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La traducción «al revés» en el Quijote, II, 62
The Translation «Inside Out» in Quixote, II, 62

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 8, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Alicia Villar Lecumberri

Universidad Autónoma de Madrid, España

Recibido: 29 Abril 2020

Aceptado: 31 Mayo 2020

Resumen: La lengua castellana elegida por Cervantes para demostrar su plasticidad y flexibilidad, al tiempo que su riqueza, al escribir el Quijote, brilla con todo su esplendor en la España del siglo XVI. El castellano convive con la lengua árabe y la italiana, pero el autor del Quijote logra desbancarlas y consigue que el castellano luzca con luz propia. Con todo, en una España en la que convivían diversas culturas, se impuso la necesidad de los intérpretes de lengua árabe, dada la repercusión de los puestos que ocupaban en la sociedad de la época, y este hecho inspiró a Cervantes a dar voz a Cide Hamete Benengeli, el cual desempeña un papel muy relevante en la novela. Sin embargo, el Quijote jamás pudo ser una traducción, y menos inversa, sino que tan solo pudo haberse escrito en lengua castellana y su autoría pertenece a Cervantes.

Palabras clave: Cervantes, Cide Hamete Benengeli, traducción, traductor, intérprete, moriscos, trujamán.

Abstract: The Castilian language chosen by Cervantes to demonstrate its plasticity and flexibility, while its wealth, when writing Don Quixote, shines with all its splendor in sixteenth-century Spain. Castilian coexists with the Arabic and Italian languages, but the author of Don Quixote manages to unseat them and makes Castilian shine with its own light. All in all, in a Spain in which diverse cultures coexisted, the need for Arabic language interpreters prevailed, given the repercussion of the positions they occupied in the society of the time, and this fact inspired Cervantes to give Cide a voice Hamete Benengeli, which plays a very relevant role in the novel. However, Don Quixote could never be a translation, and less inverse, but could only have been written in the Spanish language and its authorship belongs to Cervantes.

Keywords: Cervantes, Cide Hamete Benengeli, Translation, Translator, Interpreter, truxamán , Moorish.

Cervantes consideraba de razón que por todas las naciones se extendiese la costumbre de que cada «poeta» escriba «en su lengua propia» 1 —según palabras de Américo Castro, escritas en 1925.

Por su parte, Cervantes, en la Segunda Parte del Quijote recoge una de las máximas humanísticas:

El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso (II, 19) 2 .

Con estas dos citas, constatamos que la lengua propia, discreta, la que se acompaña con el uso, es la que utilizó Cervantes para escribir sus obras. Así, el castellano se erige como la lengua que va a convivir con el resto de lenguas que tienen cabida en la obra cervantina.

Abad Nebot 3 llega a la conclusión de que Cervantes suma al principio del uso de la lengua materna el de la «discreción» en ese uso, esto es, el de que la cultura presida los actos idiomáticos. Menéndez Pidal engloba tal «discreción» en la «imitación perfecta» pedida por el novelista. Se trata en definitiva de un ideal de estilo regido por la expresividad, claridad, y nobleza u honestidad de cada palabra; en suma, de naturalidad selectiva en la elocución.

Al hilo de esta reflexión, traigamos a colación a Aurora Egido, quien recuerda que Cervantes es deudor de Horacio, para quien es en el uso común donde reside la fuerza del hablar y del escribir bien. Efectivamente, tanto Horacio como Aristóteles han instruido a generaciones posteriores, partiendo del arte de la Poética. El primero insistía en que había que leer a los griegos porque ellos son el modelo que hay que seguir y nos enseñó que «del escribir con propiedad y peso, el principio y la fuente es el seso» 4 , o que hay que «instruir deleitando». Estas ideas constituyen el punto de partida de la prosa cervantina.

Por otra parte, la referida cervantista, autora de la reciente obra El diálogo de las lenguas y Miguel de Cervantes (2019), interpela al investigador a reflexionar sobre el hecho de que en el siglo XVI el que existieran muchas lenguas en contacto en España, lejos de ser un problema, es signo de riqueza cultural, por lo que supone de intercambio entre las gentes que den cuenta de sus viajes y de sus vivencias en diversos países.

Por lo que atañe al Quijote, no sólo brilla en él, con particular relieve, la riqueza de la traducción, sino la de las lenguas en contacto, cosa que algunos han querido convertir absurdamente en problema. Siguiendo el título de uno de sus mejores amigos, Damasio de Frías, con su ingenioso Diálogo de las lenguas, Cervantes convirtió el Quijote en una lengua para el diálogo con las demás lenguas. Sobre todo, en los episodios catalanes, a partir del encuentro con el bandolero Roque Guinart (tan finamente estudiado por Martín de Riquer), dando así fe de la variedad lingüística existente, más allá del castellano y del catalán, en el camino de ida y vuelta a Barcelona, que lo era también el del viaje a —y desde— Italia, Francia, Alemania y el convulso Mediterráneo 5 .

Si retomamos las palabras de la autora, «Cervantes convirtió el Quijote en una lengua para el diálogo con las demás lenguas». Un hecho crucial para entender la realidad lingüística cervantina, en la que el autor manchego elige el castellano como lengua de partida y esa es la lengua en la que se van a expresar los dos protagonistas del Quijote. Con mayor o menor precisión, con más o menos acierto, en un registro lingüístico u otro, don Quijote y Sancho van a hacernos partícipes de sus aventuras y desventuras, y su creador nos invita a emprender el viaje literario de patente manchega.

Sabido es que don Quijote y Sancho Panza emprenden salidas y cada una de ellas va acompañada de un nostálgico retorno. Pues bien, en el ámbito lingüístico, cuando hablamos de la lengua de salida, nos estamos refiriendo a la lengua origen, la lengua materna, la cual se contrapone a la lengua de llegada, la denominada lengua meta. Cervantes, en el Quijote lo tiene muy presente. Así, no solo nos coloca frente a unos personajes que emprenden viajes de ida y vuelta, a quienes los viajes no les dejan indiferentes, debido a las numerosas pruebas a las que en ellos se someten, sino que la pluma de Cervantes nos exige imaginar un mapa lingüístico interactivo en el que los protagonistas van topándose con diversos personajes que hablan otras lenguas y en ese intercambio vital, las lenguas desempeñan un papel crucial. Y es que no solamente sirven como medio de comunicación entre unos y otros, sino que el perfil lingüístico de los personajes y de los grupos sociales que los integran está perfectamente delimitado.

Para este estudio nos vamos a centrar en dos lenguas, la árabe y la castellana, dado que es la que utilizan dos grupos de población claramente diferenciados, a saber, los moriscos y los cristianos, quienes convivían y echaban mano de los trujamanes para poder entenderse. Fijémonos en la etimología de la palabra trujamán, en el DRAE: «Del ár. hisp. turǧumán, y este del ár. clás. turǧumān. 1. m. y f. Persona que aconseja o media en el modo de ejecutar algo, especialmente compra, ventas o cambios. 2. m. y f. intérprete (‖ persona que explica lo dicho en otra lengua)». En la Primera Parte del Quijote leemos:

Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras (I, 41).

Por lo tanto, la lengua arábiga, o algarabía, desde la perspectiva cristiana, frente a la aljamía o lengua castellana de los moriscos son dos lenguas diferenciadoras dado que las utilizan dos pueblos cuyas señas de identidad difieren. Εl árabe era la lengua de la religión islámica, una lengua sagrada, la lengua de la revelación porque en ella estaba escrito el Corán, perseguida por la Corona de Castilla. Εn la real Provisión de Felipe II de 1566:

Por la presente ordenamos y mandamos, que pasados tres años que se cuenten y corran desde el día que esta nuestra carta se publicare y pregonare en la dicha ciudad de Granada, el cual dicho tiempo le damos porque puedan aprender a hablar y escribir nuestra lengua castellana, que dicen ellos aljamía, ninguno de los dichos nuevamente convertidos del dicho reino de Granada, ansí hombre como mujer, no puedan hablar ni leer ni escribir ni en su casa ni fuera, ni en público ni en secreto, en la dicha lengua arábiga 6 .

Así pues, castellanización absoluta y cristianización irán de la mano desde principios del siglo XVI 7 . Ahora bien, debemos señalar que dentro de los moriscos había diferencias en el conocimiento y uso del árabe, pues los moriscos de Castilla y Aragón desconocían la lengua árabe, mientras que los de Valencia, Murcia y Granada lo hablaron hasta que se produjo su expulsión. Y además, la lengua de los moriscos, al ser una minoría que convivía con los cristianos de habla castellana, «se fue empobreciendo paulatinamente y en ocasiones quedó reducida a poco más que la repetición de ciertas oraciones» 8 . Partiendo de este hecho, la pobreza lingüística desembocó en el árabe aljamiado, a saber, el romance escrito en caracteres árabes. Y así, esos moriscos que no sabían árabe culto, para no perder su tradición islámica, seguían escribiendo en caracteres arábigos para conservar su lengua.

Llegados a este punto hay un aspecto determinante a la hora de afrontar la lengua de los moriscos de la Península Ibérica en la época de Cervantes. Nos referimos al hecho de que existe una diferencia crucial entre un trujamán o intérprete y un traductor. Estos términos no siempre se utilizan con precisión, pues el intérprete es el que traduce oralmente y el traductor es el que plasma los textos por escrito. Por lo tanto, el tándem oralidad y escritura no debe perderse de vista a la hora de acercarnos a la sociedad española del siglo XVI, en la que los moriscos se dedicaban al oficio de la traducción e interpretación, tal y como queda constatado en los documentos de los archivos de Simancas, Lorca y Granada 9 , pero esto no significa que todos los moriscos ejercieran este oficio. Sin embargo, muchos de ellos, los que no tenían que ver con las letras y no se dedicaban a interpretar y a traducir documentos, eran capaces de hacer de intérpretes para los cristianos y servían de intermediarios y frecuentaban los mercados y los barrios donde se practicaba el comercio. Recuérdese el pasaje de la Primera Parte del Quijote, capítulo 9, donde cita el Alcaná de Toledo, una de las más famosas calles comerciales, emplazada en la judería menor de la ciudad donde se reunía la flor y nata de los comerciantes:

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara (I, 9).

Recordemos la apreciación de Abad Merino, quien apuntaba que los moriscos de Castilla y Aragón desconocían la lengua árabe. En efecto, desconocerían el registro culto y no serían capaces de traducir los textos árabes o de hacer de intérpretes en los que se necesitaba el conocimiento de la lengua jurídica, y justamente por eso eran los que recurrían al árabe aljamiado, con el fin de no perder su lengua. Ellos eran capaces de interpretar a primera vista los escritos: «volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo..

Una vez que Cervantes le da nombre al historiador arábigo, autor de esa historia de don Quijote de la Mancha, da un giro a su discurso y pone en tela de juicio la mera posibilidad de que exista otro autor para su propia historia. Así, don Quijote, al sentirse afortunado por haberse hecho con los cartapacios por medio real, cuando su valor era mucho mayor, no se conforma con que un morisco le haga de intérprete y le diga verbalmente qué es lo que pone en los cartapacios, sino que pasa a contemplar el plano escrito. Es en ese momento cuando muestra su preocupación por la traducción de aquellos textos y le ruega al morisco que los «volviese en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada», a lo que el morisco replicó prometiendo «traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad», trabajo para el que don Quijote especifica que «le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere». En este punto, nótese la ironía de Cervantes, al contabilizar el tiempo de la traducción de la obra, algo imposible a todos los efectos. Por lo tanto, una cosa es decir verbalmente de qué trata aquella escritura arábiga, y otra muy diferente es dar una traducción fiel de la obra en cuestión. Para la primera basta con un morisco que haga de intérprete improvisado, y para la segunda ¿puede existir un morisco tan avezado?

Lo que está claro es que a Cervantes le preocupa el tema de la traducción y habla expresamente de la traducción en el Quijote. Así, en la Primera Parte, en el capítulo 6, «Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo», leemos:

Tomando el barbero otro libro, dijo:

—Este es Espejo de caballerías.

—Ya conozco a su merced —dijo el cura—. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los Doce Pares, con el verdadero historiador Turpín, y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.

—Pues yo le tengo en italiano —dijo el barbero—, mas no le entiendo.

—Ni aun fuera bien que vos le entendiérades —respondió el cura—; y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento (cursivas mías).

Micó 10 estudió este pasaje en un clarificador artículo, sobre verso y traducción en el Siglo de Oro, en el que señala cómo el menosprecio de la traducción entre lenguas vulgares era casi obligado en los textos humanísticos, pero las opiniones que Cervantes vierte van en contra de las traducciones de la épica italiana, porque no se contemplaban motivos estéticos, creativos o de combate humanístico, sino que se traducían estos textos para cubrir las necesidades del mercado y para satisfacer el gusto de lectores que querían leer aventuras caballerescas, sin que les importase que estuvieran en verso o en prosa. En esto estriba que se tradujeran las obras de los autores que cita Cervantes en el texto.

Al leer este pasaje, de nuevo nos topamos con un Cervantes que sigue con su tono irónico al aludir al historiador Turpín, el cual se convirtió en autoridad citada para la narración y reelaboración de las leyendas carlovingias. Jaksic 11 , en su ensayo crítico sobre Andrés Bello, señala que en palabras de este autor: «Turpín, en suma, vino a ser el Cide Hamete Benengeli [el historiador árabe apócrifo del Don Quijote] de las caballerías de Carlomagno y los doce pares (VII, 596)». Por una parte, entra en juego un historiador árabe apócrifo y por otra Cervantes declara que tan solo acepta que un autor hable en su idioma, porque si habla de una lengua que no es la suya, lo rechazará. Esta consideración cervantina conlleva una reflexión, y es que, cada autor debe escribir en su propia lengua para que su obra tenga valor específico. Pues lo mismo ocurre con los libros de verso que se quisieren volver en otra lengua, ardua empresa que no llevará a buen puerto, dado que jamás la traducción de una obra escrita en verso puede ser lo mismo en una traducción. Claro que el dilema está en que, por el hecho de disponer de una obra en su lengua original, el escritor no tiene asegurado que vaya a ser leída, como le pasa al barbero que no sabe italiano, y esa obra puede caer en el olvido; de ahí que en ocasiones esté justificada la traducción de obras, aun estando escritas en verso.

Si pasamos a la Segunda Parte del Quijote, Cervantes convierte el tema de la traducción en un asunto de máxima relevancia. A este respecto, Hagedorn (2006) considera que Cervantes es el primer autor para el que la traducción, en general, pero también la traducción ficticia en particular, desempeña un papel muy destacado. Nos referimos al capítulo 62, en el momento en el que don Quijote entra en la imprenta de Barcelona 12 . No vamos a repetir el análisis que ya hicimos en el estudio que presentamos en el XIV Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas en Venecia, en octubre de 2019, pero sí que cerraremos este trabajo con este pasaje, que es el más significativo para el razonamiento del oficio de la traducción, del que trata este estudio. Cervantes «plantea las cuestiones de traducción en la estancia barcelonesa, centrándose curiosamente en las dos lenguas, el italiano y el árabe, con las que había estado en contacto a lo largo de toda su vida» 13 . De ahí que estas fueran las lenguas que le sonaban más familiares y las que podemos poner en relación con momentos clave de su propia vida, por su estancia en Roma, su etapa de soldado, que comenzó en Nápoles, para luchar contra los turcos, o el cautiverio en Argel. Buena cuenta de ello nos dejó en su obra literaria, especialmente en el Viaje al Parnaso . Los baños de Argel. Pues bien, entremos en la imprenta barcelonesa y al leer el texto cervantino, fijémonos en la imagen que ya había sido utilizada antes por Zapata de Chaves, cuando leemos que «el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés» (II, 62). Cervantes apunta que en el entramado de los tapices con los hilos policromados pierde colorido cuando se miran por el revés. Si trasladamos esta imagen al ámbito de la lengua y conjuntamente al oficio de traductor e intérprete, al que se dedicaban los moriscos, ¿qué sería traducir «al revés»? ¿Cuándo un traductor pone la lengua del revés? ¿En qué tipo de traducción no se luciría un traductor, dada la dificultad específica? ¿Hasta qué punto es natural acometer la traducción de un texto literario, por escrito, cuando no vamos a verterlo a nuestra propia lengua? Traduciría al revés el traductor que traduce de su lengua a otra, lo que denominamos traducción inversa. Estamos contemplando la traducción que se lleva a cabo de la lengua materna a otra segunda lengua y, por lo tanto, la lengua meta es la que exige en este caso mayor dedicación y tiempo. A diferencia de la traducción directa, que no se realiza tan lentamente y que no ofrece un grado de dificultad tan exigente dado que se vierte a la lengua materna un texto, la traducción inversa es la que implica mayor dificultad y exige al traductor el doble de esfuerzo. De hecho, lo normal es que un traductor traduzca un texto a su propia lengua, que es la que domina, si bien en ocasiones hay excepciones, y es el caso que apunta Cervantes, en este mismo capítulo, cuando se posiciona ante el oficio de la traducción y destaca la valía de dos traductores:

Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la traducción o cuál el original (Quijote, II, 62).

Pues bien, ¿podría ser el Quijote una obra traducida del árabe, siendo su creador Cide Hamete Benengeli? El mismo Cervantes, al parodiar su figura, nos alerta desde el comienzo de la obra de que el editor duda de la veracidad de la historia al ser Cide Hamete de origen árabe: «Si a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos» (I, 9). Y además, en la Segunda Parte, a don Quijote «desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas» (II, 3). Por su parte, también Michel Moner 14 se acercó a Cervantes y la traducción y llega a la conclusión de que la problemática de la traducción, en los textos cervantinos, queda estrechamente vinculada con rasgos y conceptos negativos, como el equívoco y la mentira, la falsificación y el plagio. El investigador señala cómo se produce la máxima distorsión entre el objeto y su representación, algo así como un paso más de la impostura al error.

Tomando en consideración estas anotaciones, si la «Historia de don Quijote de la Mancha. hubiera sido .escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo., el morisco en cuestión se habría visto en la encrucijada de escribir esa historia en castellano, una lengua que no es su lengua materna, y por lo tanto el Quijote estaría escrito .del revés». No pone en duda Cervantes que un morisco pudiera servir de intérprete a las personas de habla castellana, pero su labor fundamentalmente sería en el plano oral —a excepción de los intérpretes y traductores que se dedicaban profesionalmente a los documentos oficiales y que cobraban por ello—, pero de ahí a escribir una obra literaria 15 , en castellano, hay un gran trecho. Por consiguiente, siguiendo este razonamiento, asentamos las bases de una teoría que preconiza que Cervantes reclamó su autoría para una obra que está escrita en lengua castellana, su lengua materna, y de la que tan solo él es, y puede ser, su verdadero autor.

Con todo, lo que Cervantes contempló fue la universalidad de su obra y de ahí que previera que el Quijote sería traducido a todas las lenguas, intención que nos anuncia el bachiller Sansón Carrasco, en el capítulo 3 de la Segunda Parte:

Tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca.

Así el autor alcalaíno considera que la traducción de su obra va a constituir el nexo de unión entre muchos pueblos y se convertirá en el medio de comunicación entre hablantes de diversa procedencias y múltiples culturas. De este modo Cervantes se situó como un consumado artista a las puertas de la eternidad.

Bibliografía

Abad Merino, Mercedes, «El intérprete morisco. Aproximación a la historia de la traducción cotidiana en España en el ocaso de la Edad Media», Hermeneus. Revista de la Facultad de Traducción e Interpretación de Soria, 10, 2008, pp. 23-53.

Abad Merino, Mercedes, «Moriscos y algarabía en la Corona de Castilla (siglo XVI). La lengua como identidad de un grupo», Intus-legere: historia, 11.2, 2017, pp. 35-60.

Abad Nebot, Francisco, «Las ideas lingüísticas y el erasmismo de Cervantes: estado actual de estas cuestiones», en Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 179-190.

Castro, Américo, El pensamiento de Cervantes, Madrid, Centro de Estudios Históricos, Ed. Hernando, 1925. Recuperado de: <https://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=22856>

Cervantes, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores / Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2004.

Egido, Aurora, El diálogo de las lenguas y Miguel de Cervantes, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2019a.

Egido, Aurora, «Lecciones para el diálogo», El Ciervo, 774, 2019b, s. p., disponible en <https://www.elciervo.es/page/lecciones-para-el-dialogo/>.

Hagedorn, Hans Christian, La traducción narrada: el recurso narrativo de la traducción ficticia, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2006.

Hernando Cuadrado, Luis Alberto, «El pensamiento de Cervantes sobre la lengua y su proyección en el diálogo del Quijote», Didáctica. Lengua y Literatura, 8, 1996, pp. 153-167.

Horacio, Arte poética o Epístola a los Pisones, traducida en verso castellano por Tomás de Iriarte.

Jaksic, Iván, Andrés Bello: la pasión por el orden, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2001.

Mármol Carvajal, Luis del, Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, ed. Javier Castillo Fernández, Granada, Universidad de Granada / Tres fronteras Ediciones, 2015.

Micó, José María, «Verso y traducción en el Siglo de Oro», Quaderns. Revista de Traducció, 7, 2002, pp. 83-94.

Moner, Michel, «Cervantes y la traducción», Nueva Revista de Filología Hispánica, 38.2, 1990, pp. 513-524.

Villar Lecumberri, Alicia, «“En otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen” (Quijote, II, 62)», en «Admiración del mundo». XIV Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Venecia, 2-4 octubre 2019), en prensa.

Notas

1 Castro, 1925, p. 196.

2 A este respecto Hernando Cuadrado apunta cómo la discreción no es incompatible con la naturalidad (1996, p. 154).

3 Abad Nebot, 1993, p. 188.

4 Horacio, Ars Poetica, 309: Scribendi recte sapere est et principio et fons.

5 Egido, 2019b, s. p.

6 Mármol Carvajal, Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, p. 736.

7 Abad Merino, 2017, p. 54.

8 Abad Merino, 2017. p. 42.

9 Abad Merino, 2008, p. 53.

10 Micó, 2002, p. 88.

11 Jaksic, 2001, p. 246.

12 Un análisis detallado de este capítulo, en lo que respecta a la traducción, puede leerse en un trabajo anterior (Villar Lecumberri, en prensa).

13 Egido, 2019b, p. 95.

14 Moner, 1990, p. 524.

15 Nótese que las obras literarias árabes están escritas en árabe culto, registro lingüístico que no dominaban los moriscos.

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