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Ignacio Arellano (ed.), Autos sacramentales del Siglo de Oro, Madrid, Cátedra, 2018, 464 pp. ISBN: 978-84-376-3865-2

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 8, núm. 1,

Instituto de Estudios Auriseculares

Rocío Arana Caballero

Universidad Internacional de la Rioja ESPAÑA, España

Recibido: 06 Marzo 2020

Aceptado: 18 Marzo 2020

En esta edición de Cátedra, Ignacio Arellano ofrece un compendio de cuatro autos sacramentales minuciosamente anotados, con comentarios textuales y explicaciones útiles, tanto para el estudioso avisado como para el lector medio, a pie de página.

Nos encontramos ante una reunión de cuatro ejemplares tipo: uno de Lope, La puente del Mundo, uno de Tirso, El colmenero divino —dejando claro en el trabajo introductorio las reticencias que ha sentido la crítica hacia las obras tirsianas pertenecientes a este género, pero a la vez queriendo recoger mayor diversidad para que el volumen sea de verdad una muestra significativa—, y dos del gran Calderón que fue la cumbre del género, El árbol de mejor fruto y No hay más Fortuna que Dios.

Uno de los hallazgos del presente volumen es clarificar conceptos poniéndolos, sobre todo, en el contexto del género y la época, para así deshacer posibles injusticias críticas.

La introducción resulta además de gran interés al sentar las bases teóricas de un género, recogiendo tanto referentes bibliográficos clásicos (Wardropper, Bataillon), como estudios punteros por su actualidad, buena parte de los cuales se deben al mismo editor de este volumen. Comienza aportando (pp. 12-13) definiciones de los mismos poetas y resaltando las diferencias entre ellos: si la de Calderón de la Barca prefigura su gusto por las disquisiciones filosóficas, en Lope encontramos dos conceptos decisivos que describen bien sus autos: devoción y alabanza, además de la más humana alusión a la villa.

Sin embargo, Arellano sigue en el análisis la reveladora diferencia calderoniana entre asunto y argumento, y la utiliza como hilo que vertebra el estudio, para poder centrarse en la importante cuestión de lo historial y lo alegórico.

Binomio que desentraña explicando el sentido que el adjetivo historial tenía en la época, contribuyendo así a la clarificación de una serie de tópicos en torno al teatro áureo. Para arrojar luz sobre la alegoría sacramental acude a datos eruditos como el origen de la fiesta del Corpus Christi, y a autoridades teológicas tales como Tomás de Aquino y Agustín de Hipona. Así, concluye, según la mencionada nomenclatura calderoniana, que el asunto de todos los autos sacramentales será la alegoría, mientras lo historial se refiere al argumento, que puede ser histórico o ficticio (mitológico, jurídico, caballeresco como en el caso de Lope de Vega), pero que siempre recrea una “historia”.

A continuación, al hilo del conocido estudio de Parker y otras posturas teóricas como la de Kurt Spang, procede Arellano al espinoso tema de la acronía en los autos, concluyendo que lejos de ser atemporal, el género del auto dispone de una libertad de manejo de tiempo y espacio, de modo que muchos aspectos de la realidad coetánea de los argumentos están presentes en los autos.

Algo que resulta vital a la hora de abordar un estudio escénico de los autos (p. 21), pues su dimensión alegórica influye en el espacio dramático: el auto posee su pedagogía que, por áurea, será ante todo muy visual. De este modo se detiene Arellano en el número y función de los carros, en el vestuario de los actores y en la música antes de culminar con un itinerario del género, desde sus orígenes medievales hasta su prohibición, dado el cambio de gustos literarios y teológicos en el siglo XVIII.

Resueltas las cuestiones de género, dedica Arellano unos epígrafes más pormenorizados al estilo de cada uno de los cuatro autos presentados en esta edición. Los cuales trabaja con la misma estructura y rigor en cada caso, aportando datos sobre posible datación y fuentes para poder aclarar después el argumento y otros puntos cruciales de cada obra.

También es momento este para desmitificar algún injusto baldón que haya caído sobre el género sacramental: a este respecto, niega Arellano la visión a veces demasiado racionalista de Menéndez Pelayo, que tilda de monstruosidad y embrollo un argumento perfectamente creíble en la época, dadas las convenciones del género que se está tratando. Tras conjurar los fantasmas de la “irreverencia” en el auto de Lope, La puente del mundo, puede el autor centrarse en los temas favoritos del dramaturgo, la devoción mariana y la redención del pecado original a través del infinito amor de Jesucristo. Materias que se pueden perfectamente ejemplificar en moldes caballerescos.

Antes de pasar al auto de Tirso, es reseñable una comparación que hace Are-llano entre la apoteosis eucarística en Lope y en Calderón, resultando en el primero aún pobre y no tan apoteósica.

Al encarar el auto de Tirso, El colmenero divino, también debe Arellano deshacer algunos entuertos de la crítica, que a veces ha considerado absurdo el argumento y la metáfora fundamental del colmenero y la colmena, la cual, como demuestra el estudioso, goza de una amplia base en la tradición de los comentarios bíblicos por lo que no resulta tan descabellado como se ha dicho en ocasiones.

Llegamos así a los epígrafes dedicados a Calderón y a sus autos El árbol de mejor fruto . No hay más Fortuna que Dios, que siguiendo idéntica estructura y abordando cuestiones filológicas en primer lugar, incluye minuciosos estudios de, por ejemplo, el personaje bíblico de la Reina de Saba, para culminar en el análisis del asunto, la redención humana en un primer caso y el interesante debate teológico en torno a la Fortuna que se llevó a cabo en la época, para lo cual vuelve Arellano a acudir a padres de la Iglesia, filósofos e incluso autores de la antigüedad grecolatina como Plinio.

Antes de terminar esta revisión desearía destacar una idea realmente sugestiva que aporta Arellano (p. 103): el rebajamiento al que somete Calderón al personaje del demonio, pues aunque mucho presuma de sabio solo conoce una parte de las doctrinas teológicas, las más ceñudas e inquisitoriales, pero se olvida de todo lo referente a la redención y al amor divino, resultando siempre sorprendido en su propia trampa.

Arellano, que ha dirigido la magna empresa de la edición de los autos completos de Calderón (Edition Reichenberger/Universidad de Navarra), y se halla dirigiendo la de los autos completos de Lope de Vega en las mismas instituciones editoriales, es sin duda el máximo conocedor actual del género, lo que evidencia está pulquérrima edición de los autos que salen a la luz en la editorial Cátedra.

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