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Confinadas conventuales en el Siglo de Oro. Melancólicas y beatíficas
Conventual Confined in Golden Age. Melancholic and Beatific

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 9, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Ignacio Arellano

Universidad de Navarra, GRISO, España

Recibido: 09/09/2020

Aceptado: 02/10/2020

Resumen: Este trabajo analiza, desde la perspectiva de la melancolía, algunos fenómenos que corresponden a confinamientos conventuales en algunos casos relevantes de monjas o mujeres devotas o beatas en la ciudad de Puebla de los Ángeles (México).

Palabras clave: Confinamiento femenino, conventos, prácticas religiosas, Siglo de Oro.

Abstract: This paper analyzes, from the perspective of melancholy, some phenomena that correspond to confinements in female convents, and some relevant cases of devout women or mystical nuns in the city of Puebla de los Ángeles (Mexico).

Keywords: Female confinement, Convents, Religious practices, Golden Age.

Hay muchas clases de confinamientos: obligados y voluntarios, castigos o retiros, del cuerpo y/o del espíritu y la mente, sanitarios, carcelarios, religiosos, filosóficos… y cada uno de ellos conoce categorías y niveles diversos. Una modalidad que me interesa observar en esta ocasión, desde el punto de vista de la atmósfera general de sosiego o perturbación que caracteriza respectivamente a dos de esas categorías, es la de cierto tipo de confinamiento conventual femenino en el Siglo de Oro.

Hay mucha bibliografía reciente, impulsada en parte por las aproximaciones feministas, a la vida conventual aurisecular. En sus excelentes ediciones de biografías de beatas de la ciudad novohispana de Puebla de los Ángeles, Robin Rice 1 ha examinado muchos componentes y comenta muchos estudios que nos permiten comprender mejor el fenómeno del que solo voy a comentar un aspecto parcial. Debe tenerse en cuenta además que las fuentes que describen estas vidas y atmósferas conventuales no coinciden con los hechos empíricos, sino que construyen modelos ideales, a menudo mitificados y sometidos a la imaginación y a los objetivos de los narradores, generalmente confesores de las monjas o beatas protagonistas 2 , como ha señalado Robin Rice con mucha sindéresis a propósito de la imagen que el padre Ramos construye de Catarina de San Juan (ver infra).

En cuanto a las valoraciones de algunas de esas vidas confinadas y los rasgos que las caracterizan, pueden tomarse como significativas dos posturas representadas, por ejemplo, en las glosas de Manuel Ramos Medina y Fernando Cervantes, aducidas por la misma Robin Rice. El primero, en su artículo «Isabel de la Encarnación, monja posesa del siglo XVII», escribe:

Isabel de la Encarnación vivió una forma de posesión diabólica similar a la de otras monjas europeas, tales como Juana de los Ángeles (1632-1640), en Loudun, las hermanas de Louviers (1640-1647), en Francia, y sor Benedetta Carlini (1630- 1650), en la Toscana 3 .

Esta perspectiva supone que el caso de Isabel de la Encarnación, del que hablaré enseguida, pertenecería al rango de las patologías, relacionadas sin duda con las dimensiones del confinamiento físico y mental.

Por su lado, Fernando Cervantes piensa que las vidas, o más bien los relatos de las vidas de algunas de estas monjas y beatas confinadas, revelan elementos que pueden considerarse paradigmáticos de la espiritualidad de la época, de manera que las apariciones y los tormentos de los demonios representaban una clara señal de la misericordia divina. Las personas especialmente devotas, como las citadas féminas, serían, para Fernando Cervantes, como los antiguos héroes de las épicas y cantares de gestas:

[…] lo extraordinario de estas obsesiones diabólicas es que no se hayan convertido en una fuente de ansiedad, sino que, antes bien, hayan representado síntomas de progreso espiritual […] entre más vivas y persistentes fueran las representaciones del demonio, más dignas de admiración y de respeto eran las víctimas 4 .

Creo que la percepción de Ramos Medina es más certera, y que las obsesiones diabólicas, entre otras, si no se convertían en fuente de ansiedad es porque eran las mismas ansiedades las que producían las visiones y otros fenómenos que no dejaron de preocupar a las autoridades religiosas más ortodoxas, y que sin duda admiten una consideración desde la clave interpretativa de la melancolía, verdadero mal de la época.

Debieron de existir, en este sentido, dos modalidades de conventos, o mejor, dos ambientes de vida conventual, que podían mutar en momentos distintos: los de ambiente beatífico, sosegado y plácido, y los dominados en alguna etapa por la «melancolía», con presencia de individualidades morbosas y superioras incompetentes, que fácilmente podrían contaminarse del clima de obsesiones, apariciones diabólicas, fenómenos extraños y todo tipo de trastornos.

Santa Teresa, que fue calificada de «inquieta y andariega» por el nuncio Felipe Sesga 5 , quien subrayaba la afición de la monja a andar fuera de la clausura («Fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de clausura…»), era consciente de que en ciertos ámbitos conventuales los fenómenos de melancolía 6 podían ser peligrosos. Hacia el último tercio del siglo XVI, tituló el capítulo séptimo de su Libro de las Fundaciones: «De cómo se han de haber con las que tienen melancolía», donde escribe: «Me temo que el demonio, enmascarado detrás de este humor, quiera ganar muchas almas; porque ahora esta melancólica actitud ocurre más frecuentemente que nunca y todas las manifestaciones como la voluntad personal y la libertad son llamadas melancolía», y encomienda mucho a las preladas estos casos de histéricas:

[…] como la pobrecita en sí misma no tiene quien la valga para defenderse de las cosas que la pone el demonio, es menester que la prelada ande con grandísimo aviso para su gobierno, no solo exterior, sino interior; que la razón que en la enferma está obscurecida, es menester esté más clara en la prelada, para que no comience el demonio a sujetar aquel alma, tomando por medio este mal 7 .

Sin embargo, en el marco de las ideas del tiempo, recomienda finalmente reforzar la reclusión, sin percatarse de que quizá buena parte de los desarreglos tuvieran que ver precisamente con el encierro, aunque le asalta alguna sospecha, ya que prefiere llevar las cosas con suavidad y dar a las conventuales algo que hacer para que no surja del ocio la acidia:

Torno a decir, como quien ha visto y tratado muchas personas de este mal, que no hay otro remedio para él, si no es sujetarlas por todas las vías y maneras que pudieren. Si no bastaren palabras, sean castigos; si no bastaren pequeños, sean grandes; si no bastare un mes de tenerlas encarceladas, sean cuatro: que no pueden hacer mayor bien a sus almas. […]

Mas puede la priora no las mandar lo que ve han de resistir, pues no tienen en sí fuerza para hacerse fuerza; sino llevarlas por maña y amor todo lo que fuere menester, para que, si fuese posible, por amor se sujetasen, que sería muy mejor, […] Y han de advertir que el mayor remedio que tienen es ocuparlas mucho en oficios para que no tengan lugar de estar imaginando, que aquí está todo su mal… 8

Los tratadistas eclesiásticos dieron gran importancia a este problema de acidia al definir el modo de vida de las órdenes religiosas. Casiano (siglo V) se refiere al peligro que representa el «demonio meridiano» («maxime circa horam sextam»), que afecta al monje, provocándole el rechazo del lugar en que se encuentra, un hastío de la propia celda y repugnancia de los que viven con él, que le parecen ahora negligentes y torpes (Institutis coenobiorum, X, 1-2) 9 y, como hará Santa Teresa, y en general, todos los autores, advierte contra los peligros del ocio. Los escritores ascéticos suelen evocar con frecuencia estos ataques de hastío —a los que se refieren a menudo como «sequedad»— y desánimo que obstaculizan seriamente el camino de perfección.

Hay muchos casos de religiosos aquejados de tristezas profundas que llegan al extremo patológico que denominan melancolía, acompañadas de fantasías y visiones horripilantes, sin duda relacionables con ayunos excesivos, vigilias penosas, penitencias, aislamientos y otras fatigas.

Fray Juan de los Ángeles (en sus Diálogos de la conquista del reino de Dios, 1595) aclara que a menudo el verdadero agente es el demonio que actúa con gran eficacia en el territorio de la melancolía y puede provocar escrúpulos excesivos y acidias 10 . Alfonso de Santa Cruz examina en el quinto diálogo de su Dignotio et cura de affectuum melancholicorum (Opusculum de Melancholia) una serie de enfermos, entre ellos un monje de treinta y cuatro años («segundo enfermo»), muy aficionado al vino tinto y craso y a otras comidas crasas, que delira y cree haber muerto y resucitado; otro monje que cae enfermo por exceso de ayunos y penitencias («undécimo enfermo»); y otros casos de melancolías especialmente peligrosas para las muchachas vírgenes, las viudas y las monjas 11 . En efecto, en los diecisiete casos clínicos que comenta Santa Cruz, hay notable representación de enfermos de ámbito monacal, y de mujeres doncellas, viudas y religiosas. En el caso de dos hombres, dolientes por la retención del semen 12 comenta el médico que ofrecen los mismos síntomas «que muchas veces padecen las viudas y otras mujeres, como las religiosas y las vírgenes» 13 : así sucede con el «duodécimo enfermo» («cierta virgen continente y honesta […] ya madura como para tener relaciones sexuales» 14 ), o las pacientes aludidas en el decimoséptimo:

Hubo muchas mujeres atormentadas noche y día por pésimas y falsas imaginaciones, por gran tristeza y terrible temor. Otras por desesperación, de tal modo que si se las hubiera dejado solas muchas se habrían ahorcado o se habrían lanzado por la ventana. Entre estas, algunas son vírgenes ya maduras como para acoger un varón […] Otras son viudas, pero padecen retención de semen. […] Con estas expurgaciones superiores e inferiores, y con otros auxilios, muchas de estas vírgenes, viudas y monjas recobraron la salud 15 .

En el mundo de las monjas de clausura (que Santa Cruz obviamente considera población de riesgo melancólico), el encierro y la contaminación con algunas histéricas de las que habla Santa Teresa podían causar graves conflictos o experiencias vitales extraordinariamente fatigosas, atribuyendo a menudo al demonio la responsabilidad de las perturbaciones.

Varios ejemplos interesantes, en los que me voy a centrar, se documentan en Puebla de los Ángeles, ciudad que ofrece una fuerte presencia, —quizá relacionada con los proyectos atribuidos al obispo Palafox de conseguir alguna santa o beata novohispana—, de devotas famosas y en alguna ocasión sospechosas. Las recientes ediciones citadas que ha hecho Robin Rice, de las biografías de la china poblana, Catarina de San Juan, y de sor Isabel de la Encarnación, facilitan el examen de algunos aspectos del enclaustramiento melancólico.

En Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catarina de San Juan, el jesuita padre Alonso Ramos traza una peculiar biografía hagiográfica bastante fantasiosa pero no menos significativa de la supuesta princesa india, convertida por la pluma del narrador, como apunta Rice, en «una fantasma, una versión hiperbólica de conductas santas que revela una persona vacía creada en la imagen de la perfección soñada de su creador, el padre Ramos» 16 , sacerdote que fue acusado de alcoholismo y confinado él mismo durante dieciocho años. En 1698, loco furioso se escapó de su celda e intentó matar a su sustituto como rector del Colegio del Espíritu Santo de Puebla, causando heridas el nuevo rector y a sus defensores 17 .

Si nos atenemos a la imagen construida por el relato del jesuita, los confinamientos de Catarina empiezan ya en la infancia, cuando sus padres la mantienen aislada («impedida y encerrada») para evitar las asechanzas de los enemigos. A los nueve o diez años la roban, sin embargo, unos piratas, y corresponde a uno de sus capitanes, que no le permite ni ver la luz del día. Los padres de Mirra (nombre original de la «china») intentan rescatarla, pero el capitán pirata, que se ha prendado de ella, la tiene encerrada. Pasados muchos días «juzgó que podía dar alguna libertad a la niña que traía escondida por desvanes y pocilgas» 18 , hasta que se extiende la voz de que está secuestrada y la justicia la pone en depósito en casa de una señora que, celosa, la arroja al mar. Recuperada por el capitán antedicho «la tuvo mucho tiempo encerrada y como sepultada en vida, privándola de toda comunicación humana» 19 hasta que la vende al capitán poblano Miguel de Sosa y en Nueva España empieza, en 1619, su itinerario de beata piadosa.

Como es usual en estas historias, rechaza con horror el matrimonio, aunque por ciertos motivos y presiones de personas importantes acepta casarse con un esclavo llamado Domingo Suárez, a condición de mantener perpetua virginidad, lo que acaba llevando a Suárez por malos caminos. El padre Ramos recrea escenas tópicas como la siguiente:

Catarina, clamando y pidiendo luz al cielo, arrancando de lo último del pecho ardientes suspiros, toda bañada en lágrimas, dijo:

—Yo he de morir virgen y por mi virginidad padeceré mil muertes. Pues ¿cómo me he de casar y más con hombre tan corporal y rústico que solo parece mirar al conyugal uso? 20

Se casan y el pobre Domingo,

abrasado con el fuego voraz de su amor, turbada la razón con las negras humaredas de su apetito, irritado continua y poderosamente con la presencia de su esposa y ocasiones repetidas de usar del matrimonial derecho que le parecía constante, se consumía pasto vivo de su mortífera llama. Pero el Señor, que celaba a su esposa, la guardó ilesa e intacta en aquel mar de llamas infernales y tormentas diabólicas con otro mayor de divinos prodigios, custodias angélicas y celestes milagros… 21

Dejemos a Domingo deslizarse hacia su perdición mundanal y prosigamos con Catarina. En su vida devota vive retirada de las criaturas en «un aposentillo incómodo y desechado que estaba cerca de la cocina y no muy lejos de una caballeriza» 22 , pero su aislamiento es más radical: no toca nada, ni cosa ni animal ni persona que pueda suscitarle impulsos sensuales:

[…] aquella constante resolución con que huyó siempre de dar y coger la mano, no solo de hombres sino de mujeres, aunque fuesen las más puras vírgenes de que hice mención en el capítulo veintiuno y la haré en otros capítulos de esta historia. Tenía declarada enemistad con su cuerpo […] se retiraba, apartaba la vista y negaba a los hombres y a las mujeres la mano 23 .

Considera, pues, el aislamiento como remedio para combatir tentaciones y representaciones que pueblan sus visiones sin duda melancólicas y relacionadas, como es frecuente, con las pulsiones de la concupiscencia:

Por instantes se hallaba combatida de demonios, unos en forma de mancebos bizarros que, solos o acompañados de desenvueltas mujeres, la provocaban y aun martirizaban con abominables representaciones e indecibles fealdades que, con cuidadosa advertencia, omito por ser tan peligrosa esta materia que vista, leída y aun soñada suele ser nociva 24 .

No poco significativo resulta que uno de los demonios que asedian a Catarina de San Juan se le aparezca en forma de la diosa Venus:

Representábasele repetidas veces a Catarina esta mujer en lo exterior como la deidad de Chipre en forma de sirena, pero en lo interior la veía vestida de culebras, otras veces de fuego, otras, asida y aprisionada de demonios en figura de dragones y fieras, otras bailando sobre brasas, otras sobre un cuero de toro hecho una llama… 25

Su terror a los impulsos lascivos es tal que apenas soporta las visiones que se le presentan del niño Jesús desnudo, «porque la arredraba y acobardaba aquella desnudez de su divinidad humanada y que no se hallaba con fuerzas para abrazarle, viéndole tan desnudo que la causaba no menos confusión que divino horror, hasta que lo viese decentemente a los ojos humanos vestido» 26 .

Motivo inevitable es el de las torturas y dolores que causan las potencias diabólicas y constituyen un reto para la santidad: algunos demonios

se aplicaban a trabarla las quijadas, engrosar y embarrar su lengua, a volverla la boca y retorcerle el cuello, a anudar su garganta, inficionarla el olfato y sofocarla la respiración. Otros a punzarla los ojos, sienes y atormentar los gritos infernales sus oídos. Otros a torcerla los brazos, a aprensarla el corazón, taladrarla el costado y despedazarla las entrañas. Otros a obscurecerla las potencias y turbarla con humos infernales los sentidos interiores y exteriores para que no pudiese hablar, imaginar ni entender sino solo padecer y consentir en lo que ellos la proponían… 27

Estas evocaciones infernales del padre Ramos parecieron excesivas a las autoridades. Según el edicto del 24 de diciembre de 1696, quedaba prohibido el primer tomo de esta biografía

por contenerse en él revelaciones, visiones y apariciones inútiles, inverosímiles, llenas de contradicciones y comparaciones impropias, indecentes y temerarias y que saben a blasfemias, abusando del misterio altísimo e inefable de la Encarnación del Hijo de Dios y con doctrinas temerarias, peligrosas y contrarias al sentir de los doctores y práctica de la Iglesia, sin más fundamento que la vana credulidad del autor 28 .

Ciertamente que el autor no conoce muchos límites, pero esta actitud no es rara en los relatos de las vidas de estas mujeres, y sin duda responde no solo a la inventiva de los narradores sino a la imagen que conciben de las protagonistas y sus entornos, algunas de cuyas circunstancias de confinamiento y sus secuelas reflejan de modo indirecto y sin proponérselo.

El bachiller Francisco Pardo cuenta la vida de sor María de Jesús Tomellín, el Lirio de Puebla, en Vida y virtudes heroicas de la madre María de Jesús, religiosa profesa en el convento de la Limpia Concepción de la Virgen María Nuestra Señora de la Ciudad de los Ángeles (1676) 29 .

Como síntoma del destino religioso de María se interpreta el haber nacido antes de tiempo —sietemesina—, acelerando sus claridades en este mundo. Según el biógrafo, antes de aprender a hablar reza el Avemaría y el rosario, y de niña tiene episodios de levitación extática y visiones en las que contempla, por ejemplo, a un tío suyo muerto y en el Purgatorio, o cómo dan de puñaladas a una mujer que quería defender su honor de unos abusivos. Cada vez que su padre le plantea tomar estado matrimonial le entran calenturas, que la ponen a la muerte en cuatro ocasiones. En otra, su padre, enfurecido por la resistencia de su hija a contraer un matrimonio ventajoso, le ataca con la daga y María se tiene que refugiar en un armario. Consigue, por fin, con una serie de ardides y el apoyo de su madre, entrar en el convento, donde empieza a sufrir, como otras recluidas, aunque el bachiller Pardo es más moderado que el padre Ramos en sus evocaciones. Tiene migrañas, y las acostumbradas visiones y tentaciones:

Cuando la afligía un vehemente dolor de cabeza unía este tormento con el que padeció Nuestro Redemptor con las puntas de la corona de espinas que en sus sienes sagradas se penetraron; cuando el costado le afligía consentidas congojas, aplicaba esta fatiga al costado del crucifijo… 30

[…] permitió Nuestro Señor y le dio licencia al demonio para que […] atormentase sus sentidos y martirizase sus imaginaciones con vehementísimos asaltos y tentaciones abominables de incontinencia, […] formando aqueste traidor para esgrimir más rigores en esta candidez delicada, cuerpos aéreos y fantásticos que prorrumpían en insolentes ascos o execrables delitos, y como a otra Santa Catalina de Sena, se le ponían delante de los sentidos, a esta Sierva de Dios las sombras del abismo en figuras de hombres desnudos, jayanes lascivos y objetos escandalosos 31 .

…] vio esta religiosa entrar un negro de monstruoso cuerpo, horroroso semblante y desproporcionada estatura; después de este, vio que entraba en la misma sala un ferocísimo toro; últimamente, vio venir allí, lleno de rabiosos furores, escarceos crueles y rabias infernales, un inquieto y alborotado bruto, un cerril y rijoso caballo, de color atezado, de terrible improporción, de disforme corpulencia y de ardientes […] llamaradas de azufre o alquitrán fogoso. Mas, ¡oh grandeza de Dios y maravillas inefables de su infinito poder que lucen en sus siervos para engrandecer más sus glorias! […] El negro y el toro traían asido o como atado y preso al furioso caballo, el cual, al punto que puso los ojos en la madre María de Jesús, luchaba y hacía gran fuerza para soltarse y despedazarla con acometimientos, saltos y cóleras embravecidas, tanto como rabiosas; pero comprimiéndolo el etiope (que también era demonio) le dijo: «Salte luego de este lugar, fiera del abismo, no tienes que cansarte; ni has de poder, de aquí para lo que intentas moverte, que no quiere Dios que le hagas mal a esta criatura que él tanto quiere». […] le dio a entender Dios Nuestro Señor a esta su amada esposa que el toro, el negro y el palafrén terrible eran tres demonios… 32

En otra oportunidad vio venir muchos demonios en figura de inmundos jabalíes o asquerosos monstruos, que derechos caminaban y se apresuraban hacia ella, haciendo ademanes de quererla herir, pero

impedidos de superior mano y impulso se detuvieron a un trecho y con bramidos rabiosos dijeron: «No podemos llegar a maltratar a esta monja porque tiene un pedazo de la carne de aquella». Al oír estas razones le preguntó la madre María de Jesús, a su ángel de guardia (que le estaba asistiendo) qué carne era aquella en cuya atención y por cuya virtud los espíritus malos huían y el ángel le dijo: «Ese relicario que traes tiene un pedacito de carne de Santa Teresa, la cual tiene particular eficacia contra aquestos enemigos crueles» 33 .

Si a sor María de Jesús la bondad divina la protege de los asaltos de los demonios, tanto que hasta otros espíritus infernales (como el etiope y el toro) sirven de valedores contra los de su misma especie, y sus dolencias no llegan a extremos incomportables, no sucede lo mismo con la más afligida de todas, y cuya vida debemos al padre Salmerón 34 , presbítero y capellán de las carmelitas, que publica en 1675 la Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, carmelita descalza, natural de la Ciudad de los Ángeles.

La madre Isabel de la Encarnación (llamada en el mundo Isabel de Bonilla) nació en la Ciudad de los Ángeles, a 3 de noviembre de 1594. Muestra precoces inclinaciones religiosas. Desde niña practica el silencio y ayuna prolongadamente. A los ocho años, tiene visiones del Paraíso, del Purgatorio y del Infierno y a los diez ya se retira para orar, rechazando las frivolidades de la vida mundana.

Los proyectos matrimoniales de sus padres la aterrorizan y hace ayunos y sacrificios para afearse, amenazando con quemarse «con una plancha de hierro encendida y se pondría tal que ningún hombre la quisiese por esposa» 35 . Entra, por fin, de novicia a los 19 años de edad, momento a partir del cual su vida está sometida a asechanzas diabólicas y a dolencias sin fin. No sabemos qué parte de lo narrado es invención o exageración del biógrafo, pero el modelo queda claro de nuevo, tal como se evoca resumidamente en el prólogo de Salmerón:

[…] esta sierva de Dios tuvo casi diez y nueve años hasta que murió, muchas enfermedades e innumerables demonios que, con ordenación divina, la martirizaban, no solo el cuerpo sino el alma, con espantosas tentaciones, obscuridades y desamparos que hicieran desmayar y desfallecer al varón más fuerte. Fue tenida por endemoniada y embustera y tuvo confesores y personas que la desconsolaban y afligían, viviendo encerrada en su convento sin poder salir de su celda… 36

La distinción entre posesos (que tienen al demonio dentro por pecados que han cometido) y obsesos (individuos virtuosos a los que el demonio asedia, en cuyo número pone Salmerón a sor Isabel) 37 no queda clara a todos los que conocen a la monja, que muchos consideran endemoniada o hechicera («se tenía sospecha si tenía algún trato con el demonio y que sus cosas tocaban al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición y advirtiese que traía confusos y escandalizados tantos hombres doctos con sus cosas» 38 ).

Los demonios se le aparecen a cada paso. Primero en formas de animales horribles o soldados negros a caballo:

[…] uno de estos tres asistentes y verdugos tenía forma de una disforme culebra que la ceñía por la cabeza, frente y sienes con intolerables dolores. El segundo en forma de una espantosa serpiente que se le enroscaba por la cintura. […] El escuadrón de los demás demonios era en diversas formas y figuras de leones, tigres, lagartos, toros, tortugas, perros, gatos, cangrejos, cigarras y de otros animales y también en forma de soldados, unos negros, otros desnudos a caballo 39 .

Los demonios atraviesan la cualidad virtual de las visiones y realizan acciones de agresión física:

Entrábensele por los oídos y en otras partes del cuerpo causándole tan grandes dolores como si tuviera puñales atravesados y a veces la tenían embarrada sin dejarle mover pie ni mano impedíanle la respiración, ahogándola, causábanle ardores grandes en la cabeza que parecía echar fuego por los ojos y en ella interiormente sentía andar un enjambre de escarabajos. Tirábanle como con un garfio las telas de los sesos con dolores increíbles. Entrábanse particularmente innumerables demonios en la apostema que tenía unas veces en forma de hormigas, otras en forma de gusanos y otras en forma de moscas, amenazándole de que habían de impedir las curas y medicinas y lo cumplían. […] otras veces le causaban grandes temblores, apretábanle las quijadas sin dejarle hablar, ni comer, arrastrábanle por los suelos en presencia de las religiosas, jugaban con su cuerpo como si fuera una pelota, arrojándola de unas partes a otras dando golpes contra las paredes. Dejábanla muchas veces por muerta causando inquietud y alboroto en el convento. […] estando en el coro […] como fuera del extraño porque le traían la cabeza, dándole vueltas de una parte a otra, con tanta prisa como si fuera de tornillo de devanadera. […] estando en su celda […] le echaban la mano de un pecho y se lo apretaban con gran dolor. […] la cogían los demonios y le doblaban el medio cuerpo hacia atrás con grande violencia y con tanta fuerza que se admiraban las religiosas que no quedaba muerta 40 .

En algunas de las visiones se habrá percibido una innegable simbología erótica; en ocasiones, sin necesidad de apelar a Freud, la tentación resulta explícita en varias apariciones de demonios galanes que se le acercan con intento de engañarla o seducirla ofreciéndole, entre otras ventajas, la de sacarla del convento:

[Le asediaba un demonio] en figura de un hombre desnudo que con extraña porfía la combatía para que perdiese su pureza virginal haciendo y diciendo cosas torpes y abominables que le causaban mayor tormento que todos sus dolores, enfermedades y trabajos. […] otro demonio le apareció en figura de un galán vestido de verde ofreciéndole que la sacaría del convento si quería consentir en su voluntad 41 .

Al lado de estas visiones proliferan los males físicos, ataques, enfermedades de todas clases, apostemas, síncopes cardíacos, y todo tipo de males que el mismo narrador relaciona con la melancolía (cólera adusta), en todas sus formas y manifestaciones fisiológicas:

[…] el mal humor inficionaba y corrompía lo interior del cuerpo de tal manera que lanzaba podre y materias verdes del mal olor por la boca, con grandes bascas y arcadas, apostemando y llagando no solo por la boca y pecho y garganta sino las tripas y demás partes del cuerpo […]

le apretaban juntamente dolores de ijada, de urina, del pulmón, de costado, de corazón, de oídos, de estómago, de quijadas, dientes y muelas, con inflamación en el hígado y bazo padeciendo juntamente agudos dolores en las espaldas, brazos, pies y manos, sin que hubiese coyuntura que no tuviese particular verdugo y tormento pareciéndole intolerable de ordinario, en la frente, ojos y cabeza, con fríos y calenturas continuadas y unos sudores copiosísimos de tan mal humor que inficionaba con el olor los dormitorios. Vino a estar tullida y gafa y a no poderse rodear en la cama, sin poder dormir ni reposar un punto de día ni de noche, teniendo postrado el apetito, y a veces se le apretaban tan fuertemente las quijadas que no podía pasar bocado, y si comía algo (que era haciéndose gran fuerza) era para mayor tormento porque lo volvía a lanzar con muchas cóleras adustas, dejándole bien lastimada la garganta por tenerla llena de llagas 42 .

En el corazón le encendieron un fuego tan grande que se abrasaba, causándole juntamente una melancolía y tristeza extraña causada del humor melancólico, con tan grande aflicción y agonía que decía que tenía el corazón como entre dos piedras […].

Lo del cerebro fue un accidente y tormento no conocido de los hombres pero muy practicado por los demonios contra esta sierva de Dios que fue torcerle las telas interiores de la cabeza que parecía se las arrancaban con garfios de hierro encendidos de que resultaba que tenía los ojos tan caídos y el semblante tan triste, (sin ser posible otra cosa) que causaba novedad a las religiosas y les decía que no podía más, pero en lo interior estaba con grande resignación y voluntad de padecer mucho más y con la paciencia que siempre hasta que murió.

El otro accidente fue un dolor agudo en los intestinos, tan vivo y fuerte que no la dejaba sosegar un punto y fue acogida en la cama como un ovillo, y se fue encogiendo y tullendo poco a poco…no podía menear pie ni mano ni volverse en la cama ni levantarse sino con sumo trabajo y ayuda de las religiosas las cuales la traían en brazos al comulgatorio las veces que había de comulgar 43 .

Estos dolores no le parecían suficientes; en su ansia de sufrimientos, se torturaba con verdadera delectación masoquista:

[…] traía cilicios […] usaba rigurosas disciplinas […] poníase garbanzos en los pies y mordazas en la boca y algunas veces se encubría casi todo el cuerpo de ásperos cilicios, para que todos sus miembros estuviesen atormentados y hasta en los ojos se los ponía. Muchas veces se echaba en los brazos y en otras partes de su cuerpo gotas de cera ardiendo que le causaba ampollas y llagas 44 .

Las citas han sido algo extensas, pero hablan por sí solas y ahorran comentarios superfluos.

Muchos conventos de monjas beatíficas habría, sin duda, donde la vida conventual transcurriría plácida y sosegadamente, entre rezos, meditaciones, ejercicios ascéticos en las celdas y oratorios, regocijos en los jardines y galerías, y ratos en el obrador de la repostería monacal 45 . En otros, y en ciertos momentos, la melancolía atacaba a algunas de sus claustrales, a veces fuera de control, convirtiéndose la conocida acidia en una afección patológica, verosímilmente relacionada con las condiciones del confinamiento, no solo físico, sino mental. En su fuga del mundo —bien por los temores de la vida cotidiana, bien por un convencimiento ingenuo provocado por modelos culturales y religiosos— algunas 46 de estas monjas sufrirían un terror más extremo, materializado en visiones diabólicas y desarreglos fisiológicos que responden a menudo a modelos de la melancholia morbus. Los remedios habituales (entretenimiento, distracción, música, paseos al aire libre, goce de la naturaleza, diversiones variadas…) están vedados para este tipo de enfermas, que probablemente los rechazarían con escándalo si se les ofrecieran.

Y, sin embargo, parece esconderse en alguna de estas visiones una nostalgia del movimiento en libertad, del vagar por espacios más anchos que los de una celda. Como escribe Rice: «En más de 40 episodios, Catarina viaja a otras tierras o se traslada a diferentes lugares en la Puebla de los Ángeles», con gran abundancia de bilocaciones; y sugiere que estas confinadas «quizás sentían una atracción por el viaje místico que las liberara de la clausura por lo menos en su imaginación» 47 .

Así, Catarina de San Juan cree haber recorrido la India en compañía de San Francisco Javier:

Muchas veces me ha llevado el Apóstol de la India, San Francisco Javier, por todas las tierras de su apostólica predicación y echando este santo apóstol su bendición a todas aquellas gentes, veía yo que alcanzaba su bendición a mis padres y a todas las tierras de su dominio» 48 .

Otra vez comentó a un confesor que había recorrido el mundo volando, esparciendo la sangre de Cristo, lo que provocó esta respuesta:

«Eso de volar, Catarina, no es cosa muy singular porque, según dicen, también lo saben hacer las brujas». A cuales palabras respondió Catarina: «Yo soy bestia e ignorante y nunca he tratado con brujas. Tú eres docto y sabio y podrás calificar o censurar sus acciones, lo que te aseguro, es que creo en Dios y todo lo que nos enseña la santa Iglesia católica así como me lo explican mis confesores, a quienes procuro obedecer en todo y darles entera y perfecta cuenta de mi conciencia para que me enseñen el verdadero camino de la Ley de Cristo» 49 .

Presencia Catarina en sus bilocaciones sucesos en la China, España, Italia, California, Filipinas, Cuba, Caracas… Pero la china poblana no solo tenía el sospechoso remedio de los vuelos para ampliar los reducidos horizontes de su habitáculo. Disponía de un verdadero aleph, que tenía la forma de «una como claraboya, ventana o resquicio que le servía de anteojo de larga vista y la hacía presentes los objetos más remotos» 50 , a través de la cual

a manifestaba Dios repetidas veces toda la variedad del mundo, como si todo él estuviera dentro de la esfera de su vista, asistiendo a las elecciones de los pontífices, obispos, virreyes, y gobernadores y a sus gobiernos, disposiciones y muertes. Hacíase presente a las batallas y motines de todas las cuatro partes del mundo y en sus reinos y ciudades particulares. Veía los naufragios de los navegantes, las idas y venidas de las flotas, los despachos de galeones, los incendios, las disensiones, las conversiones de los infieles, los martirios y persecuciones de la Iglesia y de los justos, favoreciendo a unos y asistiendo a todos, impidiendo desgracias y sosegando inquietudes, estableciendo paces y ejerciendo el oficio de bienhechora del universo. Veía también su variedad material con tanta claridad y distinción que daba razón de los rostros y trajes de las gentes, de las varias formas y colores de los animales, daba las señas de cada tierra, de los montes, de las ciudades, de su situación con sus calles, plazas y casas, distinguiendo las antiguas de las nuevas, las pequeñas de las grandes y de lo que se estaba haciendo en cada una de ellas. Finalmente, la franqueaba Dios la noticia de los corazones, unas veces haciéndose ella presente a todas las cosas, otras sintiéndose llevar corriendo o por mejor decir volando su espíritu con las alas de la divina voluntad por todas las naciones del mundo, registrando sus tierras y habitadores, penetrando los cielos, surcando los mares, bajando al Purgatorio y al Infierno… 51

El aleph de Catarina tiene el precedente del que le fue concedido ver a Santa Teresa según cuenta en su Vida 52 : una visión muy breve en la que se le representó con toda claridad «cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en sí». Este «Aleph» divino era

como un claro diamante, muy mayor que todo el mundo, y todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de este grandeza 53

Era muy mayor que todo el mundo, porque encerraba el universo contenido de manera inefable en el mismo Dios, y además del universo todas las conductas, las almas humanas, sus resplandores y sus manchas: en efecto, en el Aleph diamantino, con gran angustia de su corazón, pudo percibir también Santa Teresa, en aquella limpieza de claridad, sus propios pecados.

Entre los infinitos objetos que desde cualquiera de estos alephs podrían verse —aunque no lo mencionen los testimonios acopiados— estarían otros alephs: así Santa Teresa podría haber visto a Catarina de San Juan viendo en su aleph cómo Santa Teresa la veía en el suyo, y ambas observar a un tal Jorge Luis Borges tenderse en un escalón de Buenos Aires para ver desde la calle Garay un convento de Ávila o una celda poblana en donde, siglos atrás, en un presente eterno reverberan los universos concentrados de los otros dos alephs, quizá mecanismos de compensación para que la imaginación —si no el cuerpo— pudiera liberarse de un confinamiento difícilmente soportable.

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Notas

1. Ver Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, ed. Robin Ann Rice; Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catarina de San Juan (Libro I), ed. Robin Ann Rice; Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catarina de San Juan (Libros II, III y IV), ed. Robin Ann Rice; también Bilinkoff, 2005 y Rice, 2013, 2016 y 2019, y en general el volumen de la revista Edad de Oro, 38, 2019, Mujer e Inquisición en las letras áureas .

2. Ver Álvarez, 2005 para las dimensiones literarias de estos relatos presentados como “históricos”.

3. Cit. por Rice, 2013, p. 28.

4. Cervantes, 1993, p. 131.

5. Ver Sánchez Adalid, 2015.

6. Ver Álvarez Vélez, 2016 para el tema de la melancolía en Santa Teresa.

7. Teresa de Jesús, Libro de las Fundaciones.

8. Teresa de Jesús, Libro de las Fundaciones.

9. Casiano dedica el libro X a la acidia o tedio, que se manifiesta en una «anxietas cordis» enemiga de la vida religiosa.

10. Comp. Juan de los Ángeles, Diálogos de la conquista del reino de Dios, p. 278: «ciégales así [el demonio] el entendimiento, y de tal manera los desatina, que muchas veces dan en la desesperación, o a lo menos viven siempre con un tedio y enfado grandísimo de la vida», y pp. 274-278, por ejemplo.

11. Ver Santa Cruz, Opusculum de melancholia, pp. 31-32, 39-40, sobre el furor uterino, y otros males femeninos, y la traducción española Sobre la melancolía, diálogo V. Hipócrates dedicó un tratado al tema De virginum morbis. Para una aproximación general a la melancolía en el Siglo de Oro, con citas y comentarios de estos textos que señalo, ver, entre otros, Atienza, 2009; Bartra, 2001; Gambin, 2008; Orobitg, 1997.

12. Los trata en el «quinto enfermo». Uno de ellos entró en la vida monacal, y en ese momento empezaron sus problemas. El otro, aunque Santa Cruz no confirma que fuera monje llevaba una vida casta y morigerada.

13. Sobre la melancolía , p. 94.

14. Sobre la melancolía , p. 106.

15. Sobre la melancolía , pp. 109-110.

16. Rice, 2016a, p. 84.

17. Rice sugiere que pudo haber otras razones para la reclusión del padre Ramos, en relación con su amistad con Palafox y los conflictos de este con los jesuitas. Ver su estudio preliminar al primer volumen de Los prodigios de la omnipotencia.

18. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 284.

19. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 288.

20. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 533.

21. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 534.

22. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 481.

23. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 466.

24. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, pp. 512-513.

25. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 509.

26. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 472.

27. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 422.

28. Cit. por Rice, 2016, p. 24.

29. Mientras redacto estas líneas, David Sánchez, de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, prepara su edición crítica. Se pueden ver algunas observaciones sobre esta Vida en Crespo García, 2018.

30. Pardo, Vida y virtudes heroicas de la madre María de Jesús, Tratado I, cap. 4.

31. Pardo, Vida y virtudes heroicas de la madre María de Jesús, Tratado I, cap. 8.

32. Pardo, Vida y virtudes heroicas de la madre María de Jesús, Tratado I, cap. X, «Primero acueducto de las piedades heroicas».

33. Pardo, Vida y virtudes heroicas de la madre María de Jesús, Tratado I, cap. X, «Primero acueducto de las piedades heroicas».

34. La de Salmerón no es la única biografía de sor Isabel, pero para mis intereses en esta oportunidad es sin duda la más productiva. Ya he señalado que estas «biografías» tiene mucho de invenciones de los autores que las llenan de materiales que poco o nada tienen que ver con los hechos empíricos. Una de las primeras «biografías» (hacia 1630) de sor Isabel fue la del padre Godínez (Michael Wadding), La vida y heroicas virtudes de la madre Isabel de la Encarnación, que nunca se publicó. Ver Rice, 2013.

35. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, p. 93.

36. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, p. 65.

37. «se debe de advertir que hay dos maneras de personas combatidas y atormentadas por el demonio: las unas se llaman posesas que tienen dentro del cuerpo al demonio por pecados graves que han cometido para cuyo remedio sólo los Exorcismos del Manual porque en virtud de ellos vemos que el demonio desampara el cuerpo del miserable paciente de que están llenas las historias. Otras personas hay llamadas obsesas, las cuales tienen asistente al demonio, fuera del cuerpo, causándoles en él y en el alma graves martirios y tormentos y éstas son almas de grande pureza y santidad como fueron el santo Job, San Antonio Abad y la venerable señora doña María Vela, y otros muchos de cuyo número fue esta venerable madre de quien vamos tratando» (Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, pp. 116-117).

38. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, p. 116.

39. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, pp. 103-104.

40. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, pp. 104-105.

41. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, pp. 103-104 y 108.

42. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, p. 100.

43. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, p. 273.

44. Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, pp. 149-150.

45. Ver Soriano Rodríguez-Moñino, 2015, para algunas observaciones sobre el clima de la vida conventual en el Siglo de Oro.

46. No todas, naturalmente. Muchas habrán vivido y viven felizmente, en paz y sosiego, pero como Santa Teresa sabía muy bien, las decisiones equivocadas podían derivar en conflictos, y el filo entre la consideración de santas o hechiceras y posesas era muy fino en el siglo XVII.

47. Rice, 2016, pp. 284 y 286.

48. Ramos, Los prodigios, vol. I, Libro I, p. 291.

49. Ramos, Los prodigios, vol. II, Libros II, III y IV, p. 525.

50. Ramos, Los prodigios, vol. II, Libros II, III y IV, p. 345.

51. Ramos, Los prodigios, vol. II, Libros II, III y IV, p. 313.

52. Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. 40, párrafos 9-10.

53. Teresa de Jesús, Libro de la Vida, p. 547.

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