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La batalla de Clavijo, un texto poco conocido hasta hoy de Francisco Zea*
La batalla de Clavijo, a Little-known Text until Today by Francisco Zea

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 8, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Rebeca Lázaro Niso

Universidad de La Rioja, España

Recibido: 23 Abril 2020

Aceptado: 27 Julio 2020

Resumen: Este trabajo trata sobre un tema literario muy extendido en la literatura española desde la Edad Media hasta el siglo XIX: la batalla de Clavijo y la ayuda sobrenatural que presta a los ejércitos cristianos el apóstol Santiago. En concreto, este artículo estudia aquí y edita, desde su publicación en 1847, una obra del dramaturgo Francisco Zea, titulada La batalla de Clavijo, que muestra la vitalidad del tema en el género dramático a partir del siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX.

Palabras clave: Edad Media, apóstol Santiago, Batalla de Clavijo, Francisco Zea, drama decimonónico.

Abstract: This paper deals with a very widespread literary theme in Spanish literature from the Middle Ages to the 19th century: the battle of Clavijo and the supernatural help that the apostle Santiago provides to Christian armies. Specifically, this article studies and shows the critical edition, since its unique publication in 1847, a short drama by the playwright Francisco Zea, entitled La batalla de Clavijo, which shows the vitality of the theme from the 17th century until well into the 19th century.

Keywords: Middle Ages, Apostle Santiago, Battle of Clavijo, Francisco Zea, 19th century drama.

La batalla de Clavijo y la consiguiente presencia en las tablas del personaje de Santiago matamoros tiene un cultivo bastante extenso dentro de los esquemas teatrales de la dramaturgia áurea. El tema, tratado de manera indirecta en algunas comedias del siglo XVII, tiene, sin embargo, una presencia muy importante en la comedia titulada El voto de Santiago y batalla de Clavijo , publicada en 1670 por Joseph Fernández de Buendía en la Parte treinta y tres de Comedias nuevas, nunca impresas escogidas de los mejores ingenios de España, del dramaturgo madrileño Rodrigo de Herrera. Este se interesó en dramatizar en concreto el episodio de la historia española durante el que el apóstol Santiago, convertido en caballero, ofreció la victoria a las tropas del rey Ramiro I. Se trata en esencia de una comedia histórica, aunque su construcción pivota alrededor de la aparición milagrosa de Santiago que cobra una dimensión mayor y una importancia tal que se convierte en el núcleo central de toda la comedia. El tema y el tratamiento del personaje conoció otras producciones teatrales que se prolongan hasta finales del siglo XIX. Dentro de los distintos procesos de modelización de la comedia áurea española, el presente trabajo rescata un texto decimonónico, con una muy escasa fortuna editorial desde su publicación hacia mediados del siglo XIX: La batalla de Clavijo, improvisación dramática en un acto en verso de Francisco Zea, que retoma el tema central de la comedia de Herrera unos doscientos años después de su escritura. Siendo un texto mucho más breve (675 versos frente a los 2229 de la obra de Rodrigo de Herrera), lo que interesa resaltar es la dramatización de nuevo del hecho milagroso de la intervención divina del santo, convertido en Zea en mito romántico de la esencialidad hispánica. Este es el objeto fundamental de las páginas que siguen.

Apenas se conocen datos biográficos de su autor, Francisco Zea, salvo aquellos esbozados en su momento por su amigo José de Castro y Serrano en el prólogo de las Obras en verso y prosa del escritor, costeado por el Estado tras su muerte. Zea nació en Madrid en 1824 1 , aunque algunas fuentes sitúan su nacimiento un año más tarde 2 . Toda su vida transcurrió en la capital y falleció a causa de una enfermedad degenerativa en 1857. Su padre fue un célebre maestro de armas muy conocido en Madrid del que parece ser Zea no heredó su talento con las armas, pues, aunque toda su vida se dedicó a adiestrar a otros en este arte, no alcanzó la notoriedad de su progenitor, posiblemente porque la sociedad madrileña no compartía las aficiones de antaño. En general, la vida de Zea fue la sucesión de un cúmulo de penalidades y contrariedades en la mayor parte de sus facetas. Tuvo grandes dificultades económicas, sobre todo, a partir de la muerte de su padre y arrastró siempre la preocupación por su progenitora, la cual consumía buena parte de sus recursos y energías, tanto por su naturaleza endeble y enfermiza, como por su injusto encarcelamiento por un delito de falsificación documental del que acabaría siendo absuelta. Todas estas vicisitudes determinaron en Zea un carácter melancólico y taciturno, poco dado a las alegrías, y con tendencia al pesimismo y a la autocompasión. Pese a estas contrariedades vitales, Zea intentó por todos los medios ser un literato reconocido y practicó las actividades propias de su profesión, rodeado de autores de la talla de Ventura Ruiz Aguilera, Florentino Sanz, Mariano Cazurro, Antonio Trueba, Antonio Cánovas, Manuel Fernández González, Antonio Hurtado, Eduardo Asquerino, José Albuerne, Ceferino Suárez Bravo, Rafael Gálvez Amandi o Antonio Arnao entre otros. Frecuentó tertulias literarias como la que se reunía en torno al café del Recreo, donde dio a conocer sus primeros escritos. Fue poeta, dramaturgo y asiduo articulista, además de un voraz lector de los autores clásicos. Desempeñó de forma modesta distintos oficios relacionados casi siempre con la escritura. Destacó por haber sido redactor de «El observador» y «El orden», pero, sobre todo, por colaborar en el «Seminario Pintoresco Español». Las calamitosas circunstancias familiares que le tocó vivir dibujaron, como se ha señalado anteriormente, en su biografía una continua penuria económica, solo aliviada a veces por la ayuda de influyentes amigos que le proporcionaron puestos menores en el escalafón funcionarial del Estado que le permitieron sobrevivir a los cada vez más costosos cuidados de su madre. Parece ser que Zea tuvo contados momentos vitales de alivio, fuera de su matrimonio con Josefa Nombela y el indulto de su madre, que debieron de durar poco, pues el escritor murió enfermo en 1857 poco después de un año de su excarcelación.

La consternación que produjo su muerte entre sus amigos más directos propició la publicación conmemorativa de sus obras en verso y prosa a expensas del Estado, y cuyos beneficios fueron a parar directamente a su viuda.

Zea cultivó varios de los géneros dramáticos más en boga del momento, entre los que destacan la moda de escribir ciertas piezas cortas tildadas con poco acierto de «improvisaciones dramáticas», que tenían muy poco de improvisadas y sí mucho de cierto exhibicionismo retórico que hoy podemos considerar trasnochado. La etiqueta atendía más al carácter fragmentario y dramático de ciertos momentos álgidos de los grandes hitos históricos de la épica hispánica. Son, en realidad, piezas cortas concebidas para ser leídas ante un público selecto y seguramente afín a los postulados estéticos del dramaturgo, con una mínima indicación escénica debido a su carácter de teatro recitativo y de salón. Incluso, es posible aventurar una más que probable participación de los asistentes en la lectura y/o dramatización de la pieza. Se trata, pues, de textos muy circunstanciales, cuya recepción responde a unos momentos muy concretos de los albores de la recién estrenada sensibilidad nacionalista. Estas improvisaciones dramáticas refieren siempre episodios concretos y muy conocidos que alimentan de manera clara la mitología de la génesis del ideal de la peculiaridad de lo hispánico. En este caso particular de la Batalla de Clavijo, vista como la primera gesta fundacional del inicio de la Reconquista.

La materia basada en la legendaria batalla de Clavijo tiene un gran calado en toda la cultura hispana, pues en ella tuvo lugar el famoso episodio del apóstol Santiago en el que se apareció para proteger a las huestes cristianas y guiarlas hacia la victoria frente a los sarracenos. Habría surgido como cabe esperar, tanto por intereses políticos como religiosos. Es decir, la preeminencia y superioridad histórica de la futura España cristiana frente al invasor pagano. La leyenda de Santiago Matamoros tuvo preeminencia en el legado patrimonial, pues se convirtió en uno de los símbolos de la cristiandad en la Edad Media. Su paso por la literatura de esta época ya se atestiguó en las crónicas del siglo XII (la Historia Silensis , la Chronica Naierensis y la Chronica Adephonsi Imperatoris ) y del siglo XIII (el Chronicon mundi , de Lucas de Tuy, y De rebus Hispaniae, de Ximénez de Rada). A estas, hay que añadirle una amplia nómina de obras donde aparece este episodio del apóstol o se hace reminiscencias a su valor militar, véanse, por citar algunas, la Estoria de España; el Poema de mio Cid ; la Vida de san Millán de la Cogolla, de Berceo; el Poema de Fernán González; el Poema de Alfonso onceno ; el Laberinto de Fortuna , de Juan de Mena; la Compilación de los milagros de Santiago , de Rodríguez de Almela.

Como era de esperar, la materia relativa a la batalla de Clavijo se trasladó al romancero, que mantuvo vivo el episodio en la memoria colectiva. El Romancero General recoge numerosísimos ejemplos de romances en los que aparece la figura destacada del apóstol Santiago, sobre todo en el fulgor de la batalla. En los siglos XV y XVI también se recoge este motivo en obras como Las bienandanzas e fortunas , de García Salazar o el poema épico de El león de España , de Pedro de la Vecilla Castellanos.

Como se ha señalado arriba, el teatro del Siglo de Oro llevó a las tablas este motivo a través de obras de carácter épico legendario. La más relevante, sin lugar a duda, es El voto de Santiago y la batalla de Clavijo, de Don Rodrigo de Herrera; pero también hubo otros dramaturgos como Lope de Vega o Álvaro Cubillo de Aragón, que escribieron títulos más o menos conocidos relacionados de un modo u otro con este tema como es el caso de Las famosas asturianas y El conde Fernán González del primero y El rayo de Andalucía y Genízaro de España (2.ª parte) , del segundo. Sin embargo, de todas es la obra de Herrera la que incide más directamente en el episodio bélico y en la hazaña sobrenatural del santo. Las fuentes legendarias de las que bebe Herrera son muy variadas, añadiendo en algunos momentos del desarrollo de la acción elementos ajenos a la materia legendaria del episodio, como el motivo del descubrimiento del sepulcro de Santiago por el obispo Teodomiro, que tuvo lugar bajo el reinado no de Ramiro I sino de Alfonso el Casto 3 . Las licencias históricas que se toma Herrera son las usuales en los dramaturgos áureos en relación a la manipulación de la materia histórica o pseudohistórica. Aunque a veces sobresale un respeto casi reverencial a la fuente original, como ocurre con el infamante tributo de las cien doncellas, episodio tradicional cuyo tratamiento no resulta muy diferente en las fuentes y en la comedia. De hecho, en todos los textos se repiten los mismos hitos argumentales del episodio: crítica de los antecesores de Ramiro, del ultrajante tributo, y al contrario, alabanza de Ramiro que niega el tributo, buscando poner fin a su injusta imposición. Tampoco modifica el dramaturgo madrileño los dos días preceptivos de batalla, en lo que se suceden las dificultades de los cristianos durante el combate, la aparición de Santiago durante el sueño del rey Ramiro, la relación que hace este del mensaje onírico, y, por último, la intervención milagrosa de Santiago matamoros. El cambio seguramente más radical de toda la obra sea, no obstante, la ausencia de cualquier alusión al famoso voto de Santiago (recuérdese que la comedia herreriana se titula precisamente El voto de Santiago y batalla de Clavijo ). El dramaturgo obvia de manera deliberada este elemento que tiene, empero, una presencia notable en la mayoría de fuentes, que no solo lo apuntan sino que lo describen de manera muy detallada, explicando quién lo tiene que pagar, a quién se tiene que pagar y qué es lo que han de pagar. Pese a todo, se puede concluir que en líneas generales Herrera no solo sigue el mismo esquema que sus fuentes y utiliza los mismos ingredientes, sino que además el dramaturgo los desarrolla de una manera semejante.

Dos centurias más tarde, los románticos también cultivaron con entusiasmo el mito. La figura de Santiago les resultó de lo más atractivo, por un lado, por la vuelta a la Edad Media, por otro, porque el tratamiento del tema religioso, unido a las leyendas históricas, se adaptaban a los gustos del momento, tan dado a la materia legendaria de carácter nacionalista y de ideología cristiana y, finalmente, porque el exacerbado espíritu patriótico estaba presente en la génesis de obras de este tipo.

La obra de Zea, de la que nos consta que fue representada por primera vez en el teatro del Museo en mayo de 1847, se atiene a los patrones estructurales del mito repitiendo los mismos paradigmas del sueño profético, de los antecesores del rey Ramiro y de la victoria sobre los musulmanes, aunque destaca el tono nacionalista y de cierta retórica grandilocuente, que participa de los tópicos de las gestas militares hispánicas siempre enfrentándose a ejércitos enemigos mucho más numerosos y solventando las dificultades materiales en detrimento del valor estoico de sus héroes. En definitiva, Santiago no era sino un símbolo religioso legitimador de una obstinada lucha por la libertad.

Desde una perspectiva más centrada en lo literario la obrita se estructura en once escenas (que reflejan las usuales entradas y salidas de personajes del teatro decimonónico) con un total de 675 versos. La brevedad de la pieza encierra, sin embargo, una confrontación de los personajes distribuida con cierto sentido del ritmo dramático. Las distintas escenas se suceden con la clara intención de establecer un nítido contraste entre las huestes cristianas y paganas, recalcando la existencia de una jerarquía ordenada y protocolaria de orden moral que enaltece la figura del rey cristiano. De esta manera, la obra comienza con la intervención del soldado Ordoño, especie de metáfora colectiva del valor y bizarría de los soldados españoles, con el papel de alentar al propio rey en su lucha contra el infiel. La aparición posterior del rey Ramiro se contrapone después a la presencia en escena de Abderramán. Ambos monarcas invocan a sus respectivos dioses, elevando el combate a una confrontación mística entre la fe verdadera y la fe falsa del paganismo, abocada sin remedio desde el inicio a la derrota. La ayuda efectiva de la presencia sobrenatural del apóstol Santiago se articula dramáticamente a través del sueño del propio rey Ramiro que relata en escena un soldado, y a la descripción paralela de una aparición que lleva a los españoles a la victoria final sobre Abderramán. Preparado el papel protagonista del rey cristiano por la presencia inicial de Ordoño, se produce entonces la confrontación entre ambos reyes con la consabida victoria del valeroso rey Ramiro. La obra, como círculo de perfecto trazo, se cierra con la acción de gracias de Ordoño y el rey. Sin embargo, pese a la superioridad moral en el desempeño de la empresa bélica del rey Ramiro, cabe destacar en la obrita el tratamiento ennoblecedor de Abderramán que rechaza la clemencia del rey Ron Ramiro, que insta al rey musulmán a abandonar la escena de la batalla y a emprender una huida desordenada junto con sus huestes (vv. 640-643). El gesto magnánimo del rey cristiano despierta la admiración de su contrincante, que llega a desear ser vasallo de un «noble enemigo, / rey generoso» (vv. 648-649). No se puede negar ciertos atisbos de lo que en su momento se consideró una corriente de maurofilia, visible en algunos géneros prosísticos del siglo XVI como la novela morisca. Pero lo que cobra fuerza, sobre todo, en la obra es una estrategia de ponderación de las virtudes positivas de los cristianos que generan en el lector sentimientos de adhesión y pertenencia a los principios constitutivos de la esencia de lo propiamente hispánico. La proyección hacia el espectador de las virtudes caballerescas de superioridad y perdón señalan el camino inequívoco y verdadero de la protección del santo, cuya elección se basa en los principios de la inefable justicia de la divinidad, detentora de la única verdad posible frente a los paganos. Así, desde la propia praxis de la construcción del relato queda alejada de la virtud la falta de misericordia frente al adversario, aunque decididamente se configure a este como un opositor firme a las verdades de la fe.

***

Para la edición que presento, utilizo el texto de la primera edición de 1847. Resuelvo las abreviaturas sin indicarlo, modernizo la puntuación y añado algunas notas elementales para la comprensión del texto. La disposición gráfica del texto a veces es compleja dada la acusada tendencia en los textos del XIX a introducir numerosas indicaciones. Es de notar en su conjunto la artificiosidad retórica y la no menos compleja grandilocuencia escénica.

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Zea, Francisco, Obras en verso y prosa, Madrid, Imprenta Nacional, 1858.

LA BATALLA DE CLAVIJO

IMPROVISACIÓN DRAMÁTICA EN UN ACTO EN VERSO,

POR

D. FRANCISCO ZEA

MADRID

IMPRENTA DE LA LUNETA,

CALLE DEL MOLINO DE VIENTO, NÚMERO 33.

1847

PERSONAS:

EL REY DON RAMIRO.

ABDERRAMÁN, REY MORO.

ORDOÑO, GUERRERO CRISTIANO.

UN SOLDADO.

ACTO ÚNICO

El teatro representa un campamento.

ESCENA I

DON RAMIRO Y ORDOÑO.

ORDOÑO

¡Qué! ¡Así se abate un corazón valiente!

¡Así a la voz de su fatal destino

dobla un monarca la altanera frente!

¿Volveremos a hollar nuestro camino,

no ya con planta firme y pecho osado 5

como el que entre la lid laureles halla,

sino con pena y ánimo postrado,

como el que huyó vencido en la batalla?

Cuando al noble español ansia le aguija

de pelear, en tan contraria suerte, 10

¿la vergüenza queréis que humilde elija

teniendo al par a su elección la muerte?

¡Respondedme, señor! ¿Más no valdría

morir matando, perecer con gloria,

que al moro abandonar en su porfía 15

un pedazo de honor con la victoria?

¿No quisierais mejor que vuestra gente

clavase sobre el campo su bandera,

aunque yaciese al pie, que la insolente

faz del contrario ver triunfante y fiera? 20

Cuando el sol de mañana alumbre el suelo,

para orgullo mayor de esos villanos,

¿querréis que cubra el español su duelo,

su vergüenza, que es más, con ambas manos?

¡Ah, pensadlo, buen rey! ¡Pensadlo, os digo! 25

¡Que al peligro tornar la España os vea!

¡Si humillar no podéis al enemigo,

hoy este campo nuestra tumba sea!

DON RAMIRO

Valeroso soldado, cuyo acento

despierta mi altivez, cuya mirada 30

la llama enciende en mí, del ardimiento

dentro del corazón casi apagada.

¡Habla! Vuelva a escucharte el regio oído,

mi vista a tus palabras centellea.

Tu voz es de la patria el alarido, 35

es el clarín que llama a la pelea.

ORDOÑO

Tal vez hable a mi rey con osadía,

mas que no olvide ante mi audacia espero

que ha un instante no más por él blandía

y por mi pobre religión mi acero. 40

Soldado soy, el corazón me late

a la voz del honor, la gloria ansío;

nada a mi fiera intrepidez le abate.

Peleo hasta morir, muero con brío.

Por mi Dios, por mi patria y soberano 45

dar mi sangre juré. ¡Santa promesa!

Por ella el hierro empuñará mi mano

hasta que sorba mi valor la huesa. 4

Por ella, si, cuando la noche umbría

cortó ha un momento, la indecisa lucha, 50

paré vuestro corcel, y, a la acción mía,

levantose en redor sorpresa mucha.

«Sois mi dueño y señor —díjole osado

el vasallo a su rey— oíd empero

el resuelto lenguaje de un soldado, 55

la franca voz de un corazón guerrero.»

«Sé que a favor de la tiniebla oscura

vais vuestro campo a abandonar prudente

viendo, no del contrario la bravura,

sino el número inmenso de su gente.» 60

«¿Un rey cristiano a la esperanza niega

un asilo en su alma? ¡Oh, no, es mentira!

La hora, señor, de la esperanza llega,

Dios nos dará los rayos de su ira.»

«¿Teméis por esos bravos campeones 65

cuando la muerte su carrera ataja?

Si la gloria va en pos, de sus pendones

saben fieros hacerse una mortaja.»

«Den un hora al descanso, norabuena,

pero vuelvan después, y en anchos ríos 70

sacien de impura sangre sarracena

la avara sed de sus ardientes bríos.»

«Poneos a su frente. Alma bastante

tiene mi rey para vencer lidiando…

¡Oh, triunfo tan magnífico y gigante 75

la afrenta borrará de nuestro bando!»

«La patria os cantará dignos loores;

y las doncellas cubrirán de flores

cuando os tornen a ver vuestro camino.» 80

«¿Creéis casi imposible la victoria?

¡Así con más pujanza lidiaremos!

¡Un hora de descanso y a la gloria

o la muerte ¡por Dios! Luego volemos…!»

Esto os dijo, señor, aquel osado 85

con el lenguaje que aprendió en la guerra

y esto la voz de su leal soldado

le repite a su rey, rodilla en tierra. (Póstrase.)

DON RAMIRO

Alza, valiente; a perecer iremos,

mi palabra te doy. Como cristianos 90

la bandera de Dios defenderemos

contra el odio y poder de esos paganos.

Muchos son. Moriremos. La fortuna

hizo traición, dirán, a su braveza,

pero no hay en su honor mancha ninguna, 95

su gloria ha sido igual a su altiveza.

Y, ¿quién sabe? ¿De Alfonso la cuchilla

no llenó de pavor a la canalla

cuando de Mauregato la mancilla

con la sangre lavó de una batalla? 5 100

¡Oh! ¡Este recuerdo al corazón me llega!

Es preciso lidiar, y si el destino

nos roba el lauro en la azarosa brega,

muramos con valor, no hay más camino.

¿Pedazos de su honra el mahometano 105

osa a España pedir? ¡Oh! ¡Mucha suerte

fuera ajar su altivez!

ORDOÑO

En vuestra mano,

señor, tenéis nuestra salud, su muerte.

Véannos otra vez en la pelea

y… ¡cegarán! No lo dudéis.

DON RAMIRO

Mi aliento 110

de cristiano y de rey hace que crea

lo que me acaba de anunciar tu acento.

Ve, di a mi gente que mañana, apenas

el alba asome, su invencible brío

nadar hará a las huestes agarenas 6 115

de hirviente sangre en anchuroso río.

Que, delante de todos, don Ramiro

irá como quien es, tranquilo y fiero,

a recoger el último suspiro

del que en tan ruda lid caiga primero. 120

¡Que estén a mi voz prontos! ¡Que abatida

la patria en su dolor, llora, y espera!

Eso dirás.

ORDOÑO

Señor, vuestra es mi vida. (Inclinándose.)

¡Tú verás del infiel la hora postrera! (Aparte al salir

llevando la mano a la espada.)

ESCENA II

DON RAMIRO, SOLO.

DON RAMIRO

En ti mi aliento confía, 125

padre soberano y justo,

poderoso Dios que huellas

el cielo, el abismo, el mundo.

He aquí a tus hijos, el alma

cubierta llevan de luto. 130

Sin tu luz… van tropezando

por este sendero oscuro.

Mañana… ¡Oh! ¡Mañana el viento

ayes hendirán profundos,

flotará entre cielo y tierra 135

de polvo un celaje turbio!

¡Si triunfasen mis valientes!

¡Oh! Aunque en tan pequeño número

en la fuerza de su brazo

fía aun mi coraje mucho. 140

Triunfarán, sí… que del moro

van a sacudir el yugo,

a darle honra van a España

y a su Dios lo ve con júbilo.

Si él no los ayuda ahora, 145

su esperanza es el sepulcro.

¡Ah! Sobre mis hombros siento

del cansancio el peso rudo.

Si adormir pudiera en calma

la zozobra con que lucho… 150

Entrar quiero en esa tienda.

¡Paz bajo su lienzo busco!

No la habré, no, hasta que cesen,

¡oh, España!, tus infortunios.

Entra en una tienda que habrá en el fondo.

ESCENA III

ABDERRAMÁN, encubierto.

ABDERRAMÁN

¡Ánimo! La noche es densa. 155

Su sombra será mi escudo,

el profeta va conmigo,

no hay que vacilar un punto.

¡Abderramán! Tú has cruzado

siempre entre la niebla oculto 160

el campo del nazareno

desconocido y seguro.

Alá te ha dicho: «Levanta;

toma ese hierro y sañudo (mostrando un puñal.)

con sangre de un rey cristiano 165

tórnalo rojo hasta el puño.»

¡Sea! Abderramán no teme.

Su brazo es fuerte y robusto,

su pecho… tan insensible

como la entraña de un muro. 170

Llegó el momento, avancemos.

Nadie me sigue, entre el luto

de las tinieblas, apenas

un leve rumor escucho.

¡Oh! Si supieran… ¡Villanos! 175

Pronto acudiendo en tumulto

sobre mi frente de rey

lanzarán su odio profundo.

¡Pero Alá me ampara! Él guía

mis pasos entre tan mudo 180

silencio, y trueca a mis ojos

en día el horror nocturno.

¡Mataré al vil! Las cien hijas

de Jesús, 7 que el furibundo

me niega, yo en mi venganza 185

las amarraré a mi triunfo.

¡Cien doncellas! ¡Oh! Cien flores

del pensil de Iberia orgullo!

Los jardines de Mahoma

su aroma envidiarán puro. 190

¡Guárdalas, cristiano! Si ellas

están con lloro importuno

pidiendo a tu Dios laureles

para tu frente, ¿qué mucho

que rota la media luna 8 195

caiga ante la cruz con rudo

golpe, y que su blanco brillo

manche lodazal inmundo? (Pausa.)

Todo un día de pelea.

Y cuando su manto oscuro 200

tiende la noche, un ejército

gigante en valor y en número

—volveré mañana— tiene

qué decir, triste y confuso,

a la faz de un ruin contrario 205

que sonríe con orgullo…

Yo rechazaré esta afrenta.

Yo desplomaré iracundo

sobre el que la lid los trajo

mi odio y mi vergüenza juntos. 210

ESCENA IV

ABDERRAMÁN Y ORDOÑO.

ABDERRAMÁN se ha retirado de un extremo del teatro.

ORDOÑO

(Entrando.) Pues con sangre, patria mía

se han de apagar tus pesares,

¡sangre habrá! Correrá a mares

al nacer el nuevo día.

Arde tu gente altanera 215

en ansia de pelear.

¡Mucho tienen que matar,

si la han de saciar entera!

La hora de tu salvación

llegó ya… ¡Tiemble el pagano! 220

Cada golpe de mi mano

ha de hendir un corazón.

ABDERRAMÁN

Pues en su sangre, alma mía,

quieres ahogar tus pesares,

la verás correr a mares 225

antes que despunte el día.

Sed de sangre, ardiente y fiera,

me consume sin cesar.

¡Mil veces lo he 9 de matar

sin poder saciarla entera! 230

¡Oh! ¡A cambiar mi decisión

no basta poder humano!

Dando algunos pasos por la escena y mirando alrededor.

He venido aquí, villano,

a arrancarte el corazón.

ORDOÑO

Mucho tarda en parecer 235

el alba… aguardo impaciente.

ABDERRAMÁN

¡Rey del cristiano, en la frente

tu cetro te he de romper!

ORDOÑO

¡Que no pueda al tiempo dar

sus alas el pensamiento! 240

ABDERRAMÁN

¡No, de mi rencor sangriento

nadie te podrá librar!

ORDOÑO

¡Oh, patria! Si tu estandarte

hollase la impía grey…

ABDERRAMÁN

¡Ay de ti, mezquino rey! 245

Está escrito: he de matarte.

ORDOÑO

O triunfar o perecer.

No sabe ceder España.

ABDERRAMÁN

Aunque te oculte a mi saña

un abismo has de caer. 250

ORDOÑO

¿Quién es?

ABDERRAMÁN

¿Quién va?

ORDOÑO

Ordoño soy,

un soldado de la cruz.

ABDERRAMÁN

(Aparte. Pronto asomará la luz.

¡En grave peligro estoy!)

Alto.

De la cruz soldado, yo 255

soy también… (Aparte. ¡Oh! ¡Finjo mal!

Mas ¿qué hacer en lance tal?

Yo no retrocedo, no.

Aunque con mi encono lucho,

prosigo). (Alto.) Buen camarada, 260

¿sabéis que pesa la espada

fuera del combate mucho?

ORDOÑO

Os comprendo; de laureles

ansiáis a España alfombrar.

¡Queréis como yo rajar 265

en la lid cráneos infieles!

Os ofende la inacción;

os punza el coraje intenso,

¡oh!, y sentís un fuego inmenso

que os incendia el corazón. 270

Lo sentís, sí…, y nunca calma

su ambicioso ardor violento.

¡Oh!, lo sé porque lo siento

yo también dentro del alma.

ABDERRAMÁN

Tenéis, amigo, razón. 275

Habéis penetrado en mi alma.

Este ardor no tiene calma,

me consume el corazón.

Irresistible es su llama,

con ella ardientes y rojos 280

lumbre despiden mis ojos

y todo mi ser se inflama.

Mas… pues tiempo es de tornar

en cenizas su furor,

yo que tengo odio y valor, 285

con sangre la he de apagar.

ORDOÑO

Sí… pronto vendrá la aurora

y sangre infiel correrá,

pronto…

ABDERRAMÁN

Sangre antes la habrá.

ORDOÑO

¿Antes?

ABDERRAMÁN

Sí.

ORDOÑO

Mas, ¿cuándo…?

ABDERRAMÁN

Ahora. 290

ORDOÑO

Pues, ¡por la virgen María!,

¿qué diablos pensáis hacer?

ABDERRAMÁN

(Aparte. ¡Oh, todo se iba a perder!

Evitémoslo.) (Alto.) Decía…

Suena un clarín. 10

Pero, ¿oís?

ORDOÑO

Es un clarín 295

ABDERRAMÁN

(Aparte. ¡Un clarín! ¡Oh, si será…!)

ORDOÑO

Tal vez el moro querrá

precipitarse a su fin.

De su poder en su error

intentará hacer alarde 300

para estrellarse cobarde

en el cristiano valor.

ABDERRAMÁN

(Aparte. Mucho me apura el cristiano

con su insolente altivez.)

¡Tiemblo de rabia!

Suena el clarín.

¡Otra vez! 305

Dentro. ¡Al arma! 11

ABDERRAMÁN

(Aparte. Si algún villano…)

El rencor que el alma tiene

ata a este sitio mis pies,

mas grande el peligro es

y evitarle ora conviene. 310

ORDOÑO

(Que habrá estado mirando hacia dentro.)

Gente llega.

ABDERRAMÁN

(Aparte. ¡Ah, están aquí!)

ORDOÑO

Es un soldado.

ABDERRAMÁN

(Aparte. Respiro.)

Aún puedo, rey don Ramiro,

saciar mi cólera en ti.

ESCENA V

Dichos. Un soldado.

SOLDADO

¡Por la virgen! ¿Qué hacéis? El enemigo 315

gritos de guerra furibundos lanza.

Pronto la lid empezará sangrienta

sin que la alumbre perezosa el alba.

¡Oh, entre las nieblas de la noche oscura

al mundo asombrarán nuestras hazañas, 320

que por la patria a pelear salimos

y sabremos morir por nuestra patria.

ORDOÑO

Siempre fue España de los bravos cuna,

aún resuenan los nombres de Numancia,

de Sagunto inmortal, cuyas hogueras 325

antorchas son de la española fama. 12

Como al cartaginés, como al romano

ellas hicieron ver su noble audacia,

ver haremos en breve al sarraceno

nosotros nuestro arrojo en la batalla. 330

ABDERRAMÁN

Mas… cómo antes del día…

SOLDADO

Oíd. Ha poco,

cuando todo yacía en mayor calma

se oyó un largo alarido que, terrible,

del agareno campo se elevaba.

Cien y cien voces repitieron fieras: 335

«¿Dónde está nuestro rey? ¿Nos le arrebata

el cristiano tal vez con torpe engaño,

de su valor temiendo la arrogancia?»

Y el campo todo en confusión ardía,

y luces mil y mil doquier brillaban, 340

y un solo grito ya, grito espantoso,

se oía en derredor… «¡Guerra y venganza!»

Misterio tal para nosotros fuera

impenetrable, si en la sombra parda

no hubiera alguno visto deslizarse, 345

pocos momentos antes, una extraña

visión, que hacia nosotros avanzando,

con pavorosa lentitud marchaba.

Antes de que llegase al campamento

diz se la vio desparecer, airada 350

ayes de horror lanzando, cual si fuese

del moro rey desaparecido el alma.

ABDERRAMÁN

¿Eso pasó?

SOLDADO

No lo dudéis.

ORDOÑO

Corramos.

Dios tiende ya su mano a nuestra España

y vibrando los rayos de su enojo 355

sobre la frente del infiel los lanza.

Si la pasada lid miró indecisa,

hoy la victoria nos dará su palma.

¡No quede un mahometano! ¡Oh, ya los veo

bajo el filo caer de nuestra espada! 360

Decidle al rey que su caballo pronto (A Abderramán.)

para el combate está, que luego parta,

que le espera su gente y que es preciso

triunfar o perecer antes del alba.

ABDERRAMÁN

¿Y dónde el rey está?

ORDOÑO

Vedle; reposa. 365

Levantando el lienzo de la entrada de la tienda en que entró don Ramiro.

Acercaos a él.

ABDERRAMÁN

Id, camarada.

Su corcel aprestado, a vuestra frente

estará en breve el rey.

ORDOÑO

Vamos.

Vanse ORDOÑO y el soldado.

ABDERRAMÁN

Sí, anda.

¡Déjame en libertad, bárbaro! ¡Quiero

clavar este puñal en sus entrañas! 370

Desnuda el puñal.

¿Se apartaron? (Escuchando.) No sé, pero mi gente

que lejos de su rey, alborotada

corre al encuentro del cristiano fiero

y a la muerte quizás… ¡Oh, hay que salvarla!

Rey Ramiro, ¡ay de ti!

Precipitándose hacia la tienda.

DON RAMIRO

(Dentro.) ¡Nuestro es el día! 375

ABDERRAMÁN

(Dejando caer el puñal.)

¡Válgame Alá!

DON RAMIRO

(Apareciendo a la entrada de la tienda.)

¡Santiago, cierra España! 13

ESCENA VI

DON RAMIRO Y ABDERRAMÁN, que habrá retrocedido espantado.

ABDERRAMÁN

(Ap. Su presencia me asombra y me confunde

su voz. ¡Ay! Me estremece, me acobarda.)

DON RAMIRO

Acércate, soldado. A mis valientes

repetirás cuanto su rey te habla; 380

con los oídos de la fe, cristiano,

de tu señor escucha las palabras.

Pausa y continúa.

Cansado de pelear,

luchando con la esperanza

y el temor a un tiempo mismo, 385

de la noche solitaria

quise en las tranquilas horas

dar a mis afanes calma.

Apenas en esa tienda

entré, cuando desplomada 390

la noche sobre mis ojos

con toda su sombra vana

en pronto y profundo sueño

dio alivio y solaz a mi alma.

Dormía aún en paz suave, 395

cuando en mi frente abrasada

posarse sentí una mano,

pero con tan dulce y grata

impresión, como si un soplo

de una brisa regalada 400

viniese a enjugar en ella

el sudor de la batalla.

Desperté y en mis oídos

sonó una voz más que humana,

una voz pura, argentina, 405

enérgica a un tiempo y blanda

como el vibrante sonido

de las celestiales harpas.

«Alza la guerrera frente,

decía la voz sagrada, 410

apresta el corcel brioso,

enristra la aguda lanza,

ve a lidiar… ¡tuyo es el día!

Yo daré brío a tu espada.

Aniquila al moro, al grito 415

de ¡Santiago, cierra España!». 14

Un resplandor soberano,

una luz, divina, santa,

llenó la tienda, y de hinojos

caí… por honra tan alta 420

dando gracias a los cielos

protectores de mi patria.

Pausa.

Ya lo escuchas, buen soldado

di a mi gente estas palabras

y sea este campo luego 425

tumba de la infiel canalla.

ABDERRAMÁN

(Ap.) Con respeto le he escuchado…

¡Con respeto yo! ¡La rabia

me ahoga! ¡Qué! ¿Habré venido

solo a besarle las plantas? 430

Alto.

¡Rey Ramiro, mientes, mientes!

Ni te habló ningún fantasma

ni será este campo tumba

de las huestes africanas.

Apresta el corcel brioso, 435

enristra la aguda lanza,

¡Corre a la lid…! Pero sabe

que la muerte allí te aguarda.

DON RAMIRO

¿Quién eres tú, miserable,

que así a tu rey amenazas, 440

espíritu del infierno

que escupes veneno y rabia!

ABDERRAMÁN

Soy tu enemigo mayor,

soy Abderramán.

Descubriéndose.

DON RAMIRO

Villana

acción la del que te trajo 445

a morir con mengua tanta

a mis pies… ¡Traición fue impía!

ABDERRAMÁN

No ha sido traición, te engañas;

trájome aquí irresistible

sed de tu sangre inhumana. 450

DON RAMIRO

¡Descreído! Ibas acaso…

Abderramán Iba a asesinarte.

DON RAMIRO

¡Calla,

cobarde! ¡Ocúltate luego!

Odio tu presencia, aparta;

tu voz mi coraje enciende 455

y me hieren tus miradas.

ABDERRAMÁN

¿Y tan noble es, rey, tu pecho,

tan generosa es tu alma,

que, teniéndome en tus manos,

no te vengas y me matas? 460

DON RAMIRO

Soy cristiano; si te viera

en la lucha, te matara;

pero aquí… tu sangre, moro,

¡fuera en mi nombre una mancha!

ABDERRAMÁN

¡Una mancha!

DON RAMIRO

Sí, es villano 465

el que con las dobles armas

del valor y del poder,

como hiena hambrienta y brava,

sobre indefenso contrario

seguro de herir se lanza. 470

Y un villano no merece

la tierra pisar de España.

ABDERRAMÁN

Aunque el puñal que ha un momento

rasgar debió tus entrañas

al suelo cayó y me asustan, 475

no sé por qué, tus miradas,

aún va un acero conmigo

y aquí los dos cara a cara

sin traición y sin bajeza,

a solas con nuestra saña, 480

pelear podemos fieros

hasta que no de ambos caiga.

Empuña la gumía. 15

DON RAMIRO

Sea pues. ¿Cuándo ha temido

a ninguno de tu raza

Don Ramiro? ¿Cuándo…?

ABDERRAMÁN

¿Y cuándo 485

tembló Abderramán?

Dentro. ¡Al arma!

DON RAMIRO

¡Cielos!

ABDERRAMÁN

Espera; mi gente

hacia tus tiendas avanza…

¡Terrible será la lid,

pero habrá gloria!

DON RAMIRO

Sí, marcha; 490

ponte a su frente y lidiemos

(Empieza a amanecer.)

entrambos por nuestra causa

como buenos caballeros,

y si te encuentro o me hallas

tú en el sangriento combate, 16 495

que una de las dos almas

vuele al cielo u al infierno

de la horrible muerte en alas.

ABDERRAMÁN

Mas tus soldados…

DON RAMIRO

Entiendo;

sígueme, ya empieza el alba 500

a brillar, pero aun su lumbre

se pierde en la sombra avara;

no hay riesgo, vamos muy pronto

seguro estarás… ¿qué aguardas?

Cobarde traición recelas… 505

ABDERRAMÁN

No; tus acciones bizarras

me avergüenzan. ¡Vamos! ¡Oh!

¡Pisando estás mi arrogancia!

¡No, no más mengua, cristiano!

¡Vamos… sí! De la batalla 510

solo la sangre podrá

lavar de mi honor la mancha!

Salen.

ESCENA VII

ORDOÑO

ORDOÑO

Pero, ¿dónde está el rey? ¡Oh! Teme acaso

el fallo irrevocable de la suerte?

Para la salvación fáltale un paso, 515

falta un paso no más para la muerte.

¿Hay más que andarle con resuelto brío

y triunfar o morir sobre la arena?

¿No tiene por escudo el pecho mío?

¿Qué teme, pues? La turba sarracena 520

ante la luz de sus ardientes ojos,

ahogando su altivez y alma serena,

la erguida sien inclinará de hinojos,

y, como ante la faz de su destino,

temblará de pavor, de asombro llena, 525

cual hoja que estremece el torbellino.

¿Si a favor de la sombra habrá dejado

con loca valentía

la tienda en que dormía,

y al campo del infiel se habrá lanzado? 530

¡Oh! ¡En la tienda no está! ¡Válgame el cielo!

Mirando.

¿Tendremos que llorar tras la derrota

la deshonra? ¡Oh, señor! El desconsuelo

Alzando al cielo las manos.

mira una vez de tus dolientes hijos;

un porvenir les muestra de ventura 535

en medio de pesares tan prolijos,

y extingue, en tu bondad, tanta amargura.

ESCENA VIII

ORDOÑO Y DON RAMIRO

ORDOÑO

¡El rey!

DON RAMIRO

Ordoño, vamos;

el moro quiere con su sangre el suelo

tinto 17 dejar. ¡A nuestras manos muera! 540

No hay esperanza para él; el cielo

me ha anunciado su fin; hoy nuestra gloria

va sublime a espantar su vista fiera

con resplandor eterno de victoria.

ORDOÑO

Decís que el cielo…

DON RAMIRO

Una visión divina 545

palabras de ventura en mis oídos

posó con voz suave y peregrina.

Pronto nuestros contrarios abatidos

Suena un clarín.

besarán nuestros pies, que ya nos llama

el clarín, ya nos llama la pelea, 550

y, para que su gloria eterna sea,

lauros eternos nos dará la fama.

Quiero hablar a mis bravos; a su frente

el moro me verá de espanto helado.

ORDOÑO

Id, señor, id; hablad a vuestra gente, 555

inflamad su entusiasmo amortiguado;

que os vea vuestro ejército valiente

y un Pelayo 18 será cada soldado.

Sale el rey. Mirando por donde sale el rey.

El cielo, ¡oh, rey! que al justo no abandona,

hoy te ofrece en la lid otra corona. 560

ESCENA IX 19

ORDOÑO, solo.

Habrá amanecido.

ORDOÑO

Alba que naces a alumbrar serena

la imagen torva de la horrenda muerte,

tú verás a la turba sarracena

maldecir loca su trocada suerte.

Tú la verás caer sobre la arena 565

del acero cristiano al golpe fuerte;

y el campo que ora abarcas anchuroso

lago será sangriento y espantoso.

Brilla, sí; brilla, deseada aurora;

a tu rayo el infiel tiembla y se aterra; 570

valles y montes ásperos colora

mientras en derredor brama la guerra.

¡Si oyes su carro resbalando agora

por la extensión de la española tierra,

no circundes tu faz con denso velo! 575

¡Que nuestras glorias ilumine el cielo!

Salga el radiante sol para alumbrallas;

y, si nubes espesas le guarnecen,

de su lumbre inmortal enormes vallas,

y a su paso tenaces se le ofrecen, 580

robe a Dios nueva luz hasta incendiallas,

que para iluminar como merecen

los hechos mil de nuestro arrojo fiero,

del sol es poco el resplandor entero.

¡Oh, que esta lucha la postrera sea! 585

¡Que ella asegure, oh, patria, tu sosiego!

¡Que avergonzado el bárbaro te vea,

y alce a tus plantas temeroso ruego!

Ruido de armas dentro.

Pero ya escucho el son de la pelea.

¡Oh, voy allá! Mi corazón es fuego. 590

Siento mi alma de entusiasmo henchida.

Gloria, ¡oh mi España, a ti…! ¡Tuya es mi vida!

Vase.

ESCENA X

DON RAMIRO Y ABDERRAMÁN. Dentro.

DON RAMIRO

¡Moro, defiéndete! ¡Llegó el momento

que anhelaba feroz tu negro encono!

ABDERRAMÁN

Rayo es tu espada que divide el viento; 595

a cada golpe de tu brazo, siento

saltar mi sangre y vacilar mi trono.

DON RAMIRO

La justicia de Dios viene conmigo

y a castigarte, infiel. ¡Va por mi mano!

¡Tiembla! (Saliendo.)

ABDERRAMÁN

Nunca la faz de un enemigo 600

inspiró a Abderramán temor villano.

DON RAMIRO

¿Nunca?

ABDERRAMÁN

¡Jamás!

DON RAMIRO

¡Yo tu soberbia ciega

furioso abatiré! ¡Tu muerte llega!

¡Sobre ti ruge la celeste saña!

¡Oye, infeliz…!

Dentro.

¡Santiago, cierra España! 605

ABDERRAMÁN

(Aparte.) ¡Ay! ¡Esa voz me hiere!

DON RAMIRO

¡Enemigo de Dios!

Riñen.

ABDERRAMÁN

¡Ah!

DON RAMIRO

¡Muere, muere!

Cáesele la gumía a Abderramán.

ABDERRAMÁN

Sí, ¡mátame! De mi sangrienta mano

roto en pedazos mil saltó el acero.

DON RAMIRO

Para hollar tu desgracia, soy cristiano; 610

para herirte, traidor, soy caballero.

ABDERRAMÁN

¡Oh! ¡Más vergüenza sobre mí! La ira

hierve en mi corazón, arde en mis ojos.

¡Hoy todo, todo contra mí conspira!

¿Todo?

Deteniéndose.

No, que apagando mis enojos 615

suena una voz de inesperada gloria

y la lanzan los míos… ¡Oh!

Dentro. ¡Victoria!

DON RAMIRO

¡Cielos…! ¡No, no! ¡Yo oí vuestro divino

acento, y en mi pecho la esperanza

brotar hicisteis de mejor destino! 620

ABDERRAMÁN

Y te engañaste. ¡Oh, rey, los cielos poco

de sus altos favores se te alcanza!

DON RAMIRO

No, que aún no el fin de mi esperanza toco,

aún escritas están en mi memoria

las palabras aquellas de consuelo 625

que oyó mi corazón, y que habló el cielo.

ABDERRAMÁN

¿No conoces aún que todo ha sido

una falsa ilusión?

DON RAMIRO

¡No; de mi gloria

yo el himno eterno oí!

ORDOÑO

Dentro. ¡A ellos, victoria!

DON RAMIRO

¡Oh, gracias, gracias!

ABDERRAMÁN

¡Esa voz te engaña! 630

DON RAMIRO

Conduciendo a Abderramán hacia los bastidores.

¡Desdichado! ¿Los ves? ¡Se salvó España!

ABDERRAMÁN

Con abatimiento. ¡Todo se perdió ya!

DON RAMIRO

Moro, aún te queda

la vida.

ABDERRAMÁN

¿Qué me importa, si he perdido

el honor?

DON RAMIRO

¡Sálvate!

ABDERRAMÁN

No, que me mate

tu gente. ¡Aquí la espero!

DON RAMIRO

Del vencido 635

la sangre, el lustre del acero empaña

del soldado que abriga alma valiente.

ABDERRAMÁN

¡No hay un solo cobarde entre tu gente!

Con desesperación.

DON RAMIRO

Vete; no hay asesinos en España.

ABDERRAMÁN

¡Infeliz!

DON RAMIRO

Mi caballo allí te espera; 640

únate a los dispersos su carrera;

vuela, en escape rápido y violento;

burla con él la rapidez del viento.

ABDERRAMÁN

¿Abátesme otra vez?

DON RAMIRO

Si eso quisiera,

prisionero conmigo te llevara. 645

ABDERRAMÁN

Tu prisionero no… tu esclavo fuera.

(Enternecido.)

Y de tenerte por señor me holgara.

Partir es fuerza ya, noble enemigo,

rey generoso.

DON RAMIRO

¡Adiós!

ABDERRAMÁN

Penas sin cuento

llevo en el corazón. Parto al momento. 650

La bendición de Alá quede contigo.

Vase.

ESCENA ÚLTIMA

DON RAMIRO. ORDOÑO, entrando con espada en mano.

ORDOÑO

Vencimos; con la luz de las estrellas

Echándose a los pies del rey.

todo ese campo el bárbaro cubría;

ora en él marca temerosas huellas

y en su frente el horror alumbra el día. 655

¡Que escarmiente el infiel! Las cien doncellas

que de parias en nombre nos pedía,

hijas de España son, y su decoro

no irán a hundir en el harén del moro.

Cuando intente feroz el mahometano 660

del polvo alzarse, en donde yace hundido,

a su antiguo valor llamará en vano;

su valor quedó aquí, muerto y vencido.

Sepulcro diole cristiana mano,

nuestro orgullo sobre él descuella erguido. 665

¡Gloria al rey mi señor, a España gloria!

DON RAMIRO

¡Gracias al cielo dad por la victoria!

Levantándolo.

Gracias, sí, por el cielo peleamos,

el lidiar nos miró, por él vencimos;

sobre el infiel su cólera arrojamos, 670

y al punto yerto a nuestros pies le vimos.

El laurel que en la brega le arrancamos,

vida dará inmortal a lo que hicimos,

y al contemplar los siglos su grandeza,

doblarán ante España la cabeza. 675

Notas

* Este artículo ha contado con el patrocinio de la UR y de la CAR como medida del V Plan Riojano de I+D+I.

1 Ossorio y Bernard, 1903, p. 487.

2 Ver Díez Taboada, 1998, p. 68.

3 Ver más detalles en Linares, 2006.

4 v. 48 huesa: ‘sepultura’.

5 vv. 97-100 De Alfonso la cuchilla…: en este parlamento se pone de manifiesto la rivalidad existente entre Alfonso II el Casto y su tío Mauregato, quien se hizo ilegítimamente con el poder y al que se le atribuye el oprobioso tributo de las cien doncellas. Ver más detalles en Sánchez-Albornoz, 1974, pp. 215-216.

6 v. 115 agarenas: ‘mahometanas’.

7 vv. 183-184 cien hijas de Jesús: alude aquí a las cien doncellas que acordó entregar Mauregato como tributo anual al emir Abderramán I como pago a la ayuda recibida para alcanzar el trono. Ver Sánchez-Albornoz, 1974, pp. 215-216.

8 v. 195 media luna: referencia al símbolo del Islam, por tanto, a la insignia que representa a Alá frente a la cruz cristiana.

9 v. 229 En el impreso se omite «he». Necesario para el sentido del verso. Enmiendo la errata.

10 v. 294 acot. Suena un clarín: las escenas de carácter belicoso suelen ir acompañadas de acotaciones donde aparecen indicaciones sobre efectos acústicos que imitarían la música propia de la guerra, y que, a su vez, serviría para ayudar al espectador a recrear ese ambiente, identificando muchas veces la música con el comienzo de un enfrentamiento. Para las funcionalidades de la música en el teatro, ver Ruano de la Haza, 2000, pp. 113-128.

11 v. 306 Al arma: expresión que significa «tocar a prevenirse los soldados y acudir a algún puesto» (Aut).

12 vv. 324-326 Numancia, Sagunto: apunta aquí a ambas localidades como símbolos de la resistencia hispana, frente al asedio romano bajo las órdenes de Escipión, la ciudad celtíbera, y frente a Aníbal, la ciudad ibero-edetana.

13 v. 376 Santiago, cierra España: la invocación al apóstol Santiago, que completa era «Santiago y cierra España» significaba un grito de guerra que los ejércitos cristianos empleaban en la Reconquista en sus enfrentamientos con los musulmanes. Esta significación militar (miles Christi) de la figura del apóstol aparece por primera vez documentada en el relato del cerco de Coimbra por Fernando I (1064), contenida en la Historia (o Crónica) Silense (c. 1120). Ver Palacios Martín, 1988, pp. 174-175.

14 vv. 409-416 Alza la guerrera frente…: introduce aquí el rey don Ramiro el famoso episodio de la aparición del apóstol Santiago el Mayor, que daría pie a su otro nombre, Santiago Matamoros, adalid de las huestes cristianas a las que conduce hacia la victoria.

15 v. 482 acot. gumía: «arma blanca, como una daga un poco encorvada, que usan los moros» (DRAE).

16 vv. 494-495 sangriento combate…: los duelos en combate tenían sus propias reglas dentro del código de conducta de los caballeros, y alcanzaban por igual a ambos bandos. Apenas sufrió variación hasta el siglo XVIII. Ver más detalles en Chauchadis, 1987, pp. 88-92.

17 v. 540 tinto: ‘teñido’.

18 v. 558 Pelayo: la transposición de la figura del primer rey asturiano como héroe histórico-legendario es usada aquí como símbolo del arrojo y valentía que los cristianos han de tener frente a los sarracenos.

19 v. 560 acot. En el impreso, por error «Escena X». Enmiendo la errata.

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