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Quijotes en Yanquilandia: entre la gravedad y la burla
Quixotes in Yanquilandia: Between Seriousness and Trick

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 9, núm. 1,

Instituto de Estudios Auriseculares

Santiago López Navia

Universidad Internacional de La Rioja. ESPAÑA, España

Cátedra de Estudios Humanísticos Felipe Segovia Martínez. Universidad SEK, Santiago de Chile. CHILE, Chile

Recibido: 15/08/2020

Aceptado: 23/11/2020

Resumen: Dentro del amplio y diverso corpus de las recreaciones narrativas hispánicas del Quijote puede encontrarse una interesante sección temática en la que se abordan las aventuras de don Quijote y Sancho Panza en Estados Unidos o en otros ámbitos relacionados y, en algún caso, su encuentro con el Tío Sam, uno de sus principales símbolos identitarios. Principalmente adscritas a la categoría de las imitaciones y las continuaciones heterodoxas, son obras de valor literario irregular cuyos registros se mueven entre el tono grave, sin duda predominante, y algunas concesiones a la comicidad e incluso a un cierto desquiciamiento, como en el caso de la recreación de Nicasio Pajares.

Palabras clave: Recreaciones narrativas, Cervantes, Quijote , Estados Unidos.

Abstract: In the broad and varied corpus of the narrative Hispanic recreations of Don Quixote, we can meet an interesting thematic section which deals with the adventures of Don Quixote and Sancho Panza in U.S.A or other connected areas and, in some case, their encounter with Uncle Sam, one of the main symbols of the American identity. These literary works are principally assigned to the rank of the imitations and heterodox continuations of Don Quixote. Moreover, they have an irregular literary value and they fluctuate between a serious tone, undoubtedly prevailing, and some concessions to humorousness and even a certain unhinging, like in the recreation of Nicasio Pajares.

Keywords: Narrative recreations, Cervantes, Don Quixote , United States of America.

1. UNA BREVE INTRODUCCIÓN

No hace muchos años 1 llamé la atención por primera vez sobre la existencia de una sección de temática estadounidense suficientemente significativa dentro de las recreaciones narrativas hispánicas del Quijote. Se trata de un breve corpus aún no suficientemente estudiado, salvo en el caso del cuento «D.Q.» de Rubén Darío (1899) y en menor proporción el Don Quijote en Yanquilandia de Juan Manuel Polar (1925).

Como es propio de las recreaciones narrativas del original cervantino, se trata de un conjunto de obras de valor literario muy desigual e intencionalidad igualmente diversa y de contenido más bien grave, sin que en ellas falten algunas dosis de gracia y fantasía e incluso de burla, que se adscriben a las continuaciones heterodoxas del Quijote (Darío, Polar, Pajares —con matices— y Perezagua) y a las imitaciones (Montes y de la Encina) 2 y que sitúan a don Quijote o algún personaje de inspiración claramente quijotesca bien en los Estados Unidos o bien en algún acontecimiento o circunstancia directamente relacionados con este país y de modo singular con el personaje del tío Sam, símbolo de la nación y más concretamente del poder gubernamental.

2. EL DESASTRE DEL 98 COMO TELÓN DE FONDO: RUBÉN DARÍO Y JERÓNIMO MONTES 3

2.1. El cuento «D.Q.» de Rubén Darío se publicó por primera vez en 1899 en el Almanaque Peuser de Buenos Aires 4 y se integra, según Jáuregui 5 , en un conjunto de textos del autor que se adscriben a la clave temática del calibanismo, según la cual el personaje Calibán de La tempestad de William Shakespeare (1611) permite al autor la posibilidad de componer un «alegato desgarrado a favor de una idílica cultura hispánica fundada en valores espirituales, contra el modelo igualitario y capitalista de los Estados Unidos» 6 .

La gravedad con la que se trata en esta continuación heterodoxa al personaje que se esconde bajo las iniciales D.Q., tan misteriosas para los otros personajes como evidentes para el lector, se corresponde con la que exigen las circunstancias históricas de la Guerra de Cuba. Se trata del abanderado de una compañía del ejército español, connotado por lo tanto por un simbolismo trascendente y adornado por virtudes tan ajenas a lo burlesco como la lealtad, la valentía, la justicia, la generosidad, la nobleza, el amor a su patria y una religiosidad de corte tradicional: «Se desvive por socorrer a los enfermos […] Los otros le hacen burlas; se ríen de él […] Él no les hace caso […] Cree en Dios y es religioso […] Tiene a su bandera un culto casi supersticioso. Se asegura que pasa las noches en vela…» 7 .

Sabemos por el narrador que el misterioso D.Q. es objeto de la burla de sus compañeros, pero este es un detalle menor que no se ajusta al tratamiento que le dispensa Rubén Darío. El lector, al tanto de lo desolador del momento, está llamado a sentir, en el menor de los casos, una comprensible empatía con la actitud del personaje:

No lucharíamos más. Debíamos entregarnos como prisioneros, como vencidos. Cervera estaba en poder del yanqui. La escuadra se la había tragado el mar, la habían despedazado los cañones de Norte América. No quedaba ya nada de España en el mundo que ella descubriera 8 .

No es, por lo tanto, un momento para burlas 9 ; ni siquiera para convocar al genuino espíritu aguerrido del también genuino don Quijote. Ya no cabe resistir, así que solo tiene sentido una reacción tan digna como la que, en el momento humillante de rendir la bandera, protagoniza el abanderado que, «con su bandera amarilla y roja, dándonos una mirada de la más amarga despedida, sin que nadie se atreviese a tocarle, fuese paso a paso al abismo y se arrojó en él» 10 en un suicidio de carácter simbólico que, según Valero Juan, «nos situó ante la España mutilada del 98: el árbol que no solo había perdido sus ramas americanas, sino que también había sentido secarse sus raíces, las del espíritu nacional» 11 .

2.2. Tampoco se aviene a la burla El alma de don Quijote de Jerónimo Montes (1904), imitación de corte panfletario que, al igual que el cuentecito de Rubén Darío, está comprometida con la causa de España en Cuba y también en Filipinas. La intención del agustino Jerónimo Montes es de una extraordinaria seriedad, y dista mucho de convocar la menor dosis de humor. No cabría otra forma de contar las cosas en esta novela caracterizada por una religiosidad reaccionaria, un profundo e indisimulado racismo hacia los indígenas y los mestizos de Filipinas, una oposición sin fisuras al liberalismo y el mismo espíritu antiestadounidense que animaba a Rubén Darío.

El espíritu de don Quijote sobrevuela la causa nacionalista y se encarna en grado de excelencia en el coronel retirado César Iturralde, aferrado sin la menor reserva a los valores tradicionales de la España victoriosa en América y Europa que ahora se enfrenta a quienes son percibidos como «una piara de cerdos» 12 ajena a cualquier ideal y muy alejada de las virtudes españolas. Nada de esto se compadece con el humor o con la burla. Al describir a Iturralde con rasgos inequívocamente quijotescos —«su genio vivo y exaltado […], la rudeza de sus facciones, su cara angulosa con largo bigote y perilla recortada, su figura esbelta» 13 — o al pintarlo vestido con su viejo uniforme de coronel y dispuesto a encabezar primero la sublevación del pueblo contra los políticos patrios culpables del desastre y luego la lucha contra el invasor yanqui, Montes aspira a concitar la admiración por su valor y su dignidad y no el patetismo que, con una razonable perspectiva, desprenden su apariencia y sus acciones, pero también sus sueños, entendidos no como ideales sino en su sentido literal. Algo (o mucho) de patético hay, en efecto, cuando Iturralde sueña con atacar a la flota estadounidense con los prometedores y letales toxpiros 14 ideados por el ingeniero español Manuel Daza, capaces de hundirla y facilitar, siempre según la desaforada visión del protagonista, una posterior acción militar tan desproporcionada como la invasión de los Estados Unidos. Otra cosa es que podamos o debamos entender que la efervescencia del momento pueda justificar estos excesos.

3. LA SOMBRA DIVERSA DEL TÍO SAM: LA BURLA EN JUAN MANUEL POLAR Y LA ESCRITURA VISIONARIA DE NICASIO PAJARES

3.1. La intención lúdica de Don Quijote en Yanquilandia(1925) 15 , continuación heterodoxa del peruano Juan Manuel Polar, está muy clara desde el prólogo («Al que leyere»):

Compuse este libro […] para gente aficionada a burlas y divertimiento, para palurdos taimados y plebeyos follones, para mozos alegres y si acaso para malandrines y amigos de embustes y aventuras, todos los cuales quiero creer que hallarán solaz y esparcimiento en esta inocente y peregrina historia 16 .

Sin darse cuenta de «las curiosas muecas que hacían los renglones del zarandeado libro conteniendo la risa» 17 , el Tío Samuel, lector del libro de Cervantes, se siente retado «en son de burlas» por don Quijote. Según explica aquel a sus súbditos, este le ha sugerido en sueños que le resucite junto con su escudero. Asistido por un grupo de científicos, quema el libro para que sus cenizas sean el «primer componente de organismo humano en aquella famosa manipulación química» 18 y alguien cree percibir en las llamas el efecto de una lengua burlona. Es el momento en que intervienen los espiritistas del equipo del Tío Samuel, que logran con sus invocaciones que los mismísimos don Quijote y Sancho Panza aparezcan ante todas las personas instruidas por su resucitador, a quien don Quijote, según lo que en él es costumbre, confunde inicialmente con un encantador.

Desde el primer momento es evidente la intención burlesca del Tío Samuel, que visita a sus huéspedes con su bella hija, «la muy celebrada doña Águila Americana, joven rubia y hermosa sobre toda ponderación» 19 , inmediatamente identificada como la enamorada Dulcinea por un don Quijote arrebatado por la cólera al que hay que reducir a base de manguerazos para diversión de todos.

Los protagonistas logran escapar del chalet en el que su anfitrión los tenía confinados para poder controlar mejor las burlas que urdía, y encuentran a dos jinetes de cuyas monturas se incautan convencidos de que se trata de Rocinante y el rucio (y ello aunque son dos caballos). De esta forma se topan con unos huelguistas que se manifiestan frente a su fábrica, y don Quijote, fiel a su misión de socorrer a los desvalidos, asume sus reivindicaciones y arremete contra el dueño, a quien derriba lanza en ristre, e incluso ataca a uno de los policías a caballo que venían a asistir al empresario con tan rara suerte que ambos terminan bajo las patas de los animales mientras los huelguistas se ríen sin tasa por el enfrentamiento entre su paladín y los agentes de la ley.

Mientras tanto, el Tío Samuel descubre la fuga de sus forzosos huéspedes y reacciona con estupefacción planteándose la posibilidad «de que viniese a resultar el burlador burlado, cosa que le sacaba de sus casillas» 20 y ordena, pocas líneas después, que sean devueltos a su residencia y conducidos a la entrada del gran parque que la rodeaba con el fin de someterlos a «encuentros y aventuras que serían de grande novedad y esparcimiento». La primera peripecia será el encuentro con un caballo y un burro que el Tío Samuel había ordenado disponer en el parque y que Sancho Panza reputa sin reservas como los legítimos Rocinante y el rucio y como una evidencia de que han sido desencantados. Don Quijote se estrena en su nueva montura con una caída que contemplan el Tío Samuel y sus acompañantes, siempre ocultos entre el follaje para divertirse con las ocurrencias y dislates de los protagonistas.

La siguiente burla maquinada por los malintencionados anfitriones es el encuentro con el Caballero del Dóllar [sic], quien explica a don Quijote los propósitos que le mueven a él y a sus acompañantes: «hartos de oír hablar de cierto malhadado o malandante caballero que se dice invencible, andamos buscándolo por estos mundos y ¡pese a tal! que habremos de encontralle hasta vencelle y rendille» 21 . Don Quijote no tarda en saber que, por descontado, él es el caballero en cuestión. El enfrentamiento se produce y, pese a las fallidas previsiones de los burladores, que se las prometían muy felices, el Caballero del Dóllar es acometido y derribado por su rival, cuya clemencia imploran los acompañantes del vencido ante el riesgo de que la fiereza de don Quijote tenga un desenlace indeseado. Inmediatamente después sabemos por el narrador que el Caballero del Dóllar es el hijo del Tío Samuel, erróneamente convencido, junto con su padre, de que «entre los muchos jinetes de la comitiva atinarían sin peligro alguno a repetir una escena semejante a la del Caballero de la Blanca Luna» 22 .

Una nueva burla se presenta ante los ojos de los protagonistas con todos los ingredientes de una aventura caballeresca que se ajusta a la impenitente cosmovisión literaturizada de don Quijote, quien llega junto con Sancho Panza a las inmediaciones de una laguna en donde

vieron que había en la orilla un bajel, a modo de góndola veneciana, todo enlutado, con velas negras y caídas y con una bandera del mismo color, la cual bandera tenía en el medio un escudo bordado de oro con muchos cuarteles y lambrequines. Sentado en la proa estaba un barquero que parecía el propio Carón, según su aspecto más de fantasma que de hombre, con enlutados ropajes y en actitud tan dolorida y meditabunda como si allí estuviese esperando las almas de los difuntos para llevarlas al otro lado del Aqueronte 23 .

Como cabe suponer, el barquero está aguardando desde hace siglos la aparición del caballero para quien, según las profecías, está reservada la aventura del desencanto del reino de Quivira, cuyos «sucesos famosos» y «desaforadas pendencias» comenzarán no bien don Quijote llegue a la orilla opuesta, y cuyo principal premio será la mano de la princesa encantada. Como también cabe suponer, Sancho Panza expone sus habituales dudas y reservas sobre la pertinencia de emprender una aventura tan incierta, aunque el oráculo insiste en que el desencantamiento de Quivira solo será posible si el escudero de don Quijote cumple la parte que le toca en «la misión que los oráculos le tienen encomendada» 24 . Las desconfianzas de Sancho dicen mucho de su perspicacia cuando afirma que «me están oliendo estas músicas a engañifa y artimañas de burladores y embusteros» 25 , pero la burla que han urdido el Tío Samuel y sus adláteres está muy bien elaborada y, no bien tomada la orilla, leemos pocas líneas después que, como respuesta al sonar de la trompeta del barquero, surgen de los árboles «seis mozos pintarrajeados, vestidos con calzas encarnadas y amarillos jubones» que amenazan con maniatar al escudero y poco después desaparecen al son de la misma trompeta que los convocó para demostrar al escéptico Sancho que su participación en la aventura no admite excusas.

Ya desembarcados en el fingido reino de Quivira, los protagonistas son recibidos por la «romería de las dueñas», que urgen a don Quijote a salvar a la princesa y, ante el compromiso que este renueva declinando en todo caso su mano por razones obvias, la tristeza del comité de bienvenida se torna en alegría y danza en torno al caballero y su escudero con desigual suerte para cada uno de los dos: al primero, las dueñas le dedican reverencias y al segundo le dispensan «golpecitos en las mejillas a uno y otro lado con unos abanicos de plumas que abrían y cerraban al compás de la música» 26 y, por si fuera poco y pese a su indisimulada incomodidad, le llevan en volandas hasta llegar a la presencia del alcaide de un palacete, que certifica que, según la profecía, al día siguiente debería acometerse la aventura que conduciría al desencantamiento del reino. Es el punto en el que la ficción de los burladores se apoya en la pseudohistoricidad que sustentan «antiguos pergaminos recién hallados» 27 según los cuales sabemos que el encantador pudo ser Merlín o Fristón, si no ambos. En todo caso, el alcaide remata la profecía en términos que, en sus primeras palabras, remiten muy claramente al estilo del original:

Nada más tengo que decir […] sino que mañana, así que Febo asome por Oriente su rubicunda faz 28 , vuestra merced en este punto y hora, saldrá, si así lo dispone, en su caballo Rocinante y seguido del señor Panza, y tomando por la ruta de los Desafueros, que así se llama, se encontrará con enjambres de enemigos hasta topar con el monstruo que cuida del encantado reino Quivireño, trabando con él encarnizada batalla hasta vencelle o ser por el monstruo devorado, lo mismo que su escudero 29 .

Para mayor garantía, las monturas de los protagonistas, que habían quedado en la otra orilla, han llegado a esta otra transportados en una nube de fuego bajo la protección de un encantador que protege a don Quijote. Todo está listo, pues, para librar la batalla contra el monstruo, a la que se dirigen animados en su momento por un grupo de enmascarados que, entre saltos y gritos, los instan a no deponer su determinación y seguir avanzando, y son relevados poco más adelante por otro grupo compuesto por figurantes vestidos como divinidades del bosque (mujeres gráciles y hermosas y hombres coronados con cornamentas de macho cabrío) «al estilo de la antigüedad pagana, detalle que pareció ser muy de gusto en el plan urdido por el Tío Samuel» 30 que huyen despavoridos a tiempo de iniciarse una descarga de artillería de fogueo disparada con el ánimo de menguar el de don Quijote.

Este es el punto en el que la ficción autorial que despliega Polar, fiel al recurso a Cide Hamete Benengeli, se manifiesta con mayor originalidad describiendo las consecuencias que tiene en su labor de cronista su entusiasmo ante el arrojo de don Quijote, hasta el punto de que el narrador dice precisar el auxilio de especialistas para desentrañar el texto. La continuación de Polar, así, es la única del corpus estudiado en este trabajo en la que se pulsan expresamente los resortes de la metaficción:

Grandes encarecimientos hace Cide Hamete Benengeli al llegar a este punto de la historia de don Quijote, y se advierte que guiada su pluma por el natural entusiasmo que le inspiraba el andante caballero, trazó tan apriesa los signos arábigos […] que ha sido menester consultar calígrafos y peritos para poner en claro, si no el todo, al menos lo más sustancial y de mayor interés de esta parte de nuestro relato 31 .

La descarga a la que antes nos referíamos anunciaba el ataque de un nutrido grupo de soldados de infantería, caballería y artillería que, a su debido tiempo, y como parte de la coreografía asociada a la burla, se retiran a toque de trompeta declarando la victoria de don Quijote. No ha tenido lugar aún la batalla con el monstruo del que habla la profecía, y los protagonistas se encuentran a continuación con una hermosa pastora a cargo de su rebaño que, siempre como parte de la misma maquinación burlesca, se encarga de contarles lo contrario de lo que hemos leído. Según su narración, don Quijote y Sancho Panza han sido derrotados por esos mismos ejércitos del reino que, según ya sabemos, se han batido en retirada. Sorprende la reacción sosegada y puesta en razón del caballero, curado de espanto ante «los embustes y supercherías que inventan aviesos malandrines que no se avienen con el ajeno merecimiento» 32 . No sorprende tanto, sin embargo, según todo lo que hemos leído hasta ahora, que los protagonistas sean llevados a una apacible granja para que don Quijote «pudiese descansar y reponerse de las fatigas del día, tomándose [el Tío Samuel] entre tanto el tiempo de que había menester para preparar nuevos planes y embelecos» 33 .

El día siguiente, por fin, será el de la batalla contra el monstruo, con el cual deberá encontrarse don Quijote en la ruta de los Desafueros y exactamente a mediodía. Todo tiene sentido, porque la ruta en cuestión es la línea del ferrocarril y la hora indicada es la del paso del tren, que aparece por el camino frente a los protagonistas «como bestia monstruosa, que echaba espesa y temerosa humareda» 34 : el «fiero y alevoso vestiglo», en fin, que con el que don Quijote, sin ceder al temor, acepta enfrentarse para poner fin al encantamiento que pesa sobre el falso reino de Quivira mientras «multitud de espectadores asomaban sus cabezas entre los árboles del bosque contemplando en suspenso la nunca vista escena» 35 .

Todo vuelve a ser, por supuesto, parte de la misma coreografía burlesca, y el maquinista, advertido, es gracias a su pericia el artífice de «la simulación y apariencia de mayor interés y atractivo que jamás pudo verse» 36 . La bravura de don Quijote no cede ante una desproporción de la que, por supuesto, no es consciente en su desatino, y una y otra vez, caído y de nuevo a caballo, persiste en sus mandobles asestados a la locomotora hasta que los burladores, convenientemente caracterizados con el aparato que venimos viendo, lo declaran vencedor del vestiglo y autor del desencantamiento del reino y lo conducen ante «Su Majestad el Rey de Quivira y Yanquilandia y Señor de los Estados Unidos y sus dominios en las Américas» 37 , que no es otro que el mismísimo Tío Samuel convenientemente disfrazado, quien agradece su hazaña y despierta el recelo del avisado Sancho:

—No se ofenda la vuestra grandeza —contestó Sancho—, pero es la verdad que, salvando la pera y la peluca, cualquiera diría que nos dan gato por liebre o lo que es lo mismo, que vuesa merced es el propio Tío Samuel.

—¿Qué tío es ese? —preguntó el supuesto rey, mirando a sus cortesanos que ya empezaban a reírse.

—Pues es un Tío muy bellaco —contestó Sancho— y pícaro y encantador de los más fementidos y embusteros como que a mi amo y a mí nos han tenido embrujados 38 .

Al final el Tío Samuel y don Quijote estrechan su mano y el primero ofrece al segundo acompañarle a bordo de un lujoso vagón del mismo tren que antes era vestiglo y que ahora, con tan ilustres ocupantes, inicia su marcha «con la majestad de una fiera descomunal y soberbia» 39 .

3.2. La recreación narrativa de Nicasio Pajares Don Quijote y Tío Sam (1930) no se presta fácilmente a la clasificación. De admitir alguna, se adscribiría a la categoría de las continuaciones heterodoxas toda vez que se basa en la intemporalidad de don Quijote sin que recibamos la menor explicación sobre las causas y circunstancias de esa intemporalidad y sin que podamos apreciar un anclaje muy elaborado con la obra original. Es importante recalcar el valor que, desde el primer momento de esta recreación atípica y extraña donde las haya, no por casualidad subtitulada «novela pseudohistórica y fantástica», adquiere don Quijote como símbolo aglutinador de la pluralidad identitaria española. España parece manifestarse, también simbólicamente, como una casa solariega que amenaza ruina. Ante esta situación es urgente actuar, y don Quijote, espoleado por su madre, convoca, entre otros personajes igualmente simbólicos, a don Xaume de Tarrasa, don Farruco del Agro, don Maolillo de Triana y don Iñasi de Guernica, representantes de las sensibilidades catalana, gallega, andaluza y vasca, y los conmina a superar su inactividad, su marasmo y sus diferencias uniendo sus esfuerzos en «la reconquista del mundo que fue nuestro con el arma prócer e invencible de nuestro idioma» 40 .

Embarcados en Clavileño, un hidroavión gigante pilotado por don Farruco, llegan a un lugar que identificamos con una selva hispanoamericana en donde don Quijote conoce al Tío Sam, que también viene a la conquista pertrechado con un talego y un látigo, trasuntos del dinero y la violencia, armas «harto innobles» frente a las que esgrime el caballero. Don Quijote no puede admitir que el Tío Sam atente contra su idioma, que es también su alma, pero no puede evitar por el momento su ventaja: «la Selva se entrega hoy a Sam, por su talego y por su fusta. Mi espíritu, nuestro fuerte y bello espíritu, no ha podido calar la epidermis correosa de la fauna aborigen» 41 . Así pues, don Quijote propone lanzarse a la conquista de París, a la que no se unen sus cuatro compañeros de viaje, desvinculados de cualquier empresa caballeresca y entregados a sus intereses, e invoca a Sancho, a quien añora en su empresa, seguro de que podrá premiarle con «una perla del mar Caribe» 42 cuando el Tío Sam le restituya las ínsulas que le ha arrebatado.

Comienza entonces la segunda parte de la novela, desordenada cronológicamente y un tanto desquiciada en su planteamiento, en cuyas primeras líneas interviene un historiador español del año 2092 —nada menos— que se refiere al siglo XX como «una nueva Edad Media, ensombrecida por grandes hecatombes humanas» 43 , y la perspectiva de la narración se torna profética. Esto es posible porque el narrador de Don Quijote y Tío Sam es espiritista y cuenta con el auxilio de una médium que le permite acceder a un futuro en el que la diplomacia (doña Diplomacia), por cierto, cumple al revés su misión de preservar la cordialidad entre los seres humanos. Asistimos, pues, a las disparatadas profecías de la médium, y sabemos, por ejemplo, que en la primavera de 2002 el aviador Breogán Yáñez viajará al planeta Venus para traer a la Tierra a Afrodita II, diosa del momento. Sabemos también que a principios de 1945 se fragua una alianza entre Francia y Alemania (representados respectivamente por mademoiselle Mariana y Fritz Müller), líderes de Europa y opuestos al «nacionalismo cesarista» del signore Mandolini (probable trasunto de Mussolini).

Según este delirio profético (en esto bastante acertado, por cierto) los dirigentes del pueblo de John Bull, símbolo de Gran Bretaña, «ahondaron y ensancharon más el Canal» y «denostaron las mercancías —las que fabricaba el espíritu y las que construían las máquinas— que llevaban el marchamo “Mariana-Müller”» 44 . El Tío Sam, por su parte, está más interesado en la alianza con la Europa francoalemana que en su tradicional amistad con Gran Bretaña, que ahora se alía con «el Samuray [sic] amarillo» 45 (108), símbolo de Japón. Ambos deben afrontar los inconvenientes del «grano rojizo» que le sale a Japón en la nariz: el Mandarín (trasunto de China), aliado a su vez del oso blanco siberiano (trasunto de la Unión Soviética), sostenido sin embargo por los Estados Unidos, «el Gran Banquero del Norte», matiz en el que la profecía desbarra singularmente 46 . Un curioso galimatías, en fin, en el que el Tío Sam consigue terminar con las rivalidades bélicas, se une pacíficamente a Canadá (que aparece nombrada como la antigua Vinlandia) y se convierte en el gran árbitro internacional no solo por su preminencia económica, sino también por su superioridad técnica y cultural, acometiendo también la «higienización integral de Hispanoamérica» durante el último cuarto del siglo XX. En este momento se acuerda que toda guerra se hará por el aire y en el fondo del mar.

¿Y qué papel desempeña don Quijote en este delirio profético? Ahora Quijano (que no don Quijote) es el símbolo de España, que resiste junto con Gran Bretaña y con la ayuda de Estados Unidos la «gran avalancha roja» 47 que inunda Europa desde el Este en 1970 gracias a la alianza de Rusia y China. De ahí saltamos sin fácil explicación a 2045, momento en el que la denominada Confederación Occidental de Europa acomete las obras de «fertilización intensiva del Sahara y demás grandes zonas arenosas» 48 , y después a 2061, cuando el mundo occidental reclama a China, ahora en discordia con Rusia, que ponga remedio a su excesiva fecundidad.

Volvemos atrás en el tiempo. España, a su vez, representada por Alonso Quijano el Bueno, reprocha a Estados Unidos que se haya aprovechado de Europa y protagoniza un extraordinario florecimiento, hasta el punto de que «fue la antigua España la que en 1965 sanó con su oxígeno espiritual el deprimido continente» 49 curándolo de Norte a Sur con el alegre concurso de un grupo de artistas (una «cuadrilla terapéutica»).

La eficacia curativa de esta excursión continental se ve superada por un invento del químico Fernández: la Castañita F., arma letal cuya demoledora eficacia queda probada con la destrucción, en solo noventa segundos, de la Ciudad Universitaria de Madrid. La contundencia de esta arma es la garantía de que Quijano sea el único gobernante al que el Tío Sam no tiene más remedio que tratar de igual a igual, por más que el invento tan solo se vaya a emplear en obras de ingeniería. En todo caso España ejerce su superioridad de forma generosa y no reclama Gibraltar a Gran Bretaña, detalle que abona la alianza entre ambos países, clave de la resistencia contra el embate de Rusia y China al que nos referimos con anterioridad.

La alianza entre Estados Unidos, Gran Bretaña y España se sustancia en 2025 en El Toboso, la capital de España 50 . Desde 2010 México ya forma parte de Estados Unidos, que en 2070 incorpora a sus dominios el hemisferio sur de América («la Gran Pera del Sur»), y Quijano le permite utilizar la Castañita F. en todas sus obras en América. Triunfa, en fin, la Alianza Triangular, conformada por Sam en la industria, Bull en la política y Quijano en el espíritu. La antigua España es ahora la Federación Anarco-Matriarcal Ibérica, cuya presidencia honorífica y perpetua ejerce don Quijote, en la que solo se trabaja ocho horas por semana; el resto puede dedicarse al ocio.

Tras una breve pausa en su trance, la médium prosigue con su visión profética, según la cual Quijano propone a sus amigos concluir con la vieja misión aún incumplida: «enseñarles a leer, y sobre todo a escribir, a esos buenos indígenas del Nuevo Continente» 51 , y esto será posible porque el Tío Sam es ahora su más aventajado discípulo. Ahora cuentan también con el concurso de Sancho Panza, a quien ha mandado llamar don Quijote para que, con sus conocimientos culinarios, contribuya a la causa, porque «la planta de la cultura no arraiga robusta en los estómagos vacíos» 52 . Don Quijote y sus amigos viajarán en Clavileño y Sancho en la avioneta Sanchica, y el justo pago a su lealtad consistirá en gobierno de la ínsula de la Perla del Caribe.

4. ESTADOS UNIDOS COMO ESCENARIO QUIJOTESCO EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XX Y PRIMERAS DEL SIGLO XXI: ALEJANDRO DE LA ENCINA Y MARINA PEREZAGUA

4.1. Alonso Quijano, protagonista de La amante de don Quijote (1997), imitación de Alejandro de la Encina 53 , es un emigrante español en Estados Unidos — país al que prefiere denominar Estamos Uniendo «hasta que las gentes no saldaran sus diferencias y el Gobierno no fuera más equitativo y recto con todos los ciudadanos» 54 — que se convierte en un telepredicador de éxito y, como homenaje a su héroe don Quijote, con quien comparte el nombre, adopta el apodo de «el caballero de la alegre figura». No solo el nombre le une a su modelo: tiene cincuenta y cinco años, su mirada es evidentemente quijotesca, es delgado y luce «una perilla puntiaguda y el pelo alborotado» 55 , y su comportamiento, su misión y su discurso resultan incómodos para el poder establecido. De una forma más personal, su actitud y su fama concitan el rechazo visceral de Sancho Patricio Anza (Sancho P. Anza), fontanero de oficio y fotógrafo aficionado, mucho más molesto por la constante presencia de Alonso en los medios que por sus propios conflictos amorosos.

Cumpliendo la misión que le encomienda su jefe, Glenn Fox, la periodista Kati Bein, redactora de La Nación, se hace pasar por una ejecutiva de la multinacional cosmética Línea Perfecta con el ánimo de conocer el secreto de la energía y el aspecto juvenil del telepredicador, habitual consumidor de espirulina, un alga marina con propiedades evidentemente beneficiosas cuyo cultivo desea promover. Paralelamente Sancho P. Anza acaba conociendo personalmente a Alonso y su incómodo proyecto de construir una ciudad en el desierto cuyos habitantes sean capaces de vivir en armonía pese a su diversidad de tipos y orientaciones:

¿Por qué molesta tanto que nos instalemos unos miles de personas de distintas razas y religiones en una tierra alejada del pueblo más cercano? Hasta hace bien poco el Gobierno y los campesinos del entorno consideraban que esa tierra no era productiva. ¿Entonces, de qué se preocupan? Lo único que pretendo demostrar es que todo tipo de seres humanos pueden convivir superando los problemas, en armonía 56 .

La animadversión de Sancho P. Anza crece como consecuencia del trato personal con Alonso y su resentimiento es todo un estímulo para la traición que urde Glenn Fox, empeñado en acusar falsamente al telepredicador por un terrible atentado terrorista sufrido en una hamburguesería que ha conmocionado a la ciudad y al país con el apoyo del falso montaje fotográfico creado por Sancho P. Anza. Traición, pues, que no burla. El plan está perfectamente trenzado, así como el papel que cada uno tiene en él:

Sancho P. Anza está dispuesto a manifestar que él acude a comer a la hamburguesería habitualmente por encontrarse cerca de su trabajo y que ese día le vio en solitario, en una mesa, cuando se marchó. El dueño del local también declarará que el telepredicador frecuentaba su local […] Es en este contexto cuando cada cargo en contra del Caballero de la Alegre Figura empezaría a ser creíble por el gran publico. Sí, se trataría de un personaje que bajo la maraña de su encanto escondía un asesino latente, un inadaptado social. No en vano, no tenía los papeles de residencia en regla. No en vano, ostentaba antecedentes penales muy peculiares en los que protestaba contra todas las injusticias de la sociedad, pero en realidad lo que mostraba una y otra vez era una falta de respeto total hacia los valores establecidos 57 .

Las razones que aduce Glenn Fox para justificar el plan están fundadas en motivos graves: no se puede tolerar que alguien como Alonso Quijano concite tantísima adhesión popular faltando a los valores del país al referirse a él como Estamos Uniendo en vez de Estados Unidos, y esa actitud desajustada podría justificar que el telepredicador sea considerado un enfermo mental. Fox no pretende que Alonso sea condenado a muerte: el plan consistiría en condenarlo a cadena perpetua y, una vez en prisión, provocar lentamente su muerte con el suministro de una pequeña dosis de Thalium, un metal radiactivo que afecta progresivamente a los órganos vitales.

Por fin, Alonso es detenido en medio de una intensa campaña de desacreditación que pretende abonar a toda costa su culpabilidad y resulta liberado, paradójicamente, por un arrepentido Sancho P. Anza, quien informa al Caballero de la Alegre Figura de que, durante su estancia en prisión, la policía ha terminado con su proyecto de la creación de una ciudad armoniosa en el desierto, al que antes nos referimos, destruyendo además los cultivos de la milagrosa espirulina. Por fin pasan la frontera y recalan en México en donde, ya a salvo, sabemos que Alonso Quijano, a pesar de todo, no ha perdido su fe radical en la humanidad: «Creía simplemente que mientras estuviéramos vivos todo se podía mejorar […] Percibía claramente que la energía fundamental que sustenta el mundo es felicidad extática y amor» 58 . No cabe, pues, ninguna duda de que la gravedad que sobrevuela toda la obra preside también su momento final. Por lo demás, los ingredientes de la construcción y el significado del personaje demuestran su vigor: el idealismo del modelo impregna al telepredicador Alonso Quijano, y se hace muy clara, de nuevo, la amplitud que caracteriza al alcance de las recreaciones del Quijote en un momento histórico determinado y en unas circunstancias sociales concretas.

4.2. No se le pueden negar ciertas dosis de comicidad a Don Quijote de Manhattan. (Testamento yankee) de Marina Perezagua (2016), continuación heterodoxa en la que don Quijote, enfundado en la armadura del robot C3PO, sobradamente conocido por la saga de la Guerra de las Galaxias, reaparece en Estados Unidos gracias a «las divinas leyes de la aleatoriedad» 59 junto a Sancho Panza, caracterizado como uno de los simpáticos ewoks que, según el mismo universo fantástico de George Lucas, habitaban en la Luna de Endor. Si su reaparición en Nueva York en pleno siglo XXI (un 17 de enero de 2016, más concretamente) no anda sobrada de explicaciones, tampoco lo está la forma en la que don Quijote, imitando la resurrección de Cristo, «se da por resucitado» después de tres días de encierro en un calabozo. La misión y el discurso de don Quijote, de hecho, están determinados por la imitación de Cristo hasta el punto de que en algunos momentos resulta muy fácil rastrear la presencia del Evangelio en sus palabras y en su forma de comportarse.

Resultan en efecto graciosas las disparatadas aventuras de los protagonistas, desde la paliza que la policía propina a don Quijote hasta el consumo de las drogas de diseño, pasando por la defensa de las ballenas, las peculiaridades gastronómicas macrobióticas y la participación en una sesión de cibersexo en un planetario pornográfico, entre otras peripecias, siempre guiadas por la Biblia, que en la recreación de Perezagua desplaza a los libros de caballerías como fuente de la enajenación del protagonista. Tampoco le falta gracia al comportamiento simple y grosero de Sancho Panza, cuya forma de hablar, como la de su modelo cervantino, es incorrecta y abundante en refranes, ni al momento en el que, al final del capítulo XIV de la recreación de Perezagua, el personaje cambia su disfraz de ewok por unos pantalones anchos de pana y «uno de esos abrigos de pelo largo que pusieron de moda ciertas estrellas del rock, travestis o celebrities» 60 .

No hay, en cualquier caso, espacio alguno para la burla, y da la impresión de que los ingredientes de la comicidad pierden fuerza a medida que, de forma progresiva, se manifiestan los elementos simbólicos que consiguen desplazarlos. Reparemos, por ejemplo, en Marcela, la nueva Dulcinea, una personificación de la Torre de la Libertad «que habíase alzado en el lugar donde estuvieron aquellas dos Torres Gemelas, cuyo ataque agitara el mundo una mañana de septiembre» 61 , en evidente referencia a los atentados del 11 de septiembre de 2001, y reparemos, sobre todo, en la creación de la atmósfera apocalíptica que se consigue con la presencia del agua que anega la ciudad, en la que ocasionalmente se confunden símbolos que representan al mismo tiempo la aniquilación y el renacimiento. Es el caso del bebé que aparece sobre un neumático y que simboliza el nacimiento de Cristo con don Quijote y Sancho Panza representando respectivamente al buey y a la mula, y es el caso, sobre todo, del ángel caído que acompaña a los protagonistas hacia el final seguro que anuncian las aguas del fin del mundo hasta que sabemos, aunque no se pronuncia su nombre, que se trata del mismísimo Jesucristo, con quien se trasladan repentinamente a las calles de Jerusalén en cuyo templo, tras expulsar a los mercaderes, les entrega «el libro de los libros», que no es otro que el Quijote.

5. CONCLUSIONES

Las recreaciones del Quijote en lengua española que tratan las aventuras de don Quijote y Sancho Panza en Estados Unidos o en otros lugares y circunstancias relacionados con este país y su personaje simbólico por excelencia (el Tío Sam) definen un corpus que aún no ha concitado la suficiente atención especializada. Se trata de obras de orientación temática más bien grave, exceptuando el registro cómico de las continuaciones de Polar y Perezagua. Su valor literario es irregular y, salvo la recreación de Polar, se centran sobre todo en dos marcos sociohistóricos diferentes: el desastre del 98 (Darío y Montes) y los últimos años del siglo XX y primeros del siglo XXI (de la Encina y Perezagua). La recreación de Pajares, atípica en todo, va desde la contemporaneidad de su aparición hasta un futuro tratado con tintes proféticos. Las obras estudiadas se adscriben preferentemente a la categoría de las imitaciones (Montes y de la Encina) y las continuaciones heterodoxas en el resto de los casos, si bien hay que significar que, salvo en el caso de Polar, los autores no elaboran muy detalladamente las explicaciones que permiten entender la presencia o la reaparición de los protagonistas.

Por lo que respecta a la caracterización de los protagonistas o de los personajes que se inspiran en ellos, Polar, de la Encina (por lo que toca a don Quijote como modelo) y Perezagua optan por los principales valores que los definen en el original cervantino y Darío y Montes, aunque con desigual perspectiva, cargan las tintas en aquellos rasgos de don Quijote que adquieren una connotación identitaria en relación con el carácter español en un momento histórico muy concreto. Pajares inserta a un don Quijote cargado de simbolismo en una visión futurista de la proyección y el liderazgo de España en la historia del mundo. Sin desmerecer el resultado de Perezagua, creo que solo Polar pretende, y logra con bastante acierto, plasmar un estilo próximo al del Quijote en la actitud, la expresión y la caracterización de los protagonistas.

Polar y Perezagua sitúan a sus protagonistas como partícipes de las aventuras caballerescas propias de los modelos que los inspiran, y lo mismo cabría decir, en un sentido amplio y entendiendo su actitud idealista, del Alonso Quijano de Alejandro de la Encina. Las intenciones de Darío, Montes y Pajares no son tanto literarias como ideológicas, aunque sus orientaciones son diferentes, y se aprecia cierta propensión a la trascendencia como perspectiva (un tanto excéntrica por cierto) en Pajares y como marco simbólico de acontecimientos en Perezagua, atemperando los factores de comicidad en este último caso. Solo Polar despliega de forma recurrente las posibilidades de la metaficción con los recursos de la pseudoautoría y la pseudohistoricidad, aunque Perezagua recurre a algunos guiños metaficcionales en el tramo final de su novela.

Y unos y otros, en fin, ilustran la fuerza, el alcance y la vigencia de los protagonistas de la obra de Cervantes en épocas diferentes, con perspectivas e intenciones diferentes y, por supuesto, con resultados muy diferentes, evidenciando así una vez más la permanente condición de don Quijote y el Quijote como inspiración y como pretexto.

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Notas

1. López Navia, 2020.

2. López Navia, 1996, pp. 154-158.

3. Hace algunos años me ocupé de estas dos recreaciones (ver López Navia, 2005, pp. 77-90). En esta ocasión, sobre todo en el caso de Rubén Darío, propongo algunos matices que no había considerado hasta ahora.

4. Sigo el texto en la recopilación de José Olivio Jiménez en 1982.

5. La oposición entre Calibán y Ariel como símbolo de la dialéctica entre la cultura hispánica y la estadounidense fue empleada por Rubén Darío antes de que lo hiciera José Enrique Rodó en su ensayo Ariel (1900) (ver Jáuregui, 1998, pp. 442 y 80). Por su parte, Alessandra Ghezzani determina el conjunto de textos de Rubén Darío en torno a don Quijote (ver Ghezzani, 2012, p. 83).

6. Jáuregui, 1998, p. 443.

7. Rubén Darío, «D.Q.», pp. 62-63.

8. Rubén Darío, «D.Q.», p. 64.

9. Según Oviedo Pérez de Tudela, la acción heroica del protagonista «es a la vez trágica y lo trágico elimina lo cómico» (2006, p. 85).

10. Rubén Darío, «D.Q.», p. 64.

11. Valero Juan, 2008, p. 155. Paulina Sismisova observa que la preferencia de la muerte antes que una vida sin ideales permite establecer cierta similitud entre la muerte del personaje y la del don Quijote cervantino (ver Sismisova, 2016).

12. Montes, El alma de don Quijote, p. 206 (cito por la tercera edición, publicada en 1963). Desde que vengo analizando esta obra no he tenido constancia de ningún estudio sobre ella.

13. Montes, El alma de don Quijote, p. 16.

14. El toxpiro (tóxpiro, según recogen las crónicas del momento) fue una esperanzadora, pero fallida, máquina de potencial uso militar inventada por el ingeniero murciano Manuel Daza Gómez. Según explicaba Luis Gabaldón en su artículo «El torpedo Daza» ( Blanco y Negro, 25 de junio de 1898), «se trata simplemente de un proyectil cónico, aéreo, cargado de materias explosivas y con unas aletas» que se sometió a la consideración de los generales Marcelo Azcárraga (a la sazón Ministro de la Guerra) y Eduardo Verdes Montenegro, artillero. Los ensayos realizados no dieron los resultados esperados y el Gobierno desistió de proseguir con el proyecto.

15. Aunque manejamos la edición española, sabemos por Katalin Jancsó que la obra se publica en partes desde 1920 en el Mercurio Peruano (ver Jancsó, 2005, p. 83). Ajeno a este dato, y falsamente confiado en que la primera edición de la obra era la española, publicada en Cartagena, he venido considerando erróneamente hasta ahora a Juan Manuel Polar como un recreador español. Valga esta nota a pie de página como inexcusable fe de erratas. «Don Quijote en Yanquilandia» es el mismo título elegido por Daniel Moreno (2015, p. 79) para reproducir el texto sobre George Santayana publicado por Manuel Garrido en 2002 con el título «Don Quijote cuerdo» en la revista Teorema (vol. XXI, pp. 13-29). Muchos años antes, en 1955, Kenneth Graham, «joven erudito californiano, que vive de antiguo en España» según el diario ABC del 15 de febrero de 1956 (p. 40), publica una novela homónima escrita originalmente en inglés y traducida por Ignacio Rived en Madrid, Ediciones Ensayos. Aunque esta novela no se adscribe a las recreaciones hispánicas del Quijote, me parece oportuno dar cuenta de ella ante la coincidencia de su título con la de Polar.

16. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 8.

17. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 12.

18. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 17.

19. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 34. Ya hemos explicado recientemente que la burla a la que son sometidos don Quijote y Sancho Panza en la recreación de Polar se adscribe a la categoría de «burla pesada» (ver López Navia, 2019).

20. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 70.

21. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 85.

22. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 88.

23. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 94.

24. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 100.

25. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 101.

26. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 106.

27. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 110.

28. Está claro el guiño al capítulo I, 2 del Quijote: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…». Cito siempre por la edición de Martín de Riquer (1980).

29. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 110.

30. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 128.

31. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 131.

32. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 138.

33. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 140.

34. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 154.

35. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 155.

36. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 156.

37. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 157.

38. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 160.

39. Polar, Don Quijote en Yanquilandia, p. 164.

40. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 31.

41. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 63.

42. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 73.

43. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 77.

44. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 105.Toda una profecía del Brexit, desde luego. Es de verdad curiosa la carga profética de tipo político que se encierra en algunas recreaciones del Quijote. En la imitación ¡Don Quijancho, maestro! de José Larraz (1969), por ejemplo, podemos columbrar algunos detalles que guardan una interesante relación con la actual situación de China y Rusia (ver López Navia, 2014). Si bien se mira, algo parecido puede decirse de la imitación de Alejandro de la Encina, de la que nos ocuparemos después, en la que se describe un atentado en la capital de Estados Unidos.

45. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 108.

46. Todos estos detalles quedan expuestos, y no muy claramente, en las pp. 111-114.

47. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 125.

48. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 127.

49. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 132.

50. Madrid es ahora un smoking-room en el que «se da cita cotidianamente lo más selecto de la espiritualidad universal» (Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 169).

51. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 181.

52. Pajares, Don Quijote y Tío Sam, p. 185.

53. Hasta donde a mí se me alcanza, y al igual que la de Nicasio Pajares, la de Alejandro de la Encina no es una recreación que haya merecido mucha atención hasta ahora. Tan solo he encontrado un mero registro bibliográfico en la panorámica de María Bueno Martínez sobre la literatura vasca escrita en castellano entre 1985 y 2000 (Bueno Martínez, 2002, p. 27).

54. De la Encina, La amante de don Quijote, p. 28.

55. De la Encina, La amante de don Quijote, p. 29.

56. De la Encina, La amante de don Quijote, p. 273.

57. De la Encina, La amante de don Quijote, pp. 309-310.

58. De la Encina, La amante de don Quijote, p. 420.

59. Perezagua, Don Quijote en Manhattan, p. 13.

60. Perezagua, Don Quijote en Manhattan, p. 129.

61. Perezagua, Don Quijote en Manhattan, p. 249.

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