ciudad se viste de gala para recibirlo, hecho que no es de extrañar que don Quijote pensara así, cuando la Primera parte del Quijoteya gozaba de popularidad. Dos perspectivas diferentes para un mismo hecho: el marco de la comicidad lo constituyen las fiestas que se celebran con motivo de la festividad de San Juan, mientras que el retrato de don Quijote se convierte en un elemento cómico de este pasaje. La consecuencia directa de este recurso literario es que don Quijote es burlado. A este respecto, un detalle significativo es que Cervantes, para relatar la llegada de don Quijote y Sancho Panza a Barcelona, utiliza el modelo de las crónicas que describen la entrada de los monarcas a una ciudad. El telón de fondo es el reinado de Felipe III, la cesión del gobierno a validos y las dificultades económicas. Por lo tanto, de esta manera, se burla de la parafernalia que rodea a los festejos que se celebran en honor a los reyes y escoge de esa realidad por su comicidad. Este es el escenario en el que el autor va a colocar a sus dos personajes y va a conseguir que el episodio en el que don Quijote va a ser burlado, sea lo suficientemente cómico para que nos haga reír. La confusión que padece don Quijote entre su visión ilusionada y la realidad no escapa a la legitimidad moral de la burla.

3. La burla endiosada y la diosa Fortuna

Como hemos señalado anteriormente, el tema de la burla es tratado por Cervantes desde diversos ángulos. Y si bien en este artículo nos estamos centrando en la Segunda parte del Quijote, queremos recalcar la importancia que tiene el paralelismo temático en esta obra. Así, Urbina 6 subraya que «como si sintiera aproximarse el fin de la Fortuna y su cruel juego, don Quijote se aviene por fin en los últimos capítulos de la Primera parte a Dios y a su Providencia, como causa externa sobrenatural y único agente confiable». Sin embargo, Sánchez Tallafigo 7 señala que será en el Persiles donde «se despliega todo el equipaje conceptual de la diosa de la rueda: el enfrentamiento entre su poder para determinar y alterar el destino con la Providencia cristiana de Dios, Sumo Bien; el choque entre el determinismo estoico y el libre albedrío y la cuestión insoluble, pese a los reiterados intentos teológicos de justificar el sufrimiento infligido por esta providencia celestial al hombre justo que no lo merece».

A continuación vamos a centrarnos en la Segunda parte del Quijote para señalar el giro que Cervantes le da al tema de la fortuna. Pues bien, al salir de Barcelona don Quijote contempla desconsolado el lugar en el que perdió la batalla al Caballero de la Blanca Luna, tras la cual el bachiller Sansón Carrasco le impuso la condición de que se retirara a su aldea y dejara la caballería andante durante al menos un año.

«Que trata de lo que verá el que lo leyere, o lo oirá el que lo escuchare leer»

Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo:

—¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse! (Quijote, II, 66).

En este pasaje, Cervantes, para cantar las hazañas del héroe, idea un don Quijote que, a la manera de Odiseo, tras el final de la guerra de Troya, debe emprender el camino de vuelta a su patria, Ítaca. Dos héroes unidos por un mismo destino, que está enlazado con el de los dioses, de ahí que el tema tenga un cariz religioso. Es ahí donde radica una de las características de la poesía épica griega, la de ser una religión no dogmática, cuyo hacedor último fue Homero. Además, leemos cómo la fortuna «usó conmigo de sus vueltas y revueltas» y el héroe debe acatar la decisión del destino.

En contraposición con la aceptación de don Quijote, presenciamos a un Sancho que se rebela:

Oyendo lo cual Sancho, dijo:

—Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste; porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza (Quijote, II, 66).

Sancho apela a la desfachatez de la diosa Fortuna, a la que tacha de borracha, antojadiza y sobre todo ciega. Cervantes utiliza la burla sirviéndose de una diosa romana, Fortuna, la Tyche de los griegos, que determina, como caprichosa diosa del azar, los destinos del mundo. En este momento Sancho se siente burlado y se pone a la defensiva reforzando su argumento porque esa diosa «no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza». Esta última frase está atribuida a Apio Claudio el Ciego, en el Opúsculo Ad Caesarem de Republica (I, 1, 2): «In carminibui Appius ait: fabrum esse suae quemque fortunae».

Ante esta réplica de Sancho, interviene don Quijote:

—Muy filósofo estás, Sancho —respondió don Quijote—; muy a lo discreto hablas; no sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía; pero no con la prudencia necesaria, y así, me han salido al gallarín mis presunciones; pues debiera pensar que al poderoso grandor del caballo del de la Blanca Luna no podía resistir la flaqueza de Rocinante. Atrevíme, en fin; hice lo que puede; derribáronme, y aunque perdí la honra, no perdí, ni puedo perder, la virtud de cumplir mi palabra. Cuando era caballero andante, atrevido y valiente, con mis obras y con mis manos acreditaba mis hechos; y agora, cuando soy escudero pedestre, acreditaré mis palabras cumpliendo la que di de mi promesa. Camina, pues, amigo Sancho, y vamos a tener en nuestra tierra el año del noviciado, con cuyo encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas (Quijote, II, 66).

Salvador Muñoz Iglesias hace un comentario a esta intervención de don Quijote y señala que aduce la fortuna en prueba de que las cosas suceden «por la providencia de los dioses». No hay fortuna o hado que necesariamente produzca las cosas. Don Quijote —mejor dicho, Cervantes— sabe que las cosas no suceden fatalmente sino que las ordena la Providencia, pero habida cuenta de la voluntad del hombre» 8 .

Llegados a este punto, hemos constatado cómo al comienzo del capítulo 66 de la Segunda parte del Quijote, Cervantes menciona tres veces la fortuna, pero nada tiene que ver la Fortuna en boca de Sancho —con mayúscula— a la fortuna a la que apela don Quijote. En el primer caso la fortuna es sinónimo de suerte, en el segundo se trata de la diosa Fortuna y en el tercero evoca al sino. Solo así podemos entender la impotencia que le crea a Sancho el admitir que contra la diosa Fortuna nada puede hacer el hombre y por eso la descalifica. Asistimos a un Sancho burlado en manos de una diosa que dirige a su capricho el destino del mundo. Cervantes es consciente de que nada puede hacer su personaje que está a expensas del antojo de dicha diosa.

Y es que la burla adquiere otra dimensión cuando entra en la órbita divina. De ahí que hayamos definido este tipo de burla como la burla endiosada, ya que cuando esta diosa entra en escena Sancho siente que peca de una altivez extremada y por eso la acusa y la menosprecia.

Es Fortuna una diosa caprichosa y advenediza. A ella González García le dedica un estudio y subraya cómo

en las tradiciones literarias europeas, el tema de la Fortuna está presente como un hilo rojo que recorre la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco. Se invoca la protección de la Fortuna en todas las épocas de crisis colectiva, de guerra, azar e inseguridad, de transformación global de las relaciones sociales, épocas en las que los individuos se comprenden a sí mismos como dominados por fuerzas que no pueden controlar, que no comprenden y por ello atribuyen tanto poder a la figura personalizada de la diosa Fortuna que mueve a su capricho y volubilidad la rueda del cambio. Después de un recorrido por la literatura española, privilegio la barroca perspectiva de Gracián, pues en sus conceptos, metáforas y construcciones alegóricas sobre la Fortuna se dan la mano la tradición con todas sus figuras y la capacidad de invención de otras nuevas 9 .

Lo que está claro es que Cervantes saca a escena a una diosa romana, la diosa Fortuna, aquella que probablemente él mismo habría visto representada en estatuas romanas —huella que deja su impronta en Tomás Rodaja en El licenciado Vidriera—. Marta Bailón 10 señala cómo en el siglo II a.C. se dio un proceso de sincretismo con la diosa griega Τύχη (Tyche), que simbolizaba el azar, el destino de los hombres, regidos por la voluntad de la diosa. La diosa Fortuna romana tomó estas cualidades de la diosa griega. Fortuna era capaz de dispensar la mayor gloria, abundancia, riquezas, bienestar a los hombres, pero también podía producir las mayores desgracias según fuera su voluntad, muchas veces caprichosa.

Pasemos a examinar algunos pasajes del Quijote en el que aparece la diosa Fortuna. De la Primera parte vamos a detenernos en el capítulo 20, en el que Sancho intenta animar a su amo, el cual cree que Dios «que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta no tan vista y tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar mi tristeza» y le plantea su temor a que la diosa se enoje y acabe don Quijote siendo burlado:

Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo, y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria, y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera, que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo:

—Ea, señor, que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis porfiar, y espolear, y dalle, será enojar a la Fortuna, y dar coces, como dicen, contra el aguijón (Quijote, I, 20).

He aquí de nuevo la determinación de la diosa Fortuna, la cual, si es enojada va a burlarse de quien le enoje. A don Quijote le merece respeto y tiene en cuenta la voluntad de la diosa.

Por su parte, Sancho no cesa en el empeño de defender los intereses de su amo y se encara al Cura porque considera que don Quijote ha sido maltratado, si bien, enfocándolo por el tema que nos ocupa, está siendo es burlado. Cervantes mueve los hilos y se burla de que don Quijote pudiera casarse con la infanta Micomicona, que Sancho fuera conde o gobernador o visorrey. Uno y otro han sido burlados y para desquitarse de la burla Sancho reacciona de nuevo y encuentra la explicación en la rueda de la Fortuna «que anda más lista que una rueda de molino»:

Y [Sancho] volviéndose a mirar al Cura, prosiguió diciendo:

—¡Ah señor Cura, señor Cura! ¿Pensaba vuestra merced que no le conozco, y pensará que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escasez a la liberalidad. ¡Mal haya el diablo!; que si por su reverencia no fuera, ésta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona, y yo fuera conde, por lo menos, pues no se podía esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste Figura como de la grandeza de mis servicios!. Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahí: que la rueda de la Fortuna 11 anda más lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en pinganitos, hoy están por el suelo. De mis hijos y de mi mujer me pesa; pues cuando podían y debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor Cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso (Quijote, I, 47).

En este fragmento se ve la impronta de la interpretación alegórico moral que plantea Morabito 12 con la diferencia el topos medieval del topos renacentista a la hora de encarar la rueda de la fortuna, ya que esta decide la suerte de los grandes, garantizando su caída después de la apoteosis: «que los que ayer estaban en pinganitos, hoy están por el suelo».

Uno de los pasajes más burlescos es el que don Quijote y Sancho reciben de hinojos a tres aldeanas del Toboso que les interceptaban el camino y una de las labradoras les pidió que les dejaran pasar:

A lo que respondió Sancho:

—¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?

Oyendo lo cual, otra de las dos, dijo:

—Mas, ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro! ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan su camino, e déjennos hacer el nueso, y serles ha sano.

—Levántate, Sancho —dijo a este punto don Quijote—; que ya veo que la Fortuna, de mi mal no harta, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes (Quijote, II, 10).

Cervantes presenta a las mujeres del Toboso defendiéndose ante el comportamiento absurdo de los dos protagonistas y a los que reclaman que no les hagan burla. Estas labradoras no pueden ser burladas dado que ellas mismas advierten a don Quijote y a Sancho de que no se van a dejar hacer burla. De ahí que, ante la advertencia, don Quijote reaccione aceptando que su destino depende de la diosa Fortuna y es evidente que, haga lo que haga, él no puede burlar a la diosa. Por lo tanto, Cervantes no permite que su protagonista sea burlado.

Para concluir, una última reflexión. El endiosamiento implica altivez, orgullo, soberbia, conceptos todos ellos que no concuerdan con la visión cristiana de la vida y nos remiten a una sociedad pagana en la que la diosa Fortuna, una diosa primigenia de época prerromana, una divinidad primordial, la diosa madre, llegó a convertirse, por influencia etrusca, en época romana en portadora del destino y de la suerte. Con todo, hay que tener presente que esta diosa repartía a su capricho bienes y males. Pues bien, si la Fortuna romana pagana se convirtió en la Providencia cristiana, en el Quijote encontramos esa dualidad, dos caras de la misma moneda que incita al ávido lector a jugar: «abran libro, señores» 13 .

Bibliografía

Bailón García, Marta, «La diosa Fortuna romana, significado y pervivencia en la obra de Rubens», Eikón Imago, 11.1, 2017, pp. 167-184.

Egido, Aurora, «Linaje de burlas en el Siglo de Oro», en Studia aurea. Actas del III Congreso de la AISO (Toulouse, 1993), coord. Ignacio Arellano Ayuso, Carmen Pinillos Salvador, Marc y Frédéric Serralta, vol. 1, Plenarias. General. Poesía, Pamplona/Toulouse, GRISO/LEMSO, 1996, pp. 19-50.

González García, José María, «Diosa Fortuna e identidades barrocas», Arbor. Ciencia, Pensamiento y Cultura, vol. CLXXXVI, núm. 743, 2010, pp. 467-478.

Joly, Monique, «Las burlas de don Antonio. En torno a la estancia de don Quijote en Barcelona», en Actas del II Coloquio Internacional Asociación de Cervantistas (II CIAC), Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 71-81.

Morabito, María Teresa, «El tema de la caída en el Siglo de Oro», en Memoria de la palabra. Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Burgos-La Rioja, 15-19 de julio de 2002, Madrid / Frankfurt am Main, Iberoamericana / Vervuert, 2004, vol. II, pp. 1355-1366.

Muñoz Iglesias, Salvador, Lo religioso en el «Quijote», Toledo, Estudio Teológico de San Ildefonso, 1989.

Obiols, Isabel, «Close analiza los episodios asombrosos y la derrota del Quijote en Barcelona», El País, 5 de abril de 2005, en https://elpais.com/diario/2005/04/08/cultura/1112911202_850215.html.

Sánchez Tallafigo, Cristina, «La Fortuna en el Persiles: las cabezas de la Hidra y la gran cadena del destino», en Alicia Villar Lecumberri (ed.), Peregrinamente peregrinos. Actas del V Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas (V-CINDAC), Lisboa, Asociación de Cervantistas-Fundaçâo Calouste Gulbenkian, 1-5 septiembre 2003, Barcelona, Asociación de Cervantistas/Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2004, vol. I, pp. 957-972.

Urbina, Eduardo, «El juego de la Fortuna en el Quijote», en Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas: 21-26 de agosto de 1995, Birmingham, vol. 3, Estudios áureos II, coord. Jules Whicker, Birmingham, University of Birmingham (Department of Hispanic Studies), 1998, pp. 254-262.

Zerrouti Holguin, Sara, El «Quijote» como obra de burlas, Trabajo Fin de Grado, Logroño, Universidad de La Rioja, 2017.

Notas

1 Egido, 1993, pp. 20-21.

2 Zerrouti Holguin, 2017, p. 30.

3 Zerrouti Holguin, 2017, p. 12.

4 Joly, 1989, p. 72.

5 Obiols, 2005.

6 Urbina, 1995, p. 260.

7 Sánchez Tallafigo, 2004, p. 958.

8 Muñoz Iglesias, 1989, pp. 135-136.

9 González García, 2010, pp. 467-468.

10 Bailón García, 2007, p. 167.

11 Ver Sánchez Tallafigo, 2004.

12 Morabito, 2002, p. 13-63.

13 En los juegos del azar: «abran juego, señores».

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