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Realidad y mito en torno a la cultura de la guerra en el Siglo de Oro
Reality and Mith around the Culture of War in the Golden Age

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 10, núm. 1,

Instituto de Estudios Auriseculares

David García Hernán

Universidad Carlos III de Madrid, España

Recibido: 22/12/2020

Aceptado: 21/01/2021

Resumen: El presente trabajo pretende demostrar la importancia de la cultura de la guerra en la España del Siglo de Oro y cómo se fue produciendo un desfase entre la realidad técnica del ejército y sus formas de actuación con los mensajes culturales que se iban produciendo. A través de la comparación entre la tratadística y otros géneros literarios, especialmente las llamadas relaciones de sucesos en los pliegos de cordel (fuente muy poco utilizada hasta ahora a pesar de su valor historiográfico), se puede ver cómo se produce esa falta de concordancia entre la realidad y la representación cultural, al tiempo que se utiliza esta última, consciente, pero también inconscientemente (al buscar los gustos del lector), para transmitir una justificadora imagen de las empresas bélicas de la monarquía.

Palabras clave: Guerra, ejército, monarquía, literatura, propaganda, Siglo de Oro, Austrias, botín, mesianismo, tratadística militar.

Abstract: This work tries to demonstrate the importance of the culture of war in the Spanish Golden Age. It also aims to show, through cultural messages, the existence of a gap between the technical reality of the army and its action. Through the comparison between treatise literature and other literary genres, especially the so called «cordel sheets» (source scarcely used in spite of is historiographic value), we can see this lack of concordance. The gap between reality and its cultural representation latter is used consciously, but also unconsciously, to transmit a justifying image of the warlike actions of Monarchy.

Keywords: War, Army, Monarchy, Literature, propaganda, Spanish Golden Age, Austrias, booty, messianism, military treatise literature.

La dimensión socio-cultural de la guerra

Más allá de si se está de acuerdo o no con el debatido concepto historiográfico de «Revolución Militar», muy traído y llevado en los últimos años, es obvio que en los comienzos de la modernidad hubo muy significativos cambios en este sentido1. No era entre ellos el menos el importante aumento de efectivos en los ejércitos; incluyendo el de la Monarquía Hispánica. Ahora los efectivos de las fuerzas armadas de los estados se contaban ya no por miles, sino por decenas de miles: la media del contingente español enviado a Flandes fue de unos 65.000 hombres. Además, con millones de escudos dedicados al oficio de la guerra, las estrategias de desgaste (especialmente de la base económica del enemigo) más que las de dominio, se iban imponiendo. Y se iban alterando, con estas nuevas formas de lucha, los patrones culturales y sociales tradicionales.

Es evidente que hubo un cambio de la consideración de la guerra a partir de la creciente utilización de la pólvora, en sus variados métodos de empleo, provocando en el plano cultural las conocidas diatribas contra el cruel invento (que acababa con la gloriosa imagen del héroe caballeresco medieval) de un Ariosto, de un Cervantes, o, menos conocidas, de un Quevedo2. Pero también estaban cambiando las implicaciones políticas, como el medio de vida que suponía el ejército permanente y su utilización para las empresas exteriores como válvula de escape de las tensiones internas. Y asimismo religiosas, como el nuevo papel de las armas en una Europa profundamente dividida.

En el orden interno, el ejército se llega a ver socialmente en la época de los Austrias como un medio o instrumento para salvaguardar la paz, la seguridad, ante un mundo esencialmente violento3. Así se recoge, por ejemplo, en obras del Siglo de Oro de extraordinaria divulgación, con un gran éxito editorial, como la de Juan de Zabaleta El día de fiesta por la mañana y por la tarde, donde, muy significativamente, se subraya el hecho de que los reyes tienen la obligación de buscar la paz:

A Dios se le debe [adoración] porque da el alma, la vida, el sustento, la riqueza, el trabajo, y la gloria. A los reyes porque, ya que no den eso, dan los medios para conservar la vida; porque como protectores de lo sagrado dan ministros que dirijan las almas; porque sustentan la guerra para que no se deshaga la paz y para atraerla; porque premian a los beneméritos de la guerra y de la paz y administran a todos con justicia. Por esto adoramos a Dios y por imitación suya a los reyes4.

Zabaleta incluso va más allá cuando da como un hecho natural que las cosas se consiguen por la guerra antes que por la paz:

A diligencias se rompen las dificultades; a fatigas se hacen dichosos los deseos. Querer coger los frutos de la guerra desde la paz no es más que hacer de la paz guerra. De la sangre del pie de Venus se hicieron las rosas coloradas, y luego se coronó ella de las rosas. A costa de sangre, a costa de ansias, se adquieren las honras y los cargos […]. El que no hace nada está quieto, pero no vale nada; el que trabaja suda, por eso relumbra5.

En ese nuevo panorama de la guerra, aun a pesar de las voces universales del humanismo cristiano, como las de Moro o Erasmo, clamando sobre lo feroz y abominable que es la guerra («que los mayores criminales suelen hacerla mejor», decía este último), pululan por doquier intelectuales impregnados de esta nueva gran corriente que, no obstante, abogan por la guerra cuando las circunstancias lo requieren. En el caso hispano, un Nebrija, por ejemplo, escribe su Guerra de Granada desde su cargo de cronista real, y también su Bellum Navarrense, con un ánimo bastante justificativo de la necesidad de estos enfrentamientos, por mucho que no tuvieran estas obras el éxito que esperaba porque ya eran otros los intereses propagandísticos de la monarquía. Incluso el propio Luis Vives llegó a admitir la guerra en determinados casos. Hizo incluso una exaltación del heroísmo bélico del emperador Carlos ante las alianzas formadas contra su poder afirmando que tanto mayor será su gloria puesto que su destino es enfrentarse a tantos y tan potentes enemigos:

Se dice que gran número de enemigos se han conjurado contra Carlos. Pero ése es el destino de Carlos: no poder vencer sino enemigos en gran número, para que su victoria sea más sonada6. Son, en realidad, decretos de Dios para poder hacer ver a los hombres qué débiles son nuestras fuerzas contra su poder7.

Y, aunque de menor talla, hacen lo propio otros significativos ensayistas del Renacimiento español, como Vasco Díaz Tanco, autor de una obra cuyo título habla por sí solo: Libro intitulado Palinodia, de la nefanda y fiera nación de los turcos y de su engañoso arte y cruel modo de guerrear (1547). O el jesuita Luis de Molina, quien, a pesar de ser un adelantado de su tiempo por la consideración de que la intervención en la guerra no puede tener unos efectos más negativos que el planteamiento de la no intervención, llega a decir que:

No solo es lícito a los cristianos guerrear […], sino que puede ser ello mejor que el abstenerse en la lucha. Y podría darse el caso que sea pecado mortal no pelear8.

De cualquier forma, es obvio que en la cultura escrita de la época la guerra y el ejército son temas recurrentes y de muy significativa presencia; incluso en las obras de carácter general, como las de señalados cronistas de los sucesivos reinados Pulgar, Varela, Bernáldez, Mexía, Prudencio de Sandoval o Baltasar Porreño. Por no hablar de la tendencia y el interés de intelectuales y ensayistas por escribir sobre la política militar española y su posición en el concierto de las naciones, con los casos del también jesuita Ribadeneyra, Bernardino de Escalante, Álamos de Barrientos, Juan de Salazar o Baños de Velasco.

La tratadística militar hispana

Pero siendo importante esta presencia del tema militar en la ensayística sobre temas generales en la España de los Austrias, todavía lo es más la relativa a los tratados militares que vieron la luz en esta época, un hito importante incluso en la literatura de este tipo a nivel mundial. Fue fruto de la participación activa de sus protagonistas en los múltiples conflictos que tuvieron lugar, y también de la reflexión intelectual, teórica, sobre estas prácticas, principalmente de estos protagonistas y también de otros muchos. Parecía más cierta que nunca esa aseveración del título de un artículo de Elena Lourie referida a la España medieval pero aplicable, con estos nuevos patrones, a esta época en la que centramos nuestro estudio: «A Society Organized for War: Medieval Spain»9.

Se dio pues una cultura escrita centrada en estos temas que hoy presenta al historiador, merced a la experiencia vertidas de sus autores, infinitas vertientes y datos para el análisis de este trascendente campo de investigación (cuestión que, desde nuestro punto de vista, está todavía infrautilizada). La producción fue en este sentido impresionante10.

Así, hubo en España una gran reflexión sobre múltiples aspectos, y los ángulos de análisis variaron desde la perspectiva general político-militar de la monarquía, a los extremos más específicamente castrenses en lo que se refería, sobre todo, a las novedades técnicas; pasando, por supuesto, por las formas de organización ideal del ejército, en sus diferentes niveles. Y todo ello era el reflejo de la preocupación por estos temas (y de ampliación así de la cultura de la guerra11), del ánimo constructivo que acompañaba a este tipo de iniciativas (una especie de «literatura arbitrista militar»), y de la madurez técnica que se había alcanzado ante los cambios tan importantes de estos tiempos en este campo.

Un de las muestras más evidentes de lo que venimos diciendo es la incuestionable precocidad y extraordinaria difusión en España de la obra que pasa por ser el primer tratado sobre la guerra de los tiempos modernos, el Del Arte de la guerra del florentino Nicolás Maquiavelo, publicada ente 1519 y 1520. Un trabajo que se constituía mucho más que un simple punto de referencia y que era una auténtica reflexión técnica sobre los ejércitos por antonomasia —pese a que no incluya cambios tan espectaculares y trascendentes como el desarrollo de las fortificaciones— en el plano internacional12.

En el recorrido europeo de publicación de esta obra vemos la importancia que tiene la guerra para la Monarquía Hispánica en esta época de los Austrias. Fue en español la primera edición de la obra en lengua vernácula de Maquiavelo (de hecho, la primera de todas sus obras), en 153613. Diez años más tarde se publicará al francés, y habrá que esperar nada menos que hasta 1560 para la primera edición inglesa.

Aquella edición española era una adaptada de Diego de Salazar, publicada en forma de diálogo bajo el título Tratado de re militari 14, que contenía algunos cambios, como el hecho de poner al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, como protagonista del diálogo. Era una edición contextualizada en las exigencias de la Monarquía de Carlos V. Además, en su claridad expositiva, ponía de relieve con gran lucidez la organización, la táctica, las fortificaciones y el empleo de las armas en las campañas del Gran Capitán, a cuyas órdenes sirvió el propio Diego de Salazar. Sus esquemas y dibujos de la organización en la batalla completan una obra que es considerada muy importante en la tratadística militar hispana.

En esta obra, y en la mayoría de las que vamos a ver a continuación, estaba bien presente el espejo del mundo clásico en la concepción de la guerra. Renacimiento, pues, también en este aspecto, manteniendo, especialmente en las representaciones culturales hispanas, lo que se ha venido en llamar el «modelo occidental de la guerra»15, que tenía en la excelencia guerrera del mundo clásico un referente fundamental, no sólo en la literatura, sino también en arte y en las demás representaciones culturales.

La tratadística española sobre la guerra y el ejército bajo un prisma general de análisis es realmente profusa y excelente. Sobre la temática de las nuevas formas de hacer la guerra y a la organización del ejército, ya durante el reinado de Carlos V apareció la obra de Juan López de Palacios Rubios. Daba mucha importancia al valor y la moral (también adelantada a su tiempo: recuérdese el pensamiento de Napoleón de que la psicología del soldado en el combate frente a los medios materiales tiene un valor de 3 a 1). De carácter interpretativo sobre las relaciones de ambos conceptos en la vida del soldado, en la Historiografía actual puede ser una fuente interesante para la cultura de pensamiento sobre el fenómeno de la guerra de la época16.

En la primera mitad del reinado de Felipe II se dan también importantes muestras de estas preocupaciones. La obra de Sancho de Londoño sobre la organización teórica militar17 trata un gran número de cuestiones18 sobre la organización teórica militar, tomando como ejemplo en ocasiones al propio ejército romano. La de Jerónimo de Urrea sobre la «verdadera honra militar»19, por su parte, trata de conciliar las acciones de guerra con la conciencia y aboga por la disciplina y la honra del deber militar y no personal.

Pero la mayor parte de las obras de este tipo fueron los tratados publicados en los años 90 del siglo, a finales del reinado de Felipe II, con prolífico ritmo (asombroso para la época) y grandes despliegues administrativos. Habría que destacar entre ellas la de Francisco de Valdés sobre el Espejo y disciplina militar (primera edición de 1589). Así como la de Diego Álava y Viamont sobre El perfecto capitán (primera edición de 1590), que fue un libro bastante innovador. Por encima de la retórica habitual de la época sobre las cualidades que debe tener un capitán (y de la táctica y la organización más conveniente en las batallas), este último libro tiene el mérito de considerar a las matemáticas, muy anticipadamente para su época, como esenciales en las formas de hacer la guerra. Así, gran parte de la obra está dedicada al empleo de la artillería, donde llega a ser minuciosa y bastante técnica20.

El gran clásico en esta época de estos temas que podríamos llamar de literatura arbitrista militar es el de Marcos de Isaba, con el bien significativo título de Cuerpo enfermo de la milicia española. Denunciaba por aquella época los principales males que aquejaban a los ejércitos españoles de aquella época y la forma a su parecer de resolverlos, basada, sobre todo en la disciplina y la organización21. Pero también es importante la obra de Bernardino de Mendoza sobre la Teoría y práctica de la guerra 22, escrita con la idea de transmitir al príncipe Felipe (el futuro Felipe III) la experiencia militar acumulada hasta entonces; lo que da también buena cuenta de la extensión de la cultura de la guerra como para considerarla como fundamental en la formación de los gobernantes.

Es interesante detenernos también en un libro que fue escrito por quien fuera el consejero militar del propio Felipe II en los últimos veinte años de su reinado, y fue un trabajo de gran claridad y, al mismo tiempo, erudición, muy difundido en su época. Se trata de la obra de Bernardino de Escalante Diálogos del arte militar, que ha sido reeditada, con una edición facsímil muy cuidada, hace unos años por José Luis Casado Soto y Geoffrey Parker. En su gran extensión, claridad, y erudición, toca una gran cantidad de temas de gran valor militar, así como una serie de acontecimientos y el balance militar que se puede extraer de ellos23.

Por su parte, el clásico de Martín de Eguiluz, sobre los diferentes cargos del ejército español, que analiza con cierta profundidad24 tuvo también una importante difusión. Pero además, en el siglo xvi, todavía surgen un gran número de obras, menos difundidas en la actualidad, que tocan diversos aspectos de la organización del ejército, aunque no por ello dejan de ser importantes puntos de partida para el conocimiento histórico de las realidades institucionales e incluso, como venimos diciendo, de mentalidad social ante el fenómeno bélico. Buena muestra de ellos son la obra sobre la disciplina de Mosquera de Figueroa, el compendio de Pacheco de Narváez, o los diálogos de la vida del soldado Núñez de Alba25.

Es muy evidente, desde luego, la importancia de estos temas en el horizonte cultural del siglo xvi. Sin embargo, en lo que respecta a la siguiente centuria, hay una sensible disminución de este tipo de literatura. Algo con gran trascendencia que queremos resaltar en el presente trabajo.

Se producen también en este siglo xvii en la Monarquía Hispánica reflexiones teóricas sobre la milicia, pero no van a tener, ni de lejos, el ritmo de publicación del último decenio de la centuria anterior, primero por el periodo de tregua general y luego por el propio declive militar —relativo— de la monarquía. La idea del potencial del ejército español ha decaído bastante, como refleja González de León. En su «Doctors of the Military Discipline: Technical Expertise and the Paradigm of the Spanish Soldier in the Early Modern Period»26), y en Road to Rocroi. Class, Culture and Command in the Spanish Army of Flanders, 1567-1659 (2009) destaca ese declive y enuncia la tesis de su responsabilidad en la falta de competitividad, como se diría hoy en día, del ejército español durante la mayor parte del siglo xvii. Aunque bien es cierto que tenemos todavía la obra de Núñez de Velasco, publicada en 161427 y la de Dávila Morejón sobre la figura sargento mayor dentro del ejército, aparecida en 164828. Además, unos pocos años más tarde, en 1652, el maestre de campo Francisco de Deza va a traducir los famosos discursos militares del duque de Rohan (eran otros, particularmente los franceses, quienes habían tomado el testigo de la reflexión moderna sobre la guerra), que tendrán una buena acogida en España29. Pero, desde luego, poco comparable con el inmenso caudal de la centuria anterior.

No obstante, en cuanto a los aspectos más específicos de la tratadística sobre la artillería y la fortificación, hay que mencionar sin duda el libro de Lechuga30. El autor reúne en esta obra la experiencia que tenían sus predecesores artilleros en España, añadiendo su propia experiencia particular (mandó la artillería en Flandes, Luxemburgo y África). El resultado es una obra bastante técnica y minuciosa sobre las seis clases en que divide la artillería y que para él son las principales. Inventó además y estableció nuevas formas de diseño y manejo de cañones, cureñas, etc; tratando incluso de las armas de fuego portátiles. Esta obra fue un punto de referencia técnico para la artillería de la época. En lo que se refiere a las fortificaciones, expresó Lechuga un método sencillo para el trazado de las fortalezas y las formas de combate para la defensa de los sitios. Por último, hablaba también desde el punto de vista general sobre la condición que debe tener el hombre de guerra, y el lado político de ésta, dando indicaciones al monarca para acrecentar la eficacia militar y aconsejándole la creación de una Academia de artillería e ingenieros en la corte, para que, con su sabiduría y talento, supieran dirigir eficazmente los innumerables puntos de defensa de la Monarquía Hispánica.

Específicamente centrados en la artillería tenemos también los tratados no muy conocidos de Collado y Ufano, publicados en una época clave de consolidación de los parámetros de la guerra moderna por parte de los ejércitos españoles31. Y sobre las fortificaciones, además de estudios sobre la vida y obra de Antonelli, el ingeniero militar más famoso de su tiempo32, disponemos del libro de Enríquez de Villegas sobre la forma de fortificar una plaza33.

En fin, un panorama general, como se ve, muy rico y abundante, a pesar de su evidente disminución en el siglo xvii. Un panorama que hace incompatible con la realidad histórica la afirmación de algunos autores de que en España no hubo Revolución Militar, o que los militares de este tiempo no estuvieron pendientes de los cambios más importantes; tanto en lo que se refiere a su reflexión teórica, como en las formas de llevarlos a cabo. A juzgar por lo visto, más bien es todo lo contrario.

Pero, por encima de estas reflexiones técnicas sobre la guerra nos gustaría destacar la importancia que tiene le hecho de que apareciera, también de una forma muy anticipada a su tiempo, el tema de la justicia de la guerra en la tratadística española, particularmente en la excepcional aportación de García de Palacio y Arce. Es una obra que nos transmite la interesante idea de que, incluso dentro del ámbito castrense las ideas humanistas sobre la guerra justa y sobre la paz fueron también desarrolladas por algún tratadista militar. Escrita en forma de diálogos, la obra de este marino y científico cántabro de muy significativo título (Diálogos militares en la formación e información de personas e instrumentos y cosas necesarias para el buen uso de la guerra), tiene la importante peculiaridad de que expresa una posición ética ante la guerra, con una gran erudición humanística y con constantes ejemplos de la Antigüedad. Plantea cuestiones como que el capitán y el soldado deben saber por qué luchan (en sus propias palabras: «cuándo sea lícito el pelear y seguir la guerra, o cuándo no») y las circunstancias que se han de dar en la guerra para que sea considerada como justa. Pero todavía va más allá en el plano ético. Afirma casi revolucionariamente para la época que si a los soldados

es constase que la guerra es injusta, porque no había las circunstancias requisitas, o hubiese tales razones e indicios que bastasen para engendrar probabilísima opinión de que la guerra era contra razón y justicia, no les sería lícito el pelear aunque el príncipe se lo mandase, porque entonces los contrarios serían inocentes, y a los tales no podemos matarlos, aunque sea con autoridad de nuestros príncipes, ni en tal caso se les debe obediencia ni sujeción, porque está en contrario otro mandato de príncipe más superior que es Dios, a quien primero hemos de obedecer34.

Como es a todas luces obvio, el texto es enormemente significativo, y no sólo demuestra la reflexión sobre la guerra y la paz en una época tan belicista como los años ochenta del siglo xvi, sino que también es expresión de que estaba realmente lejos de ser monolítico —como tantas veces se ha dicho— el pensamiento con respecto al poder y la guerra en la España del siglo xvi35.

Los diálogos los protagonizan un montañés y un vasco como protagonistas, y tiene también la singularidad esta obra de ser la primera impresa en castellano que inserta un tratado de artillería, si bien no aporta ninguna novedad técnica. Aunque en esa posición ética ante la guerra demuestra una gran erudición humanística y la idoneidad de constantes ejemplos de la Antigüedad.

La guerra y las relaciones de sucesos

Como hemos visto, hay un claro descenso, en cantidad y en calidad, en la tratadística hispana en el siglo xvii con respecto al xvi, y, sin embargo, esto no se corresponde con el interés cultural que despiertan la guerra y el ejército. Sin ir más lejos, es bien evidente el número exagerado de las comedias de Lope sobre Flandes: más de 35. En nuestra opinión, ello tiene que ver con el retraso en el plano cultural de las realidades que se están dando en el plano técnico del ejército, donde ha cundido ya una especie de desesperanza hacia lo que podía aportar la fuera armada del rey en el plano social y en el individual. La triste historia de los pretendientes en la corte y su imposibilidad de ver recompensados sus méritos en los duros campos de guerra por las influencias cortesanas; y, por encima de todos ellos, el muy significativo e injusto caso de Sancho Dávila, nos hablan de una frustración que se reflejará en una disfunción entre la realidad social y la representación cultural. Si desde el punto de vista social general la literatura expone realidades en cuanto a la estructura social que son (o por o menos deberían serlo) anacrónicas (por ejemplo, la persistencia del valor de la sangre frente al mérito en la consideración de la nobleza), en el de la esfera militar pasa otro tanto a una escala más reducida: las actitudes y comportamientos que reflejan los distintos géneros literarios ante la guerra y el ejército son más propias del Medievo que de los tiempos modernos.

La consideración hacia la guerra como esfuerzo heroico persiste en la literatura, incluso transmitiendo formas de organizarse y combatir que ya no se corresponden bien con la realidad. En las relaciones de sucesos relativos a los acontecimientos bélicos insertos en los llamados pliegos de cordel, literatura tan ilustrativa, por lo difundida, como demasiado poco utilizada por los historiadores, se pueden ver imágenes totalmente medievalizantes y anacrónicas sin ningún tipo de pudor, como determinadas figuras que representan caballeros en la batalla36.

Por otra parte, a la altura de 1636, una vez pasado el tiempo de la última gran victoria de las armas españolas (Nördlingen, 1634) y hasta la restitución de Buda (1686), los acontecimientos que se narran en dichos pliegos no superan muchas veces en la realidad histórica algo más allá del relato de una escaramuza, aunque se sigue con la inercia victoriosa de siglos para seguir transmitiendo una determinada imagen cultural37. Y así, se sigue manteniendo una cierta exaltación sobre la guerra en las representaciones culturales, por encima incluso del valor del cultivo de las letras. Así lo expresaba ya a finales del siglo xvi Juan Bautista de Vivar, quien, escribió, entre otras obras, estas Octavas a la vida militar, donde «demuestra» taxativa y muy explícitamente la superioridad del ejercicio de las armas al de las letras:



¿Dónde se ve mejor que en un soldado
sagaz, valiente, diestro y esforzado?
No enterrando tinta ni escrituras,
no secretos, ni puntos de letrados,
que son las armas de mayor altura
y de mayores prendas los soldados38.

Fuente:

De acuerdo con esa consideración persistente de la guerra, su exaltación se puede ver en la literatura en las múltiples exposiciones detalladas y extensas de los hechos relevantes de los soldados españoles, especialmente de los mandos, y, particularmente en las relaciones de sucesos. En realidad, prácticamente todas ellas están llenas de nombres propios de los mandos españoles que participaron señaladamente en las operaciones militares. La difusión y extensión de los llamados pliegos de cordel es una muestra más de cómo los asuntos militares interesaban a la sociedad española39.

Se trata de un género popular hecho en verso y de origen tanto escrito como oral.Se llamaba así por los cuadernillos impresos sin encuadernar y exhibidos para su venta en tendederos de cuerdas, y no solo narraban temas populares elementales como los relativos a la guerra, sino también sucesos cotidianos, legendarios o religiosos. Los pliegos de cordel, era bastante semejantes a los romances y a las coplas de ciegos, y muchas veces contenían diversos grabados.

Los pliegos de cordel y las relaciones de sucesos sirvieron para galvanizar los ánimos en el melancólico siglo xvii. Las malas noticias iban más bien en cartas privadas e informes reservados. Tras 1640 este medio popular de difundir noticias venturosas se va apagando lentamente, reviviendo con el levantamiento del sitio de Buda, como se ha mencionado, a fines del siglo (donde muere duque de Béjar).

Pero antes de aquel año, los tonos eran de los más glorioso. Por ejemplo, en una relación de sucesos sobre la toma de Brem por el marqués de Leganés, publicada en Barcelona, en castellano, en 1638, se dice:

En esta ocasión se portó como muy valiente soldado don Francisco de Ulloa, sargento mayor del tercio de don Antonio Sotelo, que como era tan grande el terreno que habían de ocupar se le encargó un puesto con alguna infantería, del cual hizo mucho daño al enemigo siguiéndole con mosquetería la Ribera del Po abajo hasta que llegó a unos pantanos que le impidieron el pasar adelante. Y también el sargento mayor Juan Romero anduvo muy valerosamente, y asimismo el caballero F. Bandinel Palabicino, sargento mayor del conde Boloñín, que prendió por su persona un capitán de infantería del enemigo, y Tobías Palabicino, Sargento mayor del tercio de Felipín Espínola, y el Teniente Serponte, que lo es de la compañía de corazas de Don Antonio de Mendoça, una de las del cargo del Teniente general Don Áluaro de Quiñones, que estaba de guardia en el puesto del Conde Boloñín peleó con su compañía con mucho valor, haciendo mucho daño al enemigo40.

Y en un episodio inmediatamente posterior:

En esta ocasión salió herido de un mosquetazo Tobías Palabicino, sargento mayor del tercio de Espínola, que se portó como muy valiente soldado, y asi mismo anduvieron muy valientemente el conde Alonso Boloñín, el cavallero F. Bandinel Palabicino, sargento mayor del conde Boloñín, el capitán Carlos Galarán, Raymundo Bayan, teniente de la compañía de arcabuceros del capitán don Jerónimo de Chiriboga, una de las de la caballería de Nápoles que estaba con ella de guardia, allí cerca peleó debajo de su mosquete, y el capitán don Diego de Saavedra, que se acertó a hallar allí se unió con dicha compañía, y anduvo muy bizarro, y fue de mucha importancia hallarse en esta ocasión, en que el enemigo perdió alguna gente41.

De la misma forma y, concentrada la atención en un único personaje, podemos ver una relación que se hace de las «Hazaña» del hermano del Conde de Eril, virrey de Sicilia, entrando en el puerto de Bizerta y destrozando seis naves turcas, en la que se dice:

A los dos del mes de octubre se entró en el puerto de Bicerta una noche (pospuesto todo peligro a tan conocida temeridad) y hallando diez bajeles gruesos quemó los seis y se llevó los cuatro, ejecutándolo todo tan a su salvo que no padeció lesión en cosa42.

Un personaje, don Felipe de Eril, por cierto, que quiso vengar el asalto que hicieron los turcos a dos naves catalanas en julio de 1623, según se dice en otra relación sobre sus «hazañas»:

La que le cupo a don Felipe de Eril, no perezosa con el deseo, si no de cobrar de vengar la prisión que las dichas [galeras] de Bicerta hicieron de las dos de Cataluña en diez y nueve del mes de julio en Cala y recodos de Frejus después de haber pasado el golfo de San Rafael a costa de mucha hacienda y vida de catalanes y otros españoles, visto que la suerte no se las ofrecía, propuso continuar su viaje hasta tenerla buena con alguna memoriosa hazaña correspondiente a su valor intrépido43.

Más adelante se expone en la relación que en diversas parte del Mediterráneo continuó buscando don Felipe de Eril las naves turcas que habían atacado a las catalanas, aunque sólo saco de claro provecho la destrucción que hizo en Bizerta44.

Esta exaltación de los hechos heroicos se produce sobre todo en relación al comportamiento de los nobles, como se puede ver asimismo en las relaciones de sucesos de batallas en los pliegos de cordel. Así, en la «Relación de las famosas victorias que ha tenido don Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz», publicada en 1624, se dice textualmente:

Don Francisco Mexía, capitán de la Patrona Real, anduvo en esta ocasión con particular valor peleando sobre viento en el cuerno siniestro, cumpliendo con las obligaciones de su nacimiento45.

Y también:

El capitán don Gabriel de Salazar, cabo de la infantería, fue embarcado en la capitana del marqués, y procedió en esta ocasión46 como valiente caballero y particular soldado47.

En general, es clara la exaltación de las clases dominantes en las relaciones de batallas. En la «Relación de la batalla de Nordlingen…», publicada muy poco después del hecho de armas, en el mismo año de 1634, se dice que:

La noche la pasaron en el campo; no avía parte segura en todo él, porque llovían balas, así de artillería, como de mosqueteros; y en este tiempo el señor Rey de Hungría, y su Alteza (el Cardenal-Infante) se pusieron en las mismas baterías, en que una bala de cañón mató al coronel Ayaso, que estaba en medio de los dos, y a don Pedro Girón, que estaba detrás, le derribó, habiéndole tocado en un muslo, y su alteza estaba en sí, que se fue a tener, y se notó que no mudó en manera alguna el semblante.

El marqués de Leganés y el teniente general Galasso anduvieron siempre juntos galopeando, dando las órdenes convenientes, acudiendo a todos los puestos, con tanta alegría y desenfado que se les conocía la vitoria en los semblantes. Este día han adquirido grande fama y honra, porque han gobernado la batalla con un sosiego tan grande, que mostraron bien su experiencia y valor, porque no se oyó de ninguno de los dos una voz más alta que otra48.

Y más adelante:

No es justo que quede en el olvido el valor que ha mostrado el duque de Lorena, hallándose en todas partes, expuesto a los mayores peligros, y a él se atribuyen las prisiones de Horn y Gratz. El marqués de los Balbases dio a conocer la pericia militar, y particularmente en el gobierno de la caballería, porque la hizo pelear con mucho concierto, y de manera que la bisoña no se diferenció de las demás, y se halló siempre en las primeras tropas cuando se mezclaban, y Picolomini peleó como suele, gobernando la caballería.

El duque de Nochera pidió licencia para ir a pelear […] y volvió a su Alteza con muy cumplida relación […].

El conde Juan Cerbelón se halló en la montañera, gobernando los escuadrones con mucho valor y valentía49 que por haber diferentes maestres de campo se le encomendó el gobernar aquel puesto50.

Esta exaltación constante de los grandes personajes de las clases dominantes habla pues, por sí sola, sobre la labor de la cultura en su perpetuación como tales.

La guerra omnipresente en la literatura

El gusto por el tema bélico se convirtió pues en un aliado de los grandes personajes y de sus familias. Un gusto evidente y muy presente en la literatura española del Siglo de Oro51. Los mensajes relacionados con la milicia, en sus más variadas vertientes, son casi infinitos (lo que ya de por sí nos habla de la relevancia de la cultura de la guerra); especialmente en la primera potencia militar y cultural de la época como era la Monarquía Hispánica. Tanto en el arte (no hay nada más fácil que buscar y encontrar, tanto en pintura como en escultura, retratos de los sucesivos monarcas de la Casa de Austria en armadura militar, casi todos al estilo clásico romano, de autores de primerísima fila: Tiziano, los Leoni, Rubens, etc.) como en el campo que analizamos nosotros en este trabajo, la literatura.

Como decía el ya citado Juan Bautista de Vivar a finales del siglo xvi es sus Octavas a la vida militar:



Pues ¿quién la vida militar no ama
y deja las delicias paternales?
¡Ánimo, caballeros, a la guerra;
suenen las cajas, rómpase la tierra!52

Fuente:

Como hemos visto ya en algún caso, La «propaganda heroica» también se veía canalizada a través de las llamadas relaciones de sucesos, contenidas en la llamada literatura de los pliegos de cordel. Pero, hablando ahora de lo que podríamos llamar la «gran literatura», la poesía épica fue muy importante también para la extensión y pervivencia de la cultura de la guerra. Los ejemplos son clarísimos, como la Relación de la guerra de Chipre y suceso de la batalla naval de Lepanto, del excelente poeta sevillano Fernando de Herrera apodado «el Divino», en la que incluía la bastante célebre «Canción en alabanza de la Divina Majestad por la victoria del señor don Juan». No cabe duda del interés del autor por conectar con los gustos del público y por dotar de una cierta historicidad a su obra: la simple elección de la palabra Relación para su título nos da muestras de ello. Ni de que realmente llegó a cumplir buena parte de sus objetivos en este sentido (la obra tuvo dos ediciones, como se ha puesto de manifiesto hace unos años53, en un breve lapso de tiempo), aprovechando los ecos de la resonante victoria de Lepanto unos meses antes.

Hablando de Lepanto, el famoso poema épico de Juan Rufo, La Austriada, sí aprovechó el largo impacto del tema entre los gustos del público, y llegó a tener una difusión tan importante como para que alcanzara tres ediciones también en un breve espacio de tiempo: Madrid, 1584; Toledo, 1585 y Alcalá, 1586. Aunque, en lo que se refiere a la calidad literaria, no hay unanimidad entre los críticos y especialistas sobre si realmente estuvo a la altura de los acontecimientos, especialmente en aquellos que lo acusaron de ser un plagio. En este, como en otros muchos casos, se pudo ver que unos buenos contactos y apoyos podían encumbrar a una obra más allá de sus méritos literarios. Así como que los gustos del público decidieron de una forma decisiva la trayectoria de éxito o fracaso de los escritos54.

Y qué decir de La Araucana, de Ercilla, monumento de la poesía épica en la que se ponen de relieve las causas de los mapuches rebelándose a su destino de dominación por la Monarquía Hispánica a partir de una lucha durísima, feroz, muestra tanto de la condición de los indígenas como del valor de los españoles para luchar contra ellos y dominarlos55.

Todo esto nos habla de infinidad de mensajes recogidos en la literatura y, por ello, y por la densidad de conceptos militares incluidos en los mismos, de la transmisión constante de la cultura de la guerra. Una densidad en la cultura de la guerra y del ejército que se ve reflejada, entre muchos otros ejemplos que podríamos traer a colación, en el Discurso de mi vida de Alonso de contreras (que, por otra parte, con ser la más conocida, no deja de ser una entre muchas autobiografías de soldados de la época). La obra, testimonio evidente también de la narrativa por estos temas, nos muestra la importante densidad de conceptos militares presentes en el texto (señal de que no eran completamente a ajenos al público al que estaban destinados, lo que es una muestra también de la extensión de la cultura de la guerra en una sociedad en la solo participaban en los conflictos militares un porcentaje exiguo de la población), en la exposición que hace Alonso de Contreras en su Discurso de mi vida, cuando dice:

Fui uno de los alféreces reformados que llevaba las escalas a cuestas, que eran siete. Hízose un escuadrón de quinientos hombres, todos españoles, con chuzos y arcabuceros, pero sin coseletes. Arrimamos las escalas con el valor que semejante gente tiene, españoles y caballeros de Malta, y por las escalas subimos, cayendo unos y subiendo otros. En suma, se ganó la muralla y degollamos la guarnición de los revellines, en que se hicieron fuertes algunos de los genízaros que estaban allí de presidio56.

Con un estilo muy directo y expresivo, la obra es muy informativa sobre las costumbres de los soldados de la época, toda vez que la narración cronológica y el detalle de lo contado puede llegar a su casi máxima expresión por la posibilidad que tuvo el autor de recurrir a sus propios manuales de servicios.

La causa de Dios y la causa de los Austrias. Reflejo en la literatura de las inclinaciones y consideraciones de la sociedad

Uno de los factores que acentuaron el gusto de la sociedad española por la literatura de temática militar es que aparece recurrentemente la causa de Dios como objetivo supremo en la guerra. Hay, pues, múltiples pasajes en la literatura en la que se ven grandes dosis de providencialismo y mesianismo, muy del gusto del público por cuanto se multiplican este tipo de discursos, de una forma, además, bastante descarnada, como decía Quevedo:

[…] esta batalla, por guarecer dolencia de todo el imperio, semblantes tiene antes de medicina que de batalla: cura es sangrienta, pero provechosa57.

Y también Calderón:



Cardenal infante Señor, esta es vuestra causa;
bien sabéis que yo defiendo
vuestra ley divina y santa,
vuestra verdadera fe
y vuestra Iglesia romana58.

Fuente:

O el ya mencionado Juan Bautista de Vivar:



Mártires son de Dios, que más ventura,
vida y ciencia del cielo y sus privados,
a do se trata sangre y se derrama,
sirviendo a Dios y al rey con honra y fama59.

Fuente:

Uno de los hechos reproducidos en distintos medios literarios en que se refleja esta empresa militar de carácter divinal hasta sus últimos extremos es el de los terribles sucesos de Tirlemont (la profanación y saqueos en su iglesia) expuestos en las relaciones de sucesos, y aprovechados para incidir en la idea de que la causa de los españoles es la causa de Dios. En una relación de sucesos del año 1636, escrita en Génova y publicada (en castellano) en Barcelona, sobre Milán se dice:

El duque de Roan se está aún entretenido en la Valtelina con muy poco gusto, y sin hacer nada por su rey porque la peste le ha destruido la mayor parte de su ejército, y así parece que Dios les ha enviado el azote del año pasado para castigo de los sacrilegios tan enormes que cometieron en las iglesias de Tirlemont, y los que han cometido este mil seiscientos treinta y seis en diferentes partes de los estados del gran monarca el Rey Católico…60

El sacrilegio de Tirlemont también será puesto de manifiesto en una relación (publicada igualmente en Barcelona) sobre el apresamiento de naves francesas en 1636:

Se dice también que a los encarcelados franceses les darán el premio merecido de sus obras, como se les dio Dios el año pasado a los de la ciudad de Tirlemont, pues a costa de sus vidas y derramamiento de sangre pagaron aquellos herejes los nefandos sacrilegios que como a tales perpetraron contra las religiosas monjas esposas de Jesucristo y en su sacrosanto templo acciones indignas de ponerlas a la pluma61.

Un episodio, este del sacrilegio de la iglesia de Tirlemont, reflejado y repetido también en el teatro de Calderón, en un significativo auto sacramental. Se aprovecha el efectismo del teatro para exponer unas desgarradas escenas que tienden a conmover al espectador, y a inclinarlo claramente hacia una postura ideológica. Casi en el mismo tiempo de los crueles hechos, Calderón pone sobre las tablas esos actos vandálicos y obscenos de los apóstatas soldados franceses en la ciudad flamenca de Tirlemont en La Iglesia sitiada62. Es clara la intencionalidad del autor en encender los ánimos del público con una cruda exposición de los terribles hechos, cargando así las tintas sobre la nobleza de la causa de Dios —con la que tenía que coincidir, por fuerza, la del público— ante hechos tan inhumanos y execrables (imágenes de vírgenes violadas, objetos de culto ultrajados, etc.)63. El recurso a la narración de la violación y el asesinato de recién nacidos (utilizado por ambas partes como elementos de demonización del enemigo) se convierte en algo de una fuerza expresiva muy apreciable, y acerca también al público al conocimiento de la desnuda realidad de la guerra. En la iglesia de Tirlemont, además de actos sacrílegos innombrables, sucede, según Calderón, lo siguiente:



A una mísera madre, que escondida
amparaba a un hijuelo y de su pecho
el blanco néctar le produjo vida,
dos agravios apóstatas le han hecho;
su honestidad dejaron deslucida
y al infante arrojaron hasta el techo
y luego le reciben en las puntas
de las espadas bárbaras muy juntas64.

Fuente:

Pero además de este providencialismo, se pone también de manifiesto en la literatura la importancia máxima de las razones dinásticas. Sobran las palabras cuando leemos los versos puestos por Lope en boca de Alejandro Farnesio:



¿Qué haré, guerra, qué haré? Seguir la guerra,
y abrase el fuego los flamencos hielos
hasta que se reduzca al rey su tierra.
Felipe tiene aquí de sus abuelos
el patrimonio: pues al arma cierra,
que la razón es hija de los cielos65.

Fuente:

Intereses más sórdidos

Ahora bien, en la literatura de todo tipo se expresaban también los intereses más prosaicos y mundanos de una sociedad que reconocía la superación por el soldado de las situaciones de violencia como una especie de don que merecía un premio, incluso por encima de lo moralmente aceptable. Se consideraba heroico dominar los efectos de la violencia, y se ve el saqueo como un elemento de normalidad y de afán en la batalla:



[…] ya los de don Lope cierran,
ya están dentro de Mastrique,
ya sus riquezas saquean,
para que con esta envidia
los españoles hicieran
lo que hicieron, que es romper
por bombas, balas y piedras66.

Fuente:

Y así, se llega a la conclusión —terrible para los ojos de nuestro tiempo— de la normalidad e incluso justicia del saqueo. De hecho, ni siquiera los príncipes pueden evitar el saqueo cuando se toma una plaza al asalto.

En una carta escrita entre franciscanos capuchinos sobre el cerco y socorro de Fuenterrabía, incluida en las relaciones de sucesos en 1638, se dice que el príncipe Condé ofreció al gobernador de la plaza que se rindiera y obtuviera así «los partidos más honrosos», y

no haciendo esto espontáneamente, a todos los pasaría a cuchillo, y a él le cortaría la cabeza; y que a esto le movía el ser católico, y a fuer de tal le pesaría verse obligado a ejecutar los rigores que en los asaltos suceden, sin que los pueda impedir la autoridad del príncipe aunque más solicite moderar su gente67.

El botín se considera como algo fundamental, como se ve en la narración del capturado a los franceses en Fuenterrabía en 1638. En una carta que escribió un capuchino del convento de Pamplona a otro de Zaragoza sobre el sitio de esta plaza, publicada en pliegos de cordel, se puede ver perfectamente, por los términos empleados y por su propia extensión, la importancia que podría adquirir:

[…] pues teniendo ejército por mar y tierra veinte y dos mil infantes, y mil caballos y cincuenta velas muy fuertes y artilladas, y aguardando socorro de seis mil hombres, que ya había pasado de Bayona; y no siendo el ejército de España [una muestra más de la existencia del concepto político-cultural de España] más que trece mil infantes y quinientos caballos, poco más o menos, y sobre esto estando ellos tan fortificados, y los nuestros no tener ninguna defensa, ¿cómo se había de creer y prevenir una tan peregrina fuga y gloriosa «vitoria»?

Los despojos han sido muchos, y muy ricos; el pillaje para los soldados muy crecido. Porque como el enemigo creyó, según nos dijo un prisionero capuchino, coger a Fuenterrabía y dar sobre San Sebastián, que es plaza menos valiente, y después entrar por Vitoria corriendo a España, hasta Madrid, y esto era para ellos como de fe, vinieron con mucha grandeza de plata, oro, sedas, costosísimas camas, pabellones, escritorios riquísimos y otras muchas cosas preciosísimas. Cogieron la recámara del príncipe de Condé, y había en ella mucha y muy rica plata labrada, y hallaron también un riquísimo toisón; y todo esto lo estimaba tanto, que dos días después envió un trompeta al Almirante, pidiéndole le volviese su plata, que daría todo su valor y del toisón todo lo que quisiesen.

Al arzobispo de Burdeos cogieron también mucha recámara y un vestido suyo, y los cuatro mil doblones que había de repartir a sus soldados para alentarlos al asalto […].

Mosquetes, arcabuces y picas quedaron todas en el campo, porque a todos les era de peso para poder huir, según el gran miedo que habían cobrado. Los capotes de campaña de grana y paños preciosísimos con hábitos de Santo Espíritu que se hallaron eran muchos. Soldado hubo a quien vi tres; y un soldado compró uno por dieciséis reales de a ocho, que valía más de cien ducados. Era el campo de terciopelo rico verde, bordado todo de oro, cuajado de lentejuelas de plata, aforrado en gorgorán de aguas verde, botones de oro y rico galón. Los doblones, cadenas, relojillos de pecho, las minas y otras cosas muy curiosas se vieron aquel día en los cuerpos muertos que había en la marina y los que estaban en el mar; en estas pescas son muy entendidos los irlandeses, y así se chapuzaban en el agua para sacarlos68.

El saqueo y el pillaje es considerado como algo natural incluso en la perspectiva de la guerra del héroe don Juan de Austria. En la guerra de la sublevación de los moriscos se puede ver con toda claridad cómo estaba estipulado casi de forma «natural» en las negociaciones para la rendición de una ciudad, y las condiciones funestas para quienes no se rendían ante el más fuerte. La amenaza del saqueo eran una constante, y constituían, por supuesto, un elemento más —muy importante— de presión para conseguir la victoria. Hasta el propio don Juan de Austria con su aureola de mito y caballerosidad cae dentro de estas «leyes esenciales de la guerra»:



Juan Vos iréis a
Berja, donde está hoy
Válor, y que a Berja voy
de mi parte le diréis.
Público el perdón le haréis
y el castigo, y con igual
providencia al bien y al mal,
le diréis que si rendido
se quiere dar a partido,
daré perdón general
a todos los rebelados,
con que vuelvan a vivir
con nosotros y asistir
en sus oficios y estados;
que de los daños pasados
hoy mi justicia severa
más satisfacción no espera;
que se rinda al fin, porque
si no, a Berja soplaré
las cenizas de Galera.
Mendoza A servirte voy. (Vase.)69

Fuente:

Para su desgracia, Galera no se rindió, y las consecuencias fueron terribles. También sin ningún tipo de pudor —antes bien, de vanagloria— se exponen orgullosamente los resultados del pillaje y el saqueo en los labios de personajes dignos de todo honor:



Don lope No ha habido
saco jamás que haya dado
más provecho: no hay soldado
que rico no haya venido.
Don juan ¿Tanto tesoro escondido
dentro de Galera había?
Don lope Dígatelo la alegría
de tus soldados.
Don juan Yo quiero,
porque presentar espero
a mi hermana y reina mía
desta guerra los trofeos,
a los soldados feriar
cuanto fuere de enviar.
Don lope Con esos mismos deseos
hice yo algunos empleos,
y esta sarta que he comprado
a un hombre que la ha ganado,
te ofrezco por la mejor
joya para dar, señor.
Don juan Buena es; y no es excusado
tomarla, por no excusar
lo que me habéis de pedir.
Enséñeos yo a recibir,
pues vos me enseñáis a dar.
Don lope El precio es más singular
que os sirváis della y de mí70.

Fuente:

En general, estaba muy difundida la consideración del saqueo como un botín justo para los soldados. En la Relación de las famosas victorias que ha tenido don Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz (1624) se dice refiriéndose a unas naves que había apresado dicho aristócrata:

Tienen estos cuatro bajeles del rey de Túnez ciento y cuarenta piezas de artillería. Valía lo que traían doscientos mil escudos que saquearon la infantería y gente de galeras, permitiéndolo el Marqués por lo bien que pelearon a sus ojos en esta ocasión71.

Y el saqueo, incluso, se tiene en cuenta para los movimientos tácticos. En la Relación de la batalla de Nordlingen… (1634), se dice que

no había duda de que en batiendo la villa se rendiría, o se ganaría por asalto, y que no les parecía conveniente el darle [el asalto, a pesar del terrible leísmo] hasta que su Alteza [el Cardenal-Infante] llegase, porque la gente se desordenaría en el saco, y estando tan cerca el enemigo, podría gozar de la ocasión de hallarlos desordenados72.

Como también se ponen de manifiesto otros intereses mundanos en la batalla de Nördlingen. Se dice en la relación de sucesos:

De los generales [enemigos] quedaron presos Gustavo Horn, Hosf Kiechen, Gratz Rostok, y hasta dos mil hombres. De Veymar se sabe que estuvo preso, y por algunas doblas que dio le libraron. Dícese que va herido, no se sabe más hasta ahora, pero hanse enviado tras él personas que le conocen al bosque, donde se cree haberse retirado, y no se está sin esperanzas de prenderle73.

Es decir, la guerra como un negocio, no solo de los intermediarios y de los vivanderos, sino también de los propios soldados. Imposible determinar en qué proporción o medida pudo afectar toda esta corriente de transmisiones culturales a la hora del reclutamiento, pero no cabe duda de que, al menos constituían argumentos poderosos para ello. La consideración de la guerra y del ejército a través de las representaciones culturales contribuían, y creemos que en no poca medida, en la constitución de aquella sociedad que hacía de lo bélico una de sus principales preocupaciones.

Conclusiones

La extensión de la cultura de la guerra era evidente en la sociedad española del Siglo de Oro. Durante el siglo xvi la realidad histórica de la gran potencia militar hispana pudo coincidir con su representación cultural, tanto en el plano de los teóricos de la guerra como en el de los creadores que transitaban este omnipresente tema.

Con el paso del tiempo y la falta de señaladas victorias en las armas del Rey Católico, este pudo jugar con una ventaja inigualable. En el siglo xvii se podría decir que se mantenía intacta esa inclinación hacia los temas bélicos en los distintos universos de representación cultural. Y los gustos de un público ávido de consumir lo que —obviamente— le gustaba consumir, las noticias de las grandes victorias y los hechos heroicos, pudieron mantener viva la imagen cultural de una potencia militar hispana que, en realidad, ya no era lo que llegó a ser. No era desdeñable esa disfunción convertida en una ventaja para el gobierno de la monarquía, en la que mantener la guerra era una de las grandes preocupaciones de aquella «máquina insigne». Entre otras cosas, se mantenía viva esa imagen de una sociedad «organizada para la guerra».

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Notas

1 Sobre las distintas posiciones de ese debate, una exposición sistemática y detallada la tenemos en García Hernán y Maffi, 2008.

2 Particularmente en su silva Execración contra el inventor de la artillería llega a escribir siguientes versos: «¿No te son escarmiento lastimoso / tantas cenizas que ciudades fueron?». ¿Dónde iba a quedar ahora la categorización de las jerarquías sociales a partir de los hechos guerreros? Moreno Castillo, 2001.

3 Muchas veces se pierde demasiado de vista la omnipresencia de la violencia en las sociedades mo­dernas, en un universo completamente distinto, por fortuna, al de nuestros días (lo que no quiere decir que hayamos erradicado totalmente tamaña lacra, claro está). Uno de los autores que más ha insistido en esta perspectiva es Hale, 1990.

4 Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, cap. «El estrado», p. 361. La cursiva es nuestra.

5 Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, cap. «El pretendiente», pp. 209-210. La cursiva vuelve a ser nuestra.

6 Expresión también, como se ve, claramente belicista.

7 Cit. por Alvar Ezquerra, 2002, p. 32.

8 Cit. por Fraga Iribarne, 1947, p. 80, y Alvar Ezquerra, 2002, p. 39.

9 Lourie, 1966.

10 Vid. Espino López, 2001.

11 Nos hacemos eco con esta expresión, crecientemente utilizada, del gran clásico de Cardini, 2013.

12 Un estudio sintético de las principales aportaciones en este campo de la tratadística militar a nivel internacional en Campillo, 1986. Pese a su relativa falta de profundidad en determinadas cuestiones de relevancia, tiene el mérito de la gran variedad de puntos de enfoque. Por otra parte, los tratadistas españoles tienen también en Valturio, 1472, y, por supuesto, en el clásico romano Vegecio, 1885, unos maestros recurrentes.

13 Bertelli e Innocenti, 1979.

14 Reeditada por el Ministerio de Defensa en el año 2000, con una edición crítica e introducción de Eva Botella Ordinas bastante documentada.

15 Sobre este exitoso concepto, Vid., especialmente, Parker, 2014.

16 López de Palacios Rubios 1524.

17 Londoño, 1993.

18 Reglamenta toda una serie de detalles del ejército para que éste en su conjunto, y en todas sus dimensiones, funcione correctamente y en orden y obediencia: los diversos cargos y cómo se deben comportar, cómo se debe repartir el botín, las licencias y el manejo de las armas, la composición de los tercios y los escuadrones, prerrogativas de los soldados nobles y, mantenimiento de un ejército, justicia militar, los campamentos, batallas campales, comportamiento con los civiles, prohibiciones, conducta, etc.

19 Urrea, 1992. Esta edición está prologada, con un buen estudio introductorio, por Domingo Ynduráin.

20 Ver Álava y Viamont, El perfecto capitán.

21 La edición relativamente reciente del Ministerio de Defensa cuenta con una introducción (síntesis del reinado de Felipe II) y estudio crítico a cargo de Enrique Martínez Ruiz. Isaba, 1991.

22 Mendoza, 1998. La introducción corre a cargo de Juan Antonio Sánchez Belén.

23 Escalante 1992. Es una edición facsímil muy cuidada, con un estudio introductorio de los autores mencionados, de esta obra que la RAE incluyó en el Diccionario de Autoridades.

24 Eguiluz, 2001. La introducción, con un gran aparato crítico a partir de una bibliografía bastante ac­tualizada, es de Francisco Andujar.

25 Mosquera de Figueroa, 1596; Pacheco de Narváez, 1612; Núñez Alba, 1589.

26 González de León, 1996 y 2009.

27 Núñez de Velasco 1614.

28 Dávila Orejón Gastón, 1648.

29 Duque de Rohan,1652.

30 Lechuga, 1990. El libro tiene muchos y muy detallados dibujos explicativos.

31 Collado, 1592; Ufano, 1612.

32 Angulo Íñiguez, 1942.

33 Enríquez de Villegas, 1651. También habría que mencionar el trabajo publicado en el siglo xix de Coello, 1890.

34 Palacio y Arce, 1944. La negrita, es nuestra.

35 Como ya advertía el clásico de Maravall, 1972.

36 AHNOB [Archivo Histórico de la Nobleza], Osuna CT, 423, 8, y 12.

37 AHNOB, Osuna CT, 423, 15.

38 En García de la Concha, 1998.

39 Sobre las relaciones de sucesos, además de los estudios clásicos en España por antropólogos como Julio Caro Baroja y Joaquín Díaz González y por historiadores como Antonio Rodríguez-Moñino, ver Álvarez García, 2016; Rault, 2002; y, sobre todo, el gran volumen, con múltiples ejemplos y puntos de vista, editado por García López y Boadas, 2015.

40 AHNOB, Osuna CT, 423, 9, 5-6.

41 AHNOB, Osuna CT, 423, 9, 5-6.

42 AHNOB, Osuna CT, 423, 26

43 AHNOB, Osuna CT, 423, 19, 4

44 AHNOB, Osuna CT, 423, 19.

45 AHNOB, Osuna CT 423, 8, 4. La palabra nacimiento nos indica que también está presente, especial­mente en estos asuntos de carácter militar, la cultura de la sangre. García Hernán y Gómez Vozmediano, 2017.

46 Es interesante el sentido que tiene esta palabra en este contexto: ocasión como oportunidad.

47 AHNOB, Osuna CT 423, 8, 4.

48 AHNOB, Osuna CT 423, 6, 4

49 Se quiere insistir tanto, que se producen estos errores del lenguaje.

50 AHNOB, Osuna CT 423, 6, 5.

51 Vid. García Hernán, 2007.

52 Bautista de Vivar, 1998.

53 Montero, 2007.

54 García Hernán, 2012.

55 Ercilla, 2017.

56 Contreras, 2000, cap. VIII.

57 Quevedo y Villegas, 1852.

58 Calderón de la Barca, 1981, p. 134.

59 Bautista de Vivar, 1998.

60 AHNOB, Osuna CT, 423, 2, 3,

61 En AHNOB, Osuna CT, 423, 15, 4.

62 Este auto sacramental está basado en los tristes sucesos del saqueo de Tirlemont, producidos en junio de 1635. Ver Baczynska, 2007, en donde se analiza el tema en su doble dimensión: histórica y teatral.

63 Hubo en aquellos momentos tensos una literatura de todo tipo sobre estos hechos: relatos, avisos, noticias, etc.

64 Calderón de la Barca, 1996.

65 Lope de Vega y Carpio, 2002. Acto III.

66 Lope de Vega y Carpio, 2002. Acto III.

67 AHNOB, Osuna CT, 423, 4, 2.

68 En AHNOB, Osuna CT, 423, 4, 3-4.

69 Calderón de la Barca, 1945, Jornada III, Escena VIII, p. 695.

70 Calderón de la Barca, 1945, Jornada III, Escena IX, p. 696.

71 AHNOB, Osuna CT 423, 8, 4.

72 AHNOB, Osuna CT 423, 6, 2-3.

73 «Relación de la batalla de Nordlingen… (1634)». AHNOB, Osuna CT 423, 6, 4.

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