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Retórica de los testimonios: crónicas de Indias, textos históricos y épica heroica en Paisajes peruanos (1955) de José de la Riva-Agüero
A Rhetoric of Testimonies: Chronicles of the Indies, Historic Texts and Heroic Epic in José de la Riva-Agüero’s Paisajes peruanos (1955)

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 7, núm. 2, 2019

Instituto de Estudios Auriseculares

Jorge Wiesse Rebagliati

Universidad del Pacífico, PERÚ, Perú

Fecha de recepción: 05 Septiembre 2019

Fecha de aprobación: 04 Noviembre 2019

Resumen: En Paisajes peruanos (1955), el libro de viajes de José de la Riva Agüero, el polígrafo peruano trata de manera distinta dos batallas de las guerras civiles de los conquistadores del siglo XVI. Mientras que la de Jaquijaguana (8 de abril de 1548) recibe una aproximación «positivista», la de Chupas (16 de setiembre de 1542) es descrita como una epopeya o una novela de caballerías, tal como se aprecia por la presencia en la narración de un tópico épico: el «catálogo de los caballeros». Al final, se conjetura una explicación para el distinto tratamiento de las crónicas de Indias en el libro de viajes.

Palabras clave: José de la Riva Agüero, Paisajes peruanos , crónicas de Indias, «catálogo de los caballeros», libro de viajes, epopeya, novela de caballerías.

Abstract: In Paisajes peruanos (1955), José de la Riva Agüero’s travel book, the Peruvian polygraph treats differently two battles of the civil wars between the conquerors of 16th century Peru. While that of Jaquijaguana (April 8, 1548) receives a «positivist» approach, that of Chupas (September 9, 1542) is described as an epic or a chivalric novel, as proved by the presence in the narrative of an epic topic: the «catalog of cavaliers». In the end, an explanation for the different treatment of the chronicles of the Indies in the travel book is conjectured.

Keywords: José de la Riva Agüero, Paisajes peruanos , Chronicles of the Indies, «catalog of cavaliers», Travel book, Epic, Chivalric novel.

En los capítulos II y IX de Paisajes peruanos, el libro donde el polígrafo peruano recoge sus impresiones del viaje efectivamente realizado en el otoño austral de 1912 1 , José de la Riva-Agüero da cuenta de dos hechos de armas que definieron el espacio de América Meridional en el siglo XVI: la batalla de Jaquijaguana, entre las fuerzas de Gonzalo Pizarro y las del presidente La Gasca (el 8 de abril de 1548), y la batalla de Chupas (el 16 de setiembre de 1542), entre el ejército de Diego de Almagro el Mozo y el del licenciado Cristóbal Vaca de Castro. Aun luego de una lectura superficial de los pasajes correspondientes, salta a la vista el distinto tratamiento narrativo de las citadas gestas. Mientras que en el capítulo II el encuentro de Jaquijaguana se reduce a lo mínimo —tampoco había mucha materia épica por tratar— y Riva-Agüero prefiere demorarse en consideraciones de geografía histórica, en el capítulo IX, la acción bélica ocurrida en Chupas se desarrolla ampliamente y el escritor peruano compone, a partir de ella, un cabal relato épico.

En efecto, Riva-Agüero califica rápidamente el suceso de Jaquijaguana de «mal llamado combate o mejor dicho dispersión» 2 , y se dedica a identificar sobre el sitio —el lector pareciera seguir sus indicaciones con la mirada— las posiciones de Pizarro y sus soldados, y a refrendar sus apreciaciones con la autoridad de los cronistas:

La hueste de los rebeldes […] aguardó a Gasca, según los cronistas, al pie de la bajada de Limatambo (Pedro Pizarro 3 ), en la rinconada que hace el valle, entre el río pequeño y una áspera sierra que viene a juntarse formando punta (Garcilaso 4 ); señales todas que convienen al presente lugar 5 .

Y luego corrige a quienes —como Prescott— sugieren otros emplazamientos:

Y aunque es cierto que luego Pizarro y los suyos se retiraron algo, para situarse en el collado inmediato a una ciénaga, debió ser muy breve contramarcha, y en ningún caso hasta el otro extremo de la pampa, en Anta y Huarocondo, como algunos modernamente sostienen, porque en los escritores de la época no hay indicios para suponer movimiento tan extenso y porque, aun cuando fuera muy rudimentaria entonces la estrategia de esos ejércitos diminutos, no es concebible que Pizarro y Carbajal, retirándose al rincón opuesto de la pampa, se expusieran tan a las claras a ver cortadas las comunicaciones con el Cuzco, que tanto les interesaba conservar. Cieza, testigo presencial de la acción, y que describe el itinerario en dirección inversa al mío, trae estas palabras, concluyentes a mi entender: «Al principio (del valle de Jaquijaguana) es el lugar donde Gonzalo Pizarro fue desbaratado, juntamente él, con otros capitanes y valedores suyos, justiciado por mandato de Pedro de La Gasca» 6 .

La autoridad de los antiguos cronistas se combina con la observación directa para refutar una afirmación «moderna» que Riva-Agüero juzga errónea. Según Porras, esta combinación —la lectura de la crónica de Indias mientras miraba al espacio al que esa se refería— era un procedimiento normal en la metódica del historiador limeño 7 :

Riva-Agüero, no obstante su prodigiosa memoria, gustaba confrontar en la propia localidad a la que llegaba los textos de los cronistas con el cuadro circundante. […] En una excursión a Paramonga, en 1932, con los doctores Carvallo y Monge, vimos también a Riva-Agüero confrontar la descripción de la fortaleza de Cieza con las ruinas del cerro de la Horca y deducir de esa vista y lectura la verdadera interpretación de su destino histórico, no como una avanzada del señorío de Cuis Manco, sino como una atalaya meridional del poderoso señor de Chimú. Y que este es un método insustituible lo descubre la confesión que hizo al escritor chileno Álex Varela de que cuando fuera a Chile pensaba llevar como Baedecker el Arauco domado, de Pedro de Oña 8 .

Al contrario, sin crear una ficción fantástica y más bien respetando los testimonios que le ofrecen sus fuentes cronísticas e históricas 9 , Riva-Agüero teje, en su relato de la batalla de Chupas, un rico lienzo épico, más cercano a la epopeya o a la novela de caballerías que al discurso histórico «objetivo» o positivo. Salvo la parte final, en donde el viajero describe su llegada a Ayacucho 10 , casi todo el capítulo IX de Paisajes peruanos 11 lo ocupa la narración de la gesta épica. Para no afectar prolijidad, pues toda ella posee el mismo carácter, y a la vez probar nuestro punto, bastará referirnos solo a un rasgo épico del discurso narrativo de Riva-Agüero en este pasaje, uno que se refiere a la disposición de la materia 12 : el «catálogo de los caballeros» 13 .

Antes de empezar el relato épico, que se inicia con este catálogo, Riva-Agüero se extiende en consideraciones generales acerca de la naturaleza —reducida en dimensiones numéricas, pero heroica en actitudes y comportamientos— de las batallas de los conquistadores del siglo XVI:

Las minúsculas batallas de nuestro siglo XVI eran mucho más épicas que las gigantescas guerras de la Europa Moderna; porque el predominio de las nobles armas blancas y de la caballería, y la misma pequeñez de los contingentes, daban a la lucha el carácter de individualidad poética, que desaparece del todo en las confusas acciones contemporáneas. La exigüidad del número se rescataba con creces por lo reñido y mortífero de la pelea 14 .

La apreciación, es evidente, solo puede venir de un historiador moderno. Es posible que Riva-Agüero la tome, en parte, de Prescott:

The reader, familiar with the large masses employed in European warfare, may smile at the paltry forces of the Spaniards. But in the New World, where a countless host of natives went for little, five hundred well-trained Europeans were regarded as a formidable body. No army, up to the period before us, had ever risen to a thousand. Yet it is not the numbers, as I have already been led to remark, that give importance to a conflict; but the consequences that depend on it —the magnitude of the stake, and the skill and courage of the players. The more limited the means, the greater may be the science shown in the use of them; until forgetting the poverty of the materials, we fix our attention on the conduct of the actors and the greatness of the results 15 .

Aunque también debe de haber consultado a Luis Carranza:

Por la calidad de los combatientes, por lo encarnizado de la pelea y por el talento de los capitanes, puede considerarse la batalla de Chupas como la más notable que presenta la historia del Perú en aquellos tiempos; y si se hace abstracción del número de soldados y de la importancia del país en que se realizó, y solo se atiende al valor, a la habilidad de los jefes, y a la personal importancia de cada combatiente, no hay ninguna otra batalla comparable a esta en los anales militares de la Europa de aquel siglo, pues no sabemos que en alguna otra se haya presentado tal número de soldados extraordinarios por sus hazañas y por una vida casi fabulosa como las de aquellos, que divididos por los odios de la guerra civil, se encontraron en las llanuras de Chupas; y de los cuales pudo decirse sin hipérbole, lo que pocos años después decía Francisco de Carbajal de sus huéspedes embriagados: «Cualquiera de estos es capaz de mandar un imperio» 16 .

Riva-Agüero pondera la importancia de la gesta a la que se referirá citando referencias de la época que la comparan con las guerras italianas de principios del XVI:

Por eso los coetáneos 17 compararon en ferocidad esta batalla con la célebre de Rávena, dada en Italia treinta años antes, y en la que habían intervenido por raro caso los verdaderos directores de la de Chupas, que fueron: por los pizarristas, Francisco de Carbajal, antiguo paje del cardenal Bernardino de Santa Cruz y alférez de Gonzalo Fernández de Córdoba, de Pedro Navarro y de Próspero Colonna; y por los almagristas, Pedro Suárez, soldado veterano de Cardona y de Antonio de Leiva 18 .

Dada la función de relación factual de la crónica, los cronistas no ofrecen mayores detalles sobre el encuentro visual con que se confrontan al principio los ejércitos. Apenas consignan que ocurrió de tarde, cuando quedaba poca luz de día. Así ocurre en las crónicas de Zárate, Pedro Pizarro, Gómara y el Inca Garcilaso:

Después que Vaca de Castro vido toda su gente en lo alto del recuesto y que no había más de una pequ[e]ña loma, mandó al sargento mayor que ordenase los escuadrones, y él lo hizo. […] y viendo que no había sino hora y media hasta la noche […] 19 .

Pues entendido Vaca de Castro su intinción, marchó con todo el campo sobrellos subiendo las lomas, y una hora antes que el sol se pusiese se trabó la batalla y duró hasta ya de noche oscuro […] 20 .

Era ya muy tarde cuando esto pasaba […] 21 .

Cuando don Diego llegó a formar su escuadrón, era ya tarde, que no había dos horas de sol 22 .

Cieza consigna el hecho casi al final de su narración. Da la impresión de que el cronista estampara una certificación notarial al cabo de un documento:

Diose esta batalla sábado, ya tarde a diez e seis días del mes de setiembre año de nuestra reparación de mil e quinientos e cuarenta e dos años […] 23

En cambio, tanto Prescott como Riva-Agüero presentan este encuentro dramática y coloridamente. La descripción inicial de Prescott no parece muy distinta de la de los cronistas citados:

On reaching the eminence, news was brought that the enemy had come to a halt and established himself in a strong position at less than a league’s distance.

It was late in the afternoon and the sun was not more than two hours above the horizon 24 .

Sin embargo, luego de dilatarse en consideraciones sobre las fuerzas de Vaca de Castro y de parafrasear el discurso del licenciado a sus tropas, el historiador norteamericano pinta un cuadro de fuertes tintes románticos:

As the forces turned a spur of the hills which had hitherto screened them from their enemies, they came in sight of the latter, formed along the crest of a gentle eminence, with the snow white banners, the distinguishing colour of the Almagrians, floating above their heads, and their bright arms flinging back the broad rays of the evening sun 25 .

En efecto, luego de rodear las colinas que le habían velado la vista de la tropa enemiga, el ejército real aprecia —y ese choque visual luego de la marcha crea el drama— el despliegue del contingente almagrista alineado sobre la eminencia de los cerros que están frente a ellos. Prescott no regatea imaginación cuando señala que las banderas blancas —el color distintivo de los de don Diego— aparecían flotando sobre las cabezas de los soldados y que el brillo de las armas devolvía el del intenso sol crepuscular.

Riva-Agüero valora la pintura dramática de Prescott, pero deja a la imaginación del lector la visión de la luz de la tarde de la descripción del estadounidense, y más bien elabora y amplía, mediante la enumeración, la escueta referencia al ejército alineado:

Iba ya el día muy caído y no quedaban sino dos horas de luz, cuando los de la hueste real, desfilando a la izquierda de la ciénaga, hicieron alto en las pampas de Chupas, y vieron en las lomas del frente las lanzas, los pendones, coseletes de plata y divisas blancas de los almagristas, que habían bajado por el camino de Vilcas 26 .

Así, «the forces» se especifican en «las lanzas, los pendones, coseletes de plata y divisas blancas de los almagristas», en una especie de enumeración de valor sinecdóquico que le otorga mayor presencia y plasticidad a lo que Prescott ya había coloreado de la opaca prosa de los cronistas.

Completa la visión «desde la hueste real», en la narración de Riva-Agüero, la presencia de los indios de Paullu, que Prescott y Riva-Agüero tratan con imágenes semejantes, aunque en diferentes lugares del relato. Prescott se refiere a los auxiliares indígenas de Diego de Almagro el Mozo, al mando de su aliado Paullu, hermano de Manco inca, al final de la batalla, cuando todo estaba perdido para los almagristas:

The natives, who had hung, during the fight, like a dark cloud round the skirts of the mountains, contemplating with gloomy satisfaction the destruction of their enemies, now availed themselves of the obscurity to descend, like a pack of famished wolves, upon the plains […] 27 .

Riva-Agüero cambia la ubicación de esta referencia y la coloca al principio:

A su derecha, como una sombra moviente, se extendía por los cerros de Lambrashuayco el enjambre de indios auxiliares del inca Paullu, fiel a la memoria de su difunto amigo el adelantado 28 .

Con ello, el escritor peruano mejora en dramatismo y plasticidad la narración de Prescott: visto «desde la hueste real» y luego del esfuerzo de esta de rodear rápidamente la colina para ganarle al día, el ejército almagrista es una línea de vivos colores y de brillos acompañada por una sombra, combinación que con seguridad impresiona al lector tanto como pudo haber impactado a un soldado del ejército leal. Con este golpe de efecto que completa el párrafo, Riva-Agüero ofrece, en este, el equivalente de un exordio, por lo menos estilísticamente, en tanto dramatismo y plasticidad se reiterarán a lo largo de toda la narración de la batalla de Chupas. Nótese también cómo Riva-Agüero consigue crear sentido a partir de la variación del orden de la materia, lo que acaba de apreciarse. El procedimiento se vuelve más evidente si se comparan las crónicas (y no solo la Historyde Prescott) con el texto de Paisajes peruanos.

Debe observarse, en primer lugar, que los distintos textos no dividen la secuencia de la misma manera: Pedro Pizarro y Prescott le otorgan parte de un capítulo; Gómara, Cieza y Riva-Agüero, un capítulo; Garcilaso Inca, tres capítulos; y Zárate, cuatro. Esta división podría aumentar o disminuir el dramatismo del relato, sobre todo si se la considera asociada a la lista de los combatientes. El que este catálogo exista y se presente al final o al principio del relato podría evocar —como ya lo hemos apuntado— rasgos genéricos pertinentes. Por ejemplo, tal lista está ausente en la Historyde Prescott y en la crónica de Gómara, donde las menciones a los personajes son absolutamente funcionales y aparecen en relación a la disposición del combate o a las acciones de los combatientes. Tampoco existe en la crónica de Pedro Pizarro, que da una narración muy escueta de la batalla. Tanto Zárate como Garcilaso ofrecen una narración amplia donde se menciona a los personajes principales. Ambos y Cieza listan a los guerreros en un capítulo final: Zárate, en el capítulo XX («De cómo Vaca de Castro dio gracias a su gente por la vitoria que había habido» 29 ); Cieza, en el capítulo LXXVIII («De la cruel batalla que se dio entre Vaca de Castro e don Diego de Almagro y cómo los de Chile fueron rotos e vencidos con muerte de muchos dellos, e su bando para sienpre deshecho» 30 ); Garcilaso, en el capítulo XVIII («Nómbranse los caballeros principales que en aquella batalla se hallaron. El número de muertos, el castigo de los culpados y la muerte de don Diego de Almagro» 31 ). Solo Riva-Agüero registra a los caballeros principales al principio del relato de la batalla.

Para apreciar la singularidad de la descripción de Riva-Agüero, conviene comparar su texto por lo menos con el de dos cronistas, Zárate y Cieza. Zárate enumera a los caballeros del ejército real 32 :

Y los escuadrones bajaron ordenados desta manera, que la parte derecha llevaba [1] Alonso de Alvarado, que con su compañía guardaba el estandarte real, de que era alférez Christóbal de Barrientos, natural de Ciudad Rodrigo y vecino de la ciudad de Trujillo; y a la parte izquierda iban los cuatro capitanes [2] Pedro Álvarez Holguín y [3] Gómez de Alvarado y [4] Garcilaso de la Vega y [5] Pedro Anzúrez, llevando cada uno muy en orden sus estandartes y compañías, yendo ellos en la primera hilera; y en medio de ambos escuadrones de caballo iban los capitanes [6] Pedro de Vergara y [7] Juan Vélez de Guevara con la infantería, y [8] Nuño de Castro con sus arcabuceros salió adelante por sobresaliente para trabar la escaramuza y recogerse en su tiempo al escuadrón. [9] Vaca de Castro quedó en la retaguardia con sus treinta de caballo algo desviado de la gente, de manera que podía ver dónde había más necesidad en la batalla para socorrer, como lo hizo 33 .

Cieza consigna la lista de los caballeros almagristas:

De la gente de a caballo hicieron dos escuadrones; en el uno iba [1] don Diego e [2] su general Juan Balsa, y en el otro [3] el capitán Saucedo e [4] Diego Méndez, y el uno de estos escuadrones era mayor que el otro. E tenían los lados o cuernos dél los capitanes [5] Diego de Hoces y el mesmo [4] Diego Méndez, [6] Martín de Bilbao, con la infantería, estaba detrás del artillería, e [7] Martincote [Martín Cote], valentísimo capitán, iba por sobresaliente con los arcabuceros, habiendo sacado los necesarios para frente del escuadrón e para los lados. El estandarte pusieron junto al escuadrón donde iba [1] don Diego, y [8] el capitán Pedro de Candia estaba con los artilleros, aparejado para disparar los tiros cuando le mandasen. [9] Juárez, el sargento mayor, andaba de una parte a otra entendiendo en lo que convenía, al cual alababan de entender la malicia de la guerra, por haberse ejercitado en algunas partes y tener gran uso della. En la delantera de los escuadrones habían de llevar hombres de armas e todos, unos e otros, serían hasta quinientos e cincuenta españoles, adornados de gran ser [= ‘valor’ (Covarrubias)], porque, a la verdad, había entre ellos caballeros hijosdalgo, segund que en algunas partes hemos referido 34 .

Contrástese los textos anteriores con los de Riva-Agüero, quien primero da cuenta del ejército del rey:

Olvidada en efecto la pacífica toga de oidor, [1] D. Cristóbal Vaca de Castro montaba un bridón morcillo rabicano, y sobre la cota de malla lucía una galana ropa de brocado con la cruz de Santiago al pecho […]. No fue el gobernador el único letrado que hizo armas aquel día, porque [2] el licenciado Benito Suárez de Carbajal, hermano del factor Illén, y primo del obispo de Lugo, dio muestras de su habitual denuedo y el bachiller Juan Vélez de Guevara, muy bizarramente vestido y compuesto, según su costumbre, con calzas y jubón de varios colores, recamado de oro y con muchas plumas en el sombrero, marchaba, a las órdenes de [3] Francisco de Carbajal, como uno de los capitanes de la nueva arma de arcabuceros. Formaban el centro las compañías de arcabuceros y piqueros; y los flancos, los pequeños escuadrones de jinetes y hombres de armas en caballos reciamente caparazonados, divididos así en dos mangas [en cursivas en el original] o trozos. Gobernaba el de la derecha [4] D. Alonso de Alvarado, el conquistador de los grandes bosques de Chachapoyas, y guardaba el estandarte real, cuyo alférez era el hidalgo leonés [5] Cristóbal de Barrientos, encomendero en la Nueva Trujillo. En las primeras filas de la izquierda, ondeaban los cuatro guiones correspondientes a [6] Gómez de Alvarado, el fundador de Huánuco, hermano del compañero de Cortés y conquistador de Guatemala; [7] a Garcilaso de la Vega, padre del historiador, deudo del inmortal poeta homónimo y de las casas de Infantado y de Feria; al sagaz y sutil [8] Per Anzúrez del Campo Redondo, descubridor de las selvas de Carabaya y el Beni, y fundador de la ciudad de Chuquisaca; y al inquieto [9] Per Álvarez Holguín, que mandaba toda esa ala, y de quien decían que en Méjico prendió al emperador Guatimocín en la laguna. Hacía de maestre de campo otro camarada de Cortés y de Pedro de Alvarado, [10] D. Gómez Tordoya de Vargas, que fue el mejor amigo de D. Francisco Pizarro. Tanto Gómez de Tordoya como Per Álvarez Holguín se habían ataviado como para un torneo, con chaperías de oro sobre las armaduras y encima ropillas acuchilladas de damasco blanco, lo cual fue causa de la muerte de ambos, pues quedaron muy señalados a los tiros del enemigo. Entre los caballeros leales de mayor calidad estaban [11] Pedro de Quiñones, también antiguo soldado de Italia, y sus primos [12] Antonio y [13] Suero de Quiñones, todos tres parientes próximos del gobernador Vaca de Castro; los hermanos cordobeses [14] Pedro y [15] Diego de los Ríos; Juan de Salas, hermano del inquisidor general y arzobispo de Sevilla Valdés de Salas; y [16] Alonso de Loaysa, hermano del de Lima, de «Loaysa arzobispo que fue de los Reyes» como dicen las añejas coplas mencionadas 35 .

Luego, el escritor peruano describe a la hueste de don Diego de Almagro el Mozo:

[La artillería] La dirigía [1] Pedro de Candia, con sus griegos y levantinos. Los peones almagristas no eran sino doscientos arcabuceros y ciento cincuenta piqueros, pero todos «tan lucidos e bien armados que de Milán no pudieran salir mejor». Los morriones y coseletes se trabajaron en el Cuzco, mezclando plata y cobre. La caballería iba a los flancos, como en el campo realista. [2] El joven Almagro mandaba la izquierda con su fidelísimo capitán general Juan Balsa. Mandaba la derecha [2] Pedro de Oñate, que tenía el título de maestre de campo. Custodiaban el estandarte real —que también los insurrectos se preciaban de enarbolarlo— [3] Juan Fernández de Angulo, [4] Juan Ortiz de Zárate, [5] D. Baltasar de Castilla, hijo del conde de la Gomera, y otros de menos nombres. En medio de los furiosos capitanes [6] Diego Méndez, [7] Diego de Hoces y [8] Martín de Bilbao; de [9] Arbolancha, [10] Hinojeros y [11] Martín Carrillo, todos personales asesinos de Pizarro; de [12] Juan Diente, «el gran trotador», [13] Malaver y otros forajidos; y entre la feroz soldadesca aventurera que entraba en la lucha por repartirse los bienes y las mujeres del bando contrario, brillaba como dechado y vivo emblema de hidalguía el noble y rico sevillano[14] Juan Tello de Guzmán, primer alcalde de Lima, siempre fiel a los desgraciados Almagros, por cuya amistad iba a perder la vida en el patíbulo 36 .

El contraste entre los textos de las crónicas y el de Paisajes peruanos no puede ser más elocuente. Las crónicas presentan una nomenclatura, a lo más una enumeración que intenta representar la disposición de las fuerzas antes del combate. En cambio, Riva-Agüero teje un lienzo pleno de color y de nobleza, que busca individualizar a los combatientes —y aun a sus extensiones: ropas, caballos, armas— por medio de adjetivos calificativos, atributos, aposiciones y oraciones subordinadas de relativo, y así resaltar su unicidad 37 .

Considérese, por ejemplo, la descripción del jefe del ejército real, el licenciado Vaca de Castro:

Olvidada en efecto la pacífica toga de oidor, D. Cristóbal Vaca de Castro montaba un bridón morcillo rabicano, y sobre la cota de malla lucía una galana ropa de brocado con la cruz de Santiago al pecho 38 .

Riva-Agüero no inventa: aprovecha testimonios contemporáneos a los sucesos que Prescott recoge en su History como anejos o en nota. Uno es el Dicho del capitán Francisco de Carvajal sobre la información hecha en el Cuzco en 1543 en favor de Vaca de Castro:

[…] y él se entró en su tienda a se armar, y dende a poco salió della encima de un caballo morcillo rabicano, armado en blanco […]

[…] y con una ropa de brocado encima de las armas, con el hábito de Santiago en los pechos […] 39 .

Otra de sus fuentes es laCarta del cabildo de Arequipa al emperador, desde San Juan de la Frontera, a 24 de septiembre de 1542:

[…] el gobernador Vaca de Castro […] armado en blanco con una ropilla de brocado sobre las armas con su encomienda descubierta en los pechos […] 40 .

No deja tampoco de echar mano del colorido retrato ofrecido por Prescott:

The governor himself rode a coal-black charger, and wore a rich surcoat of brocade over his mail, through which the habit and emblems of the knightly order of St.James, conferred on him just before his departure from Castile, were conspicuous 41 .

En un ejercicio de síntesis, Riva-Agüero capta lo esencial de la figura: la oposición entre «la pacífica toga de oidor» y la «galana ropa de brocado» que luce sobre la cota de malla, o sea, hace notar el cambio de funcionario civil a líder guerrero 42 . No necesita insistir en el blanco que registran ambos documentos (omitido también por el retrato de Prescott): basta el contraste entre el cuerpo del caballo morcillo (según el DRAE, ‘dicho de un caballo o de una yegua: de color negro con viso rojizo’) y la cola blanca, rabicana (Prescott omite este detalle, en nuestra opinión fundamental, pues crea un poderoso contraste cromático). El nombre técnico del caballo —«bridón» (también según el DRAE, ‘caballo brioso y arrogante’)— con el que Riva-Agüero sustituye el neutro «caballo» de la carta de Carbajal, es un acierto de precisión descriptiva. «La cruz de Santiago al pecho» señala la dignidad real del funcionario. A pesar de que Riva-Agüero es puntillosamente exacto en la elección de los términos con que describe la realidad (ya se ha visto con la selección de «bridón»), «hábito» por ‘insignia con que se distinguen las órdenes militares’ (DRAE), el término escogido por Carbajal en su carta, podría llevar a confusión con la acepción más frecuente (‘vestido o traje que cada persona usa según su estado, ministerio o nación, y especialmente el que usan religiosos y religiosas’, DRAE 43 ). Lo mismo puede decirse del término «encomienda», usado por los redactores de la carta del cabildo de Arequipa, que significa ‘cruz bordada o sobrepuesta que llevan los caballeros de las órdenes militares en la capa o vestido’ (DRAE) y que, igualmente, puede llevar a confusión con la institución por la que se asignaban indios como fuerza de trabajo a un encomendero. No es necesario ni señalar el color: el lector debe figurarse a un Vaca de Castro magnífico con su ropa de brocado sobre la cual resaltaba la roja cruz de Santiago —el color forma parte de lo consabido— sobre un caballo negro con brillos rojos que movía brioso su cola blanca.

Además de connotar nobleza y dignidad, el traje colorido era signo de valentía y de indiferencia ante la muerte, pues como dice Riva-Agüero de Gómez de Tordoya y de Per Álvarez Holguín, los caballeros quedaban «muy señalados a los tiros del enemigo». Prescott es de la misma opinión:

It was a point of honour with the chivalry of the period to court danger by displaying their rank in the splendour of their military attire and the caparisons [de aquí podría venir el «caparazonados» de Riva-Agüero] of their horses 44 .

Aparte de la ya señalada de otorgar colorido, dramatismo y nobleza, puede agregarse otra función a esta lista: como el famoso «catálogo de las naves» de la Ilíada, II, 484-760, al decir de Geoffrey S. Kirk 45 , resulta ser una imponente introducción al marchar —o, en este caso, al luchar— de las tropas. El «catálogo de los caballeros» podría constituir un connotador de género, un rasgo tópico de la épica, tal como se aprecia en la revista del ejército sarraceno del canto XIV del Orlando furioso 46 o, en clave cómica, en el catálogo de los caballeros que se imagina don Quijote ante la visión de la polvareda causada por manadas de ovejas y carneros (I, 18):

—Aquel caballero que allí ves con las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta, que según es fama es una de las del templo que derribó Sansón cuando con su muerte se vengó de sus enemigos 47 .

El catálogo sigue en términos semejantes al pasaje citado. Como se aprecia, los nombres de los miembros de la enumeración van determinados por adjetivos calificativos («valeroso», «nunca medroso»), aposiciones, aquí con carácter de dignidad nobiliaria («señor de la Puente de Plata», «gran duque de Quirocia», «señor de las tres Arabias») y oraciones de relativo («que viene armado de aquel cuero de serpiente»), todos rasgos que pueden analogarse —hasta por el colorido— con el catálogo de los caballeros de la batalla de Chupas que ofrece José de la Riva-Agüero en Paisajes peruanos. Miguel de Cervantes describe puntualmente el procedimiento:

Y de esta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrón que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca vista locura 48 .

Como recurso contrario a este que estamos señalando, pueden considerarse las enumeraciones onomásticas puras o casi puras, más cercanas a la crónica que a la épica, aunque puedan encontrarse en obras de este último género, como en la siguiente octava de La Araucana (XXV, 58) de Alonso de Ercilla:



Santillán y don Pedro de Navarra,
Ávalos, Viezma, Cáceres, Bastida,
Galdámez, don Francisco Ponce, Ybarra,
dando muerte defienden bien su vida;
el fator Vega y contador Segarra
habían echado aparte una partida,
siguiéndolos Velázquez y Cabrera,
Verdugo, Ruyz, Riberos y Ribera 49 .

Fuente:

En fin, que el catálogo de los caballeros se presenta en las obras épicas (epopeyas o novelas) en una posición específica: antes de la narración de la batalla; que no es una nomenclatura ni una mera enumeración (aunque en otros pasajes de dichas obras puedan presentarse nomenclaturas o enumeraciones); que ostenta una larga tradición en la epopeya y que, en consecuencia, puede actuar como elemento connotador de adscripción genérica: el catálogo de los caballeros descrito por José de la Riva-Agüero en su narración de la batalla de Chupas convierte a esta en un texto más cercano a la épica heroica o a la novela de caballerías que a la crónica o al discurso histórico.

Más elementos contribuyen a reforzar esta impresión. Como acabamos de apreciar, Chupas es imaginada como el encuentro entre dos ejércitos en los que el colorido se asocia a la acotación genealógica, estamental, o propiamente guerrera para connotar el mundo noble y valiente de los caballeros. Como ocurre en la épica de todos los tiempos, hasta los objetos mismos poseen una dignidad porque se comparan con un término de carácter antonomásico o han sido poseídos por un héroe o por un gobernante y este les transmite metonímicamente su aura (un ejemplo, del canto XIV de la Odisea: la cratera labrada, de plata con bordes de oro, obra de Hefesto y regalo de Fédimo, rey de los sidonios, a su huésped Menelao, quien a su vez se la regala al suyo, Telémaco). Es el caso de las culebrinas y los coseletes fabricados en el Cuzco por Pedro de Candia y su gente que no desmerecen los fabricados en Milán. La comparación ponderativa se registra en un testimonio temprano consultado y recogido en el texto de Riva-Agüero, la Carta del cabildo de Arequipa al emperador, desde San Juan de la Frontera, a 24 de septiembre de 1542:

[…] el artillería eran seis medias culebrinas de diez a doce piezas de largo, que echaban de batería una naranja: tenían más otros tiros medianos todos de fruslera, tan bien aderezados y con tanta munición, que más parecía artillería de Italia que no de Indias 50 .

Y:

[…] ducientos arcabuceros y ciento y cincuenta piqueros, todos tan lucidos e bien armados, que de Milán no pudieron salir mejor aderezados 51 .

La opinión podría haber sido común en la época. Ya está en la Carta que Vaca de Castro le envió al emperador, fechada en el Cuzco, el 24 de noviembre de 1542, apenas dos meses después de la batalla:

[…] e los contrarios serían quinientos, entre los cuales eran docientos e veinte de a caballo, en que había cuarenta hombres tan bien aderezados como podían salir de Milán 52 .

La recoge Zárate, un cronista de primera mano (testigo de algunos de los hechos que narra, según Porras 53 ):

Y demás desto hizo armas para la gente de su real, que no las tenía, de pasta de plata y cobre mezclado, de que salen muy buenos coseletes, habiendo recogido demás desto todas las armas de la tierra; de manera que el que menos armas tenía entre su gente era cota y coracinas o coselete, y celadas de la misma pasta, que los indios hacen diestramente por muestra de las de Milán 54 .

Se aprecia, como hemos visto, un esfuerzo por dignificar el suceso, una batalla que no les va a la zaga a las de las guerras italianas ni por la ferocidad del combate ni por la calidad del armamento; suceso en el que participaron guerreros de todo el continente, que habían luchado en gestas centro y norteamericanas; suceso en el que se lucieron como héroes valerosos —de Diego de Almagro el Mozo escribe Riva-Agüero: «el mejor mestizo que ha nacido en Indias 55 , según Garcilaso; muy virtuoso, entendido y valiente, según Cieza» 56 y que vertieron su sangre en ese espacio de la Sierra peruana. Con lo que —si fatigamos la analogía—, como Turno, como Camila o como Palamedes en la Eneida (grandes guerreros de bandos contrarios), todos —realistas y almagristas— contribuyeron a la construcción de la tierra grande por la que percoló su sangre: «Tantae molis erat Romanam condere gente» (Aen. I, 33).

Aunque parezca obvio (pero hasta lo obvio debe decirse), como observan Alburquerque y Wiesse 57 , Paisajes peruanos es un relato de viajes (y en opinión de Alburquerque «un caso emblemático del género relato de viajes» 58 ). En este género, como bien lo ha caracterizado Alburquerque, lo factual predomina sobre lo ficcional, lo objetivo sobre lo subjetivo; y, no obstante que el marco genérico sea una narración, puesto que se trata de seguir un itinerario, lo descriptivo predomina sobre lo narrativo. Como ya se ha señalado, diferentes géneros textuales se articulan a partir de la narración de la ruta. De todos estos géneros —el testimonio, la evocación histórica, la narración, la exposición, el discurso argumentativo—, debe destacarse la importancia de la descripción. Concretamente, existe un vínculo entre un topónimo (instancia típica del itinerario) y la descripción. Así, el texto en conjunto puede concebirse como una serie de topónimos tematizados mediante descripciones que se amplían con mayor o menor desarrollo 59 . En el desarrollo de estas, se imbrican, sin ninguna fuerza, con absoluta naturalidad, las narraciones, como esta evocación histórica de la batalla de Chupas. Riva-Agüero aprovecha las crónicas tanto para estas últimas como para las primeras.

Ya antes se ha llamado la atención acerca de la utilización de las crónicas 60 en el capítulo I de Paisajes peruanos 61 . En este, Riva-Agüero contrasta la visión del Cuzco desde el suelo a la visión de la capital incaica desde lo alto:

El Cuzco es tierra de contrastes; y el mayor es sin duda la oposición radical de sus aspectos, según se le contemple en su mismo recinto o desde los cerros que lo circundan. Paseando sus calles y plazas, la impresión de conjunto es de severidad ceñuda hasta lo terrible, de solemnidad trágica, a pesar de la generosa luz del cielo y la albura cegadora de sus paredes encaladas 62 .

El punto escogido para la contemplación —la apacheta de Urcoscallan— desde donde los indios viejos observaban por última vez el Cuzco —«como los judíos sobre las ruinas de Jerusalén» 63 — y lloraban por la grandeza pasada y la pobreza presente es especialmente notable por su vínculo con las crónicas. Riva-Agüero remite a la autoridad de Pedro de Cieza de León y de Bernabé Cobo. Cieza, en la segunda parte de la Crónica del Perú, también llamada El señorío de los incas, refiere un testimonio directo: «… yo me acuerdo por mis ojos de haber visto indios viejos, estando a la vista del Cuzco, mirar contra la ciudad y alzar un alarido grande, el cual se les convertía en lágrimas salidas de tristeza contemplando el tiempo presente y acordándose del pasado […]» 64 . A su vez, Cobo, en la Historia del Nuevo Mundo, describe a Urcoscallan como un espacio sagrado: «La novena guaca [del octavo ceque] se decía Urcoscalla. Era el lugar donde perdían de vista la ciudad del Cuzco los que caminaban a Chinchaysuyu» 65 .

El espacio desde donde el narrador contempla no es inerte —no es la «forest primeval» de Henry W. Longfellow—: está lleno de connotaciones históricas y aun sagradas. Desde Urcoscallan, Riva-Agüero remata en grandiosidad y belleza su visión del Cuzco, en una de las más bellas estampas 66 de Paisajes peruanos. Como se ha sostenido en otro trabajo 67 , en este punto Riva-Agüero se descubre, en una epifanía que integra la naturaleza y la historia, lo inca y lo español, como el historiador decimonónico —a la manera de Jules Michelet y Thomas Carlyle— que él extrañaba para el Perú, tal como lo observa David Brading 68 . Y Paisajes peruanos es la verdadera encarnación del «nacionalismo romántico» de su autor 69 . Extendiendo solo un poco la imagen y el argumento, Urcoscallan es el punto de vista justo que los historiadores y aun los cronistas previos a Riva-Agüero no encontraron y que le permite al historiador limeño vislumbrar el Perú integral. Se trata de un territorio imaginativo más cercano a un mito patrio que a una visión propiamente histórica, visión histórica que, por su parte, queda subsumida en el referido mito. Las crónicas, entonces, aquí, no son fuentes para una narración, una evocación histórica —como la de la batalla de Chupas— que apunta a la epopeya o a la novela de caballerías, sino que constituyen la base de un relato fundador, de un relato mítico.

Contrariamente a estos dos usos, las crónicas y los textos históricos más recientes son asumidos en otras partes del libro como repositorios de datos que se contrastan con una geografía que se despliega ante los ojos del viajero historiador. Los testimonios, como se aprecia, se aprovechan de distinta manera. Considerado en su especificidad retórica, podría sostenerse que el texto del capítulo II que se refiere a la batalla de Jaquijaguana se dirige a un auditorio universal. En cambio, los textos de los capítulos I y IX (la epifanía mítica de Riva-Agüero y la narración de la batalla de Chupas) se dirigen a un auditorio particular 70 . Y, correspondientemente, son producidos por dos clases de emisores. El primero es un historiador positivista que pondera datos, los contrasta con la realidad que está ante él y saca conclusiones de valor universal que pretenden la aceptación de una comunidad universal (la Ciencia, la Historia). El segundo es un escritor peruano 71 , un hijo del Perú, que se dirige a un auditorio compuesto por sus compatriotas, en un conjunto ya definido en el prólogo a la segunda parte de los Comentarios por el Inca Garcilaso de la Vega: «los indios, mestizos y criollos de los reinos y provincias del grande y riquísimo imperio del Perú» 72 . Y que descubre valor de gesta heroica, digno de incorporarse a ese valor mayor que es el Perú, en esa aparentemente ajena batalla de las guerras civiles entre los conquistadores.

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Notas

1 Aunque varios capítulos aparecieron en la prensa limeña, en la revista Mercurio Peruano y en el Boletín del Instituto Riva-Agüero a partir de 1916 y hasta 1952, el libro como tal se publicó solo en 1955, póstumamente y bajo el cuidado editorial de Raúl Porras Barrenechea.

2 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 25. La expresión coincide con la de William H. Prescott: «Thus terminated the battle, or rather rout [‘derrota completa, desbandada’], of Xaquixaguana» (Prescott, 1903, p. 400).

3 Lo que dice Pedro Pizarro es lo siguiente: «Salió a Jaquijaguana con toda su gente, y allí nos aguardó en un llano, junto a un cerro alto por donde bajábamos, y cierto Nuestro Señor le cegó el entendimiento porque si nos aguardaran al pie de la bajada, hicieran mucho daño en nosotros» (Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, pp. 231-232).

4 «Asentó Gonzalo Pizarro su ejército en una rinconada que en aquel valle se hace, de un río (aunque pequeño) que pasa por él y de una sierra áspera, que ambos vienen a juntarse en punta y queda allí el sitio de tal manera fuerte que ni por el un lado ni por el otro ni por las espaldas le podían acometer» (Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú. Segunda parte de los Comentarios reales de los incas, p. 247).

5 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 25.

6 Cieza de León, Obras completas, vol. 1, p. 116. Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 25-26.

7 Margarita Guerra sugiere que esta comprobación puede haber sido una de las motivaciones del viaje de 1912. Precisamente, a propósito de las observaciones de Riva-Agüero previas a la narración de la batalla de Chupas, la historiadora limeña afirma: «Esta referencia nos permite ver que el viaje fue producto de un largo proceso de investigación y selección de lugares que llenasen ciertos requisitos, como tener un especial significado histórico, cuya verificación fue uno de los principales objetivos» (Guerra Martinière, 2013, p. 72).

8 Porras, 1955, pp. CVI-CVII.

9 Elaborando a partir de las categorías aristotélicas que maneja Reisz, Riva-Agüero ofrece un discurso fáctico tratado como verosímil, si bien en el grado más bajo de verosimilitud, que es el que está representado por «lo que ocurre solo de modo excepcional» (Reisz de Rivarola, 1986, p. 158). Como cuando se dice en lenguaje ordinario “Parece mentira”, “una experiencia kafkiana” o “de película” al referirse a un suceso efectivamente acaecido. Se trata de un hecho histórico exaltado a modelo épico (que sigue al ideal caballeresco) mediante recursos literarios. No se trata, de ninguna manera, de un discurso «fantástico-hiperbólico como se observa por ejemplo en el Amadís de Gaula» (Spang, 1996, p. 124), aunque pueda tomar algunos rasgos de este.

10 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 93-94.

11 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 83-93.

12 Heinrich Lausberg, al tratar el tema de la disposición del discurso, y considerando que un todo consta de partes, sostiene: «Puede preguntarse por el número, por el orden, por los límites estructurales de las partes» (Lausberg, 1975, p. 41). Si se trata del orden, y asumiendo un todo lineal (que puede dividirse en principio, medio y fin), el catedrático de Münster admite que este puede cambiarse si se aplica una de las siguientes cuatro categorías modificativas: la adiectio (‘agregación de un nuevo elemento’), la detractio (‘sustracción de por lo menos un elemento’), la transmutatio (‘cambio de lugar de por lo menos un elemento dentro del todo’), o la immutatio (‘sustitución de un elemento del todo por otro ajeno a él’). Ver Lausberg, 1975, pp. 45-46. El ejercicio crítico que proponemos consiste, básicamente, en imaginarnos como único el conjunto de textos cronísticos o históricos en el que se basa el de Riva-Agüero y asumir que este autor realiza sobre ese conjunto dos de las operaciones que enumera Lausberg: la adiectio y la transmutatio.

13 Usa el término Francisco Rico para referirse a la lista de los caballeros que don Quijote imagina en el capítulo 18 de la Primera parte de la novela cervantina (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, pp. 190-193).

14 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 83-84.

15 Prescott, 1903, p. 312. Cursivas del autor.

16 Carranza, «Una excursión al campo de Chupas», p. 36. Cursivas del autor.

17 Riva-Agüero se refiere, seguramente, a la carta que el cabildo de Arequipa envió desde San Juan de la Frontera (la actual ciudad de Ayacucho) al emperador Carlos V: «[…] fue tan reñida y porfiada que después de la de Rebena [Ravena] no se ha visto entre tan poca gente más cruel batalla, donde hermanos a hermanos, ni deudos a deudos, ni amigos a amigos no se daban vida uno a otro» (Prescott, 1903, p. 439).

18 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 84.

19 Zárate, Historia del descubrimiento y la conquista del Perú, p. 172.

20 Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, p. 216.

21 López de Gómara, Historia general de las Indias y Vida de Hernán Cortés, p. 215.

22 Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú (Segunda parte de los Comentarios reales de los incas), p. 291.

23 Cieza de León, Crónica del Perú. Cuarta parte. Vol. II. Guerra de Chupas, p. 292.

24 Prescott, 1903, p. 313.

25 Prescott, 1903, p. 314.

26 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 84.

27 Prescott, 1903, p. 317.

28 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 84.

29 Zárate, Historia del descubrimiento y la conquista del Perú, pp. 177-178.

30 Cieza de León, Crónica del Perú. Cuarta parte. Vol. II. Guerra de Chupas, pp. 286-293.

31 Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú (Segunda parte de los Comentarios reales de los incas), pp. 295-298. Registra una lista semejante Fernando Montesinos en sus Anales del Perú (Montesinos, 1906, p. 134).

32 He señalado, en la medida de lo posible, con cursivas, los adjetivos calificativos, las menciones o alusiones al color y las determinaciones genealógicas, de dignidades o de gestas guerreras.

33 Zárate, Historia del descubrimiento y la conquista del Perú, p. 173.

34 Cieza de León, Crónica del Perú. Cuarta parte. Vol. II. Guerra de Chupas, pp. 286-287.

35 Se trata de un poema épico anónimo sobre las guerras civiles de los conquistadores del Perú. Carlos A. Romero aventura que su autor pudo ser testigo presencial de la batalla de Chupas y cercano al cuartel general de Vaca de Castro. Romero describe el documento y las características del poema: «Contenían las tres hojas ocho octavas, malas, en métrica de Juan de Mena, y treintaidós décimas menos malas que las octavas, y de distinta estructura a las de Espinel. Las tres hojas están numeradas, de la misma letra que los versos, con los números 23, que contiene las ocho octavas, a una columna, cuatro octavas por cara, y 26 y 27 que contienen las treinta y dos décimas, a dos columnas, a razón de ocho décimas por cara, faltando las hojas intermedias 24 y 25, en una de las cuales, precisamente, el autor cambia de metro. Se ve, pues, que esta obra rimada era de considerable extensión» (Romero, 1905, pp. 2052-2053). Riva-Agüero cita varias estrofas del poema en el capítulo II de Paisajes peruanos. «Loaysa arzobispo que fue de los Reyes [Lima]» es el segundo verso de la octava estrofa, la última en versos de arte mayor castellano (Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 85-86).

36 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 86-87.

37 Compárese, al respecto, la siguiente tirada (37) del Cantar de Mío Cid, donde aposiciones y oraciones de relativo, que constituyen epítetos épicos o meramente brindan información, se señalan muy claramente en el segundo hemistiquio del verso: «¡Cuál lidia bien sobre exorado arzón / mio Cid Ruy Díaz, el buen lidiador! / Minaya Álbar Fáñez, que Zorita mandó, / Martín Antolínez, el burgalés de pro, / Muño Gustioz, que so criado fue, / Martín Muñoz, el que mandó a Mont Mayor, / Álbar Álbarez e Álbar Salvadórez, / Galín García, el bueno de Aragón, / Félez Muñoz, so sobrino del Campeador; / desí adelante, cuantos que ý son / acorren la seña e a mio Cid el Canpeador» (Anónimo, Cantar de Mío Cid, vv. 733-743, pp. 145-146).

38 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 85.

39 Prescott, 1903, p. 314.

40 Prescott, 1903, p. 439.

41 Prescott, 1903, p. 314. Cursivas del autor.

42 El poema anónimo descrito por Romero ofrece una imagen semejante: «maguera letrado vestido un arnés» (Romero, 1905, p. 20-55).

43 En el Dicho de Carbajal, hábito significa claramente ‘insignia’ y no ‘vestido’. Prescott podría haberse confundido al traducir este término (a menos que haya usado una fuente no citada). Que el hábitoestaba «en los pechos» sugiere que la cruz de Santiago estaba cosida a la ropa de brocado; no que el licenciado estuviera vistiendo los hábitos de la orden. Prescott no comprende que hábito significa en este caso ‘cruz de Santiago’, por eso distingue habit de emblems.

44 Prescott, 1903, p. 314.

45 Kirk, 2001, p. 169.

46 Ariosto, 2002, pp. 802 y ss.

47 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, p. 190.

48 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, p. 191.

49 Ercilla, La Araucana, p. 710.

50 Prescott, 1903, p. 439.

51 Prescott, 1903, p. 439.

52 Levillier, 1921, p. 60.

53 Porras, 2014, p. 395.

54 Zárate, Historia del descubrimiento y la conquista del Perú, p. 165.

55 La cita completa de Garcilaso es la siguiente: «Así acabó don Diego de Almagro el Mozo, el mejor mestizo que ha nascido en todo el Nuevo Mundo si obedesciera al ministro de su rey» (Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú. Segunda parte de los Comentarios reales de los incas, p. 289). Riva-Agüero no recoge la condición.

56 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 93.

57 Ver Wiesse Rebagliati, 2011-2012.

58 Alburquerque, 2013.

59 Wiesse Rebagliati, 2016, p. 437.

60 Una lista exhaustiva de las crónicas y los textos de valor histórico aprovechados por Riva-Agüero puede encontrarse en Guerra Martinière, 2013, p. 77 y ss.

61 Wiesse Rebagliati, 2016, pp. 440 y ss.

62 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, pp. 15-16.

63 Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 14.

64 Cieza de León, Crónica del Perú. Segunda parte, p. 35.

65 Cobo, Historia del Nuevo Mundo, tomo IV, p. 29.

66 Así han sido denominadas estas descripciones en Wiesse Rebagliati, 2013.

67 Wiesse Rebagliati, 2016, pp. 443-444.

68 «El énfasis dado a los historiadores como sumos sacerdotes de la república patria como de la nación podía encontrarse en varios autores, que iban de Michelet y Carlyle en Europa, a José Enrique Rodó y Justo Sierra en Hispanoamérica» (Brading, 2011, p. 260). Riva-Agüero no encontró esta figura en el historiador peruano Mariano Felipe Paz Soldán.

69 Brading, 2011, p. 260.

70 Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca distinguen entre auditorio universal y auditorio particular. El primero está constituido «por toda la humanidad, o al menos por todos los hombres adultos y normales» (Perelman, 1989, p. 70). Y agregan: «Una argumentación dirigida a un auditorio universal debe convencer al lector del carácter apremiante de las razones aducidas, de su evidencia, de su validez intemporal y absoluta, independientemente de las contingencias locales o históricas» (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 72). Si bien el segundo está constituido idealmente por «el único interlocutor al que nos dirigimos» (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 72), pienso que tal interlocutor puede ser un colectivo, una colectividad, lo que se aprecia más cuando los filósofos belgas tratan el tema de los valores: «La argumentación sobre los valores necesita una distinción […] entre valores abstractos, como la justicia o la veracidad, y concretos, como Francia o la Iglesia. El valor concreto es el que se atribuye a un ser viviente, a un grupo determinado, a un objeto particular, cuando se los examina dentro de su unicidad» (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 135). El colectivo formado por los peruanos —un auditorio particular— está compuesto por quienes comparten un valor concreto: el Perú.

71 El testimonio que aparece en el primer capítulo de Paisajes peruanos no puede ser más expresivo sobre el colectivo —los peruanos— al que se siente adscrito raigalmente Riva-Agüero: «No era la dulce tristeza que he gustado después junto a las ruinas romanas, o en la tortuosa Toledo y la torreada Ávila; porque no provenía de la mera curiosidad artística, ni la inspiraba el tibio saludo de respeto a las lejanas influencias mentales, ni el homenaje enternecido pero rápido a la ascendencia carnal, ya tan remota y vaga; sino que la nutrían la acerba congoja y la preocupación íntima y rebosante por el destino de mi propio pueblo y por la suerte de mi patria, cuya alma original, mistión indígena y española, habita indestructible en la metrópoli de los Andes» (Riva-Agüero, Paisajes peruanos, p. 10). Cursivas del autor.

72 Garcilaso de la Vega, Historia general del Perú (Segunda parte de los Comentarios reales de los incas), p. 9.

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