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Gregorio López: los exilios voluntarios de un anacoreta
Gregorio López: The Willingly Exiles of an Anchorite

Hipogrifo. Revista de literatura y cultura del Siglo de Oro, vol. 9, núm. 2,

Instituto de Estudios Auriseculares

Citlalli Luna Quintana

El Colegio de México, México

Recibido: 03/02/2021

Aceptado: 03/03/2021

Resumen: La vida y figura del ermitaño Gregorio López fue moldeada en su hagiografía La vida que hizo el siervo de Dios… para comenzar un proceso de beatificación que favorecería al clero novohispano. En este texto se analiza, sobre todo, el espacio del anacoreta desde dos perspectivas: una primera deja ver la apropiación del espacio que hace Gregorio López en sus múltiples intentos por llevar una vida solitaria; en la segunda, se aprecia la intrusión que hacen «los otros» en el espacio del ermitaño.

Palabras clave: Gregorio López, ermitaño, espacio, clero, Nueva España.

Abstract: The life and figure of the hermit Gregorio López was built in his hagiography La vida que hizo el siervo de Dios… in order to begin a beatification process that will help New Spain clergy. This article analyzes, especially, the anchorite’s space from two perspectives: the first one allows to see the appropriation of the space that Gregorio López does in his multiple attempts for lead a lonely life; the second one considers the intrusion of «the others» in the space of the hermit.

Keywords: Gregorio López, Hermit, Space, Clergy, New Spain.

El mito de Gregorio López es una mezcla de literatura domeñada por el poder eclesiástico y la naciente devoción de los que conocieron su fama. El humanismo renacentista introdujo las ideas que sirvieron a la literatura hagiográfica para dotar las narraciones con los rasgos particulares de los personajes: la exaltación de un individualismo que condujo, poco a poco, a la escritura de biografías que resaltaban las virtudes humanas de los hombres santos; los autores ponderaban las bondades y las acciones pero, sobre todo, se concentraron en las descripciones psicológicas como una muestra del complejo mundo que los envolvía.

Al seguir este modelo, los hagiógrafos novohispanos produjeron una ingente cantidad de sermones fúnebres, cartas edificantes, biografías, crónicas escritas en conventos masculinos y femeninos, etc. Antonio Rubial divide estos textos en dos tipos: en el primero se pueden ubicar los que se proponen como modelo de imitación de la virtud en los que se llegan a mencionar hechos prodigiosos (menologios, biografías de particulares, vidas de monjas destacadas, etc.); en el segundo tipo están los que, además de los ejemplos de virtud, resaltan los milagros de los biografiados para proponerlos como objetos de veneración (vidas de los «siervos de Dios», beatos y santos) 1 .

La intención de este último tipo de textos trasciende el ejercicio literario. Además del carácter doctrinal y persuasivo, la escritura de hagiografías llevaba como destino la promoción del «siervo de Dios» para iniciar el consiguiente proceso de beatificación en Roma; lo que implicaba el enorme despliegue de tácticas propagandísticas como la impresión de estampas y sermones, la elaboración de retratos y oraciones, etc., así como la recolección de limosnas para la causa de beatificación que, en algunos casos, proporcionó enormes cantidades de dinero. Cuando el proceso de beatificación era aceptado en Roma, los beneficios para España no solo residían en la conformación de cofradías, erección de capillas, donativos, publicación de hagiografías, peregrinaciones hacia los lugares de culto, etc., sino que también permitía seguir consolidando a la monarquía española como bastión de la cristiandad.

Ahora, si el beato residió en la Nueva España, a los beneficios recién mencionados debían sumarse, por un lado, la confirmación del éxito que la Conquista y la evangelización del Nuevo Mundo consiguieron, puesto que Dios se manifestaba en la región a través de estos individuos; por el otro, avanzado el siglo XVII, comenzó a arraigarse en los criollos desdeñados por la Corona un sentimiento de incipiente nacionalismo, que defendía todo lo producido en las tierras novohispanas con el fin de mostrar su igualdad o, incluso, su superioridad en el fervor religioso y en la fidelidad hacia el monarca.

La vida que hizo el siervo de Dios Gregorio López, en algunos lugares de esta Nueva España… (1613), de Francisco Losa 2 , es una hagiografía que pertenece a la primera oleada de textos creados después de la evangelización para comenzar a promover las causas de beatificación. Pero el caso del madrileño, llegado a tierras novohispanas alrededor de 1562, tiene la peculiaridad de que se refiere a un ermitaño laico que no quiso tomar el hábito dominico y, pese a ello, adquirió gran fama y devoción en el territorio:

En Europa, las autoridades civiles y religiosas habían realizado campañas persecutorias contra esos solitarios vagantes desde el siglo XII, pues representaban una crítica constante a la corrupción de la institución eclesiástica y una actitud de rebeldía ante la labor de intermediación de los clérigos. Para contrarrestar su influencia, el Papado había dado su apoyo a aquellas tendencias que buscaban la soledad, pero dentro de una orden institucionalizada, […] La situación se volvió más difícil para ellos en el siglo XVI cuando, a raíz de los excesos místicos de los alumbrados e iluminados, la Iglesia tomó una actitud abiertamente contraria al individualismo desenfrenado y al subjetivismo que caracterizaba la vida del anacoreta 3 .

En 1585 el Concilio Provincial Mexicano prohibió que en la Nueva España se viviera de forma anacorética; estos personajes podían ingresar a cualquiera de las órdenes religiosas para continuar con sus oraciones y reflexiones dentro de un convento; debían llevar una vida comunitaria con sus hermanos y, sobre todo, asistir regularmente a los oficios y participar en las actividades colectivas:

La existencia de menos controles y la inmensa posibilidad de sus espacios, fueron alicientes que atrajeron a su territorio a algunos peninsulares que huían de los rigores de la persecución contra los alumbrados; por otro lado, la proliferación de santuarios creó condiciones propicias para que blancos y mestizos buscaran la vida eremítica. El hecho es que numerosos casos de eremitismo individual aparecieron en la Nueva España entre el clero secular y los laicos durante los siglos XVI y XVII 4 .

Aunque en la Nueva España estas normas eran más bien laxas, precisamente debido a las rupturas que implicó la presencia de Gregorio López, la iglesia novohispana se interesó por el ermitaño y, a través de la pluma de Francisco Losa, creó un personaje que reuniera las características de un beato. En el texto es muy evidente que tanto la Iglesia como el hagiógrafo se preocuparon por desvanecer y justificar —cuando fue necesario— la supuesta transgresión de los desdibujados límites entre la herejía y la vida anacorética. En La vida que hizo el siervo de Dios… el espacio puede ser analizado desde dos perspectivas: una primera deja ver la apropiación del espacio que hace Gregorio López en sus múltiples intentos por llevar una vida solitaria; en la segunda, se aprecia la intrusión que hacen «los otros» en el espacio del ermitaño.

Gregorio López nació en Madrid el 4 de julio de 1542; su hagiógrafo confiesa conocer pocos datos de su infancia ya que el ermitaño nunca quiso revelar mucho sobre su vida en la Península; entre los mitos genealógicos que lo rodearon, destacan el haber sido hijo de Felipe II y el de haber sido un criptojudío que debió huir de España. Sin embargo, sabemos por la biografía de Losa, que siendo pequeño Gregorio López se fue a vivir a Navarra con un ermitaño durante poco más de seis años; cuando lo encontró su padre —pues había huido de casa—, lo obligó a servir como paje en la Corte de Valladolid. El siguiente dato que tenemos es que, cuando tenía veinte años, decidió trasladarse al Nuevo Mundo. Escribe Losa:

También me dijo que cuando venía a esta Nueva España, había estado en Nuestra Señora de Guadalupe algunos días velando en oración en aquella santa casa, pidiendo a la siempre Virgen, guía de los desterrados, le alcanzase luz de su benditísimo hijo para hacer la jornada que pretendía; y es cierto que la piadosísima Virgen, en particular revelación, le mandó viniese a la Nueva España 5 .

Llegó a tierras novohispanas aproximadamente en 1562 y comenzó a trabajar como amanuense con el secretario Turcios para poder juntar dinero y trasladarse a los parajes solitarios de Zacatecas. Después de permanecer ahí unos días, decidió internarse en el territorio e irse a vivir a Atemajac, en el Valle de Amayac, región donde habitaban los indios chichimecas, «cuya fiereza en aquellos tiempos era bien temida por los españoles» 6 . Con ayuda de los indígenas, construyó con sus propias manos una pequeña choza en la que habitó aproximadamente un año.

La primera apropiación del espacio que hizo Gregorio López fue la mudanza al territorio novohispano como ágora de su vida solitaria; decisión a la que el hagiógrafo atribuye dos motivos religiosos: el mencionado mandato que le hizo la Virgen de Guadalupe y una confesión hecha por el ermitaño a Losa: «no pudo negarme que la principal causa había sido la mayor gloria de Dios Nuestro Señor. El cual, como es de creer, quiso sacar a este su siervo de su tierra y de entre sus deudos, como a otro Abraham, así para experimentar su fe y obediencia, como para llevarle a la soledad y hablarle allí al corazón» 7 .

Además, la segunda apropiación del espacio que hizo el ermitaño al construir una choza alejada constituye, por un lado, la primera vez que Gregorio López experimenta la vida solitaria—ya que en Navarra había vivido en compañía— y, por el otro, su choza en Atemajac se convierte en el espacio de iniciación en donde aprenderá a vencer las tentaciones del Demonio y las mortificaciones del cuerpo para así poder cumplir con el mandato encomendado por Dios:

El ayuno era el mejor medio para resistir las tentaciones del desierto, morada de Satanás, y abolir la voluntad inclinada al mundo para encontrar a Dios […] para el ermitaño madrileño el cuerpo era un campo de prueba, era algo profundamente implicado en la transformación del alma, un mentor discreto que enseñaba la virtud a través de la renuncia 8 .

Si, como dice Rubial, el cuerpo de Gregorio López era un campo de prueba, también éste es un espacio (interior) en el que el ermitaño inicia un proceso de aprendizaje mediante el abandono de los «placeres» de la comida, el abrigo, la comodidad, etc. Las carencias a las que se somete le ayudarán a acercarse a Dios y prepararse contra el Demonio; sin embargo, estas mismas privaciones son las que lo llevarán años más tarde a la renuncia de su soledad debido a las múltiples enfermedades que le ocasionaron la mala alimentación y el cambio de clima.

Como parte de este proceso iniciático, Gregorio López se instala en el desierto, espacio en el que Jesús fue tentado por el Demonio. Así, el lugar elegido para su aprendizaje no nada más es simbólico bíblicamente, sino hostil y peligroso en cuanto a los recursos disponibles para sobrevivir y las constantes luchas entre españoles y chichimecas, además de la amenaza que suponían los animales característicos del lugar:

Dijo a su devoto [Losa] que había tenido una pelea fuerte con el Demonio, y venido a brazos espiritualmente con él; y fue tal esta lucha, que en ella le reventó la sangre por los oídos y narices. El remedio, de que usaba en estas ocasiones, era la oración, en que perseveraba de noche y de día y le era necesario, para no rendirse, poner todas sus fuerzas en la demanda. Pero entre los sentimientos para su fortaleza y consuelo [que] le dio nuestro Señor en la oración, fue uno muy singular sobre estas palabras: «Fiat voluntas tua, sicut in coelo et in terra. Amen Iesus». Las cuales decía continuamente, tanto que, por el espacio de tres años, siempre que respiraba, las repetía mentalmente a cada respiración, sin cesar ni olvidarse vez alguna ni era parte para desistir de este ejercicio el comer ni el beber 9 .

Los habitantes de Atemajac no aceptaban el modo solitario en el que vivía Gregorio López, además comenzaban los rumores de que era un hereje luterano, pues nunca asistía a misa los domingos, «no advirtiendo— [dice Losa]— que el pueblo más cercano donde la había era siete leguas de su choza; aunque con todo eso, las pascuas iba a oírla y luego se volvía a su soledad» 10 . Los agravios que recibía eran principalmente de los españoles que pasaban por ahí en busca de indios chichimecas, «le llamaban loco, por haber escogido habitación tan peligrosa, y le decían “a muerto me oléis ya”» 11 . Así que para no llamar la atención y ocasionar algún conflicto, el madrileño se trasladó a la provincia de Ávalos (entre el lago de Chapala y Zapotlán), donde el encomendero le proporcionó una huerta alejada del pueblo, ahí vivió dos años mortificando aún más su cuerpo, pues vivía casi por completo de leche y requesones, ya que no consumía carne y solo bajaba al huerto por agua. Por razones similares a la anterior mudanza, Gregorio López decidió volver a Zacatecas y predicar en las minas y sus alrededores. En este espacio agreste continúa el proceso iniciático del ermitaño, cada vez más cruel y sanguinario:

En este tiempo que anduvo Gregorio López por la soledad, fueron grandes los temores con que el demonio procuró espantarle y hacerle volver atrás y desistirle de su santo propósito. Unas veces con los aullidos y bramidos de las fieras del campo; otras con las crueles muertes que los indios chichimecos daban cada día allí cerca de los españoles; otras veces le acometía con varias tentaciones interiores y, por tanto, más sutiles y engañosas. Pero él luego se acogía a su oración y a las armas que nuestro Señor le había mostrado 12 .

Durante esta estancia conoció a fray Domingo de Salazar, quien le ofreció la posibilidad de mudarse al convento de Santo Domingo en México, «donde le haría dar una celda y sustento, para que pudiese pasar la vida con más quietud y seguridad, ejercitándose a solas en oración y no careciendo del todo de los bienes y provechos que trae consigo la vida de comunidad, principalmente cuando es de religiosos» 13 . Después de permanecer un tiempo en Zacatecas, decidió aceptar el ofrecimiento del padre Salazar y viajó a México; sin embargo, al llegar al convento, le dijeron que no podían proporcionarle una celda si no tomaba el hábito religioso que le ofrecieron. López decidió no aceptarlo pues, dice Losa, se dio cuenta de que vivir en comunidad no era parte de su vocación. Se trasladó entonces a la Huasteca.

Con el ofrecimiento de Domingo de Salazar, el viaje a México y el rechazo del hábito, culmina el proceso iniciático de Gregorio López. A partir de ese momento, los intentos del anacoreta por vivir en soledad estarán supeditados a las enfermedades derivadas de la mortificación que le daba a su cuerpo (abstinencia, mala alimentación, cambio de región), además de las constantes acusaciones de herejía. Así, pese a sus tentativas de vida solitaria, su espacio será constantemente invadido por «los otros».

Vivió en Atlixco poco más de dos años, pero los religiosos de la zona lo denunciaron ante la Inquisición entre 1574 y 1575, dato que no está precisado en la hagiografía. Losa dice que apartó a los denunciantes de su propósito, sin embargo, Milhou menciona que sí existen documentos de la acusación y se encuentran en los archivos del Santo Oficio 14 ; es de suponer que el proceso de beatificación quedaría descartado si existiera un antecedente de ese tipo en las informaciones del candidato.

Después el anacoreta se trasladó al santuario de los Remedios y, pasados dos años, enfermó gravemente de disentería y fue trasladado al hospital de Oaxtepec. Peregrinó, además, por un pueblo llamado San Agustín y la Ciudad de México hasta que, finalmente, se mudó de manera definitiva a una choza en el pueblo de Santa Fe, el 22 de mayo de 1589, y ahí permaneció hasta el sábado 20 de julio de 1596, día en que murió:

La soledad absoluta no existe, ni en la vida de López ni en la vida de san Antonio ni en la mayoría de los ermitaños. En primer término, la santidad del desierto atrae a mucha gente por curiosidad o en busca de milagros y consejos; en segundo lugar, el eremita se mueve entre el desierto y las aldeas que lo abastecen de alimento y de cuidados en caso de enfermedad; es un hombre que cambia continuamente de lugar y es una vida que nos invita a un viaje exterior, símbolo y manifestación de otro interior. Por otro lado, algunas de las virtudes de las que el eremita hace gala, como la caridad, la obediencia y la humildad, son virtudes sociales que no podrían desarrollarse sin tener contacto con otros seres humanos 15 .

Una de las constantes en los múltiples exilios de Gregorio López es el motivo por el cual decide mudarse a otro lugar. Si bien es cierto que el rechazo de los habitantes al modo de vivir del ermitaño es un factor importante, lo que determina la partida es la acusación de herejía y la denuncia de los religiosos pertenecientes a la comunidad. En algunas ocasiones, al elegir la vida de un anacoreta, el individuo «descarta» la necesidad de un intermediario entre él y Dios, es decir, de cualquier religioso y, por tanto, también «desdeña» las funciones de la Iglesia, no nada más las labores administrativas, sino sobre todo las que pretenden ejercer un «control» sobre el comportamiento adecuado de los fieles. Como decía Scholem: el místico es un revolucionario 16 .

Precisamente para evitar que Gregorio López fuera investido con esta imagen, en la hagiografía se le declara fiel a la Iglesia y a sus funcionarios en una de las escenas donde es interrogado. Dice el padre Alonso Sánchez: «“A mí me envía el señor arzobispo, para que conozca [a] su oveja, respóndame con toda claridad y llaneza”. A esto respondió Gregorio López: “Muy justo es, que yo obedezca a mi pastor y prelado, y a vuestra reverencia en su nombre”» 17 . En La vida que hizo el siervo de Dios… es posible observar las constantes intromisiones en el espacio vital de Gregorio López por parte de los funcionarios religiosos, unas veces para interrogarlo por mandato del arzobispo; otras, con el pretexto de buscar consejo o, incluso, con la finalidad de ayudarlo en sus enfermedades y penurias.

Si bien es cierto que, como ya dije, su proceso de iniciación culmina con el rechazo del hábito dominico, inicia uno nuevo en que la vida de ermitaño será constantemente interrumpida por la presencia de los miembros de la iglesia que supervisan de una manera velada su comportamiento; ya que no pudieron lograr que se uniera a una orden religiosa. Era importante mantener constante presencia eclesiástica a su alrededor, sobre todo porque la fama del ermitaño crecía cada día. Un claro ejemplo de ello es el propio Francisco Losa, quien fue enviado por el arzobispo para interrogarlo y, años más tarde, como resultado de la convivencia, conmovido por la virtud y espíritu de Gregorio López y convencido por el modo de vida que llevaba el ermitaño, pidió licencia para abandonar sus obligaciones en la Iglesia Mayor y eligió vivir a su lado en el pueblo de Santa Fe.

Losa cuenta la rutina que siguió Gregorio López durante los siete años que estuvo a su lado, hasta el día de la muerte del anacoreta: al amanecer abría la ventana, se lavaba las manos y el rostro, leía la Biblia más de un cuarto de hora. Después hacía su ejercicio interior, que consistía en hacer oración, meditación o contemplación; en esto se ocupaba toda la mañana, la tarde y la mayor parte de la noche. «No tenía para esto un lugar determinado ni postura corporal alguna que de ordinario siguiese. Lo más ordinario era estarse en su aposento, en pie, sentado o paseándose; sino era cuando algunas veces salía un rato a tomar el sol a un corredor cerca de su aposento» 18 .

A las once comían juntos o con algún visitante. Después platicaban un rato; hubo un tiempo en que, después de la comida, Losa le leía el Flos sanctorum de Villegas, la Crónica de san Francisco y otros libros similares; esta práctica la hicieron durante dos años. Después de este momento de «recreación», Gregorio López se iba a su habitación a seguir con sus reflexiones. Horas más tarde, recibía visitas de todo tipo: religiosos, caballeros, hombres de letras, señores principales, etc.; entre ellos era frecuente encontrar al virrey Luis de Velasco. Acudían a él en busca de consejos espirituales, económicos y religiosos. Antes de ponerse el sol, regresaba a su aposento y no salía de ahí hasta la mañana siguiente; nunca usaba velas. Se acostaba entre las 9:30 y las 10. Según Losa, solo dormía dos o tres horas en la noche y las restantes velaba en contemplación hasta el amanecer 19 .

Si bien es cierto que el mito de Gregorio López debe mucho a la creación del personaje que hizo Francisco Losa, la hagiografía no deja de ser una muestra de la forma en que operaba la Iglesia respecto a este tipo de ermitaños en el territorio novohispano. Además, La vida que hizo el siervo de Dios… constituye un ejemplo de la manera en que, a partir de la literatura, se recrea una historia para la consecución de fines políticos, eclesiásticos, religiosos y económicos:

Acosado por la persecución surgida tanto de los fieles laicos como de algunos clérigos, muestra que la Nueva España compartía con Europa este prejuicio contra los ermitaños y la misma concepción difusa sobre la herejía, concepción que confundía a los alumbrados con los luteranos. Poco a poco, el anacoreta se fue retrayendo de las soledades y se acercó a dos ermitas vecinas a la Ciudad de México, primero Los Remedios […] y luego Santa Fe; ambos eran espacios adscritos al control y a la protección eclesiásticos 20 .

Es posible observar el cambio del espacio que hubo en la vida de Gregorio López a partir de que las autoridades eclesiásticas tuvieron noticias de él. En su etapa de iniciación, el espacio estaba formado por una choza en los páramos solitarios de la Nueva España, ahí realizaba ejercicios espirituales y libraba batallas con el Demonio. Cada mudanza se debió a las acusaciones de herejía y luteranismo que recibía o a su precario estado de salud. Finalmente, el propósito de llevar una vida aislada de los otros hombres para solo estar en compañía de Dios, fue sustituido por una existencia rutinaria dedicada a los ejercicios espirituales y la ayuda al prójimo. El espacio de Gregorio López que en un principio estaba repleto de pruebas espirituales y mortificaciones corporales, fue poco a poco transformándose en un lugar lleno de hombres en busca de consejo y remedio a sus males.

Pero la intromisión de «los otros» en el espacio de Gregorio López no terminó con su muerte; su cuerpo fue trasladado en múltiples ocasiones por decisiones de funcionarios eclesiásticos. La hagiografía del ermitaño da cuenta del conjunto de características corporales después del deceso que es común en las narraciones de beatificación y santidad como el buen olor y el cuerpo incorrupto; también dice que el cuerpo de López fue enterrado en Santa Fe.

En 1616 los huesos fueron trasladados al templo de San José— administrado por los carmelitas— en una sencilla procesión. Con el paso de los años:

La fama y los milagros de López se iban extendiendo; por ello, en 1635, el arzobispo Francisco Manzo y Zúñiga, que había hecho una donación de cuatro mil pesos para la causa de beatificación, dejó la orden de trasladar las reliquias del ermitaño a la Catedral de México, lugar más apropiado para un futuro beato que el templo de San José. Además, aprovechando la ocasión de su partida y en vista de que el venerable era madrileño, el arzobispo decidió separar la descarnada cabeza del resto del cuerpo y llevarla a España, donde la entregó al convento de San Millán de Burgos. Años después, Felipe IV la donó a las monjas de la Encarnación de Madrid, donde se le guardaba todavía en el siglo XVIII, junto con restos de sus cabellos, envuelta en terciopelo rojo bordado de otro y ovalitos de cristal y dentro de un cofrecillo de palo santo con flores de plata y cantoneras 21 .

Así, aún después de muerto, Gregorio López no pudo alcanzar su anhelada soledad. El lugar donde fueron depositados sus restos dependía —otra vez— de las aspiraciones y argucias clericales. «Los otros» siguieron invadiendo el espacio físico y corporal del ermitaño.

Su fama se extendió por toda España y muy pronto se difundió por Europa. Gregorio López murió en 1596 y, para 1598 ya circulaba una versión manuscrita de la biografía de Losa, publicada hasta 1613, la cual tuvo al menos cinco reimpresiones en Lisboa, Madrid y Sevilla, aunque algunos aseguran que fueron cuarenta. Alonso Remón reimprimió la hagiografía en Madrid en 1617 con algunas variantes; Luis de Muñoz editó una tercera versión en 1630, la cual se reeditaría en 1630, 1658, 1707 y 1727, además de las ediciones francesas e inglesas. Sin embargo, pese a que su nombre trascendió su pretendido espacio solitario, el proceso de beatificación nunca llegó a buen puerto. Gregorio López vivió 34 años en la Nueva España peregrinando de un lugar a otro, pero solo 11 años vivió en su anhelada soledad. Pocos fueron sus exilios voluntarios; los otros fueron necesarios, obligados, ineludibles.

BIBLIOGRAFÍA

Losa, Francisco, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López en algunos lugares de esta Nueva España, y principalmente en el pueblo de Santa Fe, dos leguas de la Ciudad de México, donde fue su dichoso tránsito, México, Imprenta de Juan Ruiz, 1613.

Milhou, Alain, «Gregorio López, el iluminismo y la nueva Jerusalén americana», en Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América, Sevilla, AHILA, 1991, pp. 55-83.

Rubial, Antonio, «Tebaidas en el paraíso. Los ermitaños de la Nueva España», Historia Mexicana, 44.3, 1995, pp. 355-383.

Rubial, Antonio, La santidad controvertida, México, UNAM / Fondo de Cultura Económica, 1999.

Scholem, Gershom, La cábala y su simbolismo, Madrid, Siglo XXI editores, 1978.

Notas

1. Rubial, 1999, p. 74.

2. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López en algunos lugares de esta Nueva España, y principalmente en el pueblo de Santa Fe, dos leguas de la Ciudad de México, donde fue su dichoso tránsito (1613). Uso la reimpresión de 1614.

3. Rubial, 1999, pp. 95-96.

4. Rubial, 1995, p. 365.

5. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 3v.

6. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 5v.

7. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 4r.

8. Rubial, 1999, p. 98.

9. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 9r.

10. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 7v.

11. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 7v.

12. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 13r.

13. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 12r.

14. Milhou, 1991, p. 59.

15. Rubial, 1999, p. 99.

16. Scholem, 1978.

17. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 20v.

18. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fol. 32r.

19. Losa, La vida que hizo el siervo de dios Gregorio López…, fols. 30v-34r.

20. Rubial, 1999, pp. 99-100.

21. Rubial, 1999, p. 108.

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